El Papa en Santa Marta
“Un cristiano que no se siente atraído por el Padre es un cristiano que vive como un huérfano.” Lo aseguró el Papa Francisco en la homilía de la misa celebrada este martes en la capilla de la Casa Santa Marta.
Francisco parte de la pregunta que los Judíos le hacen s Jesús: “¿Eres tú el Mesías”. La interrogación que los escribas y fariseos le plantean varias veces nace de un corazón ciego. Una ceguera de la fe que Jesús mismo explicó: “Ustedes no creen porque no son de mis ovejas”.
Ser parte del rebaño de Dios es un don, pero es necesario tener un corazón disponible: “Mis ovejas oyen mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y ellas nunca se perderán. Y nadie me las arrebatará de mi mano”.
Estas ovejas habían estudiado para seguir a Jesús y luego no creyeron. La dureza de corazón de los escribas y fariseos, que ven las obras realizados por Jesús, pero se niegan a reconocer en él al Mesías es “un drama”, dijo Francisco, que “va adelante hasta llegar al Calvario”.
O mejor dicho –precisa el Papa– continúa incluso después de la Resurrección, cuando sugieren a los soldados que custodiaban la tumba decir que estaban dormidos y así acusar a los discípulos de haber robado el cuerpo de Cristo. Ni siquiera el testimonio de quienes asistieron a la Resurrección les hizo cambiar de opinión.
“Ellos son huérfanos”, reiteró Francisco, “porque negaron a su Padre”. “Estos doctores de la ley tenían el corazón cerrado, se sentían dueños de sí mismos y de hecho, eran huérfanos porque no tenían una relación con el Padre. Hablaban sí, de sus padres: nuestro padre Abraham, los Patriarcas …, pero como figuras distantes”. O sea que en sus corazones eran huérfanos, que vivían en el estado de orfandad y preferían eso que dejarse atraer por el Padre.
La importancia de ser atraído por Dios –subraya el Papa al recordar la primera lectura– se puede ver en la noticia que llegó a Jerusalén: muchos paganos se abrían a la fe en Cristo gracias a la predicación de los discípulos que llevaron la palabra a Fenicia, Chipre y Antioquía, donde en un primer momento tuvieron miedo.
Porque el corazón abierto los guió, un corazón como el de Bernabé, que enviado a Antioquía no se escandaliza por la conversión de los paganos porque –concluye el Papa– “aceptó la novedad” se “dejó atraer por el Padre, por Cristo”.
“Jesús nos invita a ser sus discípulos, pero para serlo, debemos dejarnos atraer por el Padre hacia él. Y la oración humilde del hijo que podemos hacer es: “Padre, atráeme hacia hacia Jesús; Padre, hazme conocer a Jesús. y el Padre enviará el Espíritu que abrirá nuestros corazones y nos llevará a Jesús”.
“Un cristiano –concluye el Santo Padre– que no se siente atraída por el Padre hacia Jesús es un cristiano que vive en condición de orfandad; y nosotros tenemos un Padre, no somos huérfanos”.