Ramiro Pellitero Iglesias
El modo más justo de tratar a una persona es el amor (san Juan Pablo II)
¿Vale todo?. No se trata de que para conseguir un fin haya que emplear medios, sino de ¿Qué medios se pueden emplear?. Pues solo si se discute esto se podrá hablar de “justificar”. ¿Pero qué es la justicia?
Convicciones y responsabilidad
Dice Spaemann que la justicia implica “reconocer que todo hombre merece respeto por sí mismo”. Actuar justamente requiere además querer lo bueno para el otro. Según Max Weber esto exigiría una ética de responsabilidad y no de convicciones. Ojo, advierte Spaemann, pues hay que tener cuidado con el utilitarismo.
Entonces ¿en qué consiste nuestra responsabilidad?
Justicia y benevolencia
Para actuar con justicia no basta la justicia en el sentido que normalmente la entendemos, es decir, la que administra un tribunal. Si un gobierno prohibiera a todos oler las rosas, eso no sería injusto, pero sería estúpido.
Spaemann pone otro ejemplo: la historia del juicio de Salomón, donde una mujer renuncia a la “justicia” de un tribunal por el bien de su hijo. Por eso es inmoral preferir aniquilar los bienes cuya participación es imposible antes de darlos a uno cualquiera (una madre que tira el helado ante dos niños que discuten, un profesor que suspende a toda la clase por no saber quién ha copiado).
Esto lo que demuestra es que “hacer justicia al hombre y a la realidad va más allá de la justicia”.
¿Cómo concretar esto? ¿Qué más se exige?
Nuestro autor responde, dos cosas: conocimiento y amor. Saber qué es el hombre y qué le hace bien (quien alimenta a su hijo a base de bombones o de televisión, puede que le ame, pero hace lo mismo que quien le quisiera hacer daño).
No basta querer un bien para otro, hay que conocer. Tampoco basta conocer, hay que querer el bien para el otro.
Por amor no se entiende aquí simplemente la simpatía sino todo lo que entraña la la benevolencia, principalmente querer para el otro lo que es bueno para él. Y esto se debe también a los animales y al resto de la naturaleza.
Ahora bien, se plantea la pregunta ¿Qué exige la benevolencia en la práctica, de modo que nuestros actos sean buenos? ¿Cómo concretar ese “conocer y amar” y en qué medida se requieren?
Robert Spaemann (Berlín, 5 de mayo de 1927-Stuttgart, 10 de diciembre de 2018)1 fue un filósofo católico alemán. Sus libros han sido traducidos a alrededor de quince idiomas. (WP)
Ética de convicción y ética de responsabilidad
Max Weber respondió a esas preguntas planteando una contraposición entre lo que llamó ética de convicción y ética de responsabilidad. Considera que son dos posiciones irreconciliables con argumentos.
Ética de responsabilidad
Alguien la tiene, si tiene en cuenta el conjunto de las previsibles consecuencias. Y actúa buscando las consecuencias que le parecen mejores; y esto, aunque tenga que realizar algo que, aisladamente, se consideraría malo.
Por ejemplo, actúa bien el médico que no dice la verdad a un paciente previendo que no la soportará, o el político que se ofrece a dirigir la guerra porque tiene como finalidad reducir las posibilidades de guerra.
Ética de convicción
Alguien, en cambio, actúa según la ética de convicción cuando sigue sus ideas o convicciones, al margen de las consecuencias.
Por ejemplo, el pacifista que no está dispuesto a matar en absoluto, aunque su posición puede aumentar el peligro de guerra, argumentando que si todos fueran pacifistas no habría guerra, y que si la actitud pacifista no se extiende, no es culpa suya.
La alternativa
Dando un paso más, Weber dice que la “ética de responsabilidad” es la propia de los políticos y la “ética de convicción” es la propia de los santos. Desconociendo, como bien dice Spaemann, que aunque raramente, ha habido políticos que fueron a la vez santos, y con éxitos políticos.
Posteriormente estas dos posiciones se han adjudicado respectivamente a una:
Moral deontológica: La que valora las acciones según las convicciones y no tiene en cuenta las consecuencias.
Moral teleológica: de telos=finalidad. Que valora las aciones según las consecuencias que se preven en el conjunto. También llamada utilitarista o consecuencialista.
A todo esto conviene decir que la deontología que se estudia en muchas universidades, como complemento de otras asignaturas de «ciencias» o «letras«. No entra necesariamente en la categoría de una ética de convicción en el sentido de Max Weber (es decir, en una ética que no tiene en cuenta las consecuencias); más bien procura tenerlas en cuenta en la medida adecuada.
Spaemann mostrará que la alternativa entre ética de convicción y ética de responsabilidad, lo mismo que la alternativa entre deontología y utilitarismo, como tal alternativa, contribuye más bien a oscurecer las cosas, y se queda en principios abstractos.
La observación y la experiencia
Nos dicen que valorar los actos humanos despreciando las consecuencias o solamente por sus consecuencias (y “todas” ellas), conduce a meras abstracciones y no ayuda a distinguir lo bueno de lo malo.
En realidad, no hay ética. Tampoco una ética que se fundamente en convicciones. Que pueda prescindir totalmente de las consecuencias o los efectos de los actos. Así el que tiene la convicción de que mentir es malo, no es que desprecie las consecuencias sino que considera una de ellas, la primera y fundamental: el engañar a otro. Sin esta primera consecuencia, no habría mentira (por eso no es lo mismo un cuento que una mentira).
Lo que es decisivo es de qué consecuencias se trata y hasta qué consecuencias se extiende la responsabilidad. El médico amputa una pierna o extirpa un riñón para lograr la consecuencia de salvar esa vida. Su finalidad justifica los medios que se decide a emplear, y esto es responsabilidad. Pero si el paciente es un criminal y es previsible que en el futuro siga matando gente, ¿debe el médico recetarle un veneno en nombre de una ética de la responsabilidad? En este caso ¿el fin justifica los medios? (de modo similar han actuado algunos psiquiatras al servicio de poderes políticos o militares, para deshacerse de los disidentes).
Así, la responsabilidad médica no consiste en actuar previendo “todas” las consecuencias, sino buscar lo mejor para la salud del paciente. Por eso tampoco actuaría bien un médico que, en un experimento con fines científicos, privase a algunos pacientes de medicamentos que sabe que los salvarían. El motivo es que las posibles mejoras científicas no constituyen un bien superior a la vida del paciente. Un caso distinto sería el de escasez de medios (pediría los criterios de la justicia distributiva).
En definitiva, no es cierto que lo ético o lo bueno sea simplemente “lo más útil”.
El fin no siempre justifica los medios,no se puede tirar una bomba atómica sobre una ciudad para detener la guerra, argumentando que así se evitarán muchos millones de víctimas.
Maximilian Karl Emil Weber (21 de abril de 1864-Múnich, 14 de junio de 1920) fue un sociólogo, economista, jurista, historiador y politólogo alemán, considerado uno de los fundadores del estudio moderno de la sociología y la administración pública, con un marcado sentido antipositivista. (WP)
Crítica del utilitarismo
Spaemann emplea tres argumentos para criticar el utilitarismo:
1- El carácter imprevisible de las consecuencias a largo plazo.
Si tuviéramos que prever todas las consecuencias de nuestros actos, nunca actuaríamos porque no terminaríamos de calcular las consecuencias, en caso deque ello fuera posible.
Muchas veces un bien tiene consecuencias malas, y no es posible esperar a actuar hasta demostrar que no se van a producir. O al revés, a veces un bien surge como consecuencia de un mal. Como por ejemplo, según el cristianismo, la salvación de la humanidad fue posible por la traición de Judas. Pero si se invoca este principio, bastaría que cualquier criminal invocara una consecuencia buena para quedar justificado.
Es imposible, excepto que uno sea Dios, prever todas las consecuencias de nuestros actos.
Por aquí descubre Spaemann que “una ética radical de responsabilidad en el sentido de Max Weber no es en realidad otra cosa que la ética radical de la convicción”. Pues según ésta, para absolver a un criminal habría que comprender sus intenciones y el modo en que él ve la marcha de las cosas y de la historia. Con lo que nos encontramos ante una ética radical de responsabilidad.
En realidad, lo que sucede es que no podemos prever todas las consecuencias de nuestros actos, y que, por tanto, la moralidad de los actos no puede depender de ese juicio.
2- El utilitarismo entrega el juicio moral del hombre.
En manos de la inteligencia técnica de los expertos. Porque se supone que solo los expertos pueden juzgar acerca de hasta qué punto una acción es útil para la humanidad.
Spaemann pone dos ejemplos.
Evoca cuando a los jóvenes nazis se les hizo creer que la existencia de los judíos era dañina para la humanidad, y así se les convenció para que mataran a los niños judíos. Lo que se tapó fue la sencilla verdad de que no se pueden matar niños inocentes. Esto puede suceder cuando se pone la conciencia, que es propia de cada persona, bajo tutela de ideólogos y tecnócratas.
Relata un experimento en la radio bávara. En nombre de la ciencia, unos voluntarios debían enviar descargas eléctricas a una persona que estaba encerrada en una habitación (cosa que en realidad no sucedía). Supuestamente, la intensidad de las descargas era creciente; cuando se acercó a límites peligrosos o letales, en medio de los gritos de aquella persona, algunos voluntarios siguieron adelante torturándola, convencidos de que actuaban por el bien de la ciencia.
No es buena una ética que propone como principio dejar la propia conciencia en manos de los expertos. Cada uno debe juzgar según su conciencia y en la medida de su responsabilidad que no es absoluta sino determinada o concreta. Yo no tengo responsabilidad sobre todas las cosas que pueden pasar hasta el fin del mundo, pero sí la tengo respecto a lo que depende de mí.
De aquí se deduce que orientar nuestros actos según “el conjunto” de sus consecuencias los entrega a cualquier experiencia y manipulación.
Por ello, el utilitarismo es contradictorio, porque persigue el mundo mejor posible, pero lo que sucede realmente es que con frecuencia se estropea el mundo o se daña a las personas.
3- El utilitarista puede ser engañado fácilmente
No solo por los expertos sino también por los criminales. Es cierto que se deben sopesar las consecuencias, en unas actividades más que en otras.
El político debe tener en cuenta, más que el médico, las consecuencias a largo plazo, pero esto tiene sus límites éticos. Así, si el terrorista exige la muerte del presidente del país con la amenaza de poner una bomba poderosa en medio de la ciudad, el vicepresidente utilitarista tenderá a ceder pensando erróneamente que el fin justifica los medios.
Si el chantajista sabe que no se va a ceder, no intentará el chantaje. Mientras que si supone que se va a ceder, lo hará una y otra vez, produciéndose a largo plazo la muerte de más personas, que era lo que el vicepresidente utilitarista quería evitar. Así se ve que el utilitarismo es contraproducente.
La responsabilidad personal nos lleva a no permitir la manipulación o el chantaje.
Conclusiones
Nuestra responsabilidad moral es concreta y determinada
No debemos responder de “todas” las consecuencias de un acto u omisión. Si pensamos de otra manera o aceptamos lo contrario, podemos ser manipulados o engañados.
No cabe defender una ética radical de la responsabilidad o un utilitarismo radical.
La omisión culpable es la omisión de algo que yo tenía que haber hecho
Soy responsable de haber impedido un robo si soy el policía que tenía que haber estado allí y no estuve.
Pero, atención, no soy responsable de todo, de todas las cosas que no he hecho.
El campo de nuestros deberes es acotado
Distinto para un médico, que debe cuidar de la salud de su paciente, que para un político, que tiene que cuidar del bien de su país.
Es cierto que a veces una persona puede acumular distintas responsabilidades incluso hacia otra. Por ejemplo un profesor que sea a la vez padre de un niño.
Ante la pregunta ¿existe una responsabilidad propia de todo hombre?
Kant responde que sí, y consiste en que nunca podemos usar a los demás como puros medios.
Juan Pablo II perfeccionando este criterio añadió: el modo más justo de tratar a una persona es el amor.
Kant quería decir: puedo pedir los servicios de otros, como también ellos de mí. Pero esto tiene sus límites como por ejemplo sucede con la esclavitud, la tortura, la muerte de un inocente o el abuso sexual. Pues estos actos violan la dignidad de las personas.
Con otras palabras, toda persona es un fin en sí misma, y no se puede “usar” para conseguir otros fines.
Hay una asimetría entre los comportamientos buenos y malos.
La experiencia humana y de la historia muestra la verdad del principio ético de que no hay actos que sean siempre buenos. Pues esto depende de las circunstancias. Excepto la omisión de un acto malo.
En cambio, hay actos que son siempre y en todas partes malos, porque niegan a la persona en sí misma, como los ya nombrados; en ellos no hay responsabilidad acerca de las consecuencias. Quien se niega a fusilar a un judío, no tiene responsabilidad en que su jefe a continuación fusile a otras personas o a uno mismo; uno puede morir, y morirá finalmente, pero no puede matar a un inocente.
La omisión de estos actos, ilícitos o inmorales por sí mismos. Comporta una responsabilidad equivalente a aquello que no podemos realizar físicamente, como ya decía la ley romana: lo que va contra los dioses o contra el respeto al hombre, es decir contra las buenas costumbres, debe ser considerado como imposible.
Realizar omisión de un acto malo es siempre un acto bueno, como se ha dicho. Ahora bien, además de omitir ese mal,cosa que en sí ya es un bien. No significa que no puedan o deban hacerse más actos buenos, a continuación, para evitar ese mal.
Si veo que a una persona la están maltratando, en primer lugar debo abstenerme de hacer lo mismo, y abstenerme es ya un acto bueno; pero además quizá pueda o deba hacer otras cosas, para detener o disminuir las consecuencias de esa acción de otros.
Fuente: carfundacion.org/