P. Antonio Rivero, L.C.
FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR - Ciclo C
Textos: Is 40, 1-5.9-11; Tito 2, 11-14; 3, 4-7; Lc 3, 15-16.21-22
Idea principal: El bautismo –nacimiento en el Espíritu- es el segundo regalo de la misericordia divina, después de nuestro nacimiento en la carne.
Síntesis del mensaje: Con el bautismo Dios nos hace sus hijos adoptivos, nos da a su Hijo Jesús como hermano, convierte nuestra alma en templo del Espíritu Santo donde habitará para formar en nosotros la imagen de Cristo Jesús, nos capacita para ser miembros activos y comprometidos de la Iglesia santa y misionera, y nos da en herencia la vida eterna. Ante tamaño regalo, sólo nos queda: agradecer y corresponder a Dios con una vida santa y recta.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, si la vida oculta la inició Jesús de modo sorprendente en un pesebre, la vida pública sea abre con algo aún más desconcertante: con un bautismo de penitencia. Cuando nació fue circuncidado para quedar inscrito en la religión de sus padres, pero ahora es Él mismo quien acude al Jordán y, en medio de quienes escuchaban al bautista, se acerca a un bautismo que ciertamente no necesita, pero quiere anonadarse todavía más. Jesús no tenía necesidad del bautismo para sí mismo, porque no tenía pecado. Sin embargo, sí tuvo necesidad del bautismo para significar su misión: vino a cargar sobre sí nuestros pecados, a morir al pecado en nuestro lugar, para resurgir a una vida nueva: vida que ahora está a nuestra disposición. Juan prevé que el que viene detrás de él administrará un bautismo mucho más eficaz que el suyo: “Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. El bautismo de Jesús será eficaz. El bautismo de Juan es un signo: sirve para indicar el bautismo de Jesús, y Jesús lo recibe como signo de su propia misión, que consiste en morir y resucitar por nosotros, a fin de poder administrarnos el bautismo en el Espíritu Santo. Por eso, en el evangelio de Lucas que hemos leído hoy se produce la manifestación del Espíritu Santo. Abriéndose el cielo, baja sobre Jesús el Espíritu Santo, con una apariencia corpórea, como una paloma.
En segundo lugar, el Padre celestial quería estar también presente en ese momento sublime: “Este es mi Hijo, el amado, el predilecto”. Con estas palabras, el Padre glorifica y eleva a su Hijo. La humillación de Jesús de ponerse en la fila de los pecadores para ser bautizado por Juan es una humillación que produce una glorificación, porque el Padre celestial confirma la misión salvadora y redentora de Cristo. De este modo, tenemos aquí todo el misterio pascual de Jesús, anunciado con el rito del bautismo de Juan: bajar y sumergirse en el agua, purificar esas aguas con su divinidad para que tengan la propiedad de lavar nuestros pecados y de sepultarlos, y después resurgir para comenzar una vida nueva de resucitado. Por eso el bautismo es purificación, lavado, regeneración, iluminación, destrucción del pecado y el comienzo de una vida nueva en Cristo Jesús. En el Jordán no tenía pecados personales que lavar, pero empezaba a lavar los pecados del mundo. No se bautiza para que se perdonen sus pecados, sino para que empiece a cumplirse toda justicia. Era por nosotros por quien se bautizaba; no es que lo hiciera para darnos ejemplo, es que lo hacía en lugar nuestro.
Finalmente, será san Pablo en la segunda lectura de hoy a Tito quien nos recuerda nuestro bautismo, la dignidad con la que somos revestidos y las consecuencias morales a que nos compromete el don del bautismo en nuestra vida. Pablo lo llama “el baño del segundo nacimiento…renovación por el Espíritu Santo”. Regalo éste salido del corazón misericordioso de Dios. Don gratuito, no basado en las obras buenas realizadas previamente por nosotros. Gracia divina para dedicarnos “a las buenas obras” y “renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa”. Dios nos engendra para sí dándonos una vida nueva, la vida de la gracias por la acción del Espíritu Santo convirtiéndonos, además de hijos en herederos, hermanos verdaderos de Jesús y templos de la Santísima Trinidad. Y aunque sólo veamos una sencilla pila, unos papás y unos padrinos en ese día de nuestro bautismo, sin embargo, se ha realizado en ese día lo más importante de nuestra vida y Dios Padre vuelve a decir lo mismo que dijo a su Hijo en el Jordán: “Ese es mi hijo, en quien me complazco”.
Para reflexionar: ¿Agradezco con frecuencia el don del bautismo? ¿Cómo festejo el día grandioso de mi santo bautismo? Si soy padre o madre de familia, ¿bautizo cuanto antes a mis hijos? ¿Pongo nombres de santos a mis hijos? Quien me ve, ¿puede deducir por mi conducta justa, santa y recta que soy bautizado, seguidor de Cristo? Reflexionemos en estas palabras del papa emérito Benedicto: “Aquél que no tiene pecado se sitúa entre los pecadores para hacerse bautizar, para realizar este gesto de penitencia; el Santo de Dios se une a cuantos se reconocen necesitados de perdón y piden a Dios el don de la conversión, o sea, la gracia de volver a Él con todo el corazón para ser totalmente suyos. Jesús quiere ponerse del lado de los pecadores haciéndose solidario con ellos, expresando la cercanía de Dios. Jesús se muestra solidario con nosotros, con nuestra dificultad para convertirnos, para dejar nuestros egoísmos, para desprendernos de nuestros pecados, para decirnos que si le aceptamos en nuestra vida, Él es capaz de levantarnos de nuevo y conducirnos a la altura de Dios Padre. Y esta solidaridad de Jesús no es, por así decirlo, un simple ejercicio de la mente y de la voluntad. Jesús se sumergió realmente en nuestra condición humana, la vivió hasta el fondo, salvo en el pecado, y es capaz de comprender su debilidad y fragilidad. Por esto Él se mueve a la compasión, elige «padecer con» los hombres, hacerse penitente con nosotros. Esta es la obra de Dios que Jesús quiere realizar; la misión divina de curara quien está herido y tratar a quien está enfermo, de cargar sobre sí el pecado del mundo” (13 de enero 2013).
Para rezar: Gracias, Señor, por el don del bautismo, por haberme hecho hijo adoptivo tuyo, hermano de Cristo, templo del Espíritu Santo y miembro comprometido de tu Iglesia. Que nunca manche el vestido de mi dignidad cristiana. Que nunca permita que me apaguen la luz de mi fe recibida en el bautismo. Que sea fiel a las promesas de mi bautismo, que renové en mi confirmación. Amén.