EUROPA SE FUNDÓ CONTRA LA BARBARIE Y EL TOTALITARISMO
HERMAN VAN ROMPUY
Señoras y señores representantes de la Iglesia, del mundo político, diplomático y económico y de las diversas organizaciones. Señoras y señores, profesores y estudiantes.
Europa y el cristianismo
Empiezo con una cita: “No tiene mucha importancia que Europa sea la más pequeña de las cuatro partes del mundo por la dimensión de su territorio, visto que es la más considerable de todas por su comercio, navegación, fertilidad, sus luces y la industria de sus pueblos, por el conocimiento de las artes, de las ciencias, de los oficios, y lo más importante, por el cristianismo cuya moral benefactora sólo tiende al bienestar en la sociedad”.
¿Ustedes me dirán Chateaubriand, el hombre del “genio del cristianismo”?
O quizás Bossuet, el obispo de Meaux, ¿aunque esta cita no se parezca nada a un sermón?
No, simplemente he citado el contenido del artículo Europa en la enciclopedia escrita por Diderot y d’Alambert, que, convengamos, no pasaron a la posteridad por su compromiso cristiano.
Pero no se equivoquen. Al comenzar con esta cita mi conferencia, cuyo título elegido es'Solitario-solidario' o la esencia de un vivir conjunto europeo, no buscaba polemizar. No está en mi carácter ni en mi temperamento.
Por otra parte, estoy hablando en nombre propio y no en cuanto presidente del Consejo europeo.
Estoy solamente intentando ubicar el concepto “Europa” en la historia.
¿No es el historiador Jacques Pirenne, hijo del discípulo de Henri Pirenne, el más reputado historiador belga quien escribió: “Europa es un verdadero caos, formado por las antiguas poblaciones romanas, en donde la civilización tiene orígenes milenarios, y pueblos nuevos a través de los cuales se encontrarán todos los grados de barbarie y de semibarbarie. La Iglesia reuniéndolos en el cristianismo creará Europa. No será ni una entidad política ni una entidad económica, será exclusivamente una comunidad cristiana”?.
Es el motivo por el cual el monje Benito fue proclamado en 1964 santo patrono de Europa. Porque Europa desde el inicio fue creada por la espiritualidad.
En el siglo XV, Enea Silvio Piccolomini, el papa Pío II, el único papa en ese momento que escribió sus memorias, fue el primero en emplear el nombre “Europa” y el calificativo “europeo” y en escribir, en 1458, una historia y una geografía de Europa, inaugurando así un uso más político de la palabra.
Europa pues, Europa y la formación de la conciencia occidental de la que el cristianismo fue un elemento constitutivo y en la que éste marcó profundamente las estructuras. Otras corrientes de pensamiento se añadieron, a veces complementarias y otras contradictorias. Todo eso ofrece hoy un cuerpo y un alma a esta identidad europea, a pesar de lo vasta y vaga que esta noción pueda ser. Pero aunque una noción no pueda ser definida científicamente no quiere decir que no exista. Pensarlo sería, para mí, un gran error intelectual.
Y si en el futuro la Unión Europea, la comunidad de los pueblos europeos, desea alcanzar, a nivel global, una mayor unidad en el respeto de la libertad de los pueblos, deberá indudablemente apoyarse sobre lo que su genio ha hecho, o sea en una gran solidaridad de todos hacia la integridad de cada persona.
La unidad en torno a la persona
Ustedes conocen mi estima por el pensamiento personalista, pensamiento que puede perfectamente ser resumido por la fórmula del biólogo Jean Rostad: “Solitario, solidario”.
Solitario, pues todo parte del hombre. Del hombre indivisible en su singularidad, su originalidad, en el respeto que se merece, cualquiera que sea su nivel social y su grado de inteligencia. El hombre inscrito en la palma de Dios, como dice el libro de los Salmos, y como se muestra en las grandes tragedias griegas.
Pero también es constitutiva del hombre “más que individuo”, de su propia persona, es decir del individuo consciente, su pertenencia a comunidades.
Todo parte del hombre. Del hombre y de la mujer. Entorno a él o ella se forman círculos concéntricos de comunidades. Mientras que el hombre es el centro.
El hombre, la persona libre y responsable, consciente de sus derechos y de sus deberes. Los deberes se refieren siempre al otro. La persona consciente también de su pertenencia no a “una” comunidad, sino como he dicho a “las” comunidades, a una sociedad plural y siempre cambiante constantemente hacia el porvenir.
Solitario y solidario pues, sí, todo parte del hombre y de su capacidad de aceptar las diferencias y de acoger “lo diferente” y de echar, cada nuevo día un puente hacia ese “otro” radicalmente diferente en su comprensión del mundo pero también radicalmente similar en su humanidad.
No será sino al precio del logro de tal paso como el hombre, en Europa y en otras partes, será capaz de abrazar al mundo globalizado
Personalismo y pluralismo
Pero no será en este lugar, en la Universidad Gregoriana, donde necesite convencerles. Y no es casualidad que la aclimatación del mensaje cristiano a las diferentes civilizaciones, sea desde hace más de cuatrocientos años “la marca de fábrica” de los jesuitas, su manera de concebir la mundialización en el respeto de las culturas particulares.
Una mundialización religiosa por la fe, la esperanza y la caridad, pero una fe conjugada con la razón, pues la contribución de la Compañía de Jesús a las ciencias es realmente prodigiosa.
Un bello ejemplo fue el padre Teilhard de Chardin, este científico visionario para quien la unificación y el amor eran el motor de la evolución.
Otro bello ejemplo son las humanidades “grecolatinas”, base de la enseñanza secundaria de los jesuitas, humanidades que tienen su fundamento en las ciencias, las artes y la retórica de las antiguas Grecia y Roma.
“Solitaria, solidaria” decía, o la esencia de un vivir conjunto europeo.
Y cuando digo “entre europeos” quiero subrayar que no creo inocentemente en el posible surgir de un hombre europeo o de una mujer que tendría como primera identidad o como identidad primera ser europeo o europea.
Aquí también creo en esta diversidad que me es cara, en estas identidades plurales que hacen que un habitante de Roma pueda perfectamente considerarse como romano, italiano y europeo, una identidad que no excluye otra, una identidad que no prima sobre las otras.
Creo además que la formación de la Unión europea reside en su aceptación de una identidad europea definida como identidad de espíritu, de sentimientos y no como identidad que se autodefine “nación europea”.
Yo me “siento de Europa”, con mis raícesy mi bagajes nacionales, regionales, antes de ser lo que algunos llaman “un europeo”.
Me “siento de Europa” pero no tengo ningún deseo de entrar en un mundo conceptual indiferenciado.
Concebir al hombre como un ser puramente individualista, racional y cosmopolita es para mí un profundo error. El hombre, o sea hombre y mujer, es un ser multiforme. Basta verlo en lo concreto. No se le respeta obligándole a plegarse a conceptos abstractos.
La riqueza natural y espiritual de Europa son sus varios pueblos, diversas naciones, pluralidad de culturas, pero insisto igualmente, una sola y misma civilización llevada por principios que no es posible derogar y en nombre de los cuales se encuentra la igualdad hombres-mujeres, la democracia política, la separación entre el Estado y las Iglesias.
La integración en nuestras sociedades se hace por la civilización aquí definida bajo la forma de normas e instituciones. Es un factor de unificación en una sociedad pluricultural.
Pero necesitamos más. Necesitamos un “suplemento de alma”.
Más allá del individuo
Entretanto creo que nuestra época está demasiado obsesionada por la figura del individuo que se construye a sí mismo. Y que la universalización del reino del individuo, sin superestructuras filosóficas o religiosas, deja al hombre solo delante de su destino. O un “solitario no solidario” se vuelve ansioso y considera fácilmente al otro como un enemigo.
Y es según mi opinión el mayor peligro que pueden sufrir nuestras sociedades. Uno constata hoy una falta de trascendencia, de ideas, de ideales que sumergen el individuo. Pues un eje de dirección, un destino son tan necesarios para una sociedad, como para el hombre el sentido que da a su vida.
Marcel Gauchet se preguntó si nuestras democracias pueden aún asegurar “la suprema función de la política que es la de dar a la colectividad el sentimiento de una conducción de su destino”: El riesgo es que “la política se disuelva para dar lugar a “la” política y sus cortejo de intereses y de revindicaciones identitarias particulares, incapaces de satisfacer el interés general.
El peligro es que un nuevo individualismo, que un nuevo nacionalismo, noconquistador sino calculador, quiera salirse con la suya,dictado por un interés puramente material. Un nuevo individualismo que se desarrolle paradójicamente en un mundo occidental con un sector colectivo, público, extremamente desarrollado, organizado e imponiendo incluso, la ‘solidaridad’.
Por ello, no creo que los derechos del individuo o los derechos del hombre puedan en el futuro, por sí mismos, constituir una trascendencia o, como dice Régis Debray, un eje vertical en torno al cual los europeos puedan encontrarse. Esto es reenviar demasiado al hombre a él mismo y por lo tanto, forzarlo, limitarlo, cerrarlo, aislarlo. En una palabra volverlo demasiado “solitario”.
¿Entonces se repropone la pregunta del “aquel eje vertical”?
¿Será el “eso” de Virginia Woolf, “La última realidad” del premio nobel belga Cristian De Duve, el incalificable inefable, el Otro con una “O” mayúscula,“Dios” tal cual, que nos sobrepasa sin cesar revelándonos a nosotros mismos?
Pero la historia nos enseña que no se puede imponer un mito fundador europeo ni una trascendencia en torno a la cual reunirse.
A no ser que se considere la memoria de Auschwitz como el fundamento de la unidad europea, y aquí citoel título del diario Le Monde evocando la Shoah: L'Europe réunie se recueille (La Europa reunida se recoge). Bonito titular que yo calificaría de “religioso” en los dos sentidos etimológicos de la palabra, religare para reunir y relegere para recogerse, para releer su pasado.
Europa como proyecto político fue la respuesta a la guerra, al horror. Europa fue construida con la memoria de las tumbas de millones de inocentes. Europa está basada sobre este rechazo y sobre esta opción, en favor del hombre, contra la barbarie y el totalitarismo. Se sabe lo que no se quiere. En nombre de determinados valores que unidos forman una “unión” nuestra “unión”. ¿En que consiste esta “unión de valores”?
Corriendo el riesgo de sorprenderles, diría que reside en el fondo, en… el amor. Puesto que la solidaridad en nuestros días se convirtió en un concepto demasiado institucional.
Concepto que, para no ser estéril, implica una noción de compartir y de amor. De amor que calificaría como gratuito, en el sentido de don. Y si seguramente no es posible imponer el amor, el amor es la mayor fuerza trascendente que exista, de todos modos es posible a cada uno de nosotros, a cada europeo, trabajar por ello, en la esperanza de un futuro mejor.
El amor no es, no más, algo abstracto. El amor necesita de algo concreto. El amor, como la fe, está muerto si no se transforma en actos. Recordemos a san Agustín, el hombre que proclamó: “Ama y haz lo que quieras”; el hombre que declaró: “Nosotros somos los tiempos. Seamos buenos y los tiempos serán buenos”.
¿Entonces señoras y señores, aquí es justamente donde reside la esencia de una Europa en continua construcción? No en un espíritu conquistador a la manera de Carlomagno, o Carlos V o Napoleón, sino en los pequeños pasos emprendidos diariamente, tanto a nivel filosófico, político o económico, pequeños pasos realizados en nombre de esta “unión de valores” cuyo pedestal es el amor. Pequeños pasos que día tras día, año tras año nos muestran, nos demuestran que el camino se hace al andar y que la marcha misma la que determina el sentido del camino.
Pues si nos falta una inspiración, una motivación, una dirección o una ambición no nos falta una utopía.
Esta sería incluso peligrosa pues ella querrá hacer plegar la realidad delante a lo que jamás podrá ser una realidad.
Por lo tanto a despecho de utopías imposibles, intentaremos, dije bien, “intentaremos” cuidar que políticamente, diplomáticamente y económicamente Europa vaya sobre rieles y hacer avanzar por el bien de todos el tren que conduce a un mejor vivir, un vivir mejor en común.
Y sí es así, ¿intentar volver perenne una cierta idea de Europa, una cierta idea del vivir juntos en nuestros países?Es hoy más difícil que hace algunas décadas o algunos años.
Pues el mundo cambia. Se globaliza y al mismo tiempo se individualiza. Y si la economía avanza, el hombre no avanza siempre. Por una parte, el mundo se humaniza pues por todas partes combate la pobreza, notablemente en los países emergentes. Pero por otra, se despersonaliza, pues nuestro destino se vuelve cada vez más dependiente de un sistema financiero capitalista desenfrenado y sin ética. Y el sentimiento de impotencia que ha nacido nos causa miedo.
Gobernar en este clima es mucho más difícil que antes. Y establecer una economía al servicio del hombre a nivel mundial es un nuevo desafío que nos falta alcanzar.
Teniendo como principio un amor por el hombre para esperar una economía que llamaría “socialmente y humanamente” corregida.
Para superar este desafío necesitamos, aquí también, poner cotidianamente en acto acciones concretas, acciones correctivas.
Y de sus efectos acumulados tiene que nacer esta nueva economía que llamo de mis deseos. No tengo aquí tiempo para profundizar todos los aspectos. Lo que sí sé es que necesitamos, para realizar este objetivo, las virtudes de un amor que como dijo Kierkegaard, trasciende en el tiempo. Nosotros debemos por ello, cada uno dentro de nosotros, superar el sentimiento de la inmediatez, sentimiento que consiste en creer que la historia comienza con nuestro nacimiento, y que el pasado y futuroson nociones superadas.
He aquí, señoras y señores, queridos amigos, el contenido del mensaje que quiero entregarles hoy.
Permítanme agradecerles calurosamente, señor Francois Xavier Dumortier, rector de la Universidad Pontificia Gregoriana, por su invitación a este templo de pensamiento jesuita en Europa y en el mundo.
Y quien entre ustedes me conoce sabe que personalmente, y como antiguo alumno, tengo apego a la enseñanza de los jesuitas. Les debomucho. Sin ellos, yo no sería hoy día lo que soy, ni como hombre y ni como intelectual. En la filosofía de Pericles la política no era considerada como un vicio sino más bien como una vocación, y la voz de la conciencia nos fue ilustrada por Sócrates y Antígona.
La política era, sí, una expresión de la ética. Además la ética para mí tiene un fundamento cristiano y si soy europeo es gracias a los jesuitas que, en manera concreta, nos ponían en contacto con alumnos de otros colegios de Europa, de Berlín, Nimega, D’Evreux o Genes. Pues “viajar juntos” ¿no es parte de “vivir juntos”?
Entonces sepan que esta mañana estoy contento de vivir algunos instantes junto a ustedes, con los recuerdos de algunos superiores generales flamencos o belgas de la compañía, como Ecerard Lardinois de Marcourt, el primer no español a cargo de la Compañía en 1574, de Charles de Noyelle, de Piter Jan Beckx y de Jean Baptiste Janssens.
Feliz de vivir algunos instantes junto a ustedes en este aroma y visión de la belleza que evidentemente encontré en Roma, descubriendo a largo de Tíber, con gran sorpresa y alegría, esta magnífica pintada sobre la pared de la orilla derecha ante a la isla tiberina: “Te amo desde aquí… hasta el final del mundo… desde aquí… al infinito”.
Me vuelve al espíritu la frase célebre de un papa romano: “Roma la progenitora, la anunciadora, la tutora de civilización y de eternos valores de vida” (1948)
Muchas gracias.