El Papa ayer en el Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡Buenos días!
El domingo pasado, con la fiesta del bautismo del Señor, comenzamos el camino del tiempo litúrgico “ordinario”: es el tiempo para seguir a Jesús en su vida pública, en la misión por la cual el Padre lo envió al mundo. En el Evangelio de hoy (cf. Jn 2, 1-11) encontramos el relato del primero de los milagros de Jesús, que el evangelista Juan llama “señales”, porque Jesús no los hizo para despertar asombro, sino para revelar el amor del Padre. . El primero de estos prodigiosos signos tiene lugar en el pueblo de Cana, en Galilea, durante una fiesta de bodas. No es casual que al comienzo de la vida pública de Jesús haya una ceremonia de boda, porque en Él Dios se ha casado con la humanidad: esta es la buena noticia, aunque los que lo han invitado aún no saben que en su mesa está sentado el Hijo de Dios y que el verdadero novio es Él. De hecho, todo el misterio de la señal de Caná se basa en la presencia de este novio divino, Jesús, que comienza a revelarse. Jesús se manifiesta como el novio del pueblo de Dios, anunciado por los profetas, y nos revela la profundidad de la relación que nos une a él: es una nueva Alianza de amor. En el contexto de la Alianza, se comprende plenamente el significado del símbolo del vino, que está en el centro de este milagro.
Justo cuando la fiesta está en su apogeo, el vino se ha terminado; Nuestra Señora lo nota y le dice a Jesús: “No tienen vino” (v. 3), hubiera sido horrible continuar la fiesta con el agua, una vergüenza y la Virgen se da cuenta y como es madre advierte inmediatamente a Jesús.
Las Escrituras, especialmente los Profetas, indicaron el vino como un elemento típico del banquete mesiánica (cf. Am 9,13-14; Gl 2,24; Is 25,6). El agua es necesaria para vivir, pero el vino expresa la abundancia del banquete y la alegría de la fiesta. Una fiesta sin vino…
Al convertir en vino el agua de la tinaja utilizada “para la purificación ritual de los judíos” (v. 6),era una costumbre antes de entrar en la casa purificarse, Jesús hace un signo elocuente: transforma la Ley de Moisés en el Evangelio, portador de alegría.
Luego miramos a María. Las palabras que María dirige a los sirvientes vienen a coronar el cuadro conyugal de Caná: “Lo que Él te diga, hazlo” (v. 5). Incluso hoy, la Virgen María nos dice a todos: “Hagan lo que Él les diga”. Estas palabras son una herencia preciosa que nuestra Madre nos ha dejado. Y los siervos obedecen en Caná. Jesús les dijo: Llenad de agua estas tinajas. Y las llenaron hasta el borde. Él les dijo de nuevo: Saquen ahora un poco y llevénselo al mayordomo. Y los trajeron “(versículos 7-8).
En esta boda, realmente se estipula una Nueva Alianza y la nueva misión se confía a los siervos del Señor, es decir a toda la Iglesia: “Hagan lo que Él les diga”
Quisiera subrayar una experiencia que seguramente muchos de ustedes hemos tenido en nuestra vida, cuando estamos en situaciones difíciles, cuando tenemos problemas que no sabemos cómo resolver, cuando sentimos muchas veces ansia y angustia, cuando nos hace falta la alegría hay que ir donde la Virgen y decirle “no tenemos vino se terminó el vino, mira como estoy, mira mi corazón mi alma”, es la Madre y ella seguro irá donde Jesús y dirá mira este o esta, no tienen vino y después regresará donde nosotros y nos dirá “Cualquier cosa que les diga haganla”. Para cada uno de nosotros extraer de la tinaja es equivalente a confiar en la Palabra y en los Sacramentos para experimentar la gracia de Dios en nuestra vida. Entonces también como maestros de mesa que probó el agua convertida en vino, podemos exclamar: “Has guardado el vino mejor hasta ahora”(v. 10), siempre Jesús nos sorprende.
Que la Santísima Virgen nos ayude a seguir su invitación: “Hagan lo que Él les diga”, para que podamos abrirnos completamente a Jesús, reconociendo en la vida cotidiana los signos de su presencia vivificadora.