Stefania Falasca
- Diálogo de Pablo VI con la prensa en 1976: el Obispo de Roma quiso aclarar qué significa observar, escribir e informar sobre la realidad eclesial
«Uno viene a Roma… y cree haberlo visto todo, porque ha visto la cúpula de San Pedro, o a la Guardia Suiza en el Portone di Bronzo y dice: “Ah, esto es Roma”. Pero hay algo más, sabéis… Por eso, nos da miedo ser juzgados por un conocimiento superficial, unilateral y parcial de nuestra realidad».
Son las palabras de un discurso, en parte improvisado, que Pablo VI dirigió a los periodistas de la prensa extranjera en Italia el 28 de febrero de 1976. El texto ha sido recuperado del archivo sonoro de la Radio Vaticana y publicado ahora por Monseñor Leonardo Sapienza, con una introducción del Obispo de Albano Marcello Semeraro. El Papa se dirige en tono coloquial, hasta con fina ironía, a los periodistas, y llama la atención sobre todo por la actualidad de mostrar, con tres agudos adjetivos, una tendencia mediática que corroe y distorsiona implacablemente la información religiosa: la superficialidad, la unilateralidad y la parcialidad.
A los periodistas de aquella audiencia, el Obispo de Roma quiso aclarar qué significa observar, escribir e informar sobre la realidad eclesial. Para el Papa hay un aspecto fundamental que no puede ser ignorado: la naturaleza sacramental de la Iglesia. La mirada del periodista debe estar más atenta a la singular complejidad de la Iglesia, porque tiene «una humilde y gloriosa prerrogativa, una índole sacramental», que la configura como «realidad resultante de un doble elemento humano y divino», y solo quien «reconoce»esa naturaleza «puede comprender lo imprescindible e interesante que es mirar a la Iglesia en sus múltiples aspectos».
«Ahora bien, si la vida interna de la Iglesia, que es una comunión de fieles, y no una simple comunidad de opiniones, quiere ser plenamente comprendida con una mirada penetrante, es natural por tanto que os pidamos, queridos señores, tener una aguda atención respecto a la Iglesia y sus miembros, respecto a lo que es verdaderamente esencial y específico en sus estructuras y en su enseñanza: hace falta que penetréis ese alfabeto poco conocido por la cultura moderna y común; queremos que se nos lea en el sentido profundo, como si se leyesen jeroglíficos de una pirámide –qué se yo– egipcia. Si no se lee eso, no se comprende qué significa el monumento. Algo análogo nos pasaría si no sabéis leer lo que verdaderamente expresamos».
Montini resalta la urgencia de una instancia que, entonces como hoy, corre el riesgo de quedarse en papel mojado, ahogada por cierto analfabetismo religioso que, unido a los criterios de valor establecidos por lecturas políticas, reduce inexorablemente a la Iglesia a las habituales alternancias del juego derecha-izquierda, tradición-revolución.
Es sabido que Pablo VI fue sin duda el Papa que mejor conocía el mundo del periodismo en comparación a sus predecesores, habiéndolo practicado desde joven, y que ciertamente la labor de sensibilización acerca de los medios de comunicación para la Iglesia, en particular para la comunicación del Evangelio, tuvo lugar sobre todo gracias a Pablo VI. Ya durante la Comisión preparatoria del Concilio, Montini había intervenido precisamente sobre el esquema de las comunicaciones sociales y pidió que el Concilio produjese un mensaje para recomendar el uso recto de los instrumentos de comunicación social. Y fue fundador del diario Avvenire, al que correspondía esencialmente, según el Papa, la tarea de colaborar en la difusión del Evangelio.
También para su inmediato sucesor Juan Pablo I, periodista nato, era necesario iluminar y dar testimonio de una mirada de fe y de un enfoque no superficial, no unilateral ni parcial, por tanto, ni ideológico ni clerical, al hablar de la realidad eclesial: «Hay que entrar en la visual de la Iglesia cuando se habla de la Iglesia; en cambio, tengo la impresión de que a veces los periodistas se pierden en cosas absolutamente secundarias, en cosas de Iglesia. Hay que ir a lo central, a los verdaderos problemas de la Iglesia. Sería además una función educadora del público que os lee, os escucha, os mira».
Todo lo que dice el Papa Montini en este discurso de 1976, se halla en continuidad y claridad en el discurso del Papa Francisco a los representantes de los medios, tres días después de su elección, el 16 de marzo de 2016: «Los eventos eclesiales no son más complicados que los políticos o económicos. Pero tienen una característica de fondo particular: responden a una lógica que no es principalmente la de las categorías, por así decir, mundanas, y por eso no es fácil interpretarlos y comunicarlos a un público vasto y variado». «La Iglesia, siendo ciertamente también una institución humana, histórica, con todo lo que eso comporta, no tiene una naturaleza política, sino esencialmente espiritual: es el Pueblo de Dios, el Santo Pueblo de Dios, que camina al encuentro con Jesucristo». «Solo poniéndose en esa perspectiva se puede dar plenamente razón de lo que la Iglesia Católica hace» afirma el Papa, subrayando que es importante «tener en cuenta ese horizonte interpretativo, esa hermenéutica, también para enfocarse en el corazón de los eventos». Y de ahí, igual que hizo Montini, la invitación a procurar conocer cada vez más «la verdadera naturaleza de la Iglesia y también su camino en el mundo, con sus virtudes y sus pecados, y conocer los motivos espirituales que la guían y que son los más auténticos para comprenderla».
«Vuestro trabajo necesita estudio, sensibilidad, experiencia, como tantas otras profesiones−añade Francisco−, pero comporta una particular atención respecto a la verdad, la bondad y la belleza; y esto nos hace particularmente cercanos, porque la Iglesia existe para comunicar precisamente eso: la verdad, la bondad y la belleza “en persona”». Y no deja de estigmatizar también la perversión del narcisismo: «Debería aparecer claramente que todos estamos llamados no a comunicarnos a nosotros mismos, sino esa triada existencial que conforman la verdad, la bondad y la belleza».
Sin embargo, sucede muy frecuentemente que las instancias sugeridas por esos horizontes se las traga un conformismo clerical y distorsionado en la comunicación mediática del Papa y de la Iglesia que parecen prevalecer hoy más que nunca.