Juan Luis Selma
Es una pena que se haya diluido la palabra noviazgo. No me gusta lo de "esta es mi pareja"
Pienso que a todos nos gustaría tener a alguien a quien regalar este día de san Valentín. Es una buena ocasión para repasar cómo vamos de amores. A quién nos gustaría decirle lo mucho que le queremos y de un modo tan pensado y bonito que le sorprendamos. También nos podemos cuestionar cómo vamos de sensibilidad para captar los mensajes de amor y cariño que nos mandan. No basta con tener buenas explicaderas, hay que tener mejores entendederas, puede que seamos muy amados sin enterarnos.
Hoy nadie está excluido en esta fiesta. Los esposos pueden renovar su amor, los novios consolidarlo, los singles soñar en su media naranja, los viudos rememorar sus buenos momentos y mandar flores al cielo, los que piensan que lo han perdido intentar recuperarlo, los que hemos optado por el celibato recordar que es una elección de amor y no de soltería. Todos estamos hechos para el amor.
Pero quizás los protagonistas de hoy sean los novios. Es una pena que se haya diluido el sentido y la palabra noviazgo. No me gusta lo de “esta es mi pareja”. Me recuerda el póker y el refrán: afortunado en el juego, desgraciado en amores. Tampoco me hacen gracia las relaciones exprés: aquí te pillo, aquí nos acostamos. El amor requiere tiempo, espera, conocimiento. Es algo tan grande que no se puede trivializar. Equivocarse en el amor es jugarse la felicidad.
A Santa María encomendaba san Josemaría los amores de los jóvenes: “Quise regalar a la Universidad de Navarra una imagen de Santa María, Madre del Amor Hermoso: para que los chicos y las chicas, que frecuentan los cursos de aquellas Facultades, aprendieran de Ella la nobleza del amor, también del amor humano”. Y decía también: “El noviazgo debe ser una ocasión de ahondar en el afecto y en el conocimiento mutuo. Y, como toda escuela de amor, ha de estar inspirado no por el afán de posesión, sino por espíritu de entrega, de comprensión, de respeto, de delicadeza”.
En el Evangelio de hoy leemos: “Y vino hacia él un leproso que, rogándole de rodillas, le decía: Si quieres, puedes limpiarme. Y, compadecido, extendió la mano, le tocó y le dijo: Quiero, queda limpio”. La lepra destrozaba la carne del enfermo, y como se creía muy contagiosa, éste debía confinarse, se quedaba solo. Al que la padecía se le consideraba impuro. Hoy es una enfermedad dominada, en cambio la hipersexualidad es toda una pandemia. Quiero traer a colación la sexualidad este día, y no porque se confunda el amor con el “hacer el amor”, sino por la gran relación que tiene con el amor-desamor.
Pienso que la banalización de la sexualidad es un arma de destrucción masiva, precisamente porque el sexo afecta a lo más grande e íntimo de la persona, al amor. Confundirlo con un juego turba y desasosiega, a la vez que crea dependencia y aísla. En cambio, vivido como donación de amor, es fuente de gozo y de libertad, y puede dar vida. Así el impulso sexual da paso al encuentro con la persona amada, que tiene un nombre propio, un rostro querido.
Unos novios me decían que, cuando están lejos por motivos de estudios, todas las noches se hablan por teléfono y acaban rezando tres avemarías pidiendo que su relación sea limpia y pura. Esperan a ser esposos para darse el abrazo esponsal.
Dice el Papa Francisco en su precioso escrito sobre san José: “La castidad está en ser libres del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida. Sólo cuando un amor es casto es un verdadero amor. El amor que quiere poseer, al final, siempre se vuelve peligroso, aprisiona, sofoca, hace infeliz… La lógica del amor es siempre una lógica de libertad, y José fue capaz de amar de una manera extraordinariamente libre. Nunca se puso en el centro. Supo cómo descentrarse, para poner a María y a Jesús en el centro de su vida”.
Un modo muy bonito de ser libres es dar un paso en amabilidad, en hacernos querer: facilitar que nos amen retrayendo las púas. Pensar si nuestro rostro, modales, palabras y actitudes son amables, dignos de amor.
¡Qué buen regalo de san Valentín sería! Mucho más valioso que unas fragantes rosas, que una buena joya o perfume. Y, si vemos que se ha endurecido el corazón, es un buen momento para pedir un milagro y con el leproso decir: “Si quieres, puedes limpiarme”. Hoy puede ser nuestro día.
Juan Luis Selma, en eldiadecordoba.es