2/06/19

Jesús enviado a cumplir su misión

El Papa el domingo en el Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El domingo pasado, la liturgia nos propuso el episodio de la sinagoga de Nazaret, donde Jesús lee un pasaje del profeta Isaías y finalmente revela que esas palabras se cumplen “hoy” en él. Jesús se presenta como aquel en quien se ha depositó el Espíritu del Señor, que lo consagró y lo envió a cumplir la misión de salvación en favor de la humanidad.
El Evangelio de hoy (cf. Lc 4, 211) es la continuación de esa historia y nos muestra el asombro de sus conciudadanos al ver que uno de sus compatriotas, “el hijo de José” (v. 22), afirma ser el Cristo, el enviado del Padre. Jesús, con su capacidad de penetrar en las mentes y los corazones, entiende inmediatamente lo que piensan sus conciudadanos. Creen que, dado que él es uno de ellos, debe demostrar esta extraña “pretensión” haciendo milagros allí, en Nazaret, como lo hizo en los pueblos vecinos (v. 23). Pero Jesús no quiere y no puede aceptar esta lógica, porque no se corresponde con el plan de Dios: Dios quiere la fe, ellos quieren milagros, Dios quiere salvar a todos, y ellos quieren un Mesías para su propio beneficio. Y para explicar la lógica de Dios, Jesús trae el ejemplo de dos grandes profetas antiguos: Elías y Eliseo, a quienes Dios envió para sanar y salvar a personas no judías, de otros pueblos, pero que habían confiado en su palabra. Ante esta invitación a abrir sus corazones a la gratuidad y universalidad de la salvación, los ciudadanos de Nazaret se rebelan, e incluso adoptan una actitud agresiva, que degenera hasta el punto de que “se levantaron, lo sacaron de la ciudad y lo condujeron a un lugar escarpado  […], con intención de despeñarlo “(v. 29). La emoción del primer instante se convirtió en una rebelión en contra en contra de él.
Este Evangelio nos muestra que el ministerio público de Jesús comienza con un rechazo y con una amenaza de muerte, paradójicamente precisamente por parte de sus conciudadanos. Jesús, al vivir la misión que el Padre le confió, sabe bien que debe enfrentar la fatiga, el rechazo, la persecución y la derrota. Un precio que, ayer como hoy, la auténtica profecía está llamada a pagar. El duro rechazo, sin embargo, no desanima a Jesús, ni detiene el camino y la fecundidad de su acción profética. Sigue su camino (v. 30), confiando en el amor del Padre.
Incluso hoy, el mundo necesita ver en los discípulos del Señor profetas, es decir, de las personas valientes y perseverantes en responder a la vocación cristiana. Personas que siguen el “empuje” del Espíritu Santo, que los envía para proclamar esperanza y salvación a los pobres y excluidos; personas que siguen la lógica de la fe y no de lo milagroso; personas dedicadas al servicio de todos, sin privilegios ni exclusiones. En resumen: personas que están abiertas a acoger en sí mismas la voluntad del Padre y se comprometan a dar testimonio fiel a los demás.Oremos a María Santísima, para que podamos crecer y caminar en el mismo celo apostólico por el Reino de Dios que animó la misión de Jesús.