Hay esperanza
Monseñor Felipe Arizmendi Esquivel
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Ha concluido un año más y siempre nos preguntamos cómo será el siguiente. El panorama no parece halagüeño: El desempleo no se abate; la violencia y la inseguridad no disminuyen; el narcotráfico extiende sus redes; la corrupción campea en todas partes; la extorsión es el nuevo negocio; los secuestros se hacen más crueles; la inconformidad social es más agresiva; la economía es incierta; la política se concentra mucho en los procesos electorales; la educación pública se politiza; para algunos medios de comunicación lo que vale es el ingreso económico, no tanto los valores morales; la migración es más insegura; aumentan los suicidios, los abortos, la desintegración de las familias. ¿Exagero? Nada de eso; me faltaría enumerar otros factores.
Nosotros tenemos una solución, un camino, que es Jesucristo. No seamos sólo promotores sociales. No reduzcamos la Iglesia a una ONG. No nos quedemos sólo en análisis de la realidad. "Estamos llamados a ser maestros de la fe y, por tanto, a anunciar la Buena Nueva, que es fuente de esperanza para todos, a velar y promover con solicitud y coraje la fe católica" (DA 187), pues "toda la vida de nuestros pueblos fundada en Cristo y redimida por Él, puede mirar al futuro con esperanza y alegría" (DA 128).
Ha concluido un año más y siempre nos preguntamos cómo será el siguiente. El panorama no parece halagüeño: El desempleo no se abate; la violencia y la inseguridad no disminuyen; el narcotráfico extiende sus redes; la corrupción campea en todas partes; la extorsión es el nuevo negocio; los secuestros se hacen más crueles; la inconformidad social es más agresiva; la economía es incierta; la política se concentra mucho en los procesos electorales; la educación pública se politiza; para algunos medios de comunicación lo que vale es el ingreso económico, no tanto los valores morales; la migración es más insegura; aumentan los suicidios, los abortos, la desintegración de las familias. ¿Exagero? Nada de eso; me faltaría enumerar otros factores.
A nivel de Iglesia, la pederastia clerical comprobada nos ha acarreado pérdida de confianza y de credibilidad, sobre todo en aquellos que no tienen una fe bien cimentada. Aunque hay muchos que regresan a nuestra Iglesia, también otros desertan, o se alejan, sea por falta de una evangelización más cristocéntrica, sea por nuestras propias fallas, sobre todo por la falta de bondad y de atención pastoral. La increencia llega a varios ambientes. El relativismo moral y dogmático parece sentar sus reales. El laicismo excluyente no da el paso a una laicidad positiva e incluyente. No son suficientes las vocaciones religiosas, misioneras y sacerdotales. Muchos seglares no asumen su vocación y misión apostólica en sus tareas ordinarias. La formación religiosa es deficiente. Los hermosos y profundos documentos eclesiales, como Aparecida y nuestras cartas pastorales, se quedan en papeles. Nos falta más corazón y dinamismo pastoral para llevar a cabo el encargo de Jesús de evangelizar y formar discípulos misioneros. ¿Soy pesimista? Me faltaría referir otros puntos, que nos cuestionan y punzan.
JUZGAR
Ante estas oscuridades, hay esperanza. No estamos derrotados. La Iglesia no perecerá. Nuestra seguridad se genera en la victoria de Jesucristo sobre la muerte y el pecado. El está de nuestra parte. Nos asiste el Espíritu Santo, quien nunca dejará a la deriva a la Iglesia fundada por Jesús. Nos alienta el testimonio de tantas personas buenas y santas que conforman nuestras familias y comunidades eclesiales. Nos impulsa el ejemplo de tantos catequistas, diáconos, misioneros, religiosas, sacerdotes y obispos, que entregan diariamente su vida por los demás, en una pastoral integral. Pasan desapercibidos, pero son como la sabia y la sangre que sostienen y dan vida.
Nos dijo el Papa Benedicto XVI, en Aparecida: "La Iglesia, que participa de los gozos y esperanzas, de las penas y alegrías de sus hijos, quiere caminar a su lado en este período de tantos desafíos, para infundirles siempre esperanza y consuelo". Pero nuestro aporte no es de índole política o económica, sino llevar a todos a Jesucristo, que es el único Salvador, pues "sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro".
Por ello, "la meta es conducir al encuentro con Jesucristo vivo, Hijo del Padre, hermano y amigo, Maestro y Pastor misericordioso, esperanza, camino, verdad y vida. La referencia a Cristo ayudará a ver la historia como Cristo la ve, a juzgar la vida como Él lo hace, a elegir y amar como Él, a cultivar la esperanza como Él nos enseña, y a vivir en Él la comunión con el Padre y el Espíritu Santo" (DA 336). Ofrecer a Jesucristo no es una evasión, pues "no se concibe que se pueda anunciar el Evangelio sin que éste ilumine, infunda aliento y esperanza, e inspire soluciones adecuadas a los problemas de la existencia" (DA 333).
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