2/09/21

Rituales

Carlos Marín-Blázquez


Los rituales van camino de desprenderse de su carácter sacro para acabar siendo reemplazados por una retahíla de conmemoraciones muy ostentosamente coloreadas de laicismo cívico.

Nuestra condición se revela en el reconocimiento de sus límites. En un primer momento, la asunción de esa evidencia nos aboca al desamparo. Nos sentimos abrumados al enfrentarnos a la certeza de una dimensión indescifrable. Lo que somos, aquello que infunde sentido a la íntima singularidad en que nos reconocemos, se configura como una fuerza que elude todos los cálculos; atisbos de una potencia que nos supera. «La mística –advierte Wittgenstein– no es cómo es el mundo, sino el hecho de que el mundo es». Que el mundo sea y que poseamos conciencia plena de estar en el mundo constituye, pues, la raíz de nuestro sobrecogimiento. Para mitigarlo, el hombre recurre a los rituales. Es de ese modo como la intimidación ante la desmesura del enigma que nos interpela se transmuta en asombro y devoción. Ambos sentimientos son las derivadas naturales tanto del principio de estabilidad que el ritual introduce en el seno de una realidad cambiante y poliédrica, como de los hábitos de silencio, quietud y profunda atención que su práctica comporta.

Sin rituales, el hombre se condena a regresar a la intemperie. «Donde no se celebran rituales como dispositivos protectores –escribe Byung-Chul Han en su último ensayo, La desaparición de los rituales– la vida está totalmente desprotegida». Así es, ciertamente. Pero para que el hombre se sienta inducido a perseverar en el cultivo de aquellas fórmulas en las que le es dado encontrar reconocimiento y cobijo, resulta indispensable que su mirada se oriente hacia el misterio. A través del ritual, la experiencia del misterio genera un clima hospitalario. La angustia ante el recuerdo de nuestra condición vulnerable y efímera queda atemperada, incluso llega a disiparse en ocasiones, a través de nuestra participación en determinados ceremoniales que, invitándonos a salir del aislamiento y la obsesiva preocupación por el yo que caracterizan la existencia moderna, no solo abren expectativas inéditas de fraternidad hacia quienes comparten una inquietud análoga, sino que sugieren una vía de acceso común hacia algo que, en lo más hondo de nuestro ser, sabemos que nos trasciende.

Fuente: eldebatedehoy.es