El Papa en el Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El evangelio de este domingo nos presenta a Jesús que se enfrenta a los saduceos, quienes negaban la resurrección. Y es justamente sobre este tema que ellos interrogan a Jesús, para ponerlo en dificultad y ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos. Parten de un caso imaginario: 'Una mujer tuvo siete maridos, muerto uno después del otro', y le preguntan a Jesús: 'De quién será esposa esta mujer después de su muerte?'.
Jesús siempre manso y paciente les indica como primera cosa, que la vida después de la muerte no tiene los mismos parámetros de aquella terrena. La vida eterna es otra vida, en otra dimensión, en la cual entre otras cosas no existirá más el matrimonio, que está relacionado a nuestra existencia en este mundo. Los resucitados -dice Jesús- serán como los ángeles y vivirán en un estado diverso que ahora no podemos sentir ni imaginar. Y así lo Jesús explica.
Pero después, por así decir, pasa al contraataque. Y lo hace citando la sagrada escritura, con una simplicidad y una originalidad que nos dejan llenos de amor hacia nuestro Maestro, ¡el único Maestro!
La prueba de la resurrección, Jesús la encuentra en el episodio de Moisés y de la zarza ardiente, allí en donde Dios se revela como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. El nombre de Dios está unido a los nombres de los hombres y de las mujeres con los cuales Él se relaciona, y este nexo es más fuerte que la muerte. Y nosotros podemos decir esto de la relación de Dios con nosotros. Él es nuestro Dios; Él es el Dios de cada uno de nosotros; como si Él llevara nuestro nombre, le gusta decirlo, y esta es la Alianza.
He aquí por qué Jesús afirma: 'Dios no es de los muertos pero de los vivos, para que todos vivan en Él”. Esta es una ligación definitiva; la alianza fundamental es aquella con Jesús; Él mismo es la Alianza, Él mismo es la Vida y la Resurrección, porque con su amor crucificado ha vencido la muerte.
En Jesús, Dios nos da la vida eterna, nos la da a todos, y todos gracias a Él tienen la esperanza de una vida aún más verdadera que la actual.
La vida que Dios nos prepara no es un simple embellecimiento de la actual: esa supera nuestra imaginación, porque Dios nos asombra continuamente con su amor y con su misericordia.
Por lo tanto sucederá lo contrario de lo que esperaban los saduceos. No es esta la vida que será referencia de la eternidad, a la otra vida que nos espera; pero es la eternidad, es esa la vida que ilumina y da esperanza a la vida terrena de cada uno de nosotros. Si miramos solamente con mirada humana somos llevados a decir el camino del hombre va de la vida hacia la muerte, eso se ve; pero eso es solamente si lo miramos con ojos humanos.
Jesús invierte esta perspectiva y afirma que nuestra peregrinación va de la muerte hacia la vida: la vida plena; nosotros estamos en camino, en peregrinación hacia la vida plena y esa vida plena nos ilumina en nuestro camino. Por lo tanto la muerte se queda detrás de nuestras espaldas, no delante de nosotros.
Delante de nosotros está el Dios de los vivos, el Dios de la Alianza, el Dios que lleva mi nombre, nuestro nombre, como Él dijo, yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, y también en Dios con mi nombre, con tu nombre, con tu nombre con nuestro nombre. El Dios de los vivos.
Está la definitiva derrota del pecado y de la muerte, el inicio de un nuevo tiempo de alegría y de luz sin fin. Pero ya en esta tierra, en la oración, en los sacramentos, en la fraternidad, nosotros encontramos a Jesús y su amor, y así podemos pregustar algo de la vida de la resurrección.
La experiencia que hacemos de su amor y de su fidelidad enciende como un fuego en nuestro corazón y aumenta nuestra fe en la resurrección. De hecho, si Dios es fiel y nos ama, no puede hacerlo en un tiempo limitado, la fidelidad es eterna, no puede cambiar, el amor de Dios es eterno y no puede cambiar, no es en un tiempo limitado, es para siempre, hacia adelante. Él es fiel para siempre y Él nos espera a cada uno de nosotros con esta fidelidad eterna.