El Papa en su homilía de ayer en Santa Marta.
Confiémonos a Dios como un niño se confía en las manos de su papá. El Señor no nos abandona nunca y también cuando nos reprende, Dios no nos da una bofetada sino una caricia.
“Dios ha creado el hombre para la incorruptibilidad”, pero “por la envidia del diablo ha entrado la muerte en el mundo”. Durante su reflexión, el pontífice se ha detenido en la Primera lectura, un pasaje del Libro de la Sabiduría que recuerda nuestra creación. La envidia del diablo, ha afirmado el papa, ha hecho posible que comenzase esta guerra, “este camino que termina con la muerte”. Esta última, ha recordado, “ha entrado en el mundo y la experimentan aquellos que le pertenecen”. Es una experiencia que hacemos todos:
“Todos tenemos que pasar por la muerte, pero una cosa es pasar por esta experiencia con una pertenencia al diablo y otra cosa es pasar por esta experiencia de la mano de Dios. Y a mí me gusta escuchar esto: ‘Estamos en las manos de Dios desde el principio’. La Biblia no explica la Creación, usando una imagen hermosa: Dios, con sus manos nos hace del barro, de la tierra, a su imagen y semejanza. Son las manos de Dios las que nos han creado: el Dios artesano, ¿eh? Como un artesano nos ha hecho. Estas manos del Señor… Las manos de Dios, que no nos abandonan”.
La Biblia, ha proseguido, narra como el Señor le dice a su pueblo: “Yo camino contigo, como un papá con su hijo, llevándolo de la mano”. Son las manos de Dios, ha añadido, “las que nos acompañan en el camino”.
“Nuestro Padre, como un Padre con su hijo, nos enseña a caminar. Nos enseña a ir por el camino de la vida y de la salvación. Son las manos de Dios las que nos acarician en los momentos de dolor, nos consuelan. ¡Es nuestro Padre el que nos acaricia! Nos quiere mucho. Y también en estas caricias, muchas veces, está el perdón. Una cosa que me ayuda es pensar esto. Jesús, Dios, ha traído consigo sus llagas: se las hace ver al Padre. Este es el precio: ¡Las manos de Dios son manos llagadas por amor! Y esto nos consuela mucho”.
Muchas veces, ha continuado, escuchamos decir a las personas que no saben en quien confiar: “¡Confíate en las manos de Dios!”. Esto, ha observado el papa, “es bello” porque “allí estamos seguros: es la máxima seguridad, porque es la seguridad de nuestro Padre que nos quiere mucho”. “Las manos de Dios, ha insistido, también nos curan de nuestras enfermedades espirituales”.
“Pensemos en las manos de Jesús, cuando tocaba a los enfermos y los curaba… son las manos de Dios: ¡Nos curan! ¡No me imagino a Dios dándonos una bofetada! No me lo imagino. Reprendiéndonos sí me lo imagino, porque lo hace. Pero nunca, nunca nos hiere. ¡Nunca! Nos acaricia.
También cuando nos reprende lo hace con una caricia porque es Padre. ‘Las almas de los justos están en las manos de Dios’. Pensemos en las manos de Dios, que nos ha creado como un artesano, que nos ha dado la salud eterna. Son manos llagadas y nos acompañan en el camino de la vida. Confiémonos en las manos de Dios, como un niño se confía en las manos de su papá. ¡Esas son manos seguras!”.