El Papa ayer en Santa Marta
El Evangelio de hoy (Lc 4,16-30) cuenta que, cuando Jesús vuelve a Nazaret, es recibido con recelo. La Palabra del Señor cristalizada en esta narración permite reflexionar en el modo de obrar en la vida ordinaria cuando se dan malentendidos, y también ayuda a comprender que el padre de la mentira, el acusador, el diablo, actúa para destruir la unidad de una familia, de un pueblo.
Al llegar a la sinagoga, Jesús es recibido con gran curiosidad: todos quieren ver con sus propios ojos las grandes obras que ha realizado en otras tierras. Pero el Hijo del Padre Celestial solo emplea la Palabra de Dios, una costumbre que adopta también cuando quiere vencer al diablo. Y es precisamente esa actitud de humildad la que da lugar a la primera “palabra-puente”, una palabra que siembra la duda, que lleva a un cambio de atmósfera: ¡de la paz a la guerra, del asombro al desprecio! Con su silencio, Jesús vence a los perros salvajes, vence al diablo que había sembrado la mentira en el corazón.
Ya no eran personas, eran una manada de perros salvajes los que lo sacaron de la ciudad. No razonaban, gritaban. Jesús callaba. Lo llevaron a un barranco del monte para despeñarlo. Este pasaje del Evangelio acaba así: “Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejó”. La dignidad de Jesús: con su silencio vence aquella manada salvaje y se va. Porque aún no había llegado su hora. Lo mismo pasará el Viernes Santo: la gente que el Domingo de Ramos ovacionaba a Jesús y le decían “Bendito Tú, Hijo de David”, ahora dice “Crucifícalo”: ¡habían cambiado! El diablo sembró la mentira en el corazón. Y Jesús guardaba silencio.
Esto nos enseña que, cuando se da este modo de obrar, en el que no se quiere ver la verdad, siempre queda el silencio. El silencio que vence, pero mediante la Cruz. El silencio de Jesús. Cuántas veces en las familias comienzan discusiones sobre política, deporte, dinero…, y una y otra vez esas familias acaban rotas por esas discusiones en las que se ve que el diablo está ahí queriendo destruir. ¡Silencio! Decir lo que haya que decir y luego callarse. Porque la verdad es mansa, la verdad es silenciosa, la verdad no es ruidosa. No es fácil lo que hizo Jesús; pero tenemos la dignidad del cristiano que está anclada en la fuerza de Dios. Con las personas que no tienen buena voluntad, con las personas que buscan solo el escándalo, que solo buscan la división, que buscan solo la destrucción, también en las familias, ¡silencio! ¡Y oración!
Que el Señor nos dé la gracia de discernir cuándo debemos hablar y cuando debemos callar. Y esto en toda la vida: en el trabajo, en casa, en la sociedad…, en toda la vida. Así seremos más imitadores de Jesús.