El Papa en la Audiencia General
Catequesis 24.
Queridos hermanos y hermanas:
Reflexionamos hoy sobre la oración en la vida cotidiana. El que reza es como un enamorado: lleva siempre en el corazón a la persona amada, vaya donde vaya. Por eso, podemos rezar en cualquier momento, en los acontecimientos de cada día: en la calle, en la oficina, en el tren; con palabras o en el silencio de nuestro corazón. Incluso un pensamiento aparentemente “profano” puede estar impregnado de oración. El Espíritu del Señor siempre se nos ofrece para que brote el diálogo con Él.
La oración nos va transformando: calma la ira, mantiene el amor, multiplica la alegría, infunde la fuerza de perdonar. En la oración se nos concede la gracia para afrontar cada día con esperanza y valentía, como llamadas de Dios y ocasiones para encontrarnos con Él. Además, la oración nos ayuda a amar a los demás, conscientes de que todos somos pecadores y, al mismo tiempo, amados personalmente por el Señor. Somos seres frágiles, pero sabemos rezar: esta es nuestra mayor dignidad.
Por tanto, recemos por todo y por todos: por nuestros seres queridos, y también por las personas que no conocemos, incluso por nuestros enemigos. Recemos especialmente por los que más sufren a causa del dolor y la enfermedad, de la soledad y la precariedad. Rezando y amando así este mundo, amándolo con compasión y ternura, como Jesús, descubriremos que cada día lleva escondido en sí un fragmento del misterio de Dios.
Saludos:
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Mañana celebramos la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, patrona de los enfermos. Pidamos por su intercesión que el Señor conceda la salud del alma y cuerpo a todos los que sufren a causa de alguna enfermedad y de la actual pandemia, y fortalezca a quienes los asisten y los acompañan en este tiempo de prueba que atraviesan en sus vidas. Que Dios los bendiga a todos.