Mons. Enrique Díaz Diaz
XII Domingo Ordinario
Job 38, 1. 8-11: “Aquí se romperá la arrogancia de tus olas”.
Salmo 106: “Demos gracias al Señor por sus bondades”
II Corintios 5, 14-17: “Ya todo es nuevo”
San Marcos 4, 35-41: “¿Quién es éste, a quien el viento y el mar obedecen?”
“El Gera” siempre ha sido un joven atrevido, inquieto y dispuesto a la aventura. Arriesgarse en una de las nuevas tirolesas que han proliferado en los diversos sitios turísticos de Chiapas, no representaba ningún problema para él. Le explicaron claramente: debía dejarse llevar por la inclinación de la cuerda y la fuerza propia de la tirolesa, solamente cuando ya fuera a llegar, oprimiría fuertemente el pequeño madero que servía de freno para no llegar demasiado atrabancado. Pero… cuando iba a medio tramo, lo invadió el miedo, oprimió el madero y quedó suspendido sobre el impresionante barranco, ni para atrás ni para adelante. El pánico a la altura y el peligro de pasar de largo, lo hicieron quedarse colgado a la mitad. Quizás a nosotros el miedo a ser generosos, a abrirnos a los demás, a arriesgarnos hacia la otra orilla, nos deja colgados en medio de nuestros egoísmos.
Ir a la otra orilla siempre es un reto. Lo hemos escuchado constantemente en las palabras del Papa Francisco enviándonos a las periferias, a las otras orillas, a los diferentes. Nos gustan sus palabras, las alabamos, pero continuamos anclados en la orilla de nuestras seguridades y comodidad. Por eso la importancia de este texto con todo lo que implica. Se inicia con la intención de Jesús de cruzar el lago de Genesaret para ir a la otra orilla, es decir, ir hacia el espacio dominado por las fuerzas malignas según la mentalidad judía. Atrás se queda la Galilea amable y familiar, donde Jesús ya es conocido. Al otro lado se encuentran los paganos, cercanos en distancia, pero muy distantes en cultura. La principal oposición no sé si la encuentren en su interior o si la encuentran en la tormenta que les impide seguir adelante y amenaza con hundirlos en las aguas. El mar es considerado por los israelitas de ese tiempo no solamente con sus peligros naturales, de un lago con fuertes y violentas tormentas, diferentes a las del mar abierto pero capaces de volcar las frágiles barcazas; sino que el mar es considerado también como símbolo de todas las fuerzas oscuras, de lo desconocido, de lo que traga y doblega. Entonces produce mucho más miedo que el que pueden superar unos experimentados pescadores. Pasar a la otra orilla con Jesús, implica dejar la orilla de las seguridades y de la tranquilidad, anunciar su Reino, seguir sus huellas. Dejar comodidades, confort y bienestar. Es arriesgarse, aventurarse a buscar un mundo diferente. Y esto nos causa miedo, miedo al fracaso, miedo al dolor y al sufrimiento. Pero ahí está la invitación de Jesús: “Vamos a la otra orilla”.
Fuertes y desafiantes son la imágenes que el Papa utiliza para que tratar de sacudirnos de nuestras seguridades y nos arriesguemos en la aventura de evangelizar: “Se desarrolla en una Iglesia dormida la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo, que apolillan el dinamismo apostólico. ¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!”. Seguir a Jesús es aventurarse en un mundo nuevo, incierto, lleno de peligros, pero siempre con su presencia. Hoy podemos poner delante de Jesús todos nuestros miedos, incluidos aquellos que nos resulta humillante reconocer: nuestro miedo a la verdad, al fracaso, a lo desconocido, a los sentimientos, al cambio. Jesús, el aparentemente dormido, sabe de nuestros miedos y limitaciones y aún así nos invita a seguirlo y nos hace partícipes de su aventura. Nos da miedo la verdadera pobreza, el hambre, el ridículo y tantas otras cosas que nos atan y nos mantienen inactivos. La pregunta de Jesús, después de apaciguada la tormenta, a sus discípulos, va también para nosotros: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?” Jesús pide confianza absoluta en Él. No tanto en su poder, ya que no ha venido a ejercer poder. Quien cree en Él participa de su experiencia de amor, de pobreza, de perdón y de entrega. Éste es quien vence a las fuerzas que parecían invencibles del pecado, del egoísmo y de la muerte.
Quizás hemos confiado demasiado en nuestras destrezas y en nuestras fuerzas y cuando la tormenta arrecia, nos sentimos impotentes. Ser discípulo de Jesús implica embarcarse con Él en la misma aventura, romper las amarras, a pesar de nuestros miedos, y emprender la travesía con Jesús a bordo. Estar bien conscientes de quién está a nuestro lado y seguir navegando para que podamos llegar a la otra orilla. Tenemos que reflexionar y descubrir la raíz de nuestros miedos, sobre todo aquellos que nos mantienen inactivos e indiferentes ante los problemas de los hermanos. Aquellos miedos que nos han impedido arriesgarnos en la construcción del Reino, las amarras que nos atan y nos dejan anclados en la orilla. Debemos romper las amenazas que están destruyendo la comunidad: la injusticia, la violencia y la corrupción. Con Cristo venceremos la tentación de caer en el pesimismo y de abandonarnos a los vientos de la resignación. Debemos dar rumbo a la barca de nuestra Iglesia y de nuestras comunidades. También para nosotros hoy Jesús se hace presente.
Escuchemos las palabras de Jesús retándonos a ir a la otra orilla: la orilla del hermano, la orilla del que sufre, la orilla del diferente. Rompamos la rutina y los miedos. Seamos muy conscientes que Jesús navega en la misma barca que nosotros y si Él viene en nuestra compañía, nada podrá derrotarnos. ¿A qué le tenemos miedo? ¿Son razonables nuestros miedos? ¿Qué hemos dejado de hacer por miedo y después nos hemos arrepentido? ¿Qué nos dicen las palabras de Jesús en estos días, en nuestros tiempos y circunstancias? ¿Cómo podemos fortalecer nuestra esperanza?