P. Enrique Cases
Jesús es el Buen Pastor Esta es la gran meta de la humanidad: estar unidos entre sí y con Dios formando un sólo pueblo.
Si
los guías son ciegos, es fácil que muchos guiados caminen en las
tinieblas y se extravíen por senderos desorientados. Lo que acaba de
suceder este sábado ha podido abrir los ojos de muchos que ahora saben
quienes son los guías de Israel en aquellos momentos. Y la reacción de
Jesús será la exposición de la hermosísima alegoría del Buen Pastor.
Israel es un pueblo nacido de pastores; esto fueron los patriarcas, y,
tras la liberación de Egipto, fueron un pueblo pastoril seminómada. Al
establecerse en la tierra prometida esta labor no cesa, y son numerosos
los rebaños, especialmente de ovejas, en todos los lugares, alternando
con el cultivo de la tierra. Por eso el recurso al buen y mal pastor es
un recurso frecuente en los profetas y en los salmos. Dios enviará
pastores, Él mismo es el Pastor de Israel. "El Señor es mi pastor nada me falta en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas". De ahí la fácil inteligencia con que Jesús se reconoce a sí mismo como el Buen Pastor y puerta del redil.
"En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta del
redil de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es un ladrón y
un salteador. Pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A
éste le abre el portero y las ovejas atienden a su voz, llama a sus
propias ovejas por su nombre y las saca fuera. Cuando ha sacado fuera
todas sus ovejas, camina delante de ellas y las ovejas le siguen porque
conocen su voz. Pero a un extraño no le seguirán, sino que huirán de él
porque no conocen la voz de los extraños. Jesús les propuso esta
comparación, pero ellos no entendieron qué era lo que les decía"(Jn).
"Entonces dijo de nuevo Jesús: En verdad, en verdad os digo: Yo soy
la puerta de las ovejas. Todos cuantos han venido antes que yo son
ladrones y salteadores, pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la
puerta; si alguno entra a través de mí, se salvará; y entrará y saldrá y
encontrará pastos. El ladrón no viene sino para robar, matar y
destruir. Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia"(Jn).
Ponerse como puerta es un símbolo de lo que valen sus enseñanzas y
ejemplos. El que las sigue encuentra vida abundante, pero existen
puertas falsas, existen ladrones, como ya había enseñado en otra de sus
imágenes plásticas, la de la puerta angosta.
La alegoría llega a su punto culminante cuando dice de modo solemne y sencillo: "Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas".
Sólo Dios es el pastor supremo del pueblo. El cuidado de sus fieles no
se reduce a guiar, hablar y enseñar, sino que llega a dar la propia
vida. El pastor ama a las ovejas con amor total. En cambio "el
asalariado, el que no es pastor dueño de las ovejas, ve venir el lobo,
abandona las ovejas y huye -y el lobo las arrebata y las dispersa-,
porque es asalariado y no le importan las ovejas". Sólo Él y
quienes tratan de identificarse con Él, viviendo como Él vive son el
Buen Pastor. Quienes le rechazan conociéndole, libremente, no son más
que mercenarios a sueldo de sus propios intereses inconfesables. Y
repite de nuevo el Señor: "Yo soy el buen pastor, conozco las mías y las mías me conocen".
El conocimiento mutuo es la característica del buen pastor y de las
ovejas, se da una sintonía porque el amor de Dios lleva a reconocer a
Dios en su enviado. De ahí que la fe es fruto del bien vivir. El
conocimiento lleva a un amor de entrega total. "Como el Padre me conoce a mí, así yo conozco al Padre, y doy mi vida por las ovejas"(Jn).
El Padre engendra por amor, con conocimiento perfecto, al Hijo, por eso
el Hijo ama como el Padre; ese amor lleva al Hijo a dar su vida por los
hombres. Esta entrega se extiende de mil modos a todos los hombres, el
cauce primero será Israel; después el nuevo Pueblo de Dios que será la
Iglesia; pero llega a todos los hombres por las vías de la misericordia "Tengo
otras ovejas que no son de este redil, a ésas también es necesario que
las traiga, y oirán mi voz y formarán un solo rebaño, con un solo
pastor". Esta es la gran meta de la humanidad: estar unidos entre
sí y con Dios formando un sólo pueblo. Al final de los tiempos todos los
pueblos superarán las desuniones, que son fruto del pecado, y la
Iglesia los unirá a Cristo y entre ellos. Así escuchando la voz de Jesús
se reúne lo disperso, se une en la caridad y en la verdad, consumados
en la unidad. Y Cristo como buen y único pastor conduce a los hombres,
tantas veces perdidos en las veredas de la vida, a los verdes pastos
donde encuentran alimento, vida, paz.
La conclusión sale ya de los límites de la alegoría y pasa al anuncio
profético, aunque velado, de lo que va a venir y ya está viniendo: la
entrega de la vida para salvar a los hombres. "Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida para tomarla de nuevo"(Jn).
El que sabe y escuchó sus predicciones anteriores entiende que habla de
su muerte y de su resurrección en acto de obediencia al mandato amoroso
del Padre. Ante el desarrollo de los acontecimientos que van a venir
conviene tener en cuenta la libertad soberana con que Cristo anuncia su
muerte, ya próxima. Muerte hacia la que, como Dios, pero también como
hombre, camina libremente. Mi vida, dice, "nadie me la quita, sino
que yo la doy libremente. Tengo poder para darla y tengo poder para
tomarla de nuevo. Este es el mandato que he recibido de mi Padre".
Esta es la libertad total, la del amor sin límites, la del amor que
llega a la donación no sólo de los sentimientos y de los afectos, sino
de la misma vida.
Como solía ocurrir, ante sus declaraciones, hay división de pareceres
entre los que le escuchan, pero, difícilmente, cabe seguir indiferente. "Se
produjo de nuevo una disensión entre los judíos a causa de estas
palabras. Muchos de ellos decían: Está endemoniado y loco, ¿por qué le
escucháis? Otros decían: Estas palabras no son de quien está
endemoniado. ¿Acaso puede un demonio abrir los ojos de los ciegos?"(Jn). Así finaliza esta fiesta tan densa en acontecimientos.
Fuente: catholic.net