Tomás Trigo
El papa nos señala de diversas maneras a lo largo de su última encíclica una condición imprescindible para solucionar los problemas del medio ambiente: que el ser humano se ponga en su sitio
SI hay que buscar las claves de la nueva encíclica del Papa, pienso que una de las más importantes se resume en estas palabras: No hay ecología sin una adecuada antropología (n. 118). No conseguiremos solucionar los problemas ecológicos si antes no cambiamos el concepto que tenemos de nosotros mismos.
El pensamiento moderno nos ha convencido de que el hombre es el centro del mundo (antropocentrismo), el dios, dueño y señor absoluto de la naturaleza, a la que se enfrenta como si fuera algo informe y totalmente disponible para su manipulación. El hombre se considera medida de todas las cosas: es él quien les otorga su valor, que consiste, sobre todo, en la utilidad económica.
El antropocentrismo actual es sensible, sin duda, a los problemas ecológicos, pero mantiene que la solución se encuentra sobre todo en la aplicación de medidas científicas, técnicas y jurídicas, sin que sea necesario que el hombre cambie su concepción sobre sí mismo.
Como reacción frente al antropocentrismo, surge en el siglo XX un vasto movimiento ecológico que desplaza a la persona del centro del mundo para reemplazarla por otras especies (biocentrismo) o por la naturaleza en su totalidad (ecocentrismo). De la divinización del hombre se pasa a la divinización del mundo.
El papa nos señala de diversas maneras a lo largo de la encíclica una condición imprescindible para solucionar los problemas del medio ambiente: que el ser humano se ponga en su sitio. Y la mejor manera de poner en su lugar al ser humano, y de acabar con su pretensión de ser un dominador absoluto de la tierra, es volver a proponer la figura de un Padre creador y único dueño del mundo, porque de otro modo el ser humano tenderá siempre a querer imponer a la realidad sus propias leyes e intereses (75).
La relación del hombre con la tierra depende de la relación del hombre con Dios. El hombre no es un elemento más del cosmos, pero tampoco es el dueño absoluto de la tierra; por tanto, no puede tratarla despóticamente, ni explotarla buscando exclusivamente el aprovechamiento inmediato de unos pocos, sin preocuparse de las consecuencias nocivas de su conducta.
El lugar del hombre es el de hijo que recibe la tierra como regalo de su Padre: Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros (84). Esta visión del mundo como fruto del amor de Dios es la única que puede llevarnos a cambiar la lógica del egoísmo por la lógica del amor, de la fraternidad, de la solidaridad con todos, especialmente con los más pobres, y con las generaciones futuras.
El hombre no es un absoluto, no es por tanto el creador de la verdad. La gran tentación, la tentación primigenia, es querer ser creadores del bien y del mal. Y esa es, precisamente, la raíz del relativismo práctico, sobre el que el papa Francisco pone en guardia de modo muy claro en su encíclica. El relativismo implica una lógica que lleva al ser humano a ponerse a sí mismo como centro, y acaba por dar prioridad absoluta a sus intereses contingentes. Una vez más, para acabar con esa lógica, el hombre debe ponerse en su sitio, y admitir que no es el centro, no es Dios, sino hijo de Dios, hermano de los demás hombres.
Laudato si' es un grito de esperanza. El antropocentrismo mantiene una actitud de optimismo ingenuo, mientras todo se derrumba a su alrededor. El biocentrismo es profundamente pesimista respecto al hombre, al que considera el gran enemigo de la naturaleza. El papa Francisco no habla de optimismo ni de pesimismo, sino de esperanza. No todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan. Son capaces de mirarse a sí mismos con honestidad, de sacar a la luz su propio hastío y de iniciar caminos nuevos hacia la verdadera libertad. (205). Pero esa esperanza está fundada en Dios: No hay sistemas que anulen por completo la apertura al bien, a la verdad y a la belleza, ni la capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde lo profundo de los corazones humanos (205).
Laudato si'. El canto de san Francisco que da nombre a la segunda encíclica del papa Francisco es sin duda un canto a las criaturas, pero es ante todo un canto de agradecimiento a Dios: “¿Alabado seas, mi Señor, en todas tus criaturas”. He ahí la clave para valorar de verdad la naturaleza y cuidar responsablemente el medio ambiente: reconocer a Dios como creador y Padre de todos los hombres.