Jaime Nubiola
El heroísmo no será exigible legalmente, pero necesitamos personas que con su comportamiento heroico sean referentes ejemplares en nuestra sociedad, que pongan los deberes por delante de sus sentimientos
Me ha encantado la serie de televisión Sucesor designado [Designated Survivor] de la que en los últimos meses he podido ver las dos temporadas disponibles. Sin embargo, ha llamado poderosamente mi atención el énfasis que esa serie pone en la familia, que me pareció del todo desproporcionado.
Me explico: a lo largo de los diversos capítulos de esa narración, la familia aparece en todo momento como lo más valioso absolutamente, como el valor más importante por encima de todos los demás compromisos. Por ejemplo, Jason Atwood, el director del FBI, que debe investigar el atentado terrorista en el Capitolio, engaña al presidente de los Estados Unidos y traiciona a la agencia para salvar la vida de su único hijo que ha sido secuestrado por los “malos”.
Ese modo de proceder no cabe en mi cabeza: fui educado con el ejemplo de Guzmán el Bueno y el del Coronel Moscardó. El primero pasó al imaginario popular cuando en la defensa de Tarifa en 1294 lanzó su propio cuchillo desde la almena del castillo para que mataran a su hijo antes que sucumbir al chantaje de los sitiadores que lo tenían apresado. El segundo, mucho más cercano a nosotros en el tiempo, no entregó el Alcázar de Toledo donde se habían hecho fuertes los sublevados en verano de 1936, a pesar de que los asediantes le ofrecieron, si se rendía, no matar a su hijo Luis al que tenían preso.
Quizás en el año 2018 estas conductas heroicas pueden parecer a algunos exageradas, pero en esa serie de televisión la familia aparece como el punto débil de todos los personajes. Solo el presidente Tom Kirkman, magníficamente interpretado por Kiefer Sutherland, antepone el bien del país al de su mujer y sus hijos: eso le plantea numerosos aprietos que van desgranándose a lo largo de la serie.
La familia es muy importante, pero no puede ser lo primero. Como escribía el filósofo venezolano Rafael Tomás Caldera: «El verdadero amor es siempre ordenado». Vienen ahora a mi memoria con admiración los padres de un joven −que había matado a otro en un lamentable suceso− que llamaron a la policía de inmediato cuando su hijo les confesó lo que había hecho. No cabe otro comportamiento. La justicia está por delante de la familia. Los lazos familiares no pueden ser el escudo o la protección para ocultar el abuso o cualquier otra conducta delictiva. No puede echarse tierra sobre un delito por mucho cariño que se tenga al delincuente, ni mucho menos por preservar el “buen nombre” o el “honor” de la familia.
Hay algo que está mal en el sentimentalismo contemporáneo. El heroísmo no será exigible legalmente, pero necesitamos personas que con su comportamiento heroico sean referentes ejemplares en nuestra sociedad, que pongan los deberes por delante de sus sentimientos, aunque en ocasiones resulte realmente muy doloroso ejercer esos deberes. Como se ha dicho con frecuencia, es más fácil ser asesinado por alguien del propio entorno familiar que por un extraño. Por eso, los buenos sentimientos nunca pueden justificar comportamientos injustificables. En tantos casos la corrupción comienza en la propia casa, en la propia familia, cuando se mira para otro lado, cuando se toleran por una malentendida compasión conductas intolerables desde cualquier punto de vista.
Quizá resulte duro expresarlo de esta manera, pero me parece que es así. La familia no es lo primero.