Felipe Arizmendi Esquivel,
Obispo de San Cristóbal de Las Casas
En varias familias y comunidades hay divisiones, problemas, conflictos, hasta golpes y asesinatos. Ante esto, hay personas prudentes y generosas que se esfuerzan por construir la paz, por tender puentes de armonía entre las partes, por reconciliar a los enemigos, por caminar hacia la unidad; pero con frecuencia se les malinterpreta, se les ofende y se les confronta: “¿Con quién estás: con ellos o con nosotros? ¿De qué línea eres? Defínete, pues parece que quieres quedar bien con todos”. Quienes tratamos de servir como puente para unir dos orillas, somos pisoteados por una y otra parte, nos martirizan unos y otros, pero sólo así podemos ayudar a restablecer la comunicación entre los opuestos.
Es muy triste que haya divisiones entre grupos, partidos y organizaciones, no sólo por ideologías diversas, sino por la posesión de la misma tierra, por intereses económicos, por luchas de poder. Cuando insistimos en un diálogo reconciliador, cada uno nos quiere jalar a su lado. ¡Qué difícil es mantener la serenidad de juicio, la imparcialidad, la independencia! Sólo así se puede servir a la paz. De lo contrario, abonamos al conflicto y nos radicalizamos.
Es doloroso que en la misma comunidad eclesial las distintas formas de vivir la fe no se puedan aceptar con respeto y amor. Por ejemplo, en unos lugares, las comunidades eclesiales de base no toleran que unos creyentes sigan el estilo de la renovación católica en el Espíritu Santo. Cada quien se considera la única opción válida para creer en Jesús y vivir su Evangelio, siendo que los mismos evangelios son distintos entre sí: Marcos, sobrio y directo, no se parece a Juan, simbólico y contemplativo; Lucas tiene sus diferencias con Mateo; sin embargo, los cuatro nos llevan a Jesús. Aún más, los estilos de vida de Juan Bautista y de Jesús son muy contrastantes; los dos trabajan por el Reino de Dios, cada cual a su manera. Pero si insistimos en que los diversos caminos de seguimiento de Jesús convivan, se valoren, se enriquezcan unos a otros y juntos trabajen por una nueva evangelización, nos califican de no ser fieles a una opción eclesial determinada. ¡Cuánto se sufre por construir la unidad en la diversidad!
PENSAR
El Papa Francisco nos advierte que no se puede imponer una rígida uniformidad en la vivencia de la fe. Lo que dice sobre la legitimidad de diversas formas culturales en la Iglesia, vale también para los distintos caminos que hay para ser católicos: “Como podemos ver en la historia de la Iglesia, el cristianismo no tiene un único modo cultural, sino que, permaneciendo plenamente uno mismo, en total fidelidad al anuncio evangélico y a la tradición eclesial, llevará consigo también el rostro de tantas culturas y de tantos pueblos en que ha sido acogido y arraigado. En los distintos pueblos, que experimentan el don de Dios según su propia cultura, la Iglesia expresa su genuina catolicidad y muestra la belleza de este rostro pluriforme” (EG 116).
“Bien entendida, la diversidad cultural no amenaza la unidad de la Iglesia. El Espíritu Santo construye la comunión y la armonía del Pueblo de Dios. Él es quien suscita una múltiple y diversa riqueza de dones y, al mismo tiempo, construye una unidad que nunca es uniformidad, sino multiforme armonía que atrae. La evangelización reconoce gozosamente estas múltiples riquezas que el Espíritu engendra en la Iglesia. No haría justicia a la lógica de la encarnación pensar en un cristianismo monocultural y monocorde. En la evangelización no es indispensable imponer una determinada forma cultural, por más bella y antigua que sea. El mensaje que anunciamos siempre tiene algún ropaje cultural, pero a veces en la Iglesia caemos en la vanidosa sacralización de la propia cultura, con lo cual podemos mostrar más fanatismo que auténtico fervor evangelizador” (EG 117). “Es indiscutible que una sola cultura no agota el misterio de la redención de Cristo” (EG 118).
ACTUAR
Pidamos al Espíritu Santo que nos abra la mente y el corazón para aceptarnos en nuestras legítimas diversidades, dando los pasos necesarios para construir la unidad que Jesús pidió al Padre.