11/30/11

La alegría del Adviento

El Papa ha desgranado en sus discursos y homilías las palabras que caracterizan a este tiempo de Adviento: alegría, espera, conversión, presencia...

Esta es una selección de sus reflexiones:
      — «(...) nunca habría imaginado nadie que el Mesías pudiera nacer de una joven humilde como María, esposa prometida del justo José. Ni siquiera ella lo habría pensado  nunca, sin embargo en su corazón la espera del Salvador era tan grande, su fe y su esperanza eran tan ardientes que Él encontró en ella una madre digna (...). Hay una misteriosa correspondencia entre la espera de Dios y la de María, la criatura "llena de gracia", totalmente transparente al designio de amor del Altísimo. Aprendamos de Ella, Mujer del Adviento, a vivir los gestos cotidianos con un espíritu nuevo, con el sentimiento de una espera profunda, que solo la venida de Dios puede llenar».
      — «Los cristianos adoptaron la palabra “adviento” para expresar su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey, que ha entrado en esta pobre “provincia” llamada tierra para visitarnos a todos; hace participar en la fiesta de su adviento a cuantos creen en Él, a cuantos creen en su presencia en la asamblea litúrgica».
      — «Con la palabra "adventus" se pretendía sustancialmente decir: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no lo podemos ver y tocar como sucede con las realidades sensibles, Él está aquí y viene a visitarnos de múltiples maneras».
      — «El significado de la expresión “adviento” comprende por tanto también el de visitatio, que quiere decir simple y propiamente "visita"; en este caso se trata de una visita de Dios: Él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí. Todos tenemos experiencia, en la existencia cotidiana, de tener poco tiempo para el Señor y poco tiempo también para nosotros. Se acaba por estar absorbidos por el “hacer”. ¿Acaso no es cierto que es a menudo la actividad lo que nos domina, la sociedad con sus múltiples intereses la que monopoliza nuestra atención? ¿Acaso no es cierto que dedicamos mucho tiempo a la diversión y a ocios de diverso tipo?».
      — «El Adviento, este tiempo litúrgico fuerte que estamos empezando, nos invita a detenernos en silencio para captar una presencia. Es una invitación a comprender que cada acontecimiento de la jornada es un gesto que Dios nos dirige, signo de la atención que tiene por cada uno de nosotros. ¡Cuántas veces Dios nos hace percibir algo de su amor!».
      — «El hombre, en su vida, está en constante espera: cuando es niño quiere crecer, de adulto tiende a la realización y al éxito, avanzando en la edad, aspira al merecido descanso. Pero llega el tiempo en el que descubre que ha esperado demasiado poco si, más allá de la profesión o de la posición social, no le queda nada más que esperar. La esperanza marca el camino de la humanidad, pero para los cristianos está animada por una certeza: el Señor está presente en el transcurso de nuestra vida, nos acompaña y un día secará también nuestras lágrimas».
      — «Si el presente queda vacío, cada instante que pasa parece exageradamente largo, y la espera se transforma en un peso demasiado grave, porque el futuro es totalmente incierto. Cuando en cambio el tiempo está dotado de sentido y percibimos en cada instante algo específico y valioso, entonces la alegría de la espera hace el presente más precioso».
      — «[Dios] nos habla de múltiples modos: en la Sagrada Escritura, en el año litúrgico, en los santos, en los acontecimientos de la vida cotidiana, en toda la creación, que cambia de aspecto según si detrás de ella está Él o si está ofuscada por la niebla de un origen incierto y de un incierto futuro. A nuestra vez, podemos dirigirle la palabra, presentarle los sufrimientos que nos afligen, la impaciencia, las preguntas que nos brotan del corazón».
      — «¡Estamos seguros de que [Jesucristo] nos escucha siempre! Y si Jesús está presente, no existe ningún tiempo privado de sentido y vacío. Si Él está presente, podemos seguir esperando también cuando los demás no pueden asegurarnos más apoyo, aun cuando el presente es agotador».
      — «Me alegra saber que en vuestras familias se conserva la costumbre de hacer el pesebre. Pero no basta con repetir un gesto tradicional, aunque sea importante. Hay que intentar vivir en la realidad del día a día lo que el pesebre representa, es decir el amor de Cristo, su humildad, su pobreza».
      — «El pesebre es una escuela de vida, donde podemos aprender el secreto de la verdadera alegría. Ésta no consiste en tener muchas cosas, sino en sentirse amado por el Señor, en hacerse don para los demás y en quererse unos a otros».
      — «Miremos el pesebre: la Virgen y san José no parecen una familia muy afortunada; han tenido su primer hijo en medio de grandes dificultades; sin embargo están llenos de profunda alegría, porque se aman, se ayudan, y sobre todo están seguros de que en su historia está la obra Dios, Quien se ha hecho presente en el pequeño Jesús».
      — «Para alegrarnos, necesitamos no sólo cosas, sino amor y verdad: necesitamos a un Dios cercano, que calienta nuestro corazón, y responde a nuestros anhelos más profundos».
      — «¡Qué alegría inmensa tener por madre a María Inmaculada! Cada vez que experimentamos nuestra fragilidad y la sugestión del mal, podemos dirigirnos a Ella, y nuestro corazón recibe luz y consuelo».

QUERIDOS JÓVENES, SED ALIADOS Y CUSTODIOS DE LA CREACIÓN


El Papa a los participantes en el encuentro de la fundación 'Sorella Natura'


Este lunes, en el Aula Pablo VI del Vaticano, Benedicto XVI recibió en audiencia a escolares y estudiantes de las escuelas italianas partecipantes en el proyecto Ambientiamoci a scuola, promovido por la fundaciónSorella Natura, de Asís, por la Jornada por el cuidado de la Creación, que se celebra este martes, en el aniversario de la proclamación de san Francisco de Asís como patrono de los ecologistas. Estuvieron presentes el presidente de la fundación Roberto Leoni y el presidente honorario cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga SDB.
Benedicto XVI saludó “con gran alegría” a los participantes en este encuentro dedicado al compromiso por la “hermana naturaleza”. Agradeció sus palabras al cardenal Rodríguez Maradiaga –quien aludió a la cumbre sobre el cambio climático de Durban y subrayó la importancia de esta otra 'cumbre' entre el papa y los estudiantes italianos- y por el regalo de la valiosa reproducción del Códice 338, que contiene las fuentes franciscanas más antiguas.
Saludó al presidente de la fundación Roberto Leoni, a las autoridades y personalidades y a los numerosos profesores y padres.
Pero, sobre todo a los chicos y chicas presentes: “¡Queridos jóvenes! Precisamente he querido por vosotros este encuentro, y querría deciros que aprecio mucho vuestra decisión de ser 'custodios de la creación', y que en esto tenéis mi pleno apoyo”.
El papa recordó que la fundación tiene “una profunda inspiración franciscana”. Aludió también al papa Pío XII que, en 1939, nombró a san Francisco patrono de Italia, y lo definió “el más italiano de los santos, el más santo de los italianos”.
Si, “por tanto el santo patrono de Italia es también patrono de la ecología –añadió el papa--, me parece justo que las y los jóvenes italianos tengan una especial sensibilidad por la 'hermana naturaleza' y se empeñen concretamente en su defensa”.
Cuando se estudia la literatura italiana, recordó, uno de los primeros textos que se encuentran en las antologías es justo el "Cántico del hermano sol", o "de las criaturas", de san Francisco de Asís: "Altissimo, onnipotente, bon Signore…".
Este cántico, dijo, “evidencia el lugar justo que hay que dar al Creador, a Aquél que ha llamado a la existencia a toda la gran sinfonía de las criaturas. "…tue so’ le laude, la gloria e l’honore et onne benedictione… Laudato sie, mi’ Signore, cum tucte le Tue creature".
Estos versos, comentó, “forman parte justamente de vuestra tradición cultural y escolar. Pero son sobre todo una oración que educa al corazón en el diálogo con Dios, lo educa a ver en cada criatura la impronta del gran Artista celeste, como leemos también en bellísimo salmo 19: 'Los cielos narran la gloria de Dios, el firmamento anuncia la obra de sus manos… Sin lenguajes, sin palabras, sin que se oiga su voz, por toda la tierra resuena su anuncio" (v. 1.4-5). Fray Francisco, fiel a la Sagrada Escritura, nos invita a reconocer en la naturaleza un libro estupendo, que nos habla de Dios, de su belleza y de su bondad. Pensad que el Pobrecillo de Asís pedía siempre al fraile del convento encargado del huerto que no cultivara todo el terreno de hortalizas sino que dejara una parte para las flores, incluso que cuidara un bello arriate de flores, para que las personas elevaran el pensamiento a Dios, creador de tanta belleza (cfr Vita seconda di Tommaso da Celano, CXXIV, 165)”.
“Queridos amigos --añadió--, la Iglesia, considerando con aprecio las más importantes investigaciones y descubrimientos científicos, no ha dejado nunca de recordar que respetando la impronta del Creador en todo lo creado se comprende mejor nuestra verdadera y profunda identidad humana. Si se vive bien, este respeto puede ayudar a un joven y una joven también a descubrir talentos y actitudes personales y, por tanto, a prepararse para una determinada profesión, que buscará siempre ejercer en el respeto del medio ambiente. Si, en su trabajo, el hombre olvida que es colaborador de Dios, puede ejercer violencia sobre lo creado y provocar daños que tienen siempre consecuencias negativas también en el hombre, como vemos, lamentablemente, en diversas ocasiones”.
Hoy, más que nunca, urgió el papa, “se nos aparece claro que el respeto al medio ambiente no puede olvidar el reconocimiento del valor de la persona humana y de su inviolabilidad en toda las fases de la vida y en toda condición. El respeto hacia el ser humano y el respeto de la naturaleza son todo uno pero ambos pueden crecer, tener su justa medida, si respetamos en la criatura humana y en la naturaleza al Creador y a su creación. Sobre esto, queridos muchachos, estoy convencido de encontrar en vosotros aliados y verdaderos 'custodios de la vida y de la creación'".

11/29/11

  

Investigación con células madre y


ética



Existe un riesgo objetivo de que los intereses económicos y pretendidamente científicos traspasen la línea roja de la dignidad única que tiene la persona y la de su inviolabilidad

      La ciencia médica de los países desarrollados cuenta con un personal muy cualificado y unos instrumentos muy sofisticados. Es lógico, por tanto, que se sienta atraída a explorar campos hasta ahora vírgenes pero prometedores, en orden a descubrir nuevos medios con los que curar o paliar algunas enfermedades especialmente graves y extendidas. Uno de esos campos es el de las células madre.
No es difícil adivinar la atracción que supone para un científico acercarse a los umbrales de la vida y, de paso, escribir su nombre con letras grandes en la historia de la medicina o de la ciencia experimental en general. Tampoco resulta laborioso advertir que las grandes industrias puedan ver en ello un filón con el que incrementar sus ganancias de modo exponencial, si sus laboratorios ganan la competición del tiempo y les aseguran la patente de unos fármacos que, aunque sean costosos, su precio contará menos ante los clientes que los resultados curativos.
      Las células madre, embrionarias y adultas, se encuentran, pues, en un ámbito de fuertes intereses. En el caso de las embrionarias, estos intereses han sembrado de minas el campo de la investigación. Pues se presume que tienen un potencial mayor, aunque todavía estemos en el terreno de las hipótesis y no de los resultados efectivos, que hasta ahora sólo se han obtenido con células madre adultas. Existe, por tanto, un riesgo objetivo de que los intereses económicos y pretendidamente científicos traspasen la línea roja de la dignidad única que tiene la persona y la de su inviolabilidad.
      Efectivamente, la persona humana goza, según la Filosofía y el Derecho más avanzados de la máxima dignidad en el concierto de la creación. La doctrina de la Iglesia, apoyada por la Revelación, amplía aún más ese sugestivo horizonte, al concebir a la persona humana no sólo dotada de un alma inmortal, sino como un ser hecho a imagen y semejanza de Dios y destinada a insertarse un día en la vida misma de Dios. Por eso, el Papa Benedicto ha dicho recientemente que «la destrucción de una sola vida humana nunca puede ser justificada en función de los beneficios que podría llevar a otra». Salía así al paso del grave riesgo de que la persona humana pueda ser "subordinada" exclusivamente a "consideraciones utilitarias".
      La Iglesia en modo alguno se opone a la investigación con las células madre, pues es consciente de que «la ciencia puede hacer una contribución realmente notable para salvaguardar y promover la dignidad del hombre». Por eso, en principio, no ve inconvenientes éticos a la investigación con células madre "adultas", las cuales «abren posibilidades para la curación de las enfermedades degenerativas crónicas».
      En este sentido, Benedicto XVI acaba de decir a los miembros de la Conferencia Internacional sobre células madre adultas, celebrado en el Vaticano en fechas muy recientes: «No hay problemas éticos cuando las células madre se extraen de los tejidos de un adulto, de la sangre del cordón umbilical en el momento del nacimiento, o de tejidos de fetos muertos de muerte natural».
      En la misma ocasión, precisó que la valoración ética es muy distinta en el caso de las células madre embrionarias. Quienes abogan por la investigación con este tipo de células «cometen el grave error de negar el derecho inalienable a la vida de todos los seres humanos desde el momento de la concepción hasta la muerte natural». Por eso, reiteró su firme oposición a la utilización de células madre embrionarias. Con esto, «no se impide el progreso científico, sino se guía en una dirección que sea verdaderamente fecunda y beneficiosa para la humanidad». La Iglesia tiene la convicción de que todo lo que es humano, incluida la investigación científica, «puede ser acogido y respetado por la fe», la cual puede también purificarlo y perfeccionarlo.

11/28/11

¿POR QUÉ LOS JÓVENES DEJAN LA IGLESIA?


Por el padre John Flynn

Se sabe que muchos jóvenes dejan de asistir con frecuencia a la Iglesia. En el libro You Lost Me: Why Young Christians are Leaving the Church ... and Rethinking Faith, (“Me has perdido: ¿por qué los jóvenes dejan la Iglesia... y se replantean la fe”), de Baker Books, se analiza una investigación estadística efectuada por el grupo Barna para descubrir cuáles son las razones por las que los jóvenes se alejan de la Iglesia.
Los autores, David Kinnaman y Aly Hawkins, han trabajado con una amplia gama de datos estadísticos y han indicado tres problemas que hay que considerar cuando se observa la situación de los jóvenes:
1. Las iglesias se comprometen con los adolescentes pero después de la confirmación muchos jóvenes no vuelven y pocos comienzan a participar como adultos seguidores de Cristo.
2. Los motivos por los que las personas abandonan la Iglesia son distintos, por tanto es importante no generalizar sobre las nuevas generaciones.
3. Las iglesias tienen una cierta dificultad en la formación de una nueva generación que siga a Cristo, a causa de una cultura que cambia con mucha velocidad.
Kinnaman explicó que no se trata de una diferencia generacional. No es verdad que hoy los adolescentes sean menos activos en la Iglesia que en tiempos anteriores. De hecho cuatro de cada cinco adolescentes en América pasan parte de su infancia y adolescencia en una congregación cristiana o en una parroquia. Lo que sucede es que la formación no es bastante profunda y se diluye cuando se llega cerca de los veinte años.
Tanto para los católicos como para los protestantes la franja de edad de la veintena es la menos comprometida cristianamente, con independencia de su anterior experiencia religiosa.
El problema principal es la relación con la Iglesia. Más que luchar con la fe en Cristo, los jóvenes dejan de participar institucionalmente.

Un factor importante que influencia a los jóvenes actuales es el contexto cultural en el que viven. Ninguna otra generación de cristianos, sostuvo Kinnaman, ha vivido cambios tan profundos y rápidos en el ámbito cultural.
En el transcurso de las últimas décadas ha habido enormes cambios en los medios de comunicación, en la tecnología, en la sexualidad y en la economía. Esto ha llevado a un grado mucho mayor de complejidad, fluidez e inseguridad en la sociedad.
Teniendo en cuenta estos cambios, Kinnaman usó tres conceptos para describir la evolución de esto: acceso, alienación y autoridad.

Por lo que respecta al acceso, destacó que el surgimiento del mundo digital ha revolucionado el modo en que los jóvenes se comunican entre ellos y obtienen informaciones. Esto ha llevado a cambios significativos en el modo en que la generación actual se relaciona, trabaja y piensa.
Esto tiene un lado positivo, en el sentido en que Internet y los instrumentos digitales han abierto inmensas oportunidades para difundir el mensaje cristiano. Sin embargo no hay más acceso a otras visiones culturales y de valores, con una reducción de la capacidad crítica de valoración.
En relación con la alienación, Kinnaman observó que muchos adolescentes y jóvenes adultos sufren un aislamiento en sus familias, comunidades e instituciones. El alto número de separaciones y de divorcios, así como de nacimientos fuera del matrimonio hacen que sean cada vez más las personas que crecen en ámbitos no tradicionales, es decir en contextos donde la estructura familiar no existe.
Según Kinnaman, muchas iglesias no disponen de soluciones pastorales para ayudar de un modo eficaz a los que no siguen el recorrido tradicional hacia la edad adulta.
Además, muchos jóvenes adultos son escépticos sobre las instituciones que en el pasado modelaron la sociedad. Este escepticismo se transforma en desconfianza hacia la autoridad.
Una tendencia al pluralismo y la polémica entre las ideas contrastantes prevalece sobre la aceptación de la Escritura y de las normas morales.
Kinnaman destacó que la tensión entre la fe y la cultura y un debate animado puede tener un resultado positivo, nuevos enfoques por parte de las iglesias.
Analizando las causas del alejamiento de las iglesias por parte de los jóvenes, Kinnaman admitió que esperaba encontrar una o dos grandes razones, sin embargo descubrió que hay una gran variedad de frustraciones que lleva a las personas a abandonar.
Algunos consideran su iglesia como un obstáculo a la creatividad y la auto-expresión. Otros se aburren a causa de enseñanzas superficiales y lugares comunes.
Los más intelectuales perciben una incompatibilidad entre fe y ciencia.

Por último está la percepción de que la Iglesia impone reglas represivas por lo que respecta a la moral sexual. Además las actuales tendencias culturales que enfatizan la tolerancia y la aceptación de otros valores se enfrentan con la pretensión del cristianismo de poseer la verdad universal. Otros jóvenes cristianos dicen que su iglesia no les permite expresar dudas. Y que las respuestas a estas dudas no son convincentes.
Kinnaman descubrió también que en muchos casos las iglesias no consiguen instruir a los jóvenes de una forma profunda. Una fe superficial deja a los adolescentes y a los jóvenes adultos con un conjunto de creencias vagas y una incoherencia entre la fe y su vida cotidiana. Consiguientemente muchos jóvenes consideran el cristianismo como aburrido e irrelevante.
Al final del libro Kinnaman da algunas recomendaciones sobre cómo solucionar la pérdida de tantos jóvenes. Hay una necesidad de cambio en el modo en el que las viejas generaciones se refieren a las generaciones más jóvenes.
También invitó a redescubrir el concepto teológico de vocación con el fin de favorecer una consideración más profunda por parte de los jóvenes de lo que Dios tiene en mente por su vida.
Finalmente, Kinnaman destaca que necesitamos dar prioridad a la sabiduría respecto a las informaciones. “Sabiduría --explicó- significa la capacidad de relacionarse correctamente con Dios, con los demás y con la cultura”.

DEMOCRACIA Y LAICIDAD


Pablo Blanco Sarto

Un papa en el parlamento. Esta ya podría ser una primera pregunta que nos podríamos plantear: ¿qué hace un papa en una institución política? ¿No sería este un gesto poco moderno, más acorde con otras épocas pasadas ya felizmente superadas? Benedicto XVI afirmó que iba allí como sucesor de Pedro y como ciudadano alemán. También el papa puede decir algo interesante en el parlamento más poderoso de Europa.
El Reichtstag es el edificio más emblemático del poder popular en Alemania, reconstruido según el estilo posmoderno tras la unificación alemana. Está situado junto al hermoso e histórico Paseo de los Tilos (Unten den Linden) y no lejos de la Puerta de Brandenburgo, en el corazón del Berlín más deslumbrante. En el Reichstag hallan su sede actualmente las dos cámaras del parlamento federal alemán (Bundesrat, la cámara baja, y el Bundestag, la cámara alta).
Allí iba a tener lugar lo que John L. Allen ha llamado "el mejor discurso de su pontificado". Toda una síntesis del pensamiento del papa sobre la democracia en el Estado liberal. Der Spiegelcalificó el discurso de "valiente y brillante", el Bild lo tildó de "pieza maestra". También elFrankfurter Allgemeine Zeitung publicó íntegra la intervención papal y el London Guardianpublicó un amplio comentario del discurso.
Tal vez esto podría ser ya una pequeña muestra de que la religión tiene un espacio social y mediático, una cierta visibilidad social. Sin embargo, como se sabe, no todo el mundo estaba de acuerdo con esta intervención. Días antes una campaña había movilizado a decenas de diputados en contra de la presencia del papa en el Bundestag, aunque –como observaba con ironía la misma prensa– antes se había visto a los mismos representantes aplaudir en pie el discurso de Vladimir Putin, mientras su aviación y artillería arrasaban Chechenia…
Sabiduría y corrupción
¿Era oportuno por tanto un discurso del papa hablando sobre la libertad y la democracia? El papa se dirigió a la tribuna de oradores. Después de equivocarse de lugar donde había de pronunciar el discurso, hubo de ser conducido por el presidente del parlamento al lugar previsto. Ejerció pues de profesor despistado… Empezó. "Desde mi responsabilidad internacional –afirmó de un modo bastante aséptico, a mi modo de ver–, quisiera proponerles algunas consideraciones sobre los fundamentos del Estado liberal de derecho".
Iba a los fundamentos, por tanto, y no a las soluciones concretas. Iba al fondo de la cuestión. Ejercía allí casi más de profesor alemán que de papa. Acudiendo al relato del rey Salomón, Benedicto XVI extraía lecciones para los políticos en el antiguo testamento, libro inspirado compartido también por los judíos. Era una llamada a la sabiduría y a la anticorrupción, que nunca viene mal, incluso en su querida Alemania.
La sabiduría de Salomón nos podía hablar sobre el sentido de la política actual. "La política debe ser un compromiso por la justicia y crear así las condiciones básicas para la paz, decía allí el papa. Naturalmente, un político buscará el éxito [=la mayoría o ganar las elecciones], que de por sí le abre la posibilidad a la actividad política efectiva. Pero el éxito está subordinado al criterio de la justicia, a la voluntad de aplicar el derecho y a la comprensión del derecho. El éxito puede ser también una seducción y, de esta forma, abre la puerta a la desvirtuación del derecho, a la destrucción de la justicia". El éxito electoral o político no puede estar por encima de la justicia y del sentido del derecho. Cuando estos desaparecen, entonces sobrevienen males para todos.
La "dictadura del relativismo"
La democracia ha de tener en el corazón este concepto de la justicia y del derecho. En contra de toda posible dicotomía o separación, el papa pedía una justicia política y una política que se avenga a los dictámenes de la justicia y por tanto de la ética. Si no, sobrevendría el desastre, preconizaba, casi diagnosticaba. Y continuaba citando a san Agustín: "“Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una panda de ladrones?”. Nosotros, los alemanes, sabemos por experiencia que estas palabras no son una mera quimera".
Una de las primeras medidas que tomó el nacionalsocialismo fue controlar los órganos judiciales (puso a sus jueces-títeres del régimen), a la vez que suprimía toda referencia moral universal. El nazismo se sirvió así del relativismo para hacerse con el poder y eliminar cualquier posible resistencia.
También en aquella ocasión el olvido de Dios llevaba al final al olvido del hombre. "El hombre tiene la capacidad de destruir el mundo", sentenció el papa. El ser humano puede construir o destruir: puede construir un jardín o plantar un bosque, pero también puede provocar un desastre, diseñar un desierto, un lugar inhóspito y poco humano. Y lo que es todavía peor: puede autodestruirse. "Se puede manipular a sí mismo, continuaba diciendo el papa. Puede, por decirlo así, producir seres humanos y privar de su humanidad a otros seres humanos que sean hombres". Puede en definitiva matar y atentar contra la dignidad de las personas, como demuestran la historia y los periódicos uno y otro día.
Por eso hacen falta la ética, la justicia y la sabiduría. "La petición salomónica sigue siendo la cuestión decisiva ante la que se encuentra también hoy el político y la política misma", recordaba Benedicto XVI.
Esto no era una tesis fundamentalista o neoconservadora –seguía argumentando el papa–, sino un diagnóstico empírico, una verdad comprobada en más de una ocasión. El cristianismo deja hacer al político, mientras no entre en el ámbito de la ética, porque –sin ella– todos perdemos. "Contrariamente a otras grandes religiones –seguía Benedicto XVI–, el cristianismo nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de una revelación". Tan solo remite a la ética, a la justicia, al derecho.
No existe una concreta orientación o partido cristianos o católicos, recuerda el papa, sino que los cristianos han sido animados a dar a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César. Es lo que el papa ha llamado "laicidad positiva", que se opone al "laicismo negativo", que querría sacar a la religión fuera de la esfera pública e meterlo en las sacristías. No se requiere una política confesional para defender los derechos humanos, entre los que se encuentra también la libertad religiosa. Basta con estas instancias comunes. La "laicidad positiva" es una consecuencia directa de los conceptos de libertad y de justicia.
La "laicidad positiva"
Laicidad positiva: no haría falta –en sentido estricto– apelar al nombre de Dios para que la paz, la justicia y la libertad tengan un espacio verdadero y real en la vida social. Esto se puede también lograr, insiste el papa una y otra vez, si tenemos en cuenta las instancias de la verdad y la razón. Pongamos un ejemplo. "Un día después –comentaba un jurista–, con la experiencia de Ratisbona sin duda en la memoria, el papa planteó con suma delicadeza a los representantes musulmanes el reverso su mensaje: la importancia de la laicidad".
El papa alemán había reconocido antes que los musulmanes se han convertido en un "componente" de Alemania, durante un encuentro con representantes del islam. "La presencia de numerosas familias musulmanas –dijo allí, en un Berlín con amplia representación musulmana– desde los años setenta del siglo pasado se ha convertido en una característica creciente de este país". Habría que recordar que en Alemania residen entre 3,8 y 4,3 millones de personas de confesión musulmana. La realidad actual alemana es multicultural, multikulti, como dicen allí. Verdad y laicidad son dos instancias complementarias. La verdad no necesita del fundamentalismo o del pensamiento único para hacerse valer en la sociedad. Ella misma se impone.
El escritor argentino Jorge Luis Borges definió la democracia como la dictadura del número. Esto es cierto cuando no existe un concepto universal de verdad, de justicia, de libertad. El papa criticaba esta apreciación puramente numérica y cuantitativa de la democracia y del bien social. "Para gran parte de la materia que se ha de regular jurídicamente, continuaba el papa su discurso en el Bundestag, el criterio de la mayoría puede ser un criterio suficiente". No basta con la superioridad numérica, sino que se requieren criterios que vayan más allá de la mayoría parlamentaria. Hay que oponerse a toda tiranía, también a la numérica.
Volvió entonces a apelar a la historia del país germano. "Basados en esta convicción, los combatientes de la resistencia han actuado contra el régimen nazi y contra otros regímenes totalitarios, prestando así un servicio al derecho y a toda la humanidad". Los que se opusieron a la opresión de la dictadura nazi –cristianos o no– lo hacían apelando a la razón, a la conciencia, a la justicia, a la condición humana, a la dignidad de la persona.
El cristianismo –continuó diciendo– "se ha referido a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho, se ha referido a la armonía entre razón objetiva y subjetiva, una armonía que, sin embargo, presupone que ambas esferas estén fundadas en la Razón creadora de Dios". Dios es razón, el Logos que ha creado por amor, como recuerda el prólogo del evangelio de san Juan. Por eso cabe apelar a la razón y a la conciencia, a la naturaleza y a la ley natural, que es apelar en última instancia a Dios creador.
Todo esto procede de esa Razón que es amor al mismo tiempo, y que ha creado todas las cosas. Pero también es legítimo apelar a estas instancias intermedias y comunes: la razón, la conciencia, la naturaleza. En ámbito social y político, el papa no remitía de modo directo a la fe, sino que lo hacía sobre todo a la razón. Es una consecuencia de las relaciones abiertas entre la fe y la razón, entre Iglesia y Estado, y del concepto de laicidad positiva, en última instancia. Siendo realidades distintas, no tendrían por qué presentarse distantes. Pueden mirar –desde la diferencia– en la misma dirección.

11/27/11

¡VELAD!, LLAMADA SALUDABLE


El Papa hoy en el Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas!
Hoy iniciamos en toda la Iglesia el nuevo Año litúrgico: un nuevo camino de fe, a vivir juntos en las comunidades cristianas, pero también, como siempre, a recorrer dentro de la historia del mundo, para abrirla al misterio de Dios, a la salvación que viene de su amor. El Año litúrgico empieza con el Tiempo de Adviento: tiempo estupendo en el que se despierta en los corazones la espera de la vuelta de Cristo y la memoria de su primera venida, cuando se despojó de su gloria divina para asumir nuestra carne mortal.
“¡Velad!”. Este es el llamamiento de Jesús en el Evangelio de hoy. Lo dirige no sólo a sus discípulos, sino a todos: “¡Velad!” (Mt 13,37). Es una llamada saludable a recordar que la vida no tiene sólo la dimensión terrena, sino que es proyectada hacia un “más allá”, como una plantita que germina de la tierra y se abre hacia el cielo. Una plantita pensante, el hombre, dotada de libertad y responsabilidad,por lo que cada uno de nosotros será llamado a rendir cuentas de cómo ha vivido, de cómo ha usado las propias capacidades: si las ha conservado para sí o las ha hecho fructificar también para el bien de los hermanos.
También Isaías, el profeta del Adviento, nos hace reflexionar hoy con una sentida oración, dirigida a Dios en nombre del pueblo. Reconoce las faltas de su gente, y en un cierto momento dice: “Nadie invocaba tu nombre, nadie salía del letargo para adherirse a tí; porque tu nos escondías tu rostro y nos entregabas a nuestras maldades” (Is 64,6). ¿Cómo no quedar impresionados por esta descripción? Parece reflejar ciertos panoramas del mundo postmoderno: las ciudades donde la vida se hace anónima y horizontal, donde Dios parece ausente y el hombre el único amo, como si fuera él el artífice y el director de todo: construcciones, trabajo, economía, transportes, ciencias, técnica, todo parece depender sólo del hombre. Y a veces, en este mundo que parece casi perfecto, suceden cosas chocantes, o en la naturaleza, o en la sociedad, por las que pensamos que Dios pareciera haberse retirado, que nos hubiera, por así decir, abandonado a nosotros mismos.
En realidad, el verdadero “dueño” del mundo no es el hombre, sino Dios. El Evangelio dice: “Así que velad, porque no sabéis cuándo llegará el dueño de la casa, si al atardecer o a media noche, al canto del gallo o al amanecer. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos” (Mc 13,35-36). El Tiempo de Adviento viene cada año a recordarnos esto para que nuestra vida reencuentre su justa orientación hacia el rostro de Dios. El rostro no de un “amo”, sino de un Padre y de un Amigo. Con la Virgen María, que nos guía en el camino del Adviento, hagamos nuestras las palabras del profeta. "Señor, tu eres nuestro padre; nosotros somos de arcilla y tu el que nos plasma, todos nosotros somos obra de tus manos” (Is 64,7).

LA VIGILANCIA, VIRTUD DEL ADVIENTO


Mensaje del prefecto de la Congregación para el Clero Cardenal Mauro Piacenza

Reverendos y queridos Sacerdotes:
En este especial Tiempo de gracia, María Santísima, Icono y Modelo de la Iglesia, quiere introducirnos en la actitud permanente de su Corazón Inmaculado: la vigilancia.
La Santísima Virgen vivió constantemente en vigilancia orante. En vigilia recibió el Anuncio que ha cambiado la historia de la humanidad. En vigilia cuidó y contempló, más y antes que cualquier otro, al Altísimo que se hacía Hijo suyo. Vigilante y llena de asombro amoroso y agradecido, dio a luz a la misma Luz y, junto a San José, se hizo discípula de Aquel que de Ella había nacido; que había sido adorado por los pastores y los sabios; que fue acogido por el anciano Simeón exultante y por la profetisa Ana; temido por los doctores del Templo, amado y seguido por los discípulos, hostigado y condenado por su pueblo. Vigilando en su Corazón materno, María siguió a Jesucristo hasta el pie de la Cruz y, con el inmenso dolor de Corazón traspasado, nos acogió como sus nuevos hijos. Velando, la Virgen esperó con certeza la Resurrección y fue llevada al Cielo.
Amigos muy queridos: ¡Cristo vela incesantemente sobre su Iglesia y sobre cada uno de nosotros! Y la vigilancia en la cual nos llama a entrar, es la apasionada mirada de la realidad, que se mueve entre dos directrices fundamentales: la memoria de todo lo sucedido en nuestra vida al encontrarnos con Cristo y con el gran misterio de ser sus sacerdotes, y la apertura a la “categoría de la posibilidad”.
La Virgen María “hacía memoria”, es decir, revivía continuamente en su corazón todo lo que Dios había obrado en Ella y, teniendo certeza de esta realidad, realizaba su tarea de ser la Madre del Altísimo. El Corazón Inmaculado de la Virgen estaba constantemente disponible y abierto a “lo posible”, es decir, a concretar la amorosa Voluntad de Dios tanto en las circunstancias cotidianas como en las más inesperadas. También hoy, desde el Cielo, María Santísima nos custodia en la memoria viva de Cristo y nos abre continuamente a la posibilidad de la divina Misericordia.
Pidámosle a Ella, queridos Hermanos y Amigos, un corazón capaz de revivir el Adviento de Cristo en nuestra vida; capaz de contemplar el modo en el cual el Hijo de Dios, el día de nuestra Ordenación, marcó radical y definitivamente toda nuestra existencia sumergiéndola en su Corazón sacerdotal. Que Él nos renueve cada día en la Celebración Eucarística, que es transfiguración de nuestra misma vida en el Adviento de Cristo por la humanidad. Pidamos, en fin, un corazón atento para reconocer los signos del Adviento de Jersús en la vida de cada hombre y, en particular, entre los jóvenes que se nos confían: que sepamos discernir los signos de ese especialísimo Adviento, que es la Vocación al sacerdocio.
La Santísima Virgen María, Madre de los sacerdotes y Reina de los Apóstoles, nos obtenga, a cuantos humildemente la pidamos, la paternidad espiritual, la única capaz de “acompañar” a los jóvenes en el alegre y entusiasmante camino del seguimiento.
En el “sí” de la Anunciación, somos animados a vivir en coherencia con el “sí” de nuestra ordenación; en la Visitación a Santa Isabel, somos animados a vivir en la intimidad divina para llevar su presencia a otros y para traducirla en un gozoso servicio, sin límites de tiempo y de lugar. Contemplando a la Santísima Madre adorando al Niño Jesús envuelto en pañales, aprendemos a tratar con amor inefable la Santísima Eucaristía. Conservando todo acontecimiento en el propio corazón, aprendemos de María a concentrarnos en torno al Único Necesario.
Con estos sentimientos les aseguro a todos, queridos sacerdotes esparcidos por el mundo, un especial recuerdo en la celebración de los Santos Misterios y pido a cada uno sostenerme en su oración para cumplir el ministerio que se me ha confiado. ¡Pidamos, delante del pesebre, que cada día podamos ser aquello que somos!

11/26/11


Las Mujeres y la Cultura de la Vida



A las mujeres que se dejaron transformar por la cultura, San Pablo diría seguramente lo que les dijo a los Corintios: "no se conformen al espíritu de la época"

      El viejo feminismo proponía que la mujer buscase la emancipación total, la independencia y la liberación sexual y económica. Este espíritu revolucionario impulsó a la mujer del pasado siglo a participar en grandes batallas: por el voto, por la igualdad en la educación, y por el reconocimiento en el lugar de trabajo.
      Hoy en día es sorprendente darse cuenta que la mujer continua buscando su identidad y el secreto de su realización. Algo todavía queda por conquistarse. O quizá el camino que está recorriendo, el camino de la deconstrucción de la familia, del ataque a la vida y de la pérdida del valor de lo que es más esencialmente femenino, es el camino incorrecto.
      Mirando atrás y viendo que puede ser más que un objeto del cambio, la mujer desea transformarse en un agente del cambio. Sabiendo que la propia realización no significa declarar la guerra al hombre, sino comprometerse al trabajo con él para los intereses comunes, no puede limitar sus ambiciones a conseguir un lugar mejor en la escala social. Sus aspiraciones se deben dirigir hacia dar lo mejor de su genio femenino a todo el mundo, efectuando el cambio social verdadero con sus dones y talentos únicos.
      Mary Ann Glendon comenta los aspectos claves de esta gran tarea.

Las mujeres y la cultura de la vida

      Mi charla esta mañana es una elaboración de la sugerencia en mis observaciones de apertura de ayer que, para los cristianos católicos, el asunto de un "nuevo feminismo" se ilumina cuando lo ponemos dentro del contexto de la "Nueva evangelización". Porque cuando intentamos expresar nuevas y mejores maneras de tratar los temas que preocupan profundamente a las mujeres, lo hacemos, en parte, debido a nuestra misión de "transformar la cultura".
      Al día de hoy, las palabras desafiantes de Evangelium Vitae (99) están grabadas en las mentes de todos: "Transformando la cultura de modo que apoye la vida, las mujeres ocupan un lugar, en pensamiento y la acción, que es único y decisivo. Depende de ellas promover un "nuevo feminismo".
      Me imagino que no soy la única mujer aquí que encuentra esas palabras un tanto abrumadoras. Me recuerdan a cómo me sentía cuando era joven y mis padres me animaban a veces a que llevase a cabo una tarea que percibía estaba más allá de mi capacidad. Por un lado, me sentía feliz que tuviesen tanta confianza en mí; por otra parte, me sentía nerviosa no solamente por la posibilidad de fallar, sino también por la posibilidad de decepcionar a mis padres. Ahora, aquí está el Santo Padre diciendo que las mujeres debemos transformar la cultura y ¡expresando su plena confianza en que podemos hacerlo! ¡Naturalmente, no deseamos decepcionarlo!
      Pero no podemos dejar de preguntarnos: ¿Cómo puedo yo responder personalmente? ¿Cómo incluso comienzo personalmente a pensar en cómo responder? Déjeme admitir ahora mismo: ¡No digo tener las respuestas! Mi aporte a nuestras ideas en común consiste en tres sugerencias sobre maneras en las cuales nosotros como los católicos podemos acercarnos al desafío de promover un nuevo y mejor feminismo. Ellas son:
      1. Un "nuevo feminismo para el siglo XXI" debe evitar el dogmatismo excesivo que caracterizó al viejo feminismo del siglo XX;
      2. La llamada a un "nuevo feminismo" en Evangelium Vitae se debe considerar conjuntamente con la llamada para "una cultura auténtica del trabajo" en Centesimus Annus; y
      3. La llamada para un "nuevo feminismo" se debe considerar conjuntamente con las llamadas recientes para que el laicado esté a la vanguardia de la nueva evangelización.

1. Feminismo y Dogmatismo

     Si tenemos presente que nuestra tarea final es transformar la cultura, podemos ver enseguida que un acercamiento doctrinario no hace probable un gran avance en esta causa. De hecho, el carácter dogmático del viejo feminismo es una de las características que evitaron que ganara los corazones y las mentes de la mayoría de las mujeres. No es solamente que la mayoría de la gente encuentra el tono dogmático ofensivo, sino también que es mejor admitir lo que sabemos y no sabemos que hacer declaraciones que no puedan ser sustentadas.
      Las feministas de fines del siglo XX han hecho declaraciones radicales y empíricas que no pueden ser sustentadas. Las"feministas de la igualdad" insistieron en que no hay diferencias significativas entre los hombres y las mujeres; las "feministas de la diferencia" en que los hombres y las mujeres son especies prácticamente diversas; y las "feministas del género" que ese género se construye socialmente y es indefinidamente maleable. Todas exigieron lealtad a su línea partidaria. Para desarrollar un nuevo feminismo, debemos tener cuidado en no caer en las mismas trampas.
      Déjenme aclarar algo: evitar el dogmatismo no implica que debamos ser tímidos al afirmar nuestras convicciones. Significa, por el contrario, tener un acercamiento similar al modelado por Juan Pablo II en su Carta Apostólica de 1988 sobre la dignidad y la vocación de mujeres. Éste es un Papa que sabe ser didáctico cuando es apropiado. Pero Mulieris Dignitatem es conversacional, más que didáctico en su tono. Se describe como una "meditación", e invita a los fieles a participar de la conversación. Pide que pensemos con la Iglesia en la dignidad y la vocación de las mujeres dentro del amplio contexto de la historia de la Salvación.
      Al mismo tiempo, el Santo Padre insiste con firmeza en ciertos puntos. Indica categóricamente que no hay lugar en la visión cristiana para la opresión de mujeres o para la violación de su dignidad e igualdad. Pide con firmeza que todos los hombres miren en sus corazones para ver si están tratando a las mujeres como sujetos y objetos más que como iguales hechos a imagen y la semejanza del Dios.
      Pero lo que es quizás más instructivo es la modestia de esta Carta. El Santo Padre, a pesar de ser el gran intelectual que es, reconoce libremente que no ve claramente el camino a seguir, porque en una época de grandes transformaciones sociales, surgen constantemente preguntas y problemas nuevos. Indica que uno no puede tener una comprensión adecuada de la persona humana "sin la referencia apropiada a lo que es femenino", pero reconoce la necesidad de un estudio más antropológico y más teológico de las bases de la dignidad masculina y femenina. No vacila en admitir que el tema del rol de los sexos es complicado, y en pedirnos a todos nosotros que pensemos con él acerca de estas materias a la luz de la fe, de las Escrituras y de la Tradición.
      El tema es complicado. Pues nosotros los cristianos sostenemos que la cosa más importante sobre nosotros no es que seamos mujeres u hombres, sino que hemos sido bautizados en Cristo: "Entre ustedes que han sido bautizados en Cristo Jesús, no hay ni judío ni Griego, ni varón ni mujer, ni esclavo ni hombre libre". A la luz de nuestra unidad como hermanos y hermanas en Cristo, las otras diferencias palidecen; pero esto no significa que no existe ninguna diferencia entre los hombres y las mujeres, o que estas diferencias sean poco importantes. No somos espíritus puros, estamos encarnados como hombres y mujeres.
      Esta encarnación tiene relación con el cómo buscamos la perfección de nuestra naturaleza. Pero no es fácil determinar exactamente cuál es. Por un lado, existen tantas diferencias individuales entre nosotros que no existen dos personas, varón o mujer, que puedan buscar la perfección de su naturaleza absolutamente de la misma manera. Por otra parte, cada uno de nosotros vive no solamente en un cuerpo, pero en un momento determinado de la historia, y dentro de sociedades que tienen ideas diferentes sobre las mujeres y los hombres y sus relaciones entre sí. El estado actual del conocimiento humano no permite que sepamos todo sobre qué es lo natural y qué es resultado del condicionamiento cultural en los hombres y mujeres.
      El Santo Padre se ha esforzado mucho para evitar dar la impresión de que los hombres y las mujeres deben ser encerrados para siempre en los papeles asignados a ellos por las costumbres de un tiempo o de un lugar determinado. Los cristianos son, después de todo, gente en movimiento: hemos sido llamados a "revestirnos del hombre nuevo" "a no conformarnos con el espíritu de la época".
      Mulieris Dignitatem nos recuerda que Jesús mismo rompió radicalmente con las costumbres de su tiempo en su trato con las mujeres. Todos conocemos la historia de cómo los discípulos lo dejaron solo junto a un pozo en Samaria mientras que entraban a la ciudad a comprar provisiones. Cuando volvieron, lo encontraron en medio de una conversación muy personal con una mujer Samaritana. Las Escrituras nos dice que los discípulos "se maravillaron que él estuviese hablando con una mujer"(Juan 4:27).
      Y sin dudas. En esos días, los judíos no pasaban ordinariamente tiempo con los Samaritanos, ni la mayoría de los hombres tenían conversaciones serias con las mujeres en público. Esta mujer, por otra parte, era particularmente un personaje. Ella misma desafiaba la antigua costumbre que desalienta a las mujeres en todas las culturas, incluso hoy en día, a hablar con los hombres desconocidos. Y habría sido probablemente evidente por su ropa y sus maneras que no estaba yendo precisamente a sus clases de religión. Se parece a una versión Oriental antigua de la esposa terrenal de Bath descripta por Chaucer en "The Wife of Bath" ("de maridos en la puerta de la iglesia ella tenía cinco…").
      El encuentro con la mujer en el pozo, como sabemos, no fue un incidente aislado. En el curso del su ministerio, Jesús hizo amistad con muchas mujeres, incluyendo pecadoras públicas, y confió muchas de sus enseñanzas más importantes a las mujeres. Siguiendo los pasos de su Fundador, el Cristianismo ha hecho mucho en su larga historia para liberar a mujeres de costumbres que negaban su dignidad, estableciendo los principios del matrimonio monogámico e indisoluble, para mencionar solamente dos de las prácticas culturales más extendidas por el mundo antiguo de las cuales la Iglesia se alejó más dramáticamente.
      Pero increíblemente, esos logros son precarios hoy. El cristianismo nunca ha penetrado completamente en la cultura en ninguna parte; y los cristianos nunca se han opuesto completamente a los elementos anti-cristianos de la cultura. Cuando Juan Pablo II dijo en su carta de 1995 a las mujeres que la "historia y el condicionamiento cultural" han puesto obstáculos en el camino del progreso de las mujeres, él hablaba no solamente del pasado remoto. Aunque las posibilidades de educación y empleo se han ampliado grandemente, las prácticas y las actitudes que prevalecen en nuestra propia época todavía están evitando que muchas mujeres alcanzaran el uso completo de sus talentos y la perfección completa de sus naturalezas. Todavía se niega a las mujeres su dignidad completa mediante costumbres y condicionamientos culturales que no tienen nada que ver con el cristianismo, pero que han encontrado la forma de filtrarse en los hábitos de los cristianos.
      Piensen, por ejemplo, en las nuevas costumbres y actitudes introducidas por la revolución sexual, el aumento de la separación del matrimonio de la procreación, el aumento del divorcio, y el resurgimiento de la poligamia en su forma serial. ¿Qué clase de liberación es la que ha impedido el desarrollo intelectual y espiritual de tantas muchachas y mujeres? ¿Que ha traído tanta enfermedad, pobreza, aborto y madres y padres solteros?
      Muchas de estas nuevas costumbres han sido promovidas, es triste decirlo, por las formas de feminismo que crecieron a finales del siglo XX en las sociedades influyentes. Las feministas de los años 60 y 70 se quejaban con justicia de que a las mujeres se les había pedido siempre hacer sacrificios por los cuales recibieron muy poco respecto o premio de parte de la sociedad o incluso a menudo, de sus propios maridos. Pero el mismo movimiento feminista entonces procedió a mostrar la misma falta de respeto, al denigrar la maternidad y tratar al trabajo fuera del hogar como la única forma de trabajo que cuenta. Para compensar por los errores pasados, este movimiento (que pone tanto énfasis en la "opción") llega a no respetar la opción libre de las propias mujeres a favor de la vida familiar.
      Muchas de las "victorias" del feminismo de los años 70 parecen hoy huecas. Vivimos en una época en que las mujeres tienen más derechos legales que nunca antes en la historia, sin embargo su dignidad, su intrínseco valor como seres humanos, se compromete en un número de maneras que son distintivamente modernas. Habiendo ganado los "derechos reproductivos",se les deja a las mujeres cada vez más solas para que se hagan cargo de la responsabilidad de las consecuencias de ejercitar estos derechos de manera poco sabia. La pornografía, que alguna vez estuvo oculta, se vierte ahora abiertamente en los entretenimientos, anuncios publicitarios, y los medios de comunicación masivos. Las mismas revistas de mujeres que aconsejaron alguna vez a sus lectoras sobre cómo coser, cocinar, y criar niños animan hoy a las mujeres a que se conviertan en objetos sexuales. Las mujeres están siendo presionadas para que den prioridad al mercado de trabajo por encima de la crianza de sus hijos, y el declive del matrimonio ha convertido al papel de la maternidad en algo progresivamente peligroso. Mucho de esto ha ocurrido en el nombre de un nuevo dogma en el que la disensión no se permite: las mujeres y los hombres deben ser tratados exactamente de la misma manera.
      No habla bien de la formación intelectual de las feministas de la vieja-línea el que hayan elegido estacar su tienda ideológica en suelo tan inestable. En lo que se refiere a la paternidad, una cantidad extensa y en aumento de evidencia demuestra que las diferencias entre los hombres y las mujeres sí cuentan, y mucho. Desdichadamente, las elites intelectuales y líderes de opinión parecen a menudo ser los más lentos en aprender de la evidencia y de la experiencia. La segunda mujer de la historia en ser parte de la Corte Suprema de Estados Unidos, por ejemplo, ha dicho en el Washington Post, "El amor maternal no es como siempre se lo ha pintado. De alguna forma es parte de un mito que los hombres han creado para hacerles creer a las mujeres que hacen este trabajo a la perfección". "Las mujeres no serán de verdad liberadas", continúa la jueza Ruth Ginsburg, "hasta que los hombres compartan el cuidado de niño con ellas igualitariamente". El feminismo rígido de dura-línea de la jueza Ginsburg, se refleja en una serie de decisiones de la corte que han hecho casi imposible que los Estados Unidos esté en conformidad con el artículo 25 de la declaración universal de derechos humanos que proclama que la "maternidad y la niñez tienen derecho a cuidado y ayuda especiales".
      La forma dominante de feminismo en los años 70, "feminismo de la igualdad", adoptó el modelo masculino para el adelanto que prevalecía en esos años. Esa decisión reforzó las tendencias económicas que ejercieron presión cada vez más y más sobre mujeres y hombres para subordinar la vida de familia a las demandas del lugar de trabajo. Pero incluso los hombres ahora están reaccionando cada vez más contra un modo de vida que da tal prioridad al mercado de trabajo. Ni los hombres ni las mujeres desean ser homínidos unisex, acomodando sus vidas para calzar en los lugares dictados por la operación ciega de las fuerzas del mercado.
      Las feministas de los años 70 mostraron un pobre poder de razonamiento cuando saltaron a vagón de la "liberación sexual". Sus predecesoras más sabias habían entendido que las mujeres y los niños pagan la mayor parte del precio de una relajación de la moral sexual. Cuando el movimiento de finales de siglo XX insistió en "la libertad sexual y reproductiva", cayó directamente en las manos de hombres irresponsables, de la industria lucrativa del aborto, y de los reguladores agresivos de control de población.
      Las buenas nuevas son que el feminismo doctrinario de los años 70 está de salida en los países en donde originó —en el sentido que la gran mayoría de las mujeres ahora rechazan el llamarse feministas. En su encuesta a las mujeres americanas de todas las edades y formas de vida, Elizabeth Fox-Genovese descubrió que, mientras la mayoría de las mujeres comparten las metas feministas de la oportunidad educativa y ocupacional ecualitaria, ellas mismas han rechazado feminismo oficial. Lo han hecho así, dicen, porque perciben al feminismo indiferente a sus preocupaciones más profundas. Son alejadas por su actitud negativa hacia el matrimonio y la vida de familia, su actitud antagónica hacia hombres, su intolerancia hacia la disensión de sus posiciones oficiales, y por falta de atención a los problemas de balancear vida del trabajo y de familia. Las mujeres jóvenes se sientes alejadas aún más que las de más edad.
      Pero las malas noticias son que muchas de las peores ideas del viejo feminismo están atrincheradas en la ley y la política en los países influyentes. De esta forma, los esfuerzos contemporáneos en dar respuesta a los problemas de armonizar vida laboral y de familia tienden a centrarse en la socialización del cuidado de niño, más que en encontrar maneras de apoyar los deseos reales de la mayoría de las madres de pasar más tiempo con sus propios niños.
      En suma, cualquier proyecto para un nuevo y mejorado feminismo tiene delineado su trabajo. Por un lado, debe evitar el determinismo biológico crudo que no permitió que muchas mujeres desarrollen sus talentos el pasado, pero por otro lado debe evitar la deconstrucción imprudente del género promovido por el feminismo oficial. Somos afortunados al hacer frente a esa tarea con la ayuda de una gran tradición intelectual y un cuerpo de enseñanzas en las cuales la Iglesia como "experta en humanidad" ha reflexionado larga y profundamente en las cuestiones sociales.

2. Un nuevo feminismo y una nueva cultura del trabajo

      Esto me trae a mi segunda y tercera sugerencia, que se refieren a la importancia de las enseñanzas católicas para el proyecto de un "nuevo feminismo." Mis observaciones de aquí en adelante se basan en la creencia que los escritos de Juan Pablo II sobre el trabajo, las mujeres, y el laicado deben ser leídos conjuntamente. ¿Qué une a estos escritos y los liga con ese desafiante párrafo 99 de Evangelium Vitae? Es, ustedes ya lo adivinaron, la llamada para nada menos que una transformación cultural.
      Como lo muestra la biografía magnífica de Juan Pablo II escrita por George Weigel, el interés intenso del Papa en esos tres temas no es ningún accidente. Él sabe por su propia experiencia como trabajador de las minas y de una fábrica como es el duro trabajo manual. Es un hombre moderno que se siente cómodo con las mujeres, y que ha tenido amigas mujeres. Y es el primer Papa que se recuerde en haber pasado tanto de su vida como pastor (un pastor moderno, relacionado de cerca con los hombres y las mujeres) vacacionando con ellos, compartiendo las confidencias de parejas comprometidas y casadas, aconsejándolos en todo tipo de problema. Laborem ExercensChristefideles Laici, y los escritos sobre las mujeres fueron refinados en el mismo crisol de experiencia personal y de preocupación pastoral. Y todas ellas descansan sobre el mismo concepto de persona humana.
      Así pues, mi segunda sugerencia es que la llamada para un nuevo feminismo necesita ser entendida en conexión con la llamada para una nueva cultura del trabajo. En Laborem Exercens (1981), que el Santo Padre ha descrito como su encíclica más personal, él dice que el "trabajo humano es una clave, probablemente la clave esencial, a todas las cuestiones sociales"(3). Él enfatiza la dignidad del trabajo, diciendo que es a través del trabajo que "el hombre no solo transforma la naturaleza, adaptándola a sus propias necesidades, sino que también alcanza su desarrollo como ser humano" (9). Y él insiste que el"trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo".
      En esta temprana encíclica, llega a tres conclusiones que darían forma, más adelante, a sus escritos sobre las mujeres. Primero, afirma la dignidad de todas las formas de trabajo legítimo, pagadas o sin paga. En conexión con esto último, escribe que, "debe haber una nueva evaluación social del papel de las madres, del arduo trabajo conectado con él, y de la necesidad que los niños tienen de cuidado, amor y afecto para que puedan convertirse en personas responsables, maduras moral y religiosamente, y psicológicamente estables" (19). En segundo lugar: "el adelanto verdadero de las mujeres requiere que el trabajo sea estructurado de una manera tal que las mujeres no tengan que pagar su avance a costa de la familia" (19).
      Y tercero: "debe recordarse y afirmarse que la familia constituye uno de los términos de referencia más importantes para dar forma al orden social y ético del trabajo humano" (10).
      Vuelve a estas ideas diez años más tarde, en Centesimus Annus, cuando llama a "una cultura auténtica del trabajo" en la cual los valores humanos tengan prioridad por sobre los valores económicos (15). En otras palabras: No deshumanicen a los hombres y las mujeres, humanicen el mundo del trabajo. También vuelve al tema de la familia en Centesimus Annus, advirtiendo que la libertad económica se debe ejercitar con respeto a la "ecología humana" en la cual la familia es el primer y más esencial elemento. "Frente a la llamada cultura de la muerte," escribe, "la familia es el corazón de la cultura de la vida" (39). Es en la familia donde el "hombre recibe sus primeras ideas formativas sobre verdad y bondad, y aprende lo que significa amar y ser amado, y de esta forma aprende lo que significa realmente ser una persona" (39).
      Luego, en 1995, en una serie notable de escritos dirigidos específicamente a las mujeres, el Papa nuevamente expresa su apoyo total a las aspiraciones de las mujeres de una participación en vida política y económica, pero al mismo tiempo insiste en el completo respeto al rol de las mujeres en la familia. Reconociendo la dificultad enorme de reconciliar estos dos objetivos, precisa que se requerirán cambios sociales importantes. En su carta a Gertrude Mongella, la secretaria general de la conferencia de Beijing, dice, "los desafíos que enfrentan la mayoría de las sociedades hoy es el de mantener, de hecho, el de fortalecer, el papel de las mujeres en la familia mientras que al mismo tiempo posibiliten que puedan utilizar todos sus talentos y ejercitar todos sus derechos en la construcción de la sociedad" (8). Para que esto suceda, precisa, "se necesitan cambios profundos en las actitudes y la organización de la sociedad". (5). Continúa expresando dudas de que el desafío pueda ser resuelto "mientras los costos sigan siendo pagados por el sector privado". En la perspectiva de las incontroladas políticas de libre-mercado existe poca esperanza de que las mujeres puedan superar los obstáculos en su camino" (8). Después de su reunión con el Papa, la señora Mongella dijo, "si todos pensaran como él, quizás no necesitaríamos una conferencia sobre las mujeres".
      Los escritos del Santo Padre de 1995 a las mujeres fueron registrados extensamente, pero me pregunto a menudo si han sido leídos realmente por los que los registraron. Hubo muchos en la prensa y entre el clero que "se maravillaron de que él hablara" con las mujeres. Pero lo había estado haciendo toda su vida. Y los mensajes en los escritos a las mujeres son principalmente especificaciones de las ideas que eran ya características importantes de sus escritos anteriores. Temo que no se hayan leído ninguno de estos escritos tan cuidadosamente como se debería, porque ¿cómo podemos explicar sino el hecho de que su llamado radical y repetido para el cambio social profundo haya sido ignoradas en silencio? Se espera que el próximo Catecismo social haga que más lectores conozcan los aportes notables que este pontificado ha hecho al tesoro del pensamiento social católico.

3. El nuevo feminismo y el papel del laicado

      Ahora llego a mi tercer y última sugerencia que el proyecto del "nuevo feminismo" necesita ser considerado en la luz de las llamadas recientes al laicado a tener papeles más activos en la Iglesia y en la "Nueva evangelización". Déjeme comenzar recordando el hecho de que la reflexión del Santo Padre más fuerte sobre la dignidad y la vocación de mujeres, Mulieris Dignitatem (1988), fue inspirada por el sínodo de 1987 sobre la vocación y la misión del Laicado.
      La carta de 1988 al Laicado, también publicada por este sínodo, describe al laicado como un "gigante durmiente", y nos dice en términos precisos que es hora de despertar. La carta recuerda a los laicos algunas cosas que muchos católicos han olvidado: que una vocación no es sólo algo que los sacerdotes y las hermanas religiosas tienen, y que el trabajo misionero no es sólo algo que los sacerdotes y las hermanas religiosas hacen en tierras lejanas. Citando a los padres de Vaticano II, dice, el"bautismo confiere a todos aquellos que lo reciben una dignidad que incluye la imitación y el seguimiento de Cristo, la comunión entre unos y otros y el mandato misionero" (Lumen Gentium, 31).
      Una llamada de atención aún más fuerte fue dada en un domingo memorable de Pentecostés en la Plaza San Pedro hace dos años, cuando el Santo Padre anunció que el laicado debe estar a la vanguardia de la Nueva Evangelización. Y como si esto no fuera bastante, declaró en la Ciudad de México al año siguiente que el "laicado es en gran parte responsable del futuro de la iglesia" (Ecclesia en América, 44). Eso suma muchísima responsabilidad sobre la gente que había acostumbrado a la idea de que los sacerdotes y las hermanas se encargaban de todas esas cosas.
      Retrospectivamente, creo que mi generación de católicos estaba tan absorbida en la vida diaria que habíamos llegado a esperar que clero y las hermanas religiosas hicieran muchas cosas en el mundo secular para las cuales los laicos están bien equipados para llevar a cabo. Por esto, necesitábamos el recordatorio en estos escritos sobre el laicado de que, de las áreas en que viven los laicos su vocación, "la que está más acorde al estado laical es el mundo secular, al cual son llamados a formar según la voluntad de Dios" (EA, 44). Para la gran mayoría de nosotros los laicos, es en esos sectores donde o ayudaremos a construir la civilización de la vida y de amor, o seremos cómplices de la creciente cultura de la muerte.
      Esos recordatorios, creo, proporcionan un correctivo útil a la tendencia hacia las discusiones actuales sobre el papel de mujeres en la Iglesia que centran demasiado su énfasis en la Iglesia Institucional. Como el cardenal Hume escribió, poco antes su muerte, existe "el peligro [en estas discusiones] de concentrarse demasiado en la vida dentro de la Iglesia, en ser demasiado introspectivos". Dijo que sospechaba que "es un truco del diablo para desviar a buena gente de la tarea de la evangelización embrollándolas en cuestiones polémicas sin fin para hacerlos negligentes acerca del rol esencial de la Iglesia, que es la misión". Esto, me parece, pone el foco exactamente donde debe estar: en la misión y en la transformación de la cultura.
      Una vez que la naturaleza esencialmente cultural de nuestra tarea se presente claramente ante nuestros ojos, el papel de mujeres llega a estar también más claro. Porque dar forma a la cultura se reduce a la formación de seres humanos, uno por uno. Y las mujeres como madres, maestras y de otras maneras infinitas han desempeñado hace mucho tiempo un papel decisivo en formar la cultura. Desde un punto de vista, esto debe ayudarnos a aliviar nuestra ansiedad sobre lo que cada una de nosotras puede hacer. La evangelización, como la caridad, empieza por casa. Grandes obras pueden crecer de pequeñas semillas. Recientemente, en la liturgia del domingo de Pascua, oímos las palabras alentadoras de San Pablo: "No saben acaso que un poco de levadura tiene su efecto en toda la masa?" (I Cor 5:6)
      Pero, desde otro punto de vista, la analogía de la levadura debería aumentar nuestra ansiedad. Porque, mientras que las mujeres pueden tener gran influencia para formar una cultura, también sucede que las mujeres pueden ser formadas por la cultura. Estamos actualmente inmersos en una cultura donde las industrias de la publicidad y del entretenimiento promueven cada forma concebible de indulgencia hacia uno mismo. Estamos sumergidos en una cultura donde el entramado de las costumbres que una vez ayudaron a civilizar las relaciones entre los hombres y las mujeres se ha rasgado en pedazos. Una cultura que brinda poca ayuda o respecto a la maternidad. Una cultura donde los hacedores de la cultura del mañana, las niñas y los niños de hoy, están pasando más horas del día con la TV, Internet, y en escuelas estatales que con sus madres y padres. Un mundo donde el hedonismo y el materialismo están llevando la cultura de la muerte a cada resquicio de la sociedad.
      Por esto San Pablo tuvo que hablar de la mala levadura así como la buena levadura. La mala levadura, él precisó, también se esparce por toda la masa. Les dijo a los Corintios, gente próspera, autosatisfecha, comerciante, que tenían que librarse de la mala levadura y que estaba en ellos mismos, así como en su comunidad (5:7). A las mujeres que se dejaron transformar por la cultura, él diría seguramente lo que les dijo a los Corintios: "no se conformen al espíritu de la época".

Conclusión: Las mujeres y la cultura de la vida

      En la conclusión, quisiera volverme abreviadamente a la pregunta que planteé en el principio: la pregunta que viene naturalmente a nuestras mentes cuando nosotros meditamos el párrafo 99 de Evangelium Vitae: Si se supone que debemos estar al frente de la lucha cultural como laicos, y si nosotros tenemos un rol distintivo a jugar como mujeres, ¿cómo podemos cada una de nosotras hacernos cargo de estos desafíos? Muchas de nosotras ya nos sentimos abrumadas tratando de hacer lo mejor por nuestras familias y las otras responsabilidades. No es fácil distinguir un papel para nosotras trabajando por la cultura de la vida.
      Hace diez años, los fundadores de una organización americana, Women Affirming Life (Mujeres que afirman la vida) enfrentaron esa pregunta. Después de mucha oración y deliberación, escribimos en nuestra declaración de misión que nuestro propósito era "Ofrecer un testimonio público de parte de las mujeres en defensa del niño que aún no ha nacido y no es deseado, a través del compromiso directo, de los esfuerzos educativos, de la oración, y de la vida doméstica y profesional".Implícito en esa declaración está el hecho que, cualesquiera sean nuestros dones y donde sea que nos encontremos en nuestro viaje de la vida, somos siempre testigos.
      En cuanto a la forma que toma el ser testigos- y éste es un punto que deseo acentuar especialmente para las mujeres más jóvenes entre nosotras- nuestra forma de ser testigo probablemente cambie en las diversas etapas de nuestras vidas. En mi propio caso, durante los años en que fui una madre de tres niños con un trabajo, no había manera en que podía imaginarme estar activa en vida pública. Mi único intento en ser una evangelista laica en esos años no fue muy exitoso. Me ofrecí voluntariamente a enseñar a un octavo grado de la escuela dominical en mi parroquia, y descubrí que definitivamente no era mi vocación. Era más mucho más difícil que enseñar a estudiantes de la universidad!
      Las inspiraciones del Espíritu nos conducirán en direcciones absolutamente diversas en diversos puntos a lo largo de nuestro viaje en la vida. Lo importante, pienso, es ser conscientes que, estemos donde sea que estemos, estamos llamados a ser testigos. Y entender que lo que se nos llama a hacer hoy puede ser muy diferente de lo que podemos ser llamados a hacer mañana, o dentro de algunos años.
      Y es de vital importancia recordar que no estamos solos. Juntos, los miembros del cuerpo místico de Cristo brindan una gran variedad de habilidades y de gracias a nuestra vocación común de misionero: "Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos". (I Cor 12:4-5). Tenemos que aprender a apreciar las fortalezas de cada uno, ayudarnos unos a otros, coordinar nuestros esfuerzos, y así convertirnos en un todo que es más fuerte de lo que cualesquiera de sus piezas individuales podríamos ser.
      En conexión con esto, uno de los desarrollos más esperanzadores del siglo XX ha sido el florecimiento de grandes, vibrantes, organizaciones laicas. Solamente puede ser providencial que estas organizaciones comenzaran a mostrar su fuerza y potencial al mismo tiempo que las redes de ayuda tradicionales (la familia extendida, parroquias y vecindarios), fueron diezmadas por los efectos de la movilidad geográfica, de la pérdida de voluntarias mujeres, y de otros cambios sociales. Los movimientos laicos de hoy están proporcionando no sólo nuevas fuentes de compañerismo y de apoyo moral, sino que sus programas están remediando deficiencias en la formación laica. Están ayudando a muchísimos laicos a encontrar la santidad en medio del mundo. Y en su rica diversidad, están brindándonos modelos exitosos de complementariedad, complementariedad entre los diversos tipos de organizaciones, entre los hombres y las mujeres, y entre los religiosos y el laicado.
      Son ejemplos vivos de cómo podemos trabajar juntos como socios en la evangelización. Aunque el progreso en estas épocas es muy difícil de medir, pienso que podemos señalar algunas contribuciones muy substanciales que las mujeres católicas y las organizaciones de mujeres han hecho para "transformar la cultura" a través de su creciente testimonio público en años recientes. Por ejemplo, creo que han mejorado en gran medida la comunicación del mensaje pro-vida manifestándolo en voces compasivas, acentuando tanto aquello por lo cual luchamos como aquello a lo que nos oponemos, y elevando una visión de una sociedad que respeta a gente por lo que es en vez de por lo que tiene; una sociedad que tiene siempre otro lugar en la mesa para un niño, o un extraño necesitado, una sociedad que está dando la bienvenida a los niños, y que apoya a las mujeres y a los hombres que los nutren y educan.
      Necesitamos redoblar nuestros esfuerzos en el área de las comunicaciones, sin embargo, ya que la cultura de la muerte ha explotado completamente la era de la información. Una vez más es asombroso cuánto los hombres modernos podemos aprender del Apóstol Pablo. Cuando Pablo llegó a Atenas, encontró a las elites (como sus contrapartes modernas) desdeñosas de la religión, y la cultura popular saturada (como lo está hoy) de superstición. Explicando cómo tuvo que aprender predicar a diversa gente de diversas maneras, él dice, "Con los judíos me he hecho judío para ganar a los judíos; con los que están bajo la Ley, como quien está bajo la Ley —aun sin estarlo— para ganar a los que están bajo ella. Con los que están sin ley, como quien está sin ley para ganar a los que están sin ley, no estando yo sin ley de Dios sino bajo la ley de Cristo. Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles". (I Cor. 9:19-23). En Atenas, utilizó el material a mano, predicando delante del templo "al dios desconocido".
      De una manera similar, después del Concilio Vaticano II, la Iglesia ha comenzado a hablar a "todos los hombres y mujeres de buena voluntad", a menudo pidiendo prestado el lenguaje de los derechos humanos universales. Y con el mismo fin, el Papa Juan Pablo II no ha vacilado en apropiarse del lenguaje del moderno feminismo, purgándolo de sus elementos negativos, y utilizándolo para llegar a las mentes que están cerradas y los corazones que se han enfriado.
      Y de una manera similar, nos hemos reunido aquí en este congreso para compartir ideas, para confesar preocupaciones, y para buscar juntas las llaves correctas para abrir mentes y corazones. Quizá no seamos capaces aun de discernir los contornos exactos de un "nuevo feminismo". Pero sabemos una cosa: ni el feminismo ni ningún otro "ismo" pueden ser una ideología total o un fin en sí mismo. Un nuevo y mejor feminismo debe ser un medio para fines más altos, el fin de liberar a cada mujer para que busque la perfección de su naturaleza y el fin de "transformar la cultura para que apoye la vida…".