JESÚS FUE UN REFUGIADO
El Papa hoy con motivo del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
En este domingo se celebra la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, que cada año nos invita a reflexionar sobre la experiencia de tantos hombres y mujeres, y de tantas familias, que dejan su propio país en busca de mejores condiciones de vida. Esta migración a veces es voluntaria, otras veces, por desgracia, es forzada por guerras o persecuciones, y con frecuencia tiene lugar, como sabemos, en condiciones dramáticas. Por este motivo, fue instituido hace sesenta años el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. En la fiesta de la Sagrada Familia, después de Navidad, recordamos que también los padres de Jesús tuvieron que huir de la propia tierra y refugiarse en Egipto para salvar la vida de su niño: el Mesías, el Hijo de Dios fue un refugiado. La Iglesia, desde siempre, viven en su interior la experiencia de la migración. En ocasiones, por desgracia, los cristianos se ven obligados a dejar en medio del sufrimiento su tierra, empobreciendo así a los países en los que han vivido sus antepasados. Por otro lado, los traslados voluntarios de los cristianos por diferentes motivos de una ciudad a otra, de un país al otro, de un continente al otro, son una ocasión para incrementar el dinamismo misionero de la Palabra de Dios y permiten que el testimonio de la fe circule aún más en el Cuerpo místico de Cristo, atravesando los pueblos y las culturas, y alcanzando nuevas fronteras, nuevos ambientes.
"Una sola familia humana": este es el tema del mensaje que he enviado con motivo de esta Jornada. Un tema que indica el fin, la meta del gran viaje de la humanidad a través de los siglos: formar una sola familia, naturalmente con todas las diferencias que la enriquecen, pero sin barreras, reconociéndonos todos como hermanos. El Concilio Vaticano II dice: "Todos los pueblos forman una comunidad, tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la faz de la tierra" (declaración Nostra aetate, 1). La Iglesia, sigue diciendo el Concilio, "es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (constitución Lumen gentium, 1). Por este motivo, es fundamental que los cristianos, si bien están esparcidos por todo el mundo y, por tanto, tienen diferentes culturas y tradiciones, sean una sola cosa, como quiere el Señor. Este es el objetivo de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que tendrá lugar en los próximos días, del 18 al 25 de enero. Este año se inspira en un pasaje de los Hechos de los Apóstoles: "Unidos en la enseñanza de los apóstoles, la comunión fraterna, la fracción del pan y la oración" (Hechos 2,42). El octavario por la unidad de los cristianos es precedido, mañana, por la Jornada de diálogo judeocristiano: la concomitancia de las fechas es muy significativa, pues recuerda la importancia de las raíces comunes que unen a judíos y cristianos.
Al dirigirnos a la Virgen María, con la oración del Ángelus, encomendamos a su protección a todos los emigrantes y a quienes se comprometen en el trabajo pastoral entre ellos. Que María, Madre de la Iglesia, nos permita, además, avanzar en el camino hacia la plena comunión de todos los discípulos de Cristo.