Leopoldo Abadía
Estoy aprovechando estos últimos días para desayunar con mis nietos. Anteayer, con nueve, de edades comprendidas entre 12 y 6 años; Ayer, con otros seis, entre 20 y 13. Dos desayunos, dos gozadas. Muy distintas, pero gozadas
Lao era un buen amigo mío. Muy buena persona. A veces se dejaba llevar por el realismo y me hacía ver que las cosas no eran tan de color de rosa como yo me empeñaba en decir.
Este verano hemos tenido dos partes: la de la ola de calor y la otra, con una temperatura agradable, sol por la mañana y lluvia por la tarde, refrescando el ambiente.
Cuando acabó el calor fuerte, me acordé de Lao. Hubiera dicho: “se acabó el verano”. Lo hubiera dicho con una sonrisa que intentaba ser malévola −“ahora os fastidiáis, que hay que abrigarse”−, pero que no conseguía serlo, porque era tan buena persona que era incapaz de desear el mal a nadie.
Estamos a 29 de Agosto. Podemos decir, sin sonrisa malévola, que se acabó el verano. Que dentro de 3 días entraremos en Septiembre, que el lunes hay que trabajar y que eso cuesta, por aquello del “sudor de tu frente”.
Estoy aprovechando estos últimos días para desayunar con mis nietos.
Anteayer, con nueve, de edades comprendidas entre 12 y 6 años.
Ayer, con otros seis, entre 20 y 13.
Dos desayunos, dos gozadas. Muy distintas, pero gozadas.
El contenido, distinto. En primer lugar, lo que han pedido para desayunar. Los pequeños no pasaron del Cacaolat o del Colacao, y los mayores no bajaron de las tostadas con jamón, con fuet o con queso, que desaparecieron instantáneamente.
Una cosa en común: en el desayuno de los pequeños se durmió uno, después de preguntarme: “abuelo, ¿por qué desayunamos tan pronto?” (Tan pronto = 9.30 de la mañana). En el desayuno de los mayores, a una se le cerraban los ojos, pero era porque en el pueblo de al lado hay fiestas y, después de tirar en el tiro Rosendo, comer toda clase de porqueriillas y bailar todo lo que pudo, llegó a casa a las 6 de la mañana, o sea, 3 horas y media antes de empezar a desayunar. Como volvió a casa acompañada por los que desayunaban, entre todos se ayudaron para disimular y que yo no tuviera tentaciones de decir eso de “¡esta juventud!”
Pero la gozada no está en lo que han desayunado ni en lo que nos hemos contado. Porque han hablado ellos y he hablado yo. De cuando me hice novio de la abuela, de cuando fijamos la fecha de la boda… de esas cosas pequeñas que hacen que los chavales digan lo de “¡qué heavy!”, frase que ahora oigo más que “¡qué fuerte!”, que me parecía el colmo de la modernidad.
La gozada está en el desayuno en sí. En entrar en el bar y dejar caer las palabras “mis nietos” con cara de darle poca importancia. Y volver al día siguiente al mismo bar y poder repetir “mis nietos” con la misma cara de ayer. Y que haya un señor que te enseñe con orgullo la foto de sus 3 nietos y tú le amenaces con enseñarle la de tus 50 nietos, uno por uno, explicándole además, el curriculum de cada uno.
¡Qué buen invento este de la familia! Por supuesto, no hablo de la familia convencional, porque mis desayunos con 9 y con 6 son con MI FAMILIA, que no es convencional, sino simplemente FAMILIA. Como no es convencional un partido de fútbol entre el Reus y el Zaragoza en el campo del Reus, porque si se jugase en la plaza de las Ventas en Madrid enfrentándose 3 toreros a 6 toros de Miura no sería partido de fútbol según el nuevo modelo, sino corrida de toros, que es distinto.
Los chavales se han ido a sus casas. Yo he paseado un rato, feliz. Me parece que hablando y escuchando hemos hecho familia. A mis 85 años tengo cosas en común con chavalicos de 6 y con chavalas de 22. Y creo que es muy bueno que los viejos contemos a los jóvenes cosas de nuestra familia que sucedieron mucho antes de que ellos nacieran. Y que ellos me cuenten sus últimas aventuras. La nieta que acaba de volver de trabajar como voluntaria en Camerún transmite su ilusión por lo que ha hecho, ilusión que se mezcla con la de otra que se va a estudiar fuera, pero que tiene novio aquí y ya ha preparado los viajes que va a hacer, para venir a verle, porque estos van en serio.
Vuelvo a casa y me pongo a escribir este artículo. He pasado por un quiosco de periódicos: las cosas del Gobierno buscando un buen abogado para Llarena; las cosas de Trump; las de Puigdemont y Torra urdiendo un otoño caliente; las de la Liga de fútbol con el partido que se va a jugar en Miami…
Repaso algún periódico más a fondo: no dice nada sobre los desayunos de un abuelo con sus nietos. Ni de los padres que hoy han dormido mal porque el niño lloraba y esta mañana han desayunado sonrientes sin poner cara de víctimas. Ni del chaval que ha hecho un esfuerzo serio para que sus padres se puedan ahorrar unos cuantos euros en la matrícula de su carrera.
¡Y yo que pienso que eso es lo importante! Mejor dicho, pienso que eso es lo NORMALMENTE importante, con mayúsculas en “normalmente”, porque juntar esa palabra con la palabra “importante” es fundamental, aunque no sea frecuente.
29 de Agosto. Mi amigo Lao se fue al Cielo hace unos cuantos años, pero pienso que sí, que tenía razón: que se ha acabado el verano.
Y pienso otra cosa que sé que pensaba él: que en verano se puede hacer familia. Pero aquí se repite lo que decía Muñoz Seca en La venganza de don Mendo:
“… todos iguales para mí seréis: trece, catorce, quince o dieciséis”.
O sea, que una vez acabado el verano, en otoño, en invierno, en primavera, en el verano próximo y así, siempre hay tiempo para que el padre hable con la madre y los dos con los hijos y los hijos con los abuelos. Y se cuenten cosas y se conozcan y se quieran.
Que para eso estamos aquí: para querer a la gente.
Y hay que decirlo, porque algunos no se han enterado.