ENRIQUE Gª-MÁIQUEZ
Poca recompensa parece una ínsula para Sancho Panza, aunque fuese de verdad
Llevo tiempo pensando que los españoles disfrutamos poco con las victorias y éxitos de don Quijote; y así nos va. Éxitos tuvo a puñados en sus aventuras. ¿O acaso no iba él en extremo contento, ufano y vanaglorioso tras haber alcanzado victoria de tan valiente caballero como era el de los Espejos? También zurró al vizcaíno, con perdón del PNV. Y con los leoncitos, ¿qué, eh? A ver si Hamlet se hubiese decidido así como así. ¿O cómo hubiesen terminado las bodas de Camacho, ay, si no llega él a blandir su lanza y a reinstaurar con la sola acción de su brazo los derechos del amor, los del matrimonio indisoluble y los del sentido común? Con un don Quijote campando por Verona, Romeo y Julieta se hubiesen casado para bien, y habrían fundido las sangres de los Capuleto y los Montesco en siete u ocho preciosos zagales que habrían hecho las delicias de sus abuelos. Nos iría mejor como españoles si no nos fijásemos sólo en las pedradas y en los dientes rotos de nuestro hidalgo.
Lo comento apasionadamente con mi hija, que me apoya. Ella (¡oh el peso de la genética!) llama a Sancho Panza "don Sancho de la Panza". Naturalmente no la pienso corregir. Me parece que la niña culmina el contagio que dejó apuntado Miguel de Cervantes con mano diestra. Sancho se ha ganado el tratamiento a pulso.
Porque pocas cosas hay tan nobles como servir. Para mí que de la escuela de mi hija fueron Dickens, cuando le puso Sam al criado de Pickwick, y Tolkien, que también puso Sam al sirviente de Frodo en El señor de los anillos. La sombra de Sancho en sendos Sam asoma de sobra en el sonido, el humor y la dignidad. La de don Sancho de la Panza, quiero decir.
O la de San Sancho Panza, si lo nombramos patrón de los servidores literarios. Son tan importantes que de ellos escribió un ensayo memorable W. H. Auden y unas luminosas memorias narrativas la baronesa Blixen, tituladas Sombras en la hierba. Quizá la grandeza de Sancho y su santidad estriban en que fue el primer español y el único que supo fijarse más en las victorias de don Quijote que en sus fracasos. "No hay hombre grande para su ayuda de cámara", dijo Napoleón, el pobre, pero es mucho más hermosa la admiración invencible de don Sancho Panza por su señor. Mi hija, en eso también le sigue y me ve estupendo, ¡a mí!, a pesar de los chocazos que me doy y de lo cerca que me tiene. Así, ¿quién no va ir por la vida contento, ufano y vanaglorioso?
Enrique Gª Maíquez en https://www.diariodecadiz.es/