8/10/20

¿A quién me agarro yo?

Juan Luis Selma

En italiano se le llama al bastón la “terza gamba”, otra pierna para impulsarnos, para sostenernos y tener más estabilidad. Todos necesitamos apoyarnos en algo, si un edificio tiene buenos cimientos resiste, si fallan, con facilidad se viene abajo. En el reino de lo efímero todo es cambiante, todo fluye y se desparrama por todas las esquinas. Pero anhelamos lo sólido, lo duradero, un puerto donde refugiarnos en la tormenta. ¿Tengo un agarradero, un puerto, una roca?

Miguel Ángel Buonarroti en los frescos que decoran la bóveda de la Capilla Sixtina describe la creación de Adán. En esta obra maestra del Renacimiento italiano destacan las manos tendidas de Dios y del hombre. En el plano izquierdo de la composición aparece Adán desnudo, acostado, lánguido, como inerte, sobre la superficie de la tierra, esperando el soplo de la vida. En la mitad superior destaca el Creador poderoso, dinámico, dirigiéndose a Adán, dispuesto a darle la vida. El hombre se agarra al Creador, se apoya en Él, por eso vive.

Al celebrar los quinientos años de esta joya del Renacimiento comentaba Benedicto XVI: “Con una intensidad expresiva única, el gran artista diseña al Dios Creador, su acción, su potencia para decir con evidencia que el mundo no es producto de la oscuridad, del absurdo, sino que deriva de una inteligencia, de una libertad, de un acto supremo de amor… En el encuentro del dedo de Dios y del hombre, nosotros percibimos el contacto entre el cielo y la tierra. Con Adán, Dios entra en una relación nueva con su creación, el hombre está en una relación directa con Él, es llamado por Él, a imagen y semejanza de Dios”. Este debe ser el agarre del hombre: Dios.

El Evangelio de hoy nos habla del miedo en la tormenta: la barca parece hundirse, todo se tabalea. Conocemos de sobra esta sensación, la hemos experimentado en los momentos duros de la pandemia, y en tantas otras ocasiones: muerte de la persona amada, el abandono del esposo/a, la enfermedad, la traición del amigo, la quiebra económica, la indefensión, los abusos…” Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo! Estoy aquí, a tu lado; conmigo no te pasará nada: soy yo, el que todo lo sostiene, el que da sentido, el que saca bienes de los males. El que hace milagros. ¡No temas!

Podemos hacernos los fuertes, ir de duros, de independientes y postmodernos; pero llega el momento de la fragilidad, del desamparo, de la oscuridad. Entonces nos viene muy bien saber que hay una mano amiga, poderosa, siempre tendida a la que me puedo agarrar. Ese es el fondeadero. Comentaba un marino que el más ateo aprende rápidamente a rezar en el fragor de la galerna. Rezan así estos consoladores versos de santa Teresa: Nada te turbe, nada te espante todo se pasa, / Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, / quien a Dios tiene nada le falta sólo Dios basta. Es muy importante tenerlo en cuenta.

“Al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: Señor, sálvame. Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado? En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo: Realmente eres Hijo de Dios”. Nos quedaremos asombrados del poder de la oración, de la eficacia inmensa que tiene, siempre nos escucha, nos da luz y acompaña. A su lado nos sentimos seguros. Ningún temporal nos puede hacer naufragar.

Podemos agarrar la mano que nos tienden para no caer, pero también podemos ir cogidos de la mano, no sólo para ir seguros, sino como manifestación de amor, de comunión. El trato con Dios debe ser habitual: movernos en su presencia sabedores de su cercanía. Como los niños que juegan seguros sintiendo la mirada de sus padres. Compartir con Él todo lo nuestro: las ilusiones y proyectos; contarle como a un buen amigo nuestras dificultades; pedirle su gracia para vencer en las tentaciones; darle gracias por tantas cosas buenas que nos da; también debemos mirar con sus ojos, amar con su corazón. Divinizar nuestra vida, no quedarnos solo con lo material, con lo inmediato; salir de nuestro pequeño mundo y ampliar horizontes. Ahora pedirle que nos salve de esta pandemia, que ilumine a los científicos para que encuentren pronto la cura, a los políticos para que sepan encauzar todos los medios para desterrarla.

Pedimos con el papa Francisco: De todos los males que afligen a la humanidad, / Sálvanos, Señor / Del hambre, de la escasez y del egoísmo, / Sálvanos, Señor /De las enfermedades, de las epidemias y del miedo del hermano / Sálvanos, Señor / De la locura devastadora, de los intereses despiadados y de la violencia, / Sálvanos, Señor / De los engaños, de la información maligna y de la manipulación de las conciencias, / Sálvanos, Señor.

Juan Luis Selma, en eldiadecordoba.es.