La fe cristiana, que no es ideología, proyecta luz sobre los acontecimientos, y recuerda que la diferencia (que no significa desigualdad) entre hombre y mujer proviene del designio creador de Dios
Continúa en muchos lugares, y se acentúa, la presión para introducir en la educación, en las costumbres y en los diversos ámbitos la que se suele denominar ideología de género. Si el segundo término de la expresión, el género, ha adquirido bajo este empuje usos lingüísticos nuevos y discutibles, el primero, la ideología, apunta a que el contenido de esta manera de pensar se inserta en la sucesión de los enfoques que en la época contemporánea han buscado minar, uno detrás de otro, el sentido trascendente de la vida humana.
La fe cristiana, que no es ideología, proyecta sin embargo luz sobre los acontecimientos, y recuerda que la diferencia (que no significa desigualdad) entre hombre y mujer proviene del designio creador de Dios. Por eso el Magisterio reciente, tanto del Papa Franciscocomo de los Papas anteriores, ha señalado las deficiencias de ese planteamiento, y en concreto sin limitarse al nivel de la discrepancia intelectual o teórica, sino respondiendo también a la pretensión de imponerlo en las distintas esferas de la vida social; sobre ese trasfondo se sitúa la repetida denuncia que hace Francisco de la ideología de género como una “colonización ideológica” que pretende “cambiar la mentalidad o estructura” de un pueblo.
En la práctica, y también en la intención de sus diseñadores, la ideología de género se convierte en presión, y la presión se traduce en imposición, por ejemplo cuando busca dominar la legislación, muy principalmente la educativa (entrando así en la conciencia de los menores, para influir desde la raíz) y convertir en obligatoria en todos los campos la observancia de sus principios. La batalla por el género ya se ha abierto decididamente en el terreno legislativo, en muchos países. Si en el terreno de las ideas apenas ha encontrado resistencia la ideología “colonizadora”, como señala un artículo sobre este tema que publica el presente número de la revista[1], es deseable que ahora asuman su responsabilidad los legisladores, políticos, profesores y formadores.
Es muy plausible la opinión según la cual no parece suficiente la conciencia que tenemos acerca de lo que está sucediendo y de la necesidad de actuar con prudencia y claridad. Y tampoco debe sorprender el rechazo que produce recordar la verdad del ser humano y desvelar lo ficticio de un género construido socialmente, y amparado por el clima de permisivismo y relativismo morales. En último término, como dice el autor del artículo, “la orientación abiertamente unilateral en sus enfoques impide el necesario diálogo”, como es natural y propio de toda ideología.