¿Miedo a la Verdad?
Ernesto Juliá Díaz
¿Dónde hallar una luz para legislar siempre en servicio del hombre, de todo el hombre?
«Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en Él y a extraer agua viva que mana de su fuente». El Papa hace esta consideración en el documento con el que convoca el próximo Año de la Fe.
Benedicto XVI, buen conocedor del gran vacío intelectual y espiritual de la cultura europea actual, no duda en presentar con toda la claridad posible, las necesidades de la inteligencia y del corazón del hombre occidental hoy, e invitarle a que busque saciar su sed sencillamente, como la samaritana, sin que el temor, el miedo, la vergüenza, los prejuicios, le traten de impedir acercarse a la fuente.
En Alemania, en sus palabras en el Bundestag, expresó con claridad meridiana ese afán de invitar a pensar, en estos momentos de desconcierto generalizado.
Primero señaló la rectificación de Kelsen, el padre el positivismo jurídico, quien a la edad de 84 años reconoció que la naturaleza del hombre no se regía, como la de los animales, y como él lo había afirmado hasta ese momento, por puras y simples reacciones causa-efecto. Había descubierto algunas normas de actuación en la naturaleza del hombre, que él no se explicaba de dónde podrían haber surgido: un anhelo de amar, un deseo de bien, un anhelo de verdad.
Una vez reconocido el hecho, Kelsen ya no se atrevió a preguntarse más. Consciente de que solo una voluntad podría establecer esas normas, la pregunta le hubiera llevado quizá a plantearse la existencia de un Dios Creador de la naturaleza y del hombre, que no estaba dispuesto a admitir.
Benedicto XVI, en cambio, preguntó a los diputados si era lógica la postura de Kelsen: cerrar los ojos, por temor a descubrir una realidad que le obligaría a cambiar de opinión. ¿Tenía sentido no plantearse esa pregunta?
Todos eran conscientes de que en los procesos democráticos de establecimiento de las leyes, en muchas ocasiones no se llegaba a descubrir, y a legislar, lo que de verdad era bueno o malo para los ciudadanos. ¿Dónde hallar una luz para legislar siempre en servicio del hombre, de todo el hombre? ¿La pura ley de la mayoría? ¿Acaso con esa ley de la mayoría no quedaban "legalizados" los mayores crímenes contra la humanidad, desde los campos de concentración hasta las clínicas-campos de concentración que son los abortos?
¿Que podría haber detrás de la no pregunta? ¿El miedo a descubrir un Dios Creador que ha puesto en el corazón del hombre esos deseos y anhelos, y le ha dado la libertad a su naturaleza, para que los ponga en marcha o los ahogue, sin más?
Ante ese miedo, temor, vergüenza, o como queramos llamarle, latente en el corazón de tantos agnósticos que siguen, no obstante todo, buscando la luz de Dios, el Papa invita a los cristianos «a redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo».
Solo la fe en Dios Creador por amor al hombre, hecha realidad en la vida de muchos hombres, hará borrar ese miedo, temor a la deforme visión de un dios vengativo, salvaje —es el título de una película reciente—, cruel, que el diablo sigue vendiendo a la cansada imaginación del hombre occidental, y le hace soñar con "la ley de la mayoría que establece el bien y el mal", y paraliza su inteligencia para que ose ir "más allá". Un hombre todavía empeñado, no obstante los clamorosos y sangrientos fracasos de ideologías totalitarias —y todas las ideologías lo son, por principio, porque establecen su "verdad" y le tienen miedo a la Verdad— en «hacer surgir una humanidad completamente nueva de un ateísmo radical», con palabras de Maritain.
Al final de su conversación con los parlamentarios alemanes, Benedicto XVI les invitó a pensar que era lo que más necesitaban para servir al pueblo que los había elegido. Y les sugirió que anhelasen enriquecerse con los dones que Salomón pidió en su día a Dios: «un corazón dócil; la capacidad de distinguir el bien del mal; y así establecer un verdadero derecho, y servir a la justicia y a la paz».
¿Se atreverán tantos parlamentarios europeos a hacer esa petición; o seguirán obstinados en "construir" sobre las cenizas del ateísmo?