2/28/21

Tiempo para meditar

 Juan Luis Selma


En un mundo tan rápido, que está acelerado y convulso, necesitamos parar y pensar

Durante la pandemia han crecido de modo vertiginoso las búsquedas en Google de cómo meditar en casa y la palabra meditación se ha convertido en tendencia. La Organización Mundial de la Salud alertaba hace un tiempo de que, con el confinamiento, la gente estaba echando mano de todas las herramientas disponibles en la red para encontrar solución al agobio, el estrés o la claustrofobia que estaban sintiendo. Incluso están creciendo mucho las aplicaciones que enseñan a meditar. Se estima que este asunto mueve muchos millones de dólares. La meditación está de moda.

En un mundo tan rápido, acelerado y convulso necesitamos parar y pensar, sobre todo cuando las cosas se desencajan, cuando perdemos las seguridades.

“La meditación es clave para el deporte de élite”, reza un titular de un periódico deportivo. Y comenta Paula Butragueño, apasionada del deporte, “noté que me faltaba algo porque no acababa de complacerme el camino. Así es como llegué a la meditación y me ha ido tan bien que quiero compartirlo. ¿Por qué? Porque he descubierto que parar, centrarte y poner una atención plena en ti te mejora, te potencia, disfrutas de tus triunfos y, cuando las cosas van mal, no padeces tanto”.

Llama la atención que en una sociedad secularizada, liberada, adulta, esté de vuelta de aquello que dejó. La oración, la confesión y la dirección espiritual son clásicos de la vida cristiana. Los hemos olvidado y ahora pagamos por lo que era gratuito. Acudimos al psiquiatra, al “coach”, a los cursos de meditación.

Hoy consideramos el episodio de la Transfiguración. PedroSantiago y Juan están felices en el Tabor contemplando la grandeza de Dios. Están tan a gusto que dice Pedro: “Maestro, qué bien estamos aquí; hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.

La oración, la meditación cristiana no es una mera introspección, tampoco es un grito de auxilio. Es algo mucho más grande, una búsqueda. El intento de entender lo que me pasa ante los ojos de Dios. Es un diálogo que enriquece, que da respuesta a los interrogantes, que lleva al regazo de Dios, a su sabiduría y seguridad. Me hace sentirme bien, saberme amado.

Hay muchos modos de meditar. Pararse, concentrarse, fijar la atención, autorregular la mente siempre son beneficiosos, ayudan. La tan valorada meditación oriental, con su posición de loto, puede relajar y dar estabilidad física. Pero la meditación cristiana es otra cosa, es encuentro con el Otro, con el Amado. Es una relación. Te señala que no estás solo, te ayuda a salir del ensimismamiento. Ves que hay un Acompañante, un Amigo que nunca te abandona. Un Maestro, un Médico. Todo un Dios a tu lado. Para valorar este modo tan estupendo de meditación se requiere humildad, sencillez: la alegría de saberse criatura −criado− y, por lo tanto, de no ser Dios.

Hay varios modos de oración. La oración vocal que consiste en repetir oraciones ya hechas, como el Padre nuestro o el Ave María. La mental, dialogando con el Padre, el Hijo o el Espíritu Santo. La propia meditación que trata de comprender el porqué y el cómo de la vida cristiana para acercarse a la voluntad de Dios. La contemplación que busca al “amado del alma”. Siempre es diálogo, cosa de dos: hablo y escucho. De lo contrario se puede convertir en un monólogo recurrente empobrecedor. No se encuentra más luz que la propia, de por sí escasa.

Recuerdo unos esposos jóvenes que lo estaban pasando mal. Comenzaron a asistir a la Adoración perpetua, dedicaban una hora semanal a estar con al Santísimo expuesto en la custodia. A los pocos meses superaron sus desavenencias. Estaban convencidos de que esas largas conversaciones con Jesús en la eucaristía les habían abierto los ojos y fortalecido. La meditación como oración enriquece. No es una búsqueda en solitario. Hay quien da las respuestas. Basta con preguntar y escuchar pacientemente.

La luz puede venir de meditar las palabras de las sagradas Escrituras, los escritos de los santos, las obras de espiritualidad, de los sucesos de la vida vistos con los ojos de la fe… Es la respuesta del Verbo de Dios que acude en nuestra ayuda. Dice Camino: “Me has escrito: orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué? −¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: “¡tratarse!”

Podemos dedicar todos los días un rato a meditar, siempre con el ánimo abierto a Dios, con ganas de escuchar. Es el consejo que reciben los apóstoles en el monte Tabor: “Éste es mi Hijo, el amado: escuchadle”.


Juan Luis Selma, en eldiadecordoba.es


2/27/21

Transfiguración

Domingo de la 2° semana de Cuaresma (Ciclo B)


“Maestro, qué bien estamos aquí; hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. La petición de Pedro expresa el deseo de todo corazón humano de permanecer para siempre contemplando con gozo el rostro glorioso de Dios. A eso hemos sido llamados, a la bienaventuranza eterna. Pero para llegar a ella, el camino pasa por la Cruz.


Evangelio (Mc 9,2-10)

Seis días después, Jesús se llevó con él a Pedro, a Santiago y a Juan, y los condujo, a ellos solos aparte, a un monte alto y se transfiguró ante ellos. Sus vestidos se volvieron deslumbrantes y muy blancos; tanto, que ningún batanero en la tierra puede dejarlos así de blancos. Y se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. Pedro, tomando la palabra, le dice a Jesús:

− Maestro, qué bien estamos aquí; hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

Pues no sabía lo que decía, porque estaban llenos de temor. Entonces se formó una nube que los cubrió y se oyó una voz desde la nube:

− Éste es mi Hijo, el amado: escuchadle.

Y luego, mirando a su alrededor, ya no vieron a nadie: sólo a Jesús con ellos.

Mientras bajaban del monte les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del Hombre resucitara de entre los muertos. Ellos retuvieron estas palabras, discutiendo entre sí qué era lo de resucitar de entre los muertos.


Comentario

El evangelio de Marcos sitúa esta escena en un momento delicado para los apóstoles. Justo antes Jesús les había dicho con toda crudeza, que “si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará” (Mc 8,34-35). Es comprensible el desconcierto y temor de sus discípulos ante una advertencia tan grave.

Por eso, ahora quiere alimentar su esperanza, manifestando su gloria ante Pedro, Santiago y Juan. Sube a un monte alto, acompañado en primer lugar por tres discípulos, de modo análogo a como Moisés subió al monte Sinaí acompañado por Aarón, Nadab y Abihú, seguidos por los ancianos del pueblo (Ex 24,9). Estos mismos tres apóstoles serían aquellos a los que llamaría en Getsemaní para que lo acompañasen más de cerca, mientras los demás quedaban algo más retirados del lugar donde Jesús rezaba en agonía (Mc 14,33). Contrastan las escenas de esplendor gozoso y sufrimiento angustiado en las que Pedro, Santiago y Juan lo acompañan, pero, a la vez, ambas están inseparablemente relacionadas. No hay gloria sin cruz.

Elías y Moisés, que habían contemplado la gloria de Dios y recibido su revelación en el monte llamado Horeb o Sinaí (cf. 1 R 19,8 y Ex 24,15-16), estaban junto a Jesús en este monte alto cuando “se transfiguró ante ellos. Sus vestidos se volvieron deslumbrantes y muy blancos; tanto, que ningún batanero en la tierra puede dejarlos así de blancos” (vv. 2-3). Ahora contemplan la gloria y hablan con aquel que es la revelación de Dios en persona.

Pedro no puede acallar su alegría y exclama: “Maestro, qué bien estamos aquí; hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías” (v. 5). Su petición expresa el deseo de todo corazón humano de permanecer para siempre contemplando con gozo la gloria de Dios. A eso hemos sido llamados, a la bienaventuranza. Con esos mismos sentimientos clamaba San Josemaría haciendo oración mientras predicaba: “¡Jesús: verte, hablarte! ¡Permanecer así, contemplándote, abismado en la inmensidad de tu hermosura y no cesar nunca, nunca, en esa contemplación! ¡Oh, Cristo, quién te viera! ¡Quién te viera para quedar herido de amor a Ti!”.

Desde la nube de luz que los envuelve se oyen unas palabras llenas de significado: “Éste es mi Hijo, el amado: escuchadle” (v.7). La expresión “mi Hijo, el Amado”, es un eco de aquella en la que Dios se dirige a Abrahán para pedirle que le sacrifique a su hijo Isaac: toma a “tu hijo, el amado” (Gn 22,2). De este modo se establece un paralelo entre la dramática escena del Génesis en la que Abrahán está dispuesto a sacrificar a Isaac, que lo acompaña sin resistencia, y el drama que se consumó en el Calvario donde Dios Padre ofreció a su Hijo en sacrificio asumido voluntariamente para la redención del género humano. Por su parte, el añadido “escuchadle” tiene resonancias claras de las palabras que el Señor dirige a Moisés en el Deuteronomio: “el Señor, tu Dios, suscitará de ti, entre tus hermanos, un profeta como yo; a él habéis de escuchar” (Dt 18,15). Aquel que es el Hijo al que su padre Dios entrega a la muerte, Jesús, es a la vez aquel profeta como Moisés al que hay que escuchar.

“De este episodio de la Transfiguración quisiera tomar dos elementos significativos −decía el Papa Francisco−, que sintetizo en dos palabras: subida y descenso. Nosotros necesitamos ir a un lugar apartado, subir a la montaña en un espacio de silencio, para encontrarnos a nosotros mismos y percibir mejor la voz del Señor. Esto hacemos en la oración. Pero no podemos permanecer allí. El encuentro con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a ‘bajar de la montaña’ y volver a la parte baja, a la llanura, donde encontramos a tantos hermanos afligidos por fatigas, enfermedades, injusticias, ignorancias, pobreza material y espiritual. A estos hermanos nuestros que atraviesan dificultades, estamos llamados a llevar los frutos de la experiencia que hemos tenido con Dios, compartiendo la gracia recibida”.


Fuente: opusdei.org

Los derechos humanos dependen de los valores universales

David Fernández Alonso

El Secretario del Vaticano para las Relaciones con los Estados, ha hecho un llamamiento a las Naciones Unidas a “redescubrir el fundamento de los derechos humanos, para aplicarlos de manera auténtica”

La pandemia ha desafiado nuestro compromiso con la protección de los DDHH

Monseñor Paul Richard Gallagher ha hecho este llamamiento en un videomensaje durante la 46ª sesión del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (CDH), que comenzó el lunes 22 de febrero en Ginebra (Suiza). El periodo de sesiones, de cuatro semanas de duración y celebrado de forma virtual debido a la emergencia sanitaria, ha iniciado con una primera tanda de tres días, en el que jefes de Estado y dignatarios que representan a diversos países y regiones se dirigirán al consejo de manera virtual.

“La pandemia de Covid-19 ha afectado a todos los aspectos de la vida, causando la pérdida de muchos y poniendo en duda nuestros sistemas económicos, sociales y sanitarios”. Al mismo tiempo, “también ha desafiado nuestro compromiso con la protección y la promoción de los derechos humanos universales, al tiempo que ha afirmado su relevancia”.

Como nos dice el Papa Francisco en la Fratelli tutti, “al reconocer la dignidad de cada persona humana, podemos contribuir al renacimiento de una aspiración universal a la fraternidad”.


Toda persona está dotada de dignidad

El arzobispo destacó que el Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos declara que “la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”. Asimismo, la Carta de la ONU afirma su “fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas”.

Gallagher señaló que estos dos documentos reconocen una verdad objetiva: que toda persona humana está dotada innata y universalmente de dignidad humana. Esta verdad “no está condicionada por el tiempo, el lugar, la cultura o el contexto”. Sin embargo, este compromiso “es más fácil de pronunciar que de alcanzar y practicar”. Y lamentó que estos objetivos “todavía están lejos de ser reconocidos, respetados, protegidos y promovidos en todas las situaciones”.


Los derechos van unidos a los valores universales

Mons. Gallagher afirmó que la verdadera promoción de los derechos humanos fundamentales depende del fundamento subyacente del que derivan. Por lo tanto, advirtió que cualquier práctica o sistema que trate los derechos de forma abstracta −separados de los valores preexistentes y universales− corre el riesgo de perjudicar su razón de ser, y de este modo, “las instituciones de derechos humanos se vuelven susceptibles a las modas, visiones o ideologías imperantes”.

El arzobispo quiso subrayar que “en ese contexto de derechos desprovistos de valores, los sistemas pueden imponer obligaciones o sanciones que nunca fueron previstas por los Estados partes, lo que puede contradecir los valores que se supone que deben promover”. El secretario añadió que incluso “pueden atreverse a crear los llamados ‘nuevos’ derechos que carecen de un fundamento objetivo, alejándose así de su propósito de servir a la dignidad humana”.


La vida, bien antes que derecho

Al ilustrar la inseparabilidad de los derechos con los valores con el ejemplo del derecho a la vida, mons. Gallagher aplaudió que su contenido se haya “ampliado progresivamente con la lucha contra los actos de tortura, las desapariciones forzadas y la pena de muerte; y con la protección  de los ancianos,  los emigrantes,  los niños y la maternidad”.

Asimismo, dijo que estos avances son extensiones razonables del derecho a la vida, ya que mantienen su base fundamental en el bien inherente a la vida, y también porque “la vida, antes de ser un derecho, es ante todo un bien que debe ser valorado y protegido”.


¿Limitación de los derechos humanos por las medidas anticovid?

Mons. Paul Gallagher destacó que, ante la actual pandemia de Covid-19, algunas medidas aplicadas por las autoridades públicas para garantizar la salud pública atentan contra el libre ejercicio de los derechos humanos.

“Cualquier limitación en el ejercicio de los derechos humanos para la protección de la salud pública debe provenir de una situación de estricta necesidad”, señaló Gallagher, añadiendo que “un número de personas, que se encuentran en situaciones de vulnerabilidad −como los ancianos, los migrantes, los refugiados, los indígenas, los desplazados internos y los niños− se han visto desproporcionadamente afectados por la crisis actual”.

Por lo tanto, insistió, que cualquier limitación impuesta en una situación de emergencia, “debe ser proporcional a la situación, aplicada de forma no discriminatoria y utilizada sólo cuando no haya otros medios disponibles”.


Compromiso global por la libertad religiosa

En la misma línea, también quiso hacer referencia a la urgencia de proteger el derecho a la libertad de pensamiento, conciencia y religión, señalando en especial que “las creencias religiosas, y la expresión de las mismas, constituyen el núcleo de la dignidad de la persona humana en su conciencia”.

Destacó que la respuesta global a la pandemia del covid-19 revela que “esta sólida comprensión de la libertad religiosa se está erosionando”. Gallagher afirmó que “la libertad de religión protege también su testimonio y expresión públicos, tanto individual como colectivamente, en público y en privado, en formas de culto, observancia y enseñanza”, como reconocen numerosos instrumentos de derechos humanos.

Por lo tanto, para respetar el valor inherente de este derecho, recomienda mons. Gallagher, que las autoridades políticas se deberían poner de acuerdo con los líderes religiosos, así como con los líderes de las organizaciones confesionales y de la sociedad civil comprometidos con la promoción de la libertad de religión y de conciencia.


Fraternidad humana y multilateralismo

Por último, Gallagher señaló que la crisis actual nos presenta una oportunidad única para enfocar el multilateralismo “como la expresión de un renovado sentido de responsabilidad global, de solidaridad basada en la justicia y en la consecución de la paz y la unidad dentro de la familia humana, que es el plan de Dios para el mundo”.

Recordó la invitación del Papa Francisco en la Fratelli tutti animando a todos a reconocer la dignidad de cada persona humana para promover la fraternidad universal, y alentó a estar dispuestos a ir más allá de lo que nos divide para combatir eficazmente las consecuencias de las distintas crisis.


Fuente: omnesmag.com / romereports.com

2/26/21

Pureza de corazón

 Rafael María de Balbín


Hay pureza de corazón cuando el hombre pone las fuerzas de su inteligencia y su voluntad de acuerdo con el querer de Dios

La sexta bienaventuranza proclama: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5, 8). Hay pureza de corazón cuando el hombre pone las fuerzas de su inteligencia y su voluntad de acuerdo con el querer de Dios. San Juan distingue tres clases de concupiscencia: la de la carne, la de los ojos y la soberbia de la vida (1 Carta de San Juan 2, 16).

El noveno mandamiento de la ley de Dios prohíbe la concupiscencia de la carne. “En sentido etimológico la «concupiscencia» puede designar toda forma vehemente de deseo humano: La teología cristiana le ha dado el sentido particular de movimiento del apetito sensible que contraría la obra de la razón humana. El Apóstol San Pablo la identifica con la lucha que la «carne» sostiene contra el «espíritu»” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2515). La concupiscencia es consecuencia del pecado original e inclina al hombre a cometer pecados, aunque ella misma no sea pecado.

La limpieza del corazón indica la rectitud del talante moral de una persona, “de dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones” (Mateo 15, 99). La lucha contra la concupiscencia lleva a la purificación del corazón. “A los «limpios de corazón» se les promete que verán a Dios cara a cara y que serán semejantes a Él” (Catecismo..., n. 2519).

Aunque por la gracia del Bautismo los cristianos han sido liberados del pecado original, permanece en ellos todavía la concupiscencia, y han de esforzarse por vivir la castidad, con un corazón recto, disciplinando los sentidos y la imaginación, rechazando toda voluntaria complacencia en pensamientos, recuerdos o deseos impuros: “Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mateo 5, 28).

Una mal entendida naturalidad o espontaneidad puede llevar al desprecio del pudor y la modestia. “La pureza exige el pudor. Este es parte integrante de la templanza. El pudor preserva la intimidad de la persona. Designa el rechazo a mostrar lo que debe permanecer velado. Está ordenado a la castidad, cuya delicadeza proclama. Ordena las miradas y los gestos en conformidad con la dignidad de las personas y con la relación que exista entre ellas. El pudor protege el misterio de las personas y de su amor. Invita a la paciencia y a la moderación en la relación amorosa; exige que se cumplan las condiciones del don y del compromiso definitivo del hombre y la mujer entre sí” (Catecismo..., nn. 2521-2522).

Un clima generalizado de sensualidad es atentatorio contra la dignidad de las personas. “Las formas que reviste el pudor varían de una cultura a otra. Sin embargo, en todas partes constituye la intuición de una dignidad espiritual propia al hombre. Nace con el despertar de la conciencia personal. Educar en el pudor a niños y adolescentes es despertar en ellos el respeto de la persona humana. La pureza cristiana exige una purificación del clima social. Obliga a los medios de comunicación social a una información cuidadosa del respeto y de la discreción. La pureza de corazón liberta del erotismo difuso y aparta de los espectáculos que favorecen el exhibicionismo y los sueños indecorosos” (Catecismo..., nn. 2524-2525).

Cada persona humana debe ser respetada y valorada por sí misma. Una persona no debe ser nunca un mero instrumento al servicio de otra. No hay que cosificar a las personas, al convertirlas en mero instrumento de utilidad o de placer.

Una concepción permisiva de la moral no valora suficientemente la libertad humana, ya que ésta necesita ser orientada por la ley moral al servicio de las personas.

Rafael María de Balbín

2/25/21

Vías para evangelizar hoy: Jesucristo

 José Miguel Granados


José Miguel Granados destaca la columna vertebral de las vías para evangelizar en el mundo de hoy: “mostrar el verdadero rostro de Jesucristo”


La mayor pobreza es no tener a Cristo. Como al apóstol de las gentes, también a nosotros “la caridad de Cristo nos urge” a evangelizar (2 Cor 5, 14). Pero ¿qué podemos hacer para superar la barrera de la indiferencia y suscitar el deseo de acercarse al Señor?, ¿cómo podemos formar esas personalidades cristianas maduras en esta época, en un ambiente pagano, secularizado y con frecuencia hostil?, ¿cuáles son los principales itinerarios para la evangelización que el Espíritu Santo quiere suscitar hoy en la Iglesia?


La figura de Jesucristo

En primer lugar, hemos de presentar la figura de Jesucristo de un modo claro y profundo, convincente y atrayente, vivencial y doctrinal, conforme a la revelación transmitida fielmente por la Iglesia: Dios y hombre verdadero, encarnación de la misericordia eterna, redentor del mundo; Verbo eterno que confiere sentido al cosmos y a la historia; Luz del mundo, que revela definitivamente el misterio del hombre; Hijo unigénito del Padre, que nos hace familiares, hijos amados de Dios; único Camino para ir al cielo.

Jesucristo constituye el gran signo, la prueba
definitiva del Dios Amor todopoderoso
que sale al encuentro del hombre

Su vida, sus obras, su enseñanza, sus profecías, sus milagros, su misterio pascual, la estela de santificación que ha dejado en el mundo, muestran la consistencia de su pretensión mesiánica. 

Jesucristo constituye el gran signo, la prueba definitiva del Dios Amor todopoderoso que sale al encuentro del hombre. Es el Salvador universal y pleno. Sólo él da respuesta última a los grandes interrogantes humanos. Solamente él puede colmar con el don divino la sed de eternidad, los anhelos de plenitud y de amistad verdadera que anidan en cada corazón.


Facilitar el encuentro

Por ello, toda acción evangelizadora consiste, esencialmente, en llevar a las personas y a las sociedades a Cristo: facilitar el encuentro y la identificación con él, para seguirlo con obediencia gozosa. 

En esta serie de reflexiones sobre las vías para la evangelización en los ambientes de indiferencia nos inspiramos en las enseñanzas recientes de los Papas y en las propuestas del obispo Robert Barron, fundador de Word on fire; cfr. Robert Barron – John L. Allen, Encender fuego en la tierra. Anunciar el evangelio en un mundo secularizadoEdiciones Palabra).

El resto de las vías que presentaremos −la comunidad cristiana, la belleza del evangelio, el testimonio de santidad, el diálogo cultural con la razón y con la ciencia, el compromiso socio-caritativo por la justicia, la formación del carácter, el recurso a las fuentes de la gracia, la conversión misionera de la Iglesia− son, en realidad, explicitaciones de esta primera y principal: mostrar el verdadero rostro de Jesucristo a los hombres y mujeres de hoy.


José Miguel Granados, en omnesmag.com


2/24/21

Santos desconocidos

 Ernesto Juliá

No pocos teólogos, y no pocos papas, cuando se tienen que enfrentar con algún momento  en el que la fe de los creyentes parece estar un poco baja, señalan que hacen falta santos para que todo el actuar de la Iglesia se enderece y pueda así transmitir su mensaje de Fe, de Esperanza y de Caridad, en Cristo Jesús, Dios y hombre verdadero; en los Sacramentos, que hacen presente a Cristo en el cotidiano vivir de los hombres y les dan fuerza, gracia, para seguir el camino de la Moral que Cristo nos indicó −Mandamientos y Bienaventuranzas−,  a todo el mundo, Y abrir así la perspectiva de los creyentes hasta la Vida Eterna.

¿Quiénes son esos santos tan necesarios para sostener viva la Fe en la Iglesia?  No es extraño que enseguida se vengan a la cabeza grandes fundadores −santo Domingo, san Francisco, santa Teresa, santa Catalina de Siena, san Ignacio, san Josemaría, beata Teresa de Calcuta, etc.− y ciertamente lo son. Esos santos siempre han existido en la Iglesia, y seguirán existiendo. Su labor, sin embargo, quedaría coja, no llegaría a echar hondas raíces, si faltaran esos otros santos y santas de cada día, que viven cristianamente con una sonrisa en medio de dolores y dificultades, porque saben que nada hay que los aparte del amor de Cristo.

En estos días me he encontrado con dos santas y un santo, de esos que mantienen vivo el aroma, la vida de Cristo, sobre la tierra.

La primera, esa mujer que al descubrir que la criatura que estaba engendrando en su vientre tenía tal deformación que apenas podría vivir unos minutos apenas saliera a la luz, se negó radicalmente a cualquier proposición de abortar. “Yo acompañaré a mi hijo toda su vida”. Y así fue. Cuando ya estaba a punto de aparecer la criatura, le pidió a una amiga de la familia que se hiciera con un frasco de agua bendita para que la bautizara enseguida. El médico entregó el niño a la madre, que lo tuvo en sus brazos apenas veinte minutos. Lo había acompañado, acariciado, acogido “toda su vida”. Había vivido en pleno su maternidad, y lo había visto nacer como hijo suyo e hijo de Dios en Cristo Jesús.

El segundo, un buen padre de familia que en el lecho de muerte, con la serenidad de quien se ha arrepentido de sus pecados y ha perdido perdón al Señor en el Sacramento de la Reconciliación, se despide de sus hijos, y nietos, con una sonrisa, dándoles buenos consejos y recomendando a un hijo que había abandonado a su mujer, a la madre de sus hijos, que vuelva a su familia. El buen hombre tiene la alegría de que su nuera, que estaba también presente, y su hijo se miran con ternura, dispuestos a adelantar todos los perdones y disculpas necesarios.

La tercera, una madre y abuela en sus días finales sobre esta tierra víctima de un cáncer muy agresivo, que recibe al Señor casi todos los días, que además de animar a sus hijos y nietos a estar siempre muy cerca del Señor, y vivir como buenos y fieles cristianos, se preocupa de que los nietos más pequeños estén bien atendidos, y encarga al pastelero de su barrio que le mande unos dulcecitos para que las criaturas se alegren, en medio de la pena, cuando van a acompañar a su abuela hasta la Casa del Cielo.

Santos, santas desconocidas, que entregan su alma a Dios con el Rosario en la mano, mantienen el buen aroma de Cristo, la compañía de la Virgen Santísima, en una Iglesia que dejan en sus manos al pedirles que nos aumenten a todos la Fe.


Ernesto Juliá, en religion.elconfidencialdigital.com

¿Es cristiano buscar la felicidad?

 Juan Luis Lorda


Los seres humanos no podemos dejar de buscar la felicidad. El error es buscarla por sí misma. Lo que da felicidad es seguir a la conciencia

Sí y no. No podemos dejar de buscar la felicidad. Es de fábrica, lo llevamos puesto. Lo formuló San Agustín: “Nos hiciste Señor para Ti…”. Y Santo Tomás lo argumenta: nuestra inteligencia al desear saber, y nuestro corazón al desear amar, están buscando a Dios, aunque no lo sepamos. Toda nuestra tensión hacia la felicidad es tensión hacia Dios. Y, por eso, convertimos tantas cosas en ídolos y sucedáneos.

Podemos destrozar a cualquier persona con solo preguntarle a fondo: ¿verdaderamente eres feliz?, ¿es esto lo que esperabas de la vida? Claro es que todos esperamos más de la vida, porque estamos hechos para el cielo. Por eso, ir mendigando solo la felicidad es frustrante y huele demasiado a egoísmo.

C. S. Lewis, en su maravilla autobiografía (Cautivado por la alegría), que es una búsqueda de la alegría de la felicidad desde niño, llega a la conclusión de que la felicidad es un resultado. Es un error buscarla por sí misma. Lo que da felicidad es seguir a la conciencia, que es seguir a Dios.  


Juan Luis Lorda, en omnesmag.com

2/23/21

El besugo y el jamón

María José Atienza Amores

Si al tratar de explicar la práctica de la abstinencia de carne en determinadas jornadas nos centramos en la “materialidad” del pollo, el pato o el besugo, erramos de plano en los principios

La llegada de la Cuaresma trae consigo la consiguiente discusión acerca de la práctica cristiana de las mortificaciones. Especialmente, quizás por su repetición, de la abstinencia. Y volverán los argumentos “de cuñado” repetidos en los diversos foros en los que se sabe que hay un católico practicante: que si está anticuado, que si peor es comerse un kilo de ostras que un muslo de pollo, qué menuda tontería…

Lo cierto es que, como muchas discusiones estériles, si al tratar de explicar la práctica de la abstinencia de carne en determinadas jornadas nos centramos en la “materialidad” del pollo, el pato o el besugo, erramos de plano en los principios.

La verdadera penitencia no es sólo el hecho de cambiar el pavo por el queso, sino la entrega de la voluntad propia en algo “tan tonto” como cambiar el pavo por el queso. Sería muy fácil encontrar todo tipo de razonamientos sobre la idoneidad, o no de ese cambio cuando lo que realmente tiene que cambiar es el propio corazón. No comer carne es no alimentar ese yo omnisciente que clama por ganar una batalla tan nimia como la de sustituir un alimento u otro.

La abstinencia nos pone frente a lo que ‘podemos hacer’ pero no llevamos a cabo por una causa mayor: el amor. Si nuestra penitencia está vacía de amor, si no la vivimos como un acto de amor −importante, aunque nos hayamos “acostumbrado”−, entonces, de seguro, comenzaremos a juzgarla como una rutina tonta a la que no le vemos sentido.

Como en cualquier relación de amor, al fin y al cabo, de eso se trata en la vida cristiana, el partido se juega en el alma con las expresiones del cuerpo. Así lo señala el propio Catecismo: “La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración y la limosna”.

Guardar la abstinencia es, por tanto, una manifestación −bastante sencilla, además−, de amor. Hacemos memoria, en cierto modo, de un sacrificio infinito con un gesto sencillo en la forma. Este año, que tanto hemos tenido que entregar en la forma, la batalla se libra más en el fondo. Probablemente estos días de Cuaresma sean un buen momento para poner sobre la mesa nuestras superioridades, nuestras opiniones y nuestras voluntades, incluso la propia autosatisfacción de “no comer jamón” un viernes de Cuaresma. Como decía el Papa al inicio de este tiempo, “lo que nos hace volver a Él no es presumir de nuestras capacidades y nuestros méritos, sino acoger su gracia. Nos salva la gracia, la salvación es pura gracia, pura gratuidad”.

Con esas penitencias cuaresmales, con la abstinencia en este caso, nos unimos, en el fondo, a la Pasión de Cristo tomando una ínfima parte de la cruz, tan ínfima que nos puede producir, si lo pensamos bien, cierto sonrojo: no es mucho lo que nos pide la Iglesia un viernes de Cuaresma… Podríamos decir que es bastante menos de lo que nos pide un dietista medio para todos los días. Pero, como en la Misa, Cristo coge nuestras pequeñas negaciones y las eleva. Como escuché decir una vez: “de pasos cortos está empedrado el camino del cielo”.


María José Atienza Amores, en omnesmag.com

2/22/21

El Tentador seduce

 El Papa ayer en el Ángelus


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El pasado miércoles, con el rito penitencial de la ceniza, iniciamos el camino de la Cuaresma. Hoy, primer domingo de este tiempo litúrgico, la Palabra de Dios nos indica el camino para vivir fructuosamente los cuarenta días que conducen a la celebración anual de la Pascua. Es el camino recorrido por Jesús, que el Evangelio, en el estilo esencial de Marcos, resume diciendo que Él, antes de comenzar su predicación, se retiró durante cuarenta días al desierto, donde fue tentado por Satanás (cf. 1,12-15). El evangelista subraya que «el Espíritu empuja a Jesús al desierto» (v. 12). El Espíritu Santo, que descendió sobre Él nada más recibir el bautismo de Juan en el río Jordán, el mismo Espíritu le empuja ahora a ir al desierto, para enfrentarse al Tentador, para luchar contra el diablo. Toda la existencia de Jesús se pone bajo el signo del Espíritu de Dios, que lo anima, lo inspira y lo guía.

Pero pensemos en el desierto. Detengámonos un momento en este entorno, natural y simbólico, tan importante en la Biblia. El desierto es el lugar donde Dios habla al corazón del hombre, y donde brota la respuesta de la oración, o sea, el desierto de la soledad, el corazón sin apego a otras cosas y solo, en esa soledad, se abre a la Palabra de Dios. Pero es también el lugar de la prueba y la tentación, donde el Tentador, aprovechando la fragilidad y las necesidades humanas, insinúa su voz engañosa, alternativa a la de Dios, una voz alternativa que te muestra otro camino, un camino de engaños. El Tentador seduce. Efectivamente, durante los cuarenta días vividos por Jesús en el desierto, comienza el “duelo” entre Jesús y el diablo, que terminará con la Pasión y la Cruz. Todo el ministerio de Cristo es una lucha contra el Maligno en sus múltiples manifestaciones: curaciones de enfermedades, exorcismos de los endemoniados, perdón de los pecados. Después de la primera fase en la que Jesús demuestra que habla y actúa con el poder de Dios, parece que el diablo prevalezca  cuando el Hijo de Dios es rechazado, abandonado y finalmente capturado y condenado a muerte. Parece que el vencedor es el diablo. En realidad, la muerte era el último “desierto” a atravesar para derrotar definitivamente a Satanás y liberarnos a todos de su poder. Y así Jesús triunfó en el desierto de la muerte para triunfar después en la Resurrección.

Cada año, al comienzo de la Cuaresma, este Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto nos recuerda que la vida del cristiano, tras las huellas del Señor, es una batalla contra el espíritu del mal. Nos muestra que Jesús se enfrentó voluntariamente al Tentador y lo venció; y al mismo tiempo nos recuerda que al diablo se le concede la posibilidad de actuar también sobre nosotros con sus tentaciones. Debemos ser conscientes de la presencia de este enemigo astuto, interesado en nuestra condena eterna, en nuestro fracaso, y prepararnos para defendernos de él y combatirlo. La gracia de Dios nos asegura, mediante la fe, la oración y la penitencia, la victoria sobre el enemigo. Pero hay algo que me gustaría subrayar: en las tentaciones Jesús no dialoga nunca con el diablo, nunca. En su vida, Jesús no tuvo jamás un diálogo con el diablo, jamás. O lo expulsa de los endemoniados o lo condena o muestra su malicia, pero nunca un diálogo. Y en el desierto parece que haya un diálogo porque el diablo le hace tres propuestas y Jesús responde. Pero Jesús no responde con sus palabras; responde con la Palabra de Dios, con tres pasajes de la Escritura. Y esto es lo que debemos hacer también todos nosotros. Cuando se acerca el seductor, comienza a seducirnos: “Pero piensa esto, haz aquello...”. La tentación es la de dialogar con él, como hizo Eva; y si nosotros entablamos diálogo con el diablo seremos derrotados. Grabaos esto en la cabeza y en el corazón: no se dialoga nunca con el diablo, no hay diálogo posible. Solo la Palabra de Dios.

En el tiempo de Cuaresma, el Espíritu Santo nos empuja también a nosotros, como a Jesús, a entrar en el desierto. No se trata —como hemos visto— de un lugar físico, sino de una dimensión existencial en la que hacer silencio y ponernos a la escucha de la palabra de Dios, «para que se cumpla en nosotros la verdadera conversión» (Oración colecta 1er Domingo de Cuaresma B). No tengáis miedo del desierto, buscad más momentos de oración, de silencio, para entrar en nosotros mismos. No tengáis miedo. Estamos llamados a caminar por las sendas de Dios, renovando las promesas de nuestro bautismo: renunciar a Satanás, a todas sus obras y a todas sus seducciones. El enemigo está ahí, al acecho, tened cuidado. Pero no dialoguéis nunca con él. Nos encomendamos a la intercesión maternal de la Virgen María.


Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Saludo cordialmente a todos vosotros, romanos y peregrinos. En particular, saludo a los fieles polacos que están aquí delante. Hoy mi pensamiento va al santuario de Płock, en Polonia, donde hace 90 años el Señor Jesús se manifestó a santa Faustina Kowalska, confiándole un mensaje especial de la divina misericordia. Llegó al mundo entero a través de san Juan Pablo II y no es otro que el Evangelio de Jesucristo, muerto y resucitado, que nos da la misericordia del Padre. Abramos nuestro corazón diciendo con fe: "Jesús, confío en ti".

Saludo a los jóvenes y adultos del grupo Talitha Kum de la parroquia de San Giovanni dei Fiorentini de Roma. Gracias por vuestra presencia y seguid adelante con alegría en vuestros proyectos de bien.

¡Y os deseo a todos un hermoso domingo, hermoso porque hace sol y también un buen domingo!

Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

2/21/21

Cuaresma, un buen momento para revisar mi imagen de Dios

 Juan Luis Selma

Hay unas personas que viven con dolor la existencia, como si no se sintieran queridas


Hace unos días, desde el confesionario, vi a una señora deambulando. Se sentía su presencia por sus pasos cansinos y también por el olfato. Era una mujer sin techo, muy abandonada. Le pregunté si quería algo y me pidió un crucifijo. Le ofrecí uno pequeño que llevo siempre conmigo. Lo agarró con alegría y comenzó a besarlo diciendo: “me encuentro mal, me encuentro mal”. Al momento me preguntó si podía quedarse un rato. Le contesté que estaba en su casa. Se sentó en un rincón y al poco estaba plácidamente dormida. Me impresionaron los besos que le daba a la cruz. No pidió nada más, ni dinero, ni alimentos… solo el crucifijo.

Estamos entrando en la Cuaresma, más singular, si cabe, que la pasada. Sin el bullicio de los Carnavales ha llegado sin enterarnos. Tampoco dará paso a los desfiles de Semana Santa, una vez más la procesión irá por dentro. Escuchamos la llamada del Señor: “Conviértete y cree en el Evangelio”. Hoy podemos preguntarnos cómo andamos de fe, en quién creemos, cómo afectan nuestras creencias en nuestra vida. 

Los conductores tenemos la experiencia de cómo se llevan las incidencias del tráfico. Hay una especie de automovilistas justicieros, van con el claxon por delante, con gestos desosegados, con palabros. Ayer mismo me llenaron de bocinazos y me hicieron “la peseta”, no sé por qué. De algún modo se sienten con la misión divina de ordenar el tráfico.

Hay unas personas que viven con dolor la existencia, como si no se sintieran queridas, parece que su vida no tiene sentido. Al no creer en nada, o en muy poco, transmiten su desasosiego a los demás. Negar la transcendencia, la cercanía de Dios, narcotiza, priva a los hombres de su dignidad, afecta muy profundamente a su personalidad.

El modo de situarnos ante la vida nos marca. Es muy duro pensar que somos un animal evolucionado, fruto de la casualidad, que no hay un sentido, un orden, un buen Dios que vela por nosotros, que nuestro destino es efímero. Si todo acaba, si nada tiene sentido, falta confianza, hay recelo. Ante las deficiencias, incertidumbres, injusticias solo hay rebeldía. Hay falta de libertad y acabamos a merced del poder de turno. Esto favorece una personalidad desconfiada, suspicaz, insegura ya que todo depende de los logros del ahora, que nunca llenan el corazón. Genera un modo de ser “consumista” pues la felicidad se basa en lo que tenemos y no en lo que somos. 

En cambio, la fe, el convencimiento de la existencia del Dios del amor, el saber de un Buen Padre que vela por todo, que habrá justicia, lo hace todo diferente. Descanso en Dios, no todo está en mis manos, tengo sosiego y paz. Es muy duro tener que estar dirigiendo el mundo, llevarlo sobre los hombros. Nuestra vida no tiene nada que ver con la de Sísifo, condenado a empujar sin cesar una roca hasta la cima de la montaña, desde donde vuelve a caer por su propio peso.

También los creyentes estamos llamados a repensar cómo es nuestra imagen de Dios. Puede suceder que seamos muy perfeccionistas o cumplidores, que juzguemos y condenemos a los demás y a nosotros mismos, que no estemos cómodos en la vida. El motivo estaría en pensar en un Dios lejano, justiciero y frío. Una especie de guardián controlador del universo, más que un Padre bueno y amoroso. En este caso sería un dios falso, una quimera nuestra que nada tiene que ver con la realidad. Esta imagen tampoco ayudaría a tener una buena personalidad. 

Dice Benedicto XVI: “Dios es amor y sólo cuando nos abrimos, completamente y con confianza total, a este amor y dejamos que sea la única guía de nuestra vida, todo queda transfigurado, encontramos la verdadera paz y la verdadera alegría y somos capaces de difundirlas a nuestro alrededor”. Saber que somos queridos de un modo incondicional y para siempre nos da seguridad; saber que el bien acaba imponiéndose nos tranquiliza. Creer en la justicia eterna nos estimula a ser justos y a hacer el bien

Se podría afirmar que somos un reflejo de lo que creemos. El Papa Francisco nos dice: “En este tiempo de Cuaresma, acoger y vivir la Verdad que se manifestó en Cristo significa ante todo dejarse alcanzar por la Palabra de Dios, que la Iglesia nos transmite de generación en generación… Esta Verdad es Cristo mismo que, asumiendo plenamente nuestra humanidad, se hizo Camino −exigente pero abierto a todos− que lleva a la plenitud de la Vida”. Revisemos cómo es el Dios en que creemos. 


Juan Luis Selma, en eldiadecordoba.es

2/20/21

Jesús en el desierto

 Domingo 1° semana de Cuaresma (Ciclo B)

Evangelio (Mc 1,12-15)

Enseguida el Espíritu lo impulsó hacia el desierto. Y estuvo en el desierto cuarenta días mientras era tentado por Satanás; estaba con los animales, y los ángeles le servían.

Después de haber sido apresado Juan, vino Jesús a Galilea predicando el Evangelio de Dios, y diciendo:

−El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está al llegar; convertíos y creed en el Evangelio.


Comentario

Hoy celebramos el primer domingo de Cuaresma y contemplamos al Señor conducido por impulso del Espíritu Santo hacia el desierto, para orar y ayunar allí durante 40 días. Marcos es muy lacónico en su relato sobre el tiempo que pasó Jesús en el desierto. No se refiere a los tres tipos de pruebas que sufre Jesús según los otros evangelistas; sencillamente dice que “estuvo en el desierto cuarenta días mientras era tentado por Satanás”.

Con una mirada superficial, cabría preguntarse por qué Jesús se pone en ocasión de ser probado. De hecho, el relato paralelo de Mateo afirma que Jesús “fue llevado al desierto por el Espíritu” precisamente “para ser tentado por el diablo” (Mt 4,1). Además, cualquier judío creyente de su época conocía la atribución bíblica del ámbito del desierto al demonio y a la prueba (cfr. Lv 16,10). Pero, aun así, Jesús acude allí.

Este episodio nos enseña que es Jesús, y no el demonio, quien toma la iniciativa en la lucha entre el bien y el mal. El Apocalipsis afirma también que son Miguel y sus ángeles quienes empiezan la lucha contra el demonio para vencerlo (Ap 12,7). Jesús se adelanta, con un tiempo de intensa oración y ayuno. Y en ese marco de esfuerzo y santidad de vida es al que el demonio se ve abocado a acudir; un marco adverso para él y no al revés.

La escena de hoy nos muestra que la condición de hijos de Dios revelada en el bautismo en el Jordán −“Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto” (Mc 1,11)−, lejos de hacernos retraídos ante el mal y el pecado, en actitud de huida y temor a la derrota, nos lleva precisamente a tomar la iniciativa en la lucha, con valentía y confianza en la gracia, porque somos hijos de Dios. No se trata de fiarse de las propias fuerzas o ponerse tontamente en lo que sabemos que para nosotros es ocasión de pecar. Se trata más bien de no ir a la defensiva en nuestro esfuerzo por comportarnos como hijos de Dios, a quienes el Padre mira con agrado, a pesar de todo, porque Él mismo ha enviado a su Hijo hecho hombre.

Con este sentido positivo y activo de la lucha han vivido siempre los santos, porque no se miraban a sí mismos, sino a Cristo, que luchó y venció por ellos. San Agustín expresaba esta verdad así: “Cristo era tentado por el diablo y en Cristo eras tentado tú, porque Cristo tomó tu carne y te dio su salvación, tomó tu mortalidad y te dio su vida, tomó de ti las injurias y te dio los honores, y toma ahora tu tentación para darte la victoria. Si fuimos tentados en Él, vencimos también al diablo en Él. ¿Te fijas en que Cristo es tentado y, sin embargo, no consideras su triunfo?”[1]. Por tanto, Jesús nos da ejemplo en este inicio de la Cuaresma y nos enseña a tomar la iniciativa en nuestra lucha cristiana llena de esperanza.

Y una forma evidente de adelantarse en la lucha consiste en dedicar un tiempo previsto para orar, a pesar de nuestra personal situación o condición; a pesar de las muchas razones que inventan la pereza, el pragmatismo o el temor, para dejar de lado esos ratos de meditación. Es lógico que cuando nos decidimos a seguir las huellas del Maestro aparezca en nuestra vida la prueba y la tentación. Pero esto no son señales de que vaya mal la lucha o nuestra oración sea infecunda, sino todo lo contrario. Los más probados suelen ser los santos porque, como decía santa Teresa de Jesús, “sabe el traidor que alma que tenga con perseverancia oración la tiene perdida”[2]. Por eso el demonio busca llenarnos de omisiones y falsas humildades para que dejemos de orar y perdamos la iniciativa en la lucha. Porque un clima de oración es siempre adverso para él.


Fuente: opusdei.org

Mensaje del Prelado del Opus Dei (20 febrero 2021)

 Mons. Fernando Ocáriz


Al inicio de la Cuaresma, Mons. Ocáriz nos invita a buscar la identificación con Cristo por la vía de la pobreza que sugiere el ayuno


Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!

Hemos comenzado la Cuaresma, preparación de la Semana Santa, que nos recuerda los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto. Con su ayuno y con la experiencia de las tentaciones, el Señor nos muestra que solo Dios basta. Las prácticas cuaresmales del ayuno, la limosna y la oración nos ayudan a introducirnos de nuevo en esa realidad.

A través del ayuno buscamos identificarnos con Cristo por la vía de la pobreza: como «experiencia de privación, para quienes lo viven con sencillez de corazón lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender nuestra realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su cumplimiento» (Francisco, mensaje para la Cuaresma 2021).

Como sabemos, la belleza de la virtud de la pobreza no está principalmente en la renuncia a los bienes creados, sino en renunciar al desorden que experimenta la persona cuando esos bienes no están integrados en el horizonte de Dios. La pobreza proclama y recuerda la bondad originaria de la creación y de las cosas materiales, mientras afirma el desapego de ellas como «una manifestación de que el corazón no se satisface con las cosas creadas, sino que aspira al Creador» (Conversaciones, n. 110).

Esta Cuaresma puede ser tiempo oportuno para ilusionarnos de nuevo con este desafío: examinar nuestro corazón para descubrir de qué manera las cosas materiales de las que disponemos contribuyen a llevar adelante la misión que Dios nos ha confiado. Podremos, entonces, desprendernos más fácilmente de las que no lo hacen y caminar ligeros como el Señor, que no tenía «dónde reclinar la cabeza» (Lc 9,58). Con la pobreza, aprenderemos a apreciar las cosas del mundo en cuanto vemos en ellas su valor como camino de unión con Él y de servicio a los demás, sabiendo renunciar con alegría a las que, hoy y ahora, no son parte de ese camino.

Con todo cariño os bendice

vuestro Padre

Fernando

Roma, 20 de febrero de 2021


Fuente: opusdei.org

2/19/21

Mi casa y los desperfectos

 Jesús Montiel



Me gustaría vivir con todo bien encarrilado siempre. Es un afán de línea recta que, puesto que la realidad viene con curvas, acaba siempre malográndose

Es increíble con qué facilidad se estropean las cosas. El inodoro, las manillas de las puertas, la pintura de una habitación. Hoy ha sido una de las baldas del armario empotrado: los tornillos de sujeción han cedido bajo el peso de los contenedores de ropa. ¿Será posible?, me he dicho furioso. Cada vez que arreglo algo y digo ya está, ahora está todo bajo control, una nueva cosa se rompe, como por arte de magia.

Digo que estoy furioso, aunque desde el principio sé que el auténtico problema no es que el armario se haya roto sino yo, mi resistencia ante los desperfectos. Porque me gustaría vivir con todo bien encarrilado siempre. Es un afán de línea recta que, puesto que la realidad viene con curvas, acaba siempre malográndose. Nada dura nuevo para siempre, todo cuanto me rodea está sujeto al deterioro. El verdadero descanso, entonces, no está en la falta de problemas, sino en la convivencia pacífica con esas pequeñas muertes que se me presentan a diario. La tolerancia con lo que escapa de mi control: el armario, la pintura, una lavadora. Si uno no está dispuesto a aceptar estas contrariedades, la existencia de lo roto, estará condenándose a vivir inquieto.

Muchas saludes quiebran por el empeño de amaestrar la realidad y someterla. Quiebran porque la realidad, ya digo, es desobediente, le gusta contradecirnos. Los que la obedecen, por el contrario, suelen ser personas más saludables. Menos neuróticas. Nadie interiormente sin la contrariedad. Quien no sufre se infantiliza. Queriendo no sufrir se sufre más, a la postre, porque se vive a la defensiva, como quien va a ser atacado. Sin calamidad no hay progreso. Nos estancamos. Y como el agua, terminamos oliendo a podrido.

Una balda rota, un inodoro atascado, el hijo que se cae y te obliga a ir a urgencias durante el rato sagrado de la cena. Si uno no está dispuesto a convivir con estos accidentes acabará consumido, porque estará luchando contra la realidad, alguien que siempre será más fuerte. Uno tendría que decir, para vivir de verdad: bienvenido seas, armario roto, te escucho. Te doy las gracias porque de otro modo no hubiera descubierto el dios que vive en mí desde hace tiempo, ese hombrecillo malhumorado que desea que todo vaya según sus planes.


Jesús Montiel, en eldebatedehoy.es