Juan Luis Selma
Con frecuencia dependemos demasiado del entorno, de lo que dicen los demás, de sensaciones
A hazaña de Rafa Nadal en el Open de Australia ha asombrado al mundo y a los españoles nos ha llenado de alegría. ¡Vuelve la era de los conquistadores! Algunos comentaristas deportivos dicen que el secreto de la victoria fue que el mallorquín se transcendió a sí mismo para convertirse en otro: “Nadal salió a jugar otro partido nuevo a partir del tercer set y lo logró”.
Podemos tenerlo todo en contra. Los que nos rodean, el mundo entero puede gritar que es imposible, que hay que ser realista, que lo mejor es rendirse. Pero no olvidemos que este es el enemigo: el conformismo, el desánimo. Para cambiar el mundo debemos empezar por nosotros mismos y no olvidar nuestra grandeza y potencialidad. Nuestra fuerza no es solo física, muscular. La cabeza puede mover a un cuerpo cansado, lesionado como acabamos de ver en Nadal. La razón, la voluntad, las convicciones tienen una gran energía. Como dice la canción: “Saber que se puede/ querer que se pueda”, la voluntad es muy importante. Además, está el espíritu, la gracia, la fuerza del Creador en nosotros: somos hijos de Dios.
Nos asombraremos de lo que somos capaces de hacer cuando contamos con Dios. Hoy leemos el milagro de la pesca milagrosa. Pedro, a instancias de Jesús, lanza las redes sin esperanza alguna: lo han intentado durante la noche sin ningún éxito; ya no es hora de pescar. Pero las redes se llenan y “al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: –Apártate de mí, Señor, que soy un pecador. Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón”.
Con facilidad renunciamos a metas que pensamos irrealizables. Nos rendimos rápidamente. Quizás la educación y los ejemplos que recibimos nos empequeñecen. La prisa, lo inmediato, lo fácil y placentero impiden nuestro crecimiento personal. También ayuda a esto el olvido de la trascendencia, ya no nos sabemos hijos de Dios, la fe o no se tiene o es un poco folclórica, en todo caso, no la vivimos, no influye en el día a día. Al no conocernos en profundidad, al no contar con la gracia de Dios, renunciamos a muchos logros. Nos sucede como en la fábula de la zorra y las uvas, al ver que cuesta alcanzarlas decimos que están verdes, no superamos los obstáculos.
Esto se manifiesta en la familia, no nos comprometemos para siempre, da miedo tener hijos, dejamos, en caso de tenerlos, su educación en mano de otros. También renunciamos a influir en la sociedad, no nos implicamos, dejamos que sean los políticos quienes lleven la batuta. Algo semejante ocurre entre los católicos, todo lo confiamos al clero sin pensar que somos Iglesia todos, que debemos ser luz en los diversos ambientes.
Con frecuencia dependemos demasiado del entorno, de lo que dicen los demás, de las sensaciones. Caemos en una especie de fatalismo: el destino, los astros… Incluso hacemos depender nuestra felicidad de los otros: el cónyuge, el jefe, los hijos, los políticos. Tenemos todas las condiciones para ser libres, para dirigir nuestra vida, para surcar los mares encrespados. “Donde hay peligro, florece también lo que salva” dice Hölderlin. Si tenemos fe en Dios y en nosotros –que es fe en el Creador–, si vivimos con la grandeza propia de la criatura humana nos asombraremos de las proezas que haremos, de la capacidad de superación que tenemos. Lo de Nadal se quedará corto.
Hay que matar al cenizo que todos llevamos dentro, hacer oídos sordos al desánimo, a la falsa prudencia, a la comodidad, a la visión chata de la vida en la que falta la trascendencia, el olvido de Dios. Prefiero fiarme antes de Jesús que, de mí mismo, o de tantas voces “realistas”. Como Pedro, me fio de Jesús y lanzo las redes. Él las llenará.
Tampoco mis debilidades y fracasos, mis malas experiencias pueden marcar mi vida. Son ocasiones de hacernos humildes, de pedir perdón y rectificar. No me pueden cortar las alas. La debilidad nos puede hacer más prudentes, pero no timoratos. Los fracasos son fuente de experiencia, sabemos que no debemos ir por ese camino, debemos pedir consejo y dejarnos ayudar. Ahora empiezo de nuevo. Recomienzo con más experiencia, con humildad.
En los estudios, en el mundo laboral, en la familia, como en el deporte no hay que tirar la toalla. El mito del ave Fénix nos puede ayudar a renacer, a reinventarnos a nosotros mismos, a descubrir el poder de las lágrimas, a no rendirnos. Somos fuertes, todos tenemos pasta de héroes. Podemos ganar muchas copas, ser los mejores. Nos ayudará a esto no olvidar nuestra grandeza: somos hijos de Dios. Dios es el único que tiene la fuerza de sacar del mal bienes. Podemos.
Fuente: eldiadecordoba.es/