Ramiro Pellitero
Cuatro ingredientes básicos aplicables a cada cristiano, llamado a comunicar la fe según sus propias circunstancias y en el marco de su testimonio de vida
La celebración del primer año de pontificado del Papa Francisco, su estilo y sus interpelaciones, nos pueden ayudar a plantearnos: ¿es comunicable la fe? Puesto que es un don, más bien se trata de suscitar la apertura a ese don divino, que es luz e impulso para vivir. ¿Qué debemos tener en cuenta al tratar de esto con otra persona o en grupo, en una conversación de amistad o mediante charlas, coloquios u otras sesiones de formación más organizadas?
El Papa Francisco nos ha dado algunas orientaciones al respecto, cuando aconseja que el predicador debe prepararse con cuatro ingredientes básicos: estudio, oración, reflexión y creatividad. Y si no, “es deshonesto e irresponsable con los dones que ha recibido” (Evangelii gaudium, n. 145). Pues bien, todo esto es aplicable a cada cristiano, llamado a comunicar la fe según sus propias circunstancias y en el marco de su testimonio de vida.
Luego el Papa señala cinco puntos. Los tres primeros se refieren a la Palabra de Dios. Esto también nos conviene a todos, no solamente a los predicadores, pues el anuncio de la fe requiere primero, en el que anuncia, una respuesta “suya” a la Palabra de Dios, como condición para que pueda suscitar la fe en otros.
Atención a la Palabra de Dios, paciencia, interés
a) Primero, el “culto a la verdad”. Es decir, atención a la Palabra de Dios con paciencia e interés, sin querer obtener “resultados rápidos, fáciles o inmediatos” (n. 146). Ante esa Palabra necesitamos humildad, porque no somos −señalaba Pablo VI− “ni los dueños ni los árbitros, sino los depositarios, los heraldos, los servidores” (Evangelii nuntiandi, 78).
Con esa base, hemos de procurar comprender el significado de las palabras que leemos, el lenguajeque se usa, la situación de los personajes que presenta, etc., pero sobre todo el mensaje central que contiene.
“El mensaje central −explica el Papa− es aquello que el autor en primer lugar ha querido transmitir, lo cual implica no sólo reconocer una idea, sino también el efecto que ese autor ha querido producir. Si un texto fue escrito para consolar, no debería ser utilizado para corregir errores; si fue escrito para exhortar, no debería ser utilizado para adoctrinar; si fue escrito para enseñar algo sobre Dios, no debería ser utilizado para explicar diversas opiniones teológicas; si fue escrito para motivar la alabanza o la tarea misionera, no lo utilicemos para informar acerca de las últimas noticias” (n. 147).
En definitiva, se trata de saber qué quiere decir el texto, cuál es su fuerza propia. También debemos “ponerlo en conexión con la enseñanza de toda la Biblia”, pues con frecuencia la comprensión del pueblo ha crecido con la experiencia vivida (cf. n. 148). Esa interpretación, que hace ante todo la Iglesia, se transmite en las notas que suelen tener las ediciones bíblicas, que contextualizan, aclaran y precisan lo que leemos. Cabría aludir aquí a tres criterios que da el Concilio Vaticano II para interpretar la Escritura: la unidad de la Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia y el conjunto de la fe cristiana (cf. Benedicto XVI, Exhortación apostólica Verbum Domini, 30-IX-2010, nn. 34, 86 y 87).
Dejarnos interpelar por Dios, primero nosotros
b) La personalización de la Palabra. Insiste Francisco en que hemos de escuchar primero nosotros, los que deseamos ayudar a otros en la fe, esa Palabra, con un “corazón dócil y orante”, dispuestos a dejarnos conmover −herir− por ella y hacerla vida de nuestra vida (cf. nn. 149-150).
Este itinerario que arranca desde el interior del corazón creyente a los demás, lo intuye la gente en nuestra época, cuando prefiere escuchar a los testigos, porque tiene sed de autenticidad. Y por eso, observaba Pablo VI, “exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos [los que lo anuncian] conocen y tratan familiarmente como si lo estuvieran viendo” (Evangelii nuntiandi, n. 76). Lo cual, advierte el Papa Francisco, no quiere decir que seamos inmaculados, pero sí que nos dejemos interpelar sinceramentepor Dios; porque el Señor nos necesita como “seres vivos, libres y creativos” (n. 152).
"Lectura orante" de la Escritura
c) La lectura espiritual u orante de la Escritura. Este punto recoge contenidos de los dos anteriores con otras palabras. Se trata primero de captar el sentido literal de lo que leemos (preguntarse ¿qué dice el texto?), con el fin de no “manipularlo” reduciéndolo a nuestros previos esquemas.
En segundo lugar hemos de preguntarnos: ¿qué me dice a mí este texto?, ¿qué quiere Dios cambiar en mi vida con este mensaje? Para ello hay que vencer diversas tentaciones (como enfadarse o cerrarse, evitar enfrentarse personalmente con aquello pensando que es “para otros”, buscar excusas de poca generosidad); y, sobre todo, pedirle a Él lo que todavía no podamos lograr (cf. non. 152-153). Todo esto −cabe deducir− necesita oración y examen sobre cómo nos afecta esa cuestión, primero a nosotros mismos.
¿Qué necesitan los demás?
d) “Un oído en el pueblo” (cf. nn. 154-155). Ahora ya podemos preguntarnos qué necesitan escuchar los demás, según las cuestiones que ellos se plantean, su situación humana, lo que viven, sus experiencias previas. Advierte Francisco que esto no responde a una actitud “oportunista y diplomática”, o simplemente al deseo de buscar algo interesante para decir. Más bien se trata de ir logrando una “sensibilidad espiritual para leer en los acontecimientos el mensaje de Dios”; descubrir “lo que el Señor desea decir en una determinada circunstancia” (Evangelii nuntiandi, nn. 53 y 33).
Calidad en el modo de comunicar
e) Recursos pedagógicos (cf. nn. 156- 159). Y finalmente llegamos al cómo. El Papa observa que algunos se equivocan al comunicar la fe porque descuidan el modo de hacerlo. Se quejan cuando no los escuchan o valoran, pero no se preocupan de buscar la forma adecuada −los medios, los métodos− de presentar el mensaje cristiano. Y esto no está bien, porque queremos responder al amor de Dios amando nosotros al prójimo; y, por ello, “no queremos ofrecer a los demás algo de escasa calidad”.
En esta línea sugiere algunos recursos pedagógicos “prácticos”: resumir (decir mucho en pocas palabras); usar no solo ejemplos que se refieran al entendimiento, sino imágenes atractivas, comparaciones a partir de alguna experiencia conectada con la vida. Como decía un viejo maestro: “una idea, un sentimiento, una imagen”.
Nuestra comunicación debe ser sencilla, clara, directa, acomodada a los que nos escuchan. En principio debemos usar términos que ellos comprendan, y no términos especializados, propios de la teología o de la catequesis. Para lograr esto, propone el Papa con sabiduría, quien comunica debe “escuchar mucho, necesita compartir la vida de la gente y prestarle una gustosa atención” (n. 158).
Nótese que estos consejos parecen fáciles de llevar a la “práctica”, pero no lo son tanto, porque nos exigen quizá cambios más allá de una mera didáctica. Bastaría pensar si damos pie a que nos pregunten, porque vemos en esas preguntas caminos hacia Dios, que lleva tiempo actuando en esas personas; si nos tomamos en serio sus dudas y dificultades, porque queremos realmente su bien; si llevamos a nuestra oracióntodo eso poniéndonos “en su lugar”, porque sabemos que cada persona recorre de modo único su camino de fe.
Y concluye diciendo que no basta la sencillez; también se requiere la claridad, y, para ello, el orden y la lógica en lo que se expone. Sin olvidar que el lenguaje debe ser positivo: que atraiga, sin quedarse en la queja o en la crítica; que oriente con esperanza hacia el futuro. Sin duda tiene esto que ver con la belleza de la fe cristiana que hemos de saber “comunicar”.
En síntesis, aunque Francisco se refiere a la predicación, de su Exhortación sobre “la alegría del Evangelio” (buena noticia) podemos todos aprender actitudes de fondo, necesarias para “comunicar” la fe: humildad y veneración hacia la Palabra de Dios (la Sagrada Escritura), sinceridad y valentía con nosotros mismos,respeto y sensibilidad hacia los demás.
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En la película The Way (E. Estévez, 2000, hijo de Martin Sheen, ambos actúan en el film), un grupo de peregrinos van por el Camino de Santiago. A medida que se van conociendo y comunicando, se van abriendo a la profundidad de sus vidas. En la comunicación con los demás podemos descubrir caminos por los que Dios nos llama. Y a la vez, todos jugamos siempre algún papel en el camino de los demás.