Rafael María de Balbín
Como está presente en el corazón de todos los hombres, es universal, a todos se extiende, y determina los principales deberes y derechos humanos
No es raro hoy en día, cuando se trata de problemas morales, que se destaque la importancia de la conciencia individual y de las libres decisiones personales. Ya que la moral se refiere a la conducta del hombre-persona y concretamente a sus acciones deliberadas y libres. Todo esto es verdadero y muy importante.
Pero lo antes dicho no nos debe llevar a contraponer artificialmente la libertad humana y la ley moral. Esta contraposición sólo se produciría si el hombre pretendiera constituirse en legislador moral y, en cierta manera, en autosalvador. Sin embargo, como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1949): “El hombre, llamado a la bienaventuranza, pero herido por el pecado, necesita la salvación de Dios. La ayuda divina le viene en Cristo por la ley que lo dirige y en la gracia que lo sostiene”.
¿Qué sentido tiene esta ley de Dios?: “La ley moral es obra de la Sabiduría divina. Se la puede definir, en el sentido bíblico, como una instrucción paternal, una pedagogía de Dios. Prescribe al hombre los caminos, las reglas de conducta que llevan a la bienaventuranza prometida; proscribe los caminos del mal que apartan de Dios y de su amor. Es a la vez firme en sus preceptos y amable en sus promesas” (Ibidem, n. 1950).
La ley, según la clásica definición de Santo Tomás de Aquino (Suma Teológica I-II, q. 90, a. 1) es una ordenación racional que el legislador promulga en orden al bien común. Dios creador, con sabiduría y bondad ha establecido para todas las creaturas un orden o regla, un plan que llamamos la ley eterna. El hombre participa de esta ley, conociéndola y dirigiendo libremente sus acciones según los requerimientos de ella. La ley moral, que todos los hombres conocen, mediante las luces de su razón, es la que llamamos ley natural, que “expresa el sentido moral original que permite al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira” (Catecismo..., n. 1954).
El Catecismo de la Iglesia Católica se detiene en mostrar las características de esta ley moral natural, que es una guía que Dios proporciona a todos y a cada uno de los hombres. “La ley divina y natural (cf Conc. Vaticano II. Const. Gaudium et spes, n. 89) muestra al hombre el camino que debe seguir para practicar el bien y alcanzar su fin. La ley natural contiene los preceptos primeros y esenciales que rigen la vida moral. Tiene por raíz la aspiración y la sumisión a Dios, fuente y juez de todo bien, así como el sentido del prójimo en cuanto igual a sí mismo. Está expuesta, en sus principales preceptos, en el Decálogo. Esta ley se llama natural no por referencia a la naturaleza de los seres irracionales, sino porque la razón que la proclama pertenece propiamente a la naturaleza humana” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1955).
Como está presente en el corazón de todos los hombres, es universal, a todos se extiende, y determina los principales deberes y derechos humanos. Recoge unos principios morales comunes, aplicables a través de todas las épocas y culturas. Ello se debe a la igualdad esencial entre todos los hombres, en los que la dignidad humana es la misma aunque varíen las modalidades accidentales. “La aplicación de la ley natural varía mucho; puede exigir una reflexión adaptada a la multiplicidad de las condiciones de vida, según los lugares, las épocas y las circunstancias. Sin embargo, en la diversidad de culturas, la ley natural permanece como una norma que une entre sí a los hombres y les impone, por encima de las diferencias inevitables, principios comunes” (Catecismo..., n. 1957).
Es también inmutable, y no queda abolida por el paso del tiempo, al igual que los elementos esenciales de la naturaleza humana. Ciertamente el hombre tiene un ser histórico, inmerso en un flujo de ideas y situaciones cambiantes. Pero incluso cuando se niega alguna de las prescripciones de la ley natural, ésta vuelve a clamar por sus fueros, pues está radicada hondamente en nuestro modo específico de ser. Constituye el basamento moral necesario para las leyes de origen humano y para las rectas costumbres sociales.
Dios, supremo legislador, ha querido que los preceptos de la ley natural sean conocidos por todos, de manera clara e indudable. Pero para eso necesitamos ayuda. “En la situación actual, la gracia y la revelación son necesarias al hombre pecador para que las verdades religiosas y morales puedan ser conocidas de todos y sin dificultad, con una firme certeza y sin mezcla de error (Pío XII. Enc. Humani generis, D.S. 3876). La ley natural proporciona a la Ley revelada y a la gracia un cimiento preparado por Dios y armonizado con la obra del Espíritu” (Catecismo..., n. 1960).
Rafael María de Balbín en almudi.org