«El hombre, cuando “conserva su alma”, es decir, cuando permanece en sí mismo y acepta como válido únicamente lo que le parece evidente a primera vista, pierde lo esencial…»
Se han cumplido 50 años de la muerte de Romano Guardini, insigne sacerdote y predicador, profesor universitario, filósofo, teólogo y educador. Nació en 1895 en Verona y murió el 1 de octubre de 1968 en Múnich. El 16 de Diciembre de 2017 comenzó su proceso de beatificación.
Guardini escribió libros memorables como "La esencia del cristianismo" o "El espíritu de la liturgia".

El sueño de Guardini

En 1964 −cuatro años antes de su muerte− tuvo un sueño, que relata de esta manera:
«En el sueño se decía que cuando el hombre nace, se le entrega una palabra, y era importante lo que esto significaba: no era sólo un talento, sino una palabra. Esta es pronunciada en el interior de la esencia del hombre y es como la palabra clave para todo lo que posteriormente sucede […]. Todo lo que acontece en el decurso de los años es consecuencia de esta palabra, es su explicación y realización»[1].

Su conversión (espiritual e intelectual)

Durante su etapa de estudiante de Economía Política tuvo una crisis de fe, de la que salió en 1905, y así lo cuenta:
«Ya no soy capaz de recordar qué reflexiones contribuyeron a esto [el acercamiento a la fe cristiana], pero entonces se me reveló un conocimiento que justificó y dio forma a mi completo desarrollo interior, y que desde entonces fue para mí como la verdadera llave de acceso a la fe. Recuerdo como si fuera ayer el momento en que este conocimiento se convirtió en decisión. Fue en la pequeña buhardilla de la casa de mis padres, en la Gossenheimerstrasse. Karl Neundörfer y yo habíamos discutido sobre la cuestión que nos preocupaba y mis últimas palabras habían sido: “Hay que llegar a la frase: Quien quiera conservar su alma, la perderá; quien la dé, la salvará”. […] Poco a poco me había ido quedando claro que existe una ley según la cual el hombre, cuando “conserva su alma”, es decir, cuando permanece en sí mismo y acepta como válido únicamente lo que le parece evidente a primera vista, pierde lo esencial. Si por el contrario quiere alcanzar la verdad y en ella su auténtico yo, debe darse […]. Yo me senté en mi mesa y seguí dando vueltas a la frase: “Dar mi alma, pero ¿a quién?¿Quién puede pedírmela? ¿Pedírmela de tal modo que ya no sea yo quien puede disponer de ella?” No ‘Dios’ simplemente, ya que cuando el hombre pretende arreglárselas solo con Dios, dice ‘Dios’ y está pensando en sí mismo. Por eso tiene que existir una instancia objetiva que pueda sacar mi respuesta de los recovecos de mi autoafirmación. Pero sólo existe una instancia así: la Iglesia católica con su autoridad y precisión. La cuestión de conservar o entregar el alma se decide, en último término, no ante Dios sino ante la Iglesia. Entonces sentí como si todo −realmente ‘todo’ mi ser− estuviese en mis manos, como en una balanza en equilibrio: “Puedo hacerla inclinarse hacia la derecha o hacia la izquierda. Puedo dar mi alma o conservarla”… Y la hice inclinarse hacia la derecha. El momento fue completamente silencioso; no consistió ni en una sacudida ni en una iluminación, ni en ningún tipo de experiencia extraordinaria. Fue simplemente que llegué a una convicción: “Es así”, y después el movimiento imperceptiblemente dócil: “Así debe ser”»[2].

Oración por la beatificación de Romano Guardini

Señor Jesucristo,
Has llamado a tu siervo Romano Guardini a ser insigne profesor y educador de las jóvenes generaciones, ganándolas así para la Iglesia.
Le has dotado de una mente clara y de un lenguaje brillante para esclarecer tu Verdad a muchos.
Le has mantenido en el camino recto en medio de tiempos muy difíciles, llegando a ser modelo para innumerables personas, también para la resistencia cristiana en un Estado totalitario. Le has reforzado en su lucha contra la depresión y otros sufrimientos.
Le has concedido el don de la fidelidad a los amigos.
Le has acompañado con tu bendición en su tarea de sacerdote y predicador, también con los no creyentes.
Te pedimos que nos concedas el poder venerarle, para que los hombres de hoy reconozcan la santidad de tu Iglesia, para que los jóvenes también se puedan entusiasmar contigo, para que los que sufren en el alma y en el cuerpo se puedan confortar con su ejemplo, para que se reconozca nuevamente la santidad de Dios.
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre. Amén.


[1] R. Guardini, Apuntes para una autobiografía, ed. Encuentro, Madrid 1992, pp. 12-13, original alemán de 1985, publicado de modo póstumo. Guardini comenzó a escribir esta autobiografía en los años cuarenta, a punto de cumplir 60 años.
[2] Ibid., pp. 798-100.