Jesús Álvarez SSP (Evangelio del Domingo 16º del T.O./C)
"Entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta nadaba afanosa con el servicio, hasta que se detuvo y dijo a Jesús: Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola en los quehaceres domésticos? Dile que me ayude un poco. Pero el Señor le contestó: - Marta, Marta, tú te inquietas y andas nerviosa con muchas cosas, pero sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y nadie se la quitará" (Lc. 10, 38-42).
Marta y María son símbolo de las dos expresiones inseparables de la vida cristiana: la oración y la acción. Si se las separa, muere la vida cristiana y las obras no alcanzan valor salvífico. Por eso es necesario ser “contemplativos en la acción y activos en la contemplación".
Jesús no reprocha a Marta su actividad ni sugiere a María que basta la sola contemplación. A Marta le reprocha que ande más preocupada por la mesa para el Huésped que por el Huésped mismo. Y a María le asegura que está viviendo lo esencial, lo mejor, lo más necesario en la vida, lo que no pasará y nadie le quitará.
Contemplación y acción son las dos realidades que integran la vida cristiana, apostólica, misionera, consagrada, catequística, pastoral. Y se cae en la llamada “herejía de las obras” cuando se olvida lo fundamental: la unión real, amorosa con Cristo mediante la oración y la contemplación, pues sólo Él puede dar fuerza de salvación a nuestra vida y a nuestras obras.
Esta herejía la ilustró Jesús con la parábola de aquellos que, al final de la vida, pretendían entrar el reino de los cielos porque habían predicado, echado demonios y hecho milagros en su nombre; pero recibieron la fatal respuesta: “No los conozco; aléjense, obradores de iniquidad” (Mt. 25, 41).
¡Obras buenas degradadas en iniquidad por el egoísmo y el orgullo! “Quien no está conmigo, está contra mí” (Lc. 11, 23).
La “herejía de las obras” se da en la vida sin Cristo, por más que tenga apariencias de vida cristiana. Dios realiza las obras de salva-ción sólo mediante quienes oran, obran y viven conscientes de que la eficacia salvadora de su vida y de sus obras viene de Dios, gracias a la unión con Cristo, mediante la oración y la contemplación.