Domingo XXI del tiempo ordinario
Isaías 22, 19-23: “Pondré la llave del palacio de David sobre su hombro”
Salmo 137: “Señor, tu amor perdura eternamente”
Romanos 11, 33-36: “Todo proviene de Dios, todo ha sido hecho por él y todo está orientado hacia él”
San Mateo 16, 13-20: “Tú eres Pedro y yo te daré las llaves del Reino de los cielos”
Jesús ha llegado a la mitad de su camino hacia Jerusalén. Después de haber dado de comer a miles de personas, después de haber sanado a la hija de la mujer cananea, después de haber vencido a las tempestades, pregunta a sus discípulos la opinión de la gente sobre su persona. No es que Jesús esté muy interesado en las encuestas de imagen y mucho menos que busque métodos para mover las masas hacia sus intereses, sino todo lo contrario: quiere hacer entender a sus discípulos que más allá de las imágenes y apariencias lo que verdaderamente importa es el encuentro que con Él hayan tenido y asumir los valores del Reino. Hace evidente el fuerte contraste entre las pretensiones desmedidas de quienes esperan un profeta o Mesías poderoso y los caminos sencillos de servicio, entrega y humildad que escoge Jesús. La gente dice que es un profeta, pero lo espera a su modo y a su estilo que confirme sus ambiciones y que sostenga sus intereses. La confesión de Pedro va mucho más allá y refleja la influencia que el Resucitado ha tenido en la elaboración del evangelio. Pero no nos hagamos demasiadas ilusiones: Pedro afirma categórica y correctamente lo que es Jesús, pero todavía está muy lejos de asumir sus valores y su forma de vivir. Ya se irá dando tropezones y tendrá que cambiar profundamente su corazón para amoldarlo al de Jesús.
La pregunta de Jesús de ningún modo queda sólo en el pasado. Hoy, más que nunca, se hace presente y hoy, más que nunca, debemos responderla con nuestra propia vida. “¿Y quién dicen ustedes que soy yo?”. Desde luego es una pregunta comprometedora, para algunos casi ofensiva. Para otros, es una pregunta brotada del amor sincero que Jesús tiene por nosotros. ¿Y quién es Jesús para mí? Contestaciones de catecismo y de teología barata, todos tenemos alguna. No es una pregunta de un examen de historia antigua o contemporánea. No son pocos los ateos que lo saben todo de Jesús. También los fariseos que le espiaban se sabían todo de Él, su padre, su madre, sus parientes, su edad, sus correrías por Palestina. Hay muchos que aducen palabras de Jesús para reforzar sus propias ideologías o para justificar las discriminaciones, las condenas y los juicios a los demás. Por otra parte es triste constatar que muchos de los que se dicen católicos o cristianos, no se tientan el corazón a la hora de cometer injusticias, de romper la fraternidad y de asumir criterios contra la vida. Se da la paradoja de que hombres y mujeres que por una parte afirman ser “católicos”, por otra parte no se suman a la construcción del reino, a la lucha por la justicia o a velar por los derechos del más débil. Quisiéramos ser cristianos sin cruz. A Jesús no le interesa una imagen o una respuesta de encuesta, a Jesús le interesa una respuesta con la vida.
Me impresiona la condena que lanza Isaías en la primera lectura contra el que se supone sería un servidor del Señor. Ha abusado del poder y siendo solamente un mayordomo del palacio se ostenta como rey con manifiesta arrogancia, cometiendo arbitrariedades y despreciando al Señor. Quien tenía que ser el servidor y cuidar del pueblo, se convierte en su tirano y opresor. El Señor lo condena y presenta un nuevo servidor a quien entregará las llaves del palacio y lo hace firme como un “clavo en el muro”. Palabras tajantes de Dios. Palabras que denotan el límite de su divina paciencia. Palabras que han de resonar en nuestros propios oídos como la justa amenaza de este Dios nuestro, Padre de bondad, que, precisamente por serlo, utiliza con sus hijos cuantos medios existen para reducirlos al buen camino. También la amenaza seria y el duro castigo. No bastan pues confesiones, por más completas y bellas que sean. Los caminos de Dios no siguen el rumbo de las personas engreídas y falsas que asumen el poder para conseguir sus propios caprichos. Pedro, al hacer la confesión de fe, tendrá que iniciar un largo camino de aprendizaje junto a Jesús. Tendrá que descubrir todo lo que significa esta confesión hasta entregar su propia sangre en la cruz como lo ha hecho el mismo Jesús.
Por otra parte la pregunta de Jesús encierra una gran dosis de confianza y de cariño a quien se la hace. Es la pregunta del enamorado queriendo mirar el corazón de la persona amada, es un reclamo de amor. Creo que cada uno de nosotros tendremos que hacer ese espacio de intimidad para dejarnos cuestionar por Jesús: “Tú, ¿quién dices que soy?” Acerquémonos hasta Él y dialoguemos en confianza haciendo una confesión sincera de fe pero poniendo delante de Jesús cuáles son nuestros criterios, cuáles son nuestras prioridades, en qué ocupamos nuestro tiempo y confrontémoslos con las exigencias del Reino. El amigo sincero nos ayudará a descubrir, con valentía y amor, nuestras heridas y nuestras contradicciones. Nos hará ver si nuestro corazón está respondiendo a la revelación que hace nuestro Padre Dios, o si más bien seguimos los criterios del mundo y nos movemos entre el vaivén de los modernos ídolos que nos someten con sus dulces cantos y nos envuelven en sus mentiras y falsedades. Hagamos un alto en el camino y atrevámonos a responder sinceramente quién es Jesús para nosotros, y después confrontémoslo con la vida para ver si son realidad nuestras palabras. ¿Realmente vivimos lo que decimos creer? ¿Se puede ver en nuestro actuar la relación personal que tenemos con Él? ¿Tenemos diálogo con Él, le damos tiempo, lo tomamos en serio? No tengamos miedo: quien deja entrar a Cristo en su corazón no pierde nada; al contrario, con su amistad se abren las puertas de la vida.
Dios Padre, que te has hecho presente de un modo inefable en el amor extremo que nuestro hermano Jesús ha vivido; haz que, como Él mismo quiso, viviendo su palabra, su ejemplo y su amistad, encontremos el camino hacia la realización de tu voluntad y la construcción del Reino de la Vida y del Amor. Amén.