Salvador Bernal
Un uso de técnicas de comunicación más propias de la lucha política que del ejercicio de la inteligencia y de la búsqueda de lo verdadero
Escribo tras la experiencia de pasar unos días con desconexión tecnológica e informativa durante la Semana Santa. En parte por razón religiosa; en parte, por estar en viejos lugares de Castilla a los que la señal telefónica dista de llegar con la normalidad de los núcleos urbanos. Lugares para mí muy queridos, por ser los de mis raíces paternas. Pero comprendo que se hayan ido deshabitando progresivamente.
A la vuelta a Madrid, me encontré con el affaire de las supuestas palabras del papa Francisco sobre el infierno. Pregunté, y me dijeron que no habían tenido gran eco en la prensa española. Luego, he visto que sí, ya en la semana de Pascua. Me pareció que era tema al que se agarraban algunos columnistas con poco contenido o ideas que aportar, aunque sean maestros en ejercicios de estilo.
Sin embargo, nada he leído −tampoco he hecho ningún esfuerzo por encontrarlo− sobre la relativa crisis del diario italiano La Repubblica, a raíz del nuevo incidente protagonizado por uno de sus fundadores, Eugenio Scalfari. Aparte de las críticas globales al modo de hacer periodismo, no se acaba de entender que no hayan publicado el mentís de la Sala Stampa del Vaticano.
En otro tema, parece que las aguas han vuelto a su cauce tras la dimisión de Dario Viganò, como consecuencia de la utilización pública de una carta privada de Benedicto XVI, contestación sencilla a una petición relacionada con una colección de libros promovida por la editorial vaticana. El affaire dio lugar a ríos de tinta. Algún comentarista −siento no aportar la cita exacta− señaló una gran ausencia en la fase final del culebrón: unas palabras de excusa hacia el papa emérito, por haber violado su intimidad, sacando además de contexto unas líneas sencillas y, como siempre, claras.
Aunque colaboro en este diario digital, no suelo entrar en temas relativos a la organización eclesiástica. Me interesan más las cuestiones, en un sentido amplio, religiosas y morales contemporáneas. Tal vez por esto, me preocupa que se esté reproduciendo, en torno a la información sobre la Iglesia católica, un fenómeno semejante al de hace más de cincuenta años en el contexto del Concilio Vaticano y, sobre todo, del postconcilio. Hubo, a mi entender, demasiadas banderías, con uso de técnicas de comunicación más propias de la lucha política que del ejercicio de la inteligencia y de la búsqueda de lo verdadero. Prevalecía una especie de dialéctica del enfrentamiento: el papa contra la curia, el cardenal de curia Sebastiano Baggio contra el de Viena Franz König... Y eso frente a las invitaciones del papa Pablo VI al diálogo, como ahora Francisco.
Aprovecho para reiterar una obsesión personal: la necesidad de profundizar en un aspecto del octavo mandamiento, al menos en España: el deber moral de no escuchar la murmuración. Me parece una leve laguna del actual Catecismo de la Iglesia Católica que, por otra parte, cumple bien el deseo señalado por los padres conciliares de incluir, en los documentos esenciales de la catequesis, la adecuada información sobre las exigencias morales respecto de los medios de comunicación.
Pero, amablemente, sigo lamentando la ausencia de alguna referencia, como la que figuraba en el viejo Catecismo Romano de san Pío V, 481-82, con el encanto de lo clásico. Me permito resumirla una vez más: "los que dan oídos a los que hablan mal, o los que siembran discordias entre los amigos, son detractores. / Y no están excluidos del número y de la culpa de semejantes hombres los que, dando oídos a los que deprimen e infaman, no reprenden a los detractores, antes bien con gusto asienten con ellos. Pues como afirman San Jerónimo y San Bernardo, es difícil saber quién es más perjudicial: el que infama o el que oye al infamante; porque no habría quien infamase, sino hubiera quien oyese a los que quitan la fama". Y los redactores del texto, continúan hablando de chismosos y correveidiles...