El jovencito habitante de un asteroide abandona su hogar; la rosa que brota en su planetoide lo embriaga con su hermosura y fragancia, pero lo hastía con su carácter y sus espinas
Dentro de un mes, a finales de julio, se cumplen 80 años de la muerte de Antoine de Saint-Exupéry, aviador y escritor. O, mejor dicho, se cumplen 80 años de su desaparición en el Mediterráneo, a bordo de un aeroplano bimotor. La efeméride marca la liberación de derechos de su obra, entre la cual destaca, sin lugar a duda, El principito, publicada inicialmente en Nueva York en 1943, tanto en lengua francesa como en su traducción al inglés. A lo largo de estas ocho décadas, el librito ha contado con una enorme acogida, y se ha consolidado como una de las ficciones más reconocibles en el mundo. Aunque muchas personas no se hayan leído el libro completo, pocas ignoran los aspectos fundamentales del relato. Asimismo, cabe afirmar que la vinculación entre el cuento de Saint-Exupéry y los dibujos de que se acompaña ─salidos de la mano del propio autor─ supone un fenómeno elocuente acerca del contexto social y cultural dentro del cual se ha convertido en un clásico moderno. El lector medio está familiarizado con la concatenación de los párrafos iniciales sobre la boa que devora un elefante y los dos dibujos de que se acompañan. En el primero, el pretendido adulto observará un sombrero.
La historia que aparece en este libro se divide en dos partes. Por un lado, el narrador que, tomando como punto de partida su propia infancia y los dibujos de boas y elefantes, sufre un accidente en pleno desierto. Es un aviador que se encuentra solo y ha de reparar su aparato. De repente, escucha una voz que le pide un dibujo. Se trata del auténtico protagonista que da nombre a esta fábula. Al cabo de poco tiempo, se da cuenta de que ese singular personaje es como él era en su infancia: ve el dibujo de la boa y no lo confunde con un sombrero. Pero le pide el dibujo de un cordero. Sin embargo, los intentos del aviador resultan infructuosos: uno, según el Principito, está enfermo, otro es demasiado viejo… De modo que opta por dibujarle una caja y decirle que dentro está su cordero. Para evitar problemas, la caja cuenta con unos agujeros que permiten la respiración del animal. El Principito queda encantado. A partir de aquí, la segunda y más extensa parte del relato: la historia del Principito.
Durante una veintena de episodios, el narrador cuenta, primero, de dónde procede el Principito ─el Asteroide B-612, con sus tres volcanes─, y luego su viaje hasta la Tierra. Ha calado en la cultura popular la tipología de personajes con que se va topando el pequeño protagonista desde su minúsculo planeta hasta el momento en que conoce al aviador. Está el borrador, el farolero, el rey, el hombre de negocios… Incluso el esquivo zorro, que le pide paciencia para poder llegar a ser amigos y que, al hablar con él, aporta varias de las frases más efectistas que, como aforismos, encandilan a muchos lectores: «Sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos», por ejemplo. Tipologías de clara carga alegórica y adaptada a los modelos sociales del siglo XX. En este sentido, es un cuento con toda la factura de los cuentos tradicionales, con todo el impacto de la vida urbana, masificada e industrial de nuestra época, y de la nostalgia que conlleva. Sin embargo, hay una cuestión que merece la pena reconsiderar: la rosa que brota en su planetoide y que lo embriaga con su hermosura y fragancia, pero lo hastía con su carácter y sus espinas. Por ella, el Principito decide alejarse de su hogar. «Yo era demasiado joven para saber amarla», le confiesa al aviador.
Fuente: eldebate.com