Ramiro Pellitero
La cercanía, más que una virtud concreta, es una actitud que implica a toda la persona: crea vínculos, permite que estemos, a la vez, en lo nuestro y atentos a lo de los otros
En la Misa Crismal, el Jueves santo 29 de marzo, el papa Francisco ha descrito la salvación obrada por Dios con el término cercanía. Una persona cercana es alguien próximo, no tanto en el sentido físico sino más bien en el sentido afectivo −mente y corazón, unidos−: alguien que acompaña y comprende, que ayuda y se compromete, que se sacrifica por el otro.
Nos viene bien esta reflexión cuando muchos, ante el mal y el sufrimiento que abundan en el mundo, se preguntan: ¿dónde está Dios? Y, lógicamente, se resisten a admitir la existencia de un dios imaginado como lejano o insensible al dolor humano. Pero esto nada tiene que ver con Dios según la revelación bíblica y sobre todo en la perspectiva cristiana.
Un Dios cercano
Observa Francisco cómo ya el libro del Deuteronomio dice: “Porque ¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está el Señor nuestro Dios en todo cuanto le pedimos?” (4,7). Dios se ha manifestado cada vez más cercano a los hombres.
En el salmo 88 (21-22-25 y 27) Dios se declara como acompañante y protector de David desde su juventud hasta su ancianidad. Y la cercanía de Dios mantenida en el tiempo se llama fidelidad.
El profeta Isaías (61,1-3a. 6a. 8b-9) contempla al enviado de Dios como “ungido y enviado” en medio de su pueblo, cercano a los pobres, enfermos y prisioneros. Y al Espíritu que “esta sobre Él”, que le empuja y acompaña en el camino.
La cercanía de Dios se hace patente en Jesús. En la sinagoga de Nazaret, hace suyas las palabras de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido; me ha enviado…” (Lc 61,1). Y concluye estableciendo la cercanía tan provocadora de aquellas palabras: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír” (Lc 4,21).
Señala el Papa que Jesús habría podido ser un escriba o un doctor de la ley pero quiso ser un evangelizador “de la calle”, un “mensajero de buenas noticias” −así han sido los santos− cuyos pies hermosos traen la cercanía de Dios (cf. Is 52, 7).
Pedagogía de la Encarnación
“Esa es −apunta Francisco− la gran elección de Dios: el Señor ha decidido ser uno que está cerca de su pueblo. ¡Treinta años de vida escondida! Solo después empezará a predicar”. Y añade que así es y ha de ser “la pedagogía de la encarnación, de la inculturación”, también hoy: no solo en relación con las culturas lejanas, también en la propia parroquia, en la nueva cultura de los jóvenes…
Subrayando este talante, este modo de actuar de Jesús, apunta que la cercanía, más que una virtud concreta, es una actitud que implica a toda la persona: crea vínculos, permite que estemos, a la vez, en lo nuestro y atentos a lo de los otros. Pone el ejemplo del diácono Felipe, que iba de un sitio para otro sembrando la alegría del Evangelio y bautizando incluso en medio de la carretera (cfr. Hch 8,5; 36-40).
Y añade que la actitud de la cercanía −como signo claro de la Encarnación del Hijo de Dios− es la clave del evangelizador. Es la clave de la misericordia que acorta distancias (como se ve en el encuentro de Jesús con la samaritana). Pero también es la clave de la verdad en la relación con las personas. La verdad que Cristo revela y es, no es la verdad que simplemente se mantiene a distancia de las personas −sin dejar que le toquen el corazón−, por medio de conceptos y razonamientos lógicos; o que se apresura imprudentemente a clasificarlas, juzgando sobre sus virtudes y defectos. Es la Verdad que las llama por su nombre y que les es fiel. Ante todo son personas, y eso quiere decir hijos de Dios. Y Jesús se acerca a ellas −a cada uno de nosotros− con la cercanía salvadora de su Palabra, de sus Sacramentos.
Modelo eximio de cercanía es María, a quien Francisco invoca bellamente como “Virgen de la Cercanía”. María, con su disposición de servicio e incluso con su modo de decir, se da cuenta en las bodas de Caná de lo que pasa, porque “sabe estar donde se cocinan las cosas importantes: esas que cuentan para todo corazón, toda familia, toda cultura”.
Concluye el Papa sugiriendo a los sacerdotes tres ámbitos de cercanía: el acompañamiento espiritual, la confesión y la predicación. En el ámbito de la verdad-fiel es siempre posible vivir la cercanía con delicadeza.
Cabría añadir que la cercanía la hemos de vivir todos los cristianos entre nosotros y con los demás: podemos preguntarnos, reflexionar y dialogar sobre qué significa cercanía en la amistad, en las obras de misericordia, en la ayuda que podemos prestar para formar a otros.
Se fija Francisco cómo el libro del Apocalipsis (1, 5-8) nos habla del Señor que “viene” siempre. Y, resucitado, nos sale al encuentro, mostrándonos sus llagas. Le verán también los que le traspasaron. Nos recuerda que la condición para reconocerle es “hacernos prójimos” a la carne de todos los que sufren, especialmente de los niños.
La cercanía −sin duda un don que hemos de pedir al Espíritu Santo− es cualidad esencial del mensaje cristiano, un mensaje que solo se transmite cuando se vive.