Andrea Tornielli
El Papa no solo aclara que la tarea del sucesor de Pedro es “confirmar a los hermanos” en ese inconmensurable tesoro que es la fe que Dios nos dona como luz para el camino de cada hombre; demuestra también la sintonía entre ambas miradas, la de Ratzinger y la de Bergoglio, sobre la fe y la Iglesia
«Estas consideraciones sobre la fe, en línea con todo lo que el Magisterio de la Iglesia ha declarado sobre esta virtud teologal, pretenden sumarse a lo que el Papa Benedicto XVI ha escrito en las Cartas encíclicas sobre la caridad y la esperanza. Él ya había completado prácticamente una primera redacción de esta Carta encíclica sobre la fe. Se lo agradezco de corazón y, en la fraternidad de Cristo, asumo su precioso trabajo, añadiendo al texto algunas aportaciones. El Sucesor de Pedro, ayer, hoy y siempre, está llamado a "confirmar a sus hermanos" en el inconmensurable tesoro de la fe, que Dios da como luz sobre el camino de todo hombre».
En estas pocas líneas, a caballo entre las páginas 8 y 9 de Lumen Fidei, la primera Carta encíclica del nuevo Papa, está la mejor respuesta a todos los que en estos primeros meses de Pontificado se han dedicado a enumerar los gestos de “ruptura” o de “discontinuidad”. Desde el color de los zapatos hasta el metal de la cruz, desde la férula hasta las mitras menos ricas, desde los acentos más “sociales” y menos intervencionistas sobre remas éticos en las homilías…
La Encíclica que fue publicada hoy es la confirmación del afecto y la veneración que Bergoglio nutre por su predecesor. Es cierto que también Benedicto XVI, para la segunda parte de su primera encíclica, retomó y reelaboró significativamente algunos materiales que había preparado su antecesor (quien, por lo demás, no tenía la intención de publicarlos como estaban), pero esta comparación no se “cuaja” con el caso de Bergoglio.
Francisco, efectivamente, hizo suyo, integrándolo con algunos anejos, un texto completado y preparado por su antecesor. Una encíclica “a cuatro manos”, la definió el mismo Bergoglio, alejando, como suele, formalismos y desmentidos de palacio.
Una encíclica muy ratzingeriana (en cuanto al lenguaje, la estructura, las citas…) que lleva la firma del primer Papa latinoamericano.
Asumiendo con humildad todo el trabajo que habían preparado Benedicto XVI y sus colaboradores, Francisco no solo aclara que la tarea del sucesor de Pedro (ayer, hoy y mañana) es “confirmar a los hermanos” en ese inconmensurable tesoro que es la fe que Dios nos dona como luz para el camino de cada hombre. Demuestra también la sintonía entre ambas miradas, la de Ratzinger y la de Bergoglio, sobre la fe y la Iglesia. Una mirada que a menudo ha sido olvidada o reducida por ciertos llamados “ratzingerianos”, que han pretendido transformar el estupor y la hermosura de la iniciativa de Dios en una “ley” eclesiástica. Es justamente en la humildad, en el hecho de considerar a la Iglesia como dependiente del protagonismo de Roma, en la consciencia de que la fe es dar espacio a la presencia y a la iniciativa de Otro, la característica que une intrínsecamente a Benedicto XVI, el Papa emérito, y a Francisco, el Papa.