“Sólo descubriéndose hijo, el sacerdote puede ser padre”
Massimo Camisasca
Los datos estadísticos referidos a los últimos treinta años hablan de un aumento del 5% de los sacerdotes diocesanos en el mundo, en comparación con un aumento del 48% de los bautizados.
Ya este breve pista podría explicar el interrogante que aparece en el título de este libro mío y que subyace en todo el texto.
Pero todavía más que el número de sacerdotes, a la Iglesia le importa la verdad de su experiencia.
Por motivos ligados a mi trabajo como superior de una fraternidad de misioneros, viajo por el mundo y tengo contacto con las realidades más diversas.
Y, encontrándome con sacerdotes de distintas latitudes, noto que muchos de ellos hoy viven dificultades no tanto de tipo ideológico sino más bien de orden afectivo.
¿Por que hoy un tipo de vida como la sacerdotal, que ha hecho felices a miles de hombres y ha contribuido enormemente al crecimiento espiritual de la humanidad, atraviesa una crisis cualitativa tan profunda?
Mi libro “Padre” (Editorial San Paolo) nace de esta pregunta. El mío es un intento de replantear la vida del sacerdote desde sus raíces.
La regeneración de la vida sacerdotal es una de las condiciones para que reflorezca el cristianismo en Europa y más en general en nuestro occidente cansado (discurso aparte merecen Asia y África).
He intentado trazar el camino para un renacimiento volviendo a los fundamentos del sacerdocio. Encuentro uno de esos fundamentos en la oración.
Hoy muchísimos sacerdotes se pierden en la acción, en el infinito número de actividades y preocupaciones que los atrapan.
Para que la acción de cada uno de nosotros sea siempre fuente de alimento, ésta tiene que reconducirse continuamente a nuestra relación con Cristo.
Y el lugar de nuestra relación con Cristo es la oración, inseparable del silencio.
El silencio, la oración, la reflexión, el estudio son la respuesta a uno de los males que afligen a la figura del sacerdote: el activismo, que se queda en la superficie de las cosas y toma el tiempo de nuestras energías y nuestros sentimientos.
La acción que se deriva de la caridad nos introduce en cambio en la obra de Dios, que nos precede y nos supera.
Otro pilar de la renovación de la vida sacerdotal es la liturgia. Digo esto siguiendo la enseñanza del Papa, no me rijo por el deseo de acomodarme a una corriente, sino por un profundo convencimiento mío, que nace de la experiencia.
Si el sacerdote no reencuentra el sentido verdadero de la liturgia en su vida, no puede reencontrarse a sí mismo.
Superando el proceso de banalización al que hemos asistido en los últimos treinta años, es necesario volver a aquella fons et origo que el Concilio Vaticano II identifica en la liturgia.
Cuando es fiel a la intención de quien la ha instituido, cuando es vivida en toda su rigurosa totalidad, y está atenta a la tradición de la Iglesia, la liturgia es el lugar de la educación a la comunión.
El protagonista de la liturgia es Cristo. Viviendo la liturgia, podemos entrar en la vida de Dios y sólo así, nosotros los sacerdotes podemos ser compañía eficaz de los hombres.
En tercer lugar, en la vida del sacerdote es central la cuestión afectiva. La soledad es el otro gran mal que aflige hoy a miles de sacerdotes.
Sólo descubriéndose hijo, el sacerdote puede ser padre. El libro habla de la amistad como experiencia positiva en la vida afectiva de la persona.
En la Iglesia todavía hay mucho miedo a la amistad. No se encauzan las patologías, si no se ayuda al desarrollo de una vida sana.
Las amistades morbosas y negativas, que por eso no son propiamente amistades, no deben cerrarnos al valor esencial de esos vínculos de preferencia que abren al amor a los demás y nos ayudan a entender quién es Dios.