Luis Javier Moxó Soto
Terminamos en esta semana (XXXIV del Tiempo Ordinario) el año litúrgico del ciclo C, año impar, que comenzamos el 2 de diciembre de 2012. Las lecturas tienen como figura, anuncio inmediato y centro a Jesucristo, Rey del universo: David ungido como rey de Israel (2 Sam 5, 1-3); la alegría del pueblo de Dios por entrar a la casa de su Señor (Sal 121); el reino del Hijo del Amor de Dios (Col 1, 12-20) y la petición del buen ladrón, san Dimas, a Jesús crucificado que se acordara de él cuando llegase a su reino (Lc 23, 35-43).
Tenemos otras conclusiones que indican la totalidad del cumplimiento definitivo de todo en Cristo, porque esperamos lo que ya está dentro de lo que ha sucedido. En esta semana también acabamos el Annus Fidei, que fue convocado el 11 de octubre del año pasado por Benedicto XVI, para “invitar a una ‘auténtica y renovada conversión al Señor, único salvador del mundo’ (Carta apostólica Porta fidei 6), augurando que suscite en todos los creyentes ‘la aspiración a confesar la fe en plenitud y con renovada convicción, con confianza y esperanza. Será una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, en particular en la Eucaristía, que es el ‘culmen hacia el que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de la que mana toda su energía’ (Sacrosantum concilium 10). Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada (Cfr. Constitución Apostólica Fidei Depositum 16), y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año” (Porta fidei 9).”
Llega el momento, por tanto, a la luz de la fe en esta solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, de cuestionarnos qué somos y cuál es nuestra tarea en el mundo: ¿Le vivimos como el centro de la creación, de la historia de la humanidad y de cada uno de nosotros? ¿Está la pastoral de nuestras diócesis y parroquias centrada en Él? ¿Le hacemos visible como lo esencial? ¿Cómo se cumple el nosotros el deseo y la petición del Padrenuestro “venga a nosotros tu Reino”? ¿Somos presencia para aquellos que más necesitan de nuestro testimonio, de nuestra caridad y esperanza? En suma, ¿cómo manifestamos el reinado de Cristo en nosotros como revelación de la verdad a los hombres, como servicio de caridad hacia todos, y que todo ha de ser puesto a Sus pies? Fijémonos en San Francisco, que oraba hasta el amanecer, entre lágrimas, al ver que el Amor no era amado: “Deus meus et omnia” (“Dios mío y mi todo”).
Por medio nuestro el Señor desea dilatar su reino: ‘reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz’ (Misal Romano, prefacio de la fiesta de Cristo Rey). Un reino en el cual la misma creación sea liberada de la servidumbre de la corrupción para participar de la libertad de la gloria de los hijos de Dios (LG 36). Nuestra tarea es llevar a Jesucristo, a Quien salva al hombre, y esto es el mayor motivo de alegría, reflejo de la certeza de la felicidad, que podamos tener. Comuniquemos la fe desde lo que somos, desde nuestra unidad, poniéndonos, como el Papa Francisco delante de todos.
Por eso, el martes 26 tenemos la muy esperada presentación oficial de la exhortación apostólica postsinodal sobre la evangelización “Evangelii gaudium” (“El gozo del Evangelio”), con la que podemos prepararnos mejor para el próximo Adviento que comienza la semana siguiente. Podemos hacer el compromiso de la lectura y meditación diaria del Evangelio, para seguirle más de cerca, como san Andrés, apóstol. Su fiesta es el sábado 30. Fue hermano de Pedro y pescador como él. Fue el primero de los discípulos de Juan el Bautista a quien llamó el Señor Jesús junto al Jordán y que le siguió, trayendo consigo a su hermano. La tradición dice que, después de Pentecostés, predicó el Evangelio en la región de Acaya, en Grecia, y que fue crucificado en Patrás. La Iglesia de Constantinopla lo venera como muy insigne patrono. (Martirologio Romano).