Salvador Bernal
Han descubierto en la Iglesia Católica “un gran amor por Jesús y una teología sana, fundada en la Biblia y en los dogmas clásicos”, y han experimentado “la riqueza de la vida sacramental”, así como la existencia de una estructura sacerdotal sólida que conserva la fe de la Iglesia y la transmite a las generaciones futuras”
Aunque parezca increíble, Suecia fue un Estado confesional (luterano) hasta el año 2000. Es más: la estructura de la confesión religiosa formaba parte de la organización estatal, y los pastores eran en la práctica funcionarios públicos, con el consiguiente riesgo de burocratización.
Personas piadosas, creyentes auténticos en el Evangelio, lamentaban el deterioro de las convicciones cristianas de la mayoría, y se comenzó a producir un acercamiento a la Iglesia católica, especialmente desde la elección de Juan Pablo II, el primer papa no italiano en siglos. Parte de ese fenómeno nació entre profesores y capellanes de la antigua Universidad de Uppsala, con unos rasgos que recordaban el movimiento de Oxford del siglo XIX, más conocido quizá ahora tras la beatificación de John Henry Newman, oficiada por Benedicto XVI el 19 de noviembre de 2010.
Este mes de marzo he leído en prensa italiana la historia de dos importantes conversiones. Una de ellas la protagoniza Lars Ekblad, que vive en Tysslinge, a 200 kilómetros de Estocolmo. Fue capellán protestante de la KFOR en Kosovo: un pastor luterano desde hace cuarenta años, animado por una fe ardiente, que vio cómo menguaba y se deshacía a su alrededor. Esa crisis estuvo en el origen de su conversión al catolicismo a finales del año pasado: “pienso −afirmó− que todo aquel que escucha la voz del Señor y está dispuesto a seguirlo acabará siendo católico”. Para su esposa no fue una sorpresa: “Lo intuía a lo largo de toda su vida”.
Al informar sobre esta conversión, Marco Respinti esboza un cuadro duro de la iglesia luterana de Suecia. Apenas se predica en los templos, no se condena el aborto ni el divorcio e, incluso, se celebra la homosexualidad públicamente, y se admite a la mujer para cualquier oficio eclesiástico, sin distinción alguna. Cada vez se ofician menos bautismos, y no es a causa del descenso de la natalidad, que no va mal en ese país nórdico, sino por efecto de una secularización sin el contrapeso de tareas evangelizadoras. Basta pensar que el obispo luterano de Estocolmo es una mujer, inscrita en el registro civil de uniones homosexuales, por su “boda” en 2001 con otra mujer-clérigo. La unión fue bendecida oficialmente por la iglesia de Suecia en 2006, y la pareja tiene un hijo.
Al contrario, la mínima comunidad católica está muy viva: 43 parroquias y unos 140.000 fieles, de cerca de 9 millones y medio de habitantes, de los cuales el 67,5% se declaran luteranos y el 18,5%, ateos o agnósticos. La comunidad católica debe mucho a la inmigración, sobre todo, de polacos e hispanos. En todo el país hay un solo obispo, el de Estocolmo, Mons. Anders Arborelius, nacido en Suiza de padres suecos, converso a los veinte años.
Las conversiones al catolicismo, frente a la devastación protestante, son significativas en el plano espiritual. Como afirma Lars Ekblad, “conozco a muchos ministros de la Iglesia de Suecia que se han hecho católicos, y bastantes más les seguirán”.
Así sucedería poco después con la conversión del pastor pentecostal Ulf Ekman, hombre muy conocido por su trayectoria vital. Nacido en 1950 en Gotemburgo, estudió en la Universidad de Uppsala, donde −después de ordenarse como pastor de la Iglesia de Suecia en 1979− fundó en 1983 una comunidad protestante pentecostal. Según Stefan Gustavsson, Secretario General de la Alianza Evangélica Sueca, Ekman era “el líder carismático más dinámico e influyente de Suecia en el último medio siglo”, con iniciativas promovidas en el extranjero, como Rusia, Kazajstán y otras regiones de la antigua Unión Soviética, así como una ONG benéfica que ayuda a los niños en la India. Sus libros sobre temas bíblicos y sus programas de televisión tuvieron un gran éxito. Realmente, fue una conmoción que lo dejara todo, para ser admitido en la Iglesia Católica.
Cuando Juan Pablo II visitó Suecia en 1989, Ekman se opuso virulentamente. Hoy es, con su esposa, un laico de la parroquia de Sankt Lars en Uppsala, que promueve el estudio del Catecismo de la Iglesia Católica −lo considera el mejor libro que ha leído−, y cree firmemente en la necesidad de la autoridad definitiva de un Papa que confirme con su Magisterio la fe de los creyentes, liberándolos de la Babel de las interpretaciones.
Al anunciar la conversión, también de su esposa, explicó públicamente que han descubierto en la Iglesia Católica “un gran amor por Jesús y una teología sana, fundada en la Biblia y en los dogmas clásicos”, y han experimentado “la riqueza de la vida sacramental”, así como la existencia de una estructura sacerdotal sólida que conserva la fe de la Iglesia y la transmite a las generaciones futuras”. Sin olvidar la fuerza ética del catolicismo y su coherencia, “capaz de hacer frente a la mentalidad del mundo, y cuidar amorosamente de los pobres y los más débiles”.