1/05/11

"El amor conyugal debe fluir en una apertura constante a la vida"


Mons. Demetrio Fernández González


 Gran repercusión tuvo en los medios españoles, y en no pocos internacionales, la homilía que Mons. Demetrio Fernández González, obispo de Córdoba, España, hizo en la Fiesta de la Sagrada Familia, en la catedral de Córdoba, el 26 de diciembre pasado.
El tema central de sus palabras fue evidentemente la familia, pero con múltiples derivaciones y aplicaciones a las circunstancias actuales en que esa institución básica se encuentra.
Tras recordar que "según el plan de Dios, la familia consiste en la unión estable de un varón y una mujer", "unión santificada por la bendición de Dios en el sacramento del matrimonio, cuyo vínculo es fuente permanente de gracia y es irrompible, es decir indisoluble", el obispo de Córdoba recuerda también que ésta unión "por su propia naturaleza está abierta a la vida y suele desembocar en el nacimiento de nuevos hijos que completan el amor de los padres y constituyen como la corona de los padres".Esta unión llega a su expresión máxima con la venida de Cristo, quien con su gracia purifica el amor matrimonial, motor de la vida familiar: "El amor matrimonial, vivido desde Cristo, ya no es un sentimiento pasajero, sino lo más radical del corazón humano, sanado por la gracia y capaz de darse de nuevo cada día. Jesucristo nos hace capaces de amarnos como Él nos ama, hasta el extremo, hasta dar la vida. Y esto no es un heroísmo del cristiano, sino que es una gracia de Dios que se alimenta continuamente de los sacramentos, de la Palabra, de la convivencia de cada día. Es un amor que convierte las dificultades en ocasiones de más amor", expresó el prelado.
La opción a la fecundidad, la apertura a la vida, que debe tener todo matrimonio verdaderamente cristiano, no son en la mente del obispo sino la consecuencia de una concepción del amor como una total donación de sí mismo hacia el amado: "El amor conyugal debe fluir en una apertura constante a la vida, que recibe de Dios responsablemente los hijos, como el mejor regalo del matrimonio. El Magisterio de la Iglesia insiste en que el amor conyugal debe ser humano, total, exclusivo y fecundo, porque la persona llega a su plenitud en el don de sí mismo. Cualquier recorte en esta donación es una merma en el don de sí mismo, es un achicamiento de la grandeza a la que el hombre (varón o mujer) es llamado. Entre los esposos, esta mutua donación tiene su expresión incluso en la donación corporal, en el lenguaje de la sexualidad que Dios mismo ha situado en el corazón humano".
En este sentido, una perversión de la noción auténtica del amor matrimonial que coloca como valor absoluto la búsqueda del placer, encarna e incuba el egoísmo más absoluto, y lleva con frecuencia hasta la violencia: "Cuando lo único que se persigue es el placer, la satisfacción de uno mismo, el otro se convierte en objeto, y el amor se convierte en egoísmo. La sexualidad entonces es el lenguaje del egoísmo, del egoísmo más terrible, porque utiliza al otro para su propio provecho. Lo que Dios ha hecho -la sexualidad humana- como expresión del amor auténtico, el hombre (varón o mujer) puede convertirlo fácilmente en lenguaje del más puro egoísmo, que conduce a disfrutar del otro a toda costa, incluso hasta la violencia psicológica o física", dijo Mons. Fernández González.
Así, la familia, que debe ser el recinto del verdadero amor, se trasforma en el habitáculo del desamor, llevando desconsuelo y frustración: "Nunca sufre más la persona humana que cuando padece desamor, y más aún si lo padece por parte de quienes deben amarle. Nada tan doloroso para el corazón humano como el sentirse objeto del otro o el sentir no correspondido el amor que ha puesto en su vida. Nuestra época padece más que nunca este desamor. Pero precisamente en nuestra época se quiere prescindir del plan de Dios, precisamente por ser de Dios. Una vez más, cuando el hombre se aparta de Dios, se acarrea toda clase de males en contra de sí mismo y en contra de los demás."

Un llamado a la afirmación de la doctrina católica

En su homilía Mons. Fernández hace un llamado a la afirmación valiente de la doctrina católica en estos temas: "Queridos esposos (y queridos sacerdotes y catequistas de estos temas). La Iglesia nos enseña que en la relación conyugal de los esposos, va contra el plan de Dios que en la unión sexual sea impedida la apertura a la vida. Todo acto matrimonial debe estar abierto por su propia naturaleza a la vida. La encíclica ‘Humanae vitae' enseña claramente esta doctrina, y -¡ay de nosotros!-, si la extorsionamos diciendo lo contrario o dejando a la conciencia de cada uno que haga lo que quiera. La conciencia no es la subjetividad que se afirma a sí misma, sino la capacidad de conocer la verdad y obedecerla con todo el corazón". Occidente busca remedio a la grave amenaza del "invierno demográfico" (España tiene la tasa de natalidad más baja del mundo). "En el desierto demográfico que padecemos, en el que el mundo occidental se muere de pena, todos tenemos nuestra parte de culpa. No sólo los legisladores y los políticos por no favorecer la familia verdadera, sino también los transmisores de la verdad evangélica (obispos-presbíteros-catequistas) por haber ocultado o negado la doctrina de la Iglesia en este punto", manifestó el obispo.
Un incentivo para difundir el plan de Dios sobre la familia, aunque en varios aspectos sea contrario a la mentalidad moderna, es el convencimiento de que sólo en su cumplimiento el hombre hallará la auténtica felicidad: "Estamos convencidos de que el plan de Dios es el único que hace felices a los hombres. Y la primera tarea que se nos encomienda a los que así lo creemos es la de vivirlo en coherencia y con una plenitud cada vez mayor, expresó el prelado.