Pablo Cabellos Llorente
Al Papa, sea quien sea, se le ama y se le sigue sin condiciones, sin fabricarlo a nuestra medida
Estamos ante un Papa muy desenvuelto, muy suelto, más argentino incluso ahora, lejos de su país. Da a los asuntos la importancia requerida, pero desdramatizando, viendo el lado positivo, el signo más en las periferias de la puerta de al lado, o en las lejanas por varios modos: nos afectan los realmente apartados geográficamente, por separación de Dios, o por necesidades perentorias con indigencia de capacidad para resolverlas. La globalidad ha logrado que nada nos resulte indiferente, aunque fuera por el egoísmo de pensar en la teja que me puede caer a mí. Mejor si es por el altruismo atribuido a Publio Terencio Africano, bastantes décadas antes de Cristo: nada de cuanto es humano me es ajeno, afirmó.
Cuando en el corriente mes de octubre Francisco ha instado a rezar el rosario y acudir a una antigua oración a la Virgen (Bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios) y a la intercesión del Arcángel Miguel (con otra veterana oración pidiendo que reprima la actividad del diablo) es un grito en la tormenta que abate la Iglesia y el mundo. No puede sernos ajeno.
Seguir a pies juntillas al Papa Francisco requiere el ejercicio de muchas virtudes: el Amor será la primera, pero grandemente apoyada por la Fe de quien sabe que sin Papa no hay Iglesia. Por el contrario, donde está el Papa está la Iglesia. Cristo quiso un Vicario en la tierra, que tuviese el poder de las Llaves, de atar y desatar. Todo eso es posible porque la Iglesia entera pivota sobre el Papa. Es la Iglesia Madre y Maestra, como señaló certeramente san Juan XXIII al titular con esas palabras una conocidísima encíclica. Pero puede serlo porque siempre está la instancia final del Papa para asumir tal poder quizá en soledad. Del mismo modo, el Papa reúne en sí la capacidad de ser el principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles. Así lo afirmo la Constitución Conciliar Lumen Gentium.
También ese privilegiado documento afirmó que el Pontífice Romano, en virtud de su función de Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, tiene la potestad plena, suprema y universal que puede ejercer siempre con entera libertad. Y no quiero olvidar la Esperanza del corazón grande y la humildad precisa consolidadas con la certeza proporcionada en ministerio petrino. Si se quiere ser católico sin distingos, no tiene sentido situarse en la órbita de Viganò para intentar corregir al Pontífice, ni en la de políticos que lo requieren con la finalidad de arrancarlo de su misión y seducirlo para su bandería. Me atrevo a decir que unos y otros yerran gravemente. El Papa, sea quien sea, es Cristo. Es radicalmente perverso amar al Papa porque esté más o menos cercano a unas determinadas tesis quizá consideradas propias. No nos iría mal hacer un acto de contrición lo más perfecto posible por los pecados de conveniencia en este sentido.
Aunque bien cierto es que todos estamos necesitados de perdón. En recientes declaraciones del Prelado de la Obra a Vatican Insider se leía: “Perdón por nuestras faltas y pecados”. Una petición inusual para un momento de celebración, comenta el entrevistador. Al cumplir 90 años de fundación del Opus Dei, el prelado Fernando Ocáriz quiso reconocer las carencias de los miembros de la Obra, sobre todo con aquellas personas que no recibieron en ella “la generosidad y el cariño que necesitaban”. Pero, al mismo tiempo, manifestó gratitud por las miles de personas que, en los cinco continentes y gracias al camino propuesto por la prelatura, “desean enamorarse de Cristo y ser almas de oración en medio del mundo”.
Al Papa, sea quien sea, se le ama y se le sigue sin condiciones, sin fabricarlo a nuestra medida: triste e instrumentalizada desmesura sería. Por lo mismo, no apoyan al Papa quienes viven como príncipes en un goloso apartamento dentro de los Palacios Apostólicos, sin importarles las exigencias relativas a la pobreza predicadas por Francisco desde el principio, incluido el nombre que quiso imponerse y su forma de vida. Se estima trabajo imposible aclararse con los dineros del Banco Vaticano. Aparecen conductas poco loables entre algunos elegidos por Francisco para aconsejarse en la ardua reforma de la Curia. Es cierto, la cuestión de la pederastia es grave, muy grave. Pero tampoco puede ser el tapabocas de las restantes materias en que debemos seguir a Francisco. Por eso está el encargo para octubre.
Bien podemos finalizar sobriamente con algo que san Josemaría escribió en Forja:
Tu más grande amor, tu mayor estima, tu más honda veneración, tu obediencia más rendida, tu mayor afecto ha de ser también para el Vice-Cristo en la tierra, para el Papa.
Hemos de pensar los católicos que, después de Dios y de nuestra Madre la Virgen Santísima, en la jerarquía del amor y de la autoridad, viene el Santo Padre.