Luis Javier Moxó Soto
La primera encíclica de nuestro Papa Francisco, “Lumen Fidei”, ha sido realizada a cuatro manos como dicen, pues la ha terminado él, a los 114 días de su elección, después de haberla comenzado el Papa, ya emérito, Benedicto XVI.
Si, como dice san Pablo la fe viene por la predicación y ésta por la palabra de Cristo (Rom 10, 17), hemos podido oír a este dulce Cristo en la tierra trasmitirnos la luz y la frescura del Evangelio.
Hemos de preguntarnos qué sombras pueblan o rodean hoy en día a la humanidad y, también, qué luz es la que viene de esta fe de la Iglesia en este tiempo que nos ha tocado vivir.
¿Hay conciencia de la sombra y de la oscuridad? ¿Hay necesidad real de la luz de la fe, de la verdad, del Evangelio?
No en abstracto no, sino en mi vida, en la de mi familia, en la de mi comunidad cristiana y también en mi trabajo, tiempo libre: ¿Soy de los que pongo en un lugar oculto, apartado a la exposición pública, el tesoro de la fe que se me ha confiado? ¿O no puedo evitar que todo lo que pienso, siento,… vivo esté lleno del amor a Dios?
Porque si se me ha dado el mayor de los tesoros y no lo aprovecho, si no lo cuido y riego cada día, si no lo expongo al sol de la verdad y al aire de la relación con los demás, ¿cómo puedo esperar que mi vida tome raíces en lo único que realmente vale y salva?
Acoger y madurar la fe es ser sal y luz en el mundo. Y es motivo de alegría constante saber que somos amados –incondicionalmente- no sólo por Quien nos ha dado ese tesoro, sino porque Él es ese tesoro. Uno sólo es el que regala y el regalo al mismo tiempo.
En la medalla de San Benito de Nursia, cuya fiesta celebramos el 11 de julio, está inscrito “Crux Sacra Sit Mihi Lux” (“Que la Santa Cruz Sea Mi Luz”). Esto nos recuerda que detrás de la cruz de Cristo está siempre la luz de la resurrección, y que para llegar a la segunda debemos pasar por la puerta estrecha de la primera.
En esta decimocuarta semana del Tiempo Ordinario pensamos acerca de cómo estamos viviendo la relación de la fe con la luz que tanta falta nos hace, de la cruz que llevamos cada día con la presencia real de Cristo. Y también cómo vivimos esto hacia fuera, prácticamente, cómo lo transmitimos a nuestros niños y jóvenes, en nuestro ambiente más concreto.