Mons. Enrique Díaz Díaz
Domingo XX del Tiempo Ordinario
Isaías 56, 1.6-7: “Conduciré a los extranjeros a mi monte santo”
Salmo 66: “Que te alaben, Señor, todos los pueblos”
Romanos 11, 13-15.29-32: “Dios no se arrepiente de sus dones ni de su elección”
San Mateo 15, 21-28: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!”
Polvo, tristeza, abandono y extrema pobreza es lo que se aprecia al acercarse a aquella pobre casa. Bueno, casa es un decir. Unas cuantas tablas derruidas, mal colocadas, cubiertas con unas láminas que dan más la apariencia de una cueva que de casa, y por dentro un estrecho espacio lleno de suciedad. Su “propietaria”, una anciana indígena en el extremo de los abandonos. Sostenida por dos palos en lugar de bastones, casi se arrastra para salir a nuestro encuentro. No tiene a nadie, hace años que abandonó su comunidad y se vino a la ciudad esperando hallar refugio. El idioma, la ancianidad y la enfermedad no le permiten moverse y sólo está a expensas de la compasión de alguno de sus vecinos. Mujer, anciana, indígena, como extranjera en su propia tierra ¿Tendrá también derechos? Hay un mundo de marginación y pobreza, apenas disfrazado, en las colonias de las ciudades.
Las palabras de Isaías suenan como una utopía muy lejana aun para los israelitas. No quieren casi ni tomarla en cuenta. Ya tienen bastante con sus propios problemas como para imaginar que su templo se llena de extranjeros y que se hace santuario de todos los pueblos. Está bien que Isaías diga: “Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque mi salvación está a punto de llegar y mi justicia a punto de manifestarse”. Sí, pero ellos entienden la justicia sólo para ellos mismos y la salvación sólo para su pueblo. Como si la justicia y la salvación tuvieran fronteras que no pudieran traspasar. El Señor proclama a través de Isaías que su salvación y su justicia deben llegar a todos los pueblos. Es el grito de miles de migrantes que buscan justicia y que quieren salvación integral y que sólo encuentran abandono y hostilidad, pero hemos puesto barreras y cortinas para ocultar la pobreza y no ver el dolor. Exigimos justicia sólo para nosotros y esperamos salvación sólo a nuestro gusto. Somos capaces de exigir nuestros derechos, pero nos olvidamos de los derechos de los demás. Tenemos miedo al que viene de lejos, al que es diferente y pensamos que sólo son hermanos los que viven junto a nosotros. El Señor es Padre de todos y nos hermana a todos, es quien ha hecho los cielos y la tierra para casa común de todos los pueblos. ¿Por qué nosotros ponemos fronteras y discriminamos a los que vienen de lejos?
Al igual que algunos pueblos en la actualidad, el pueblo de Israel, en el Antiguo Testamento consideraba a los extranjeros como paganos y les negaba el trato y los derechos de hermano. Sin embargo, hay textos muy bellos que cuestionan profundamente estas actitudes. Así nos lo muestra el texto de Isaías y muchos otros que abren la justicia y la salvación a todos los pueblos porque nuestro Dios es Dios de todos. Últimamente se han hecho muchas marchas y muchas manifestaciones a favor de los migrantes, sin embargo, la actitud discriminatoria sigue siendo la misma y la situación que deploramos para nuestros connacionales, la vemos como normal y justificada de parte nuestra hacia los centroamericanos. De igual forma, los campesinos emigran a las ciudades y llegan con toda clase de desventajas: la cultura, la ignorancia de la ciudad y sus retos, la necesidad del trabajo, el hambre… En la ciudad, lejos de mirarlos como hermanos, los vemos como adversarios o abusamos de ellos pagando sueldos miserables, cometiendo injusticias y despreciándolos abiertamente. Las palabras de Isaías son también para nosotros. Tendremos que cambiar de actitudes y buscar caminos para hacer menos difícil e inhumana esta situación. Si miramos al que viene de lejos y con necesidad como hermano, seguramente nuestra actitud cambiará radicalmente. Luchemos por tener leyes más justas y equitativas también para estos hermanos. Ayudemos y demos apoyo con verdadero amor a quienes hoy se encuentran en tierras extrañas para ellos y requieren de nuestra ayuda.
Atreverse es una de las características del hombre y de la mujer de fe. Nada de pasividades, nada de indiferencias, nada de conformismos. San Mateo nos presenta una mujer con todas las circunstancias en su contra: mujer, extranjera y con una hija poseída de la enfermedad (situación que la condena como a gente impura). Todo en contra y sin embargo se atreve a buscar la salvación de su hija. Los primeros resultados son desalentadores, las dificultades grandes y recibe del mismo Jesús el silencio y después una respuesta dura muy acorde con el pensamiento judío que se expresaba con desprecio de los extranjeros. Pero para ella no existen fronteras y acepta el reto. Transforma la imagen que Jesús le opone, y la presenta como la misma razón para ser atendida: “También los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Es búsqueda, es atrevimiento, es fe. Y así también, recibe la más grande alabanza de Jesús y obtiene la salud para su hija. Hoy necesitamos atrevernos, buscar soluciones a los problemas, buscar nuevos caminos para esta nueva realidad, con la seguridad de que Jesús camina con nosotros. El éxito de la mujer cananea es atreverse e imaginar a un Dios que va más allá de las fronteras de los hombres y cuyo amor y misericordia superan todas las barreras. Cuando la fe y el amor se unen no tienen fronteras. Quizás el pecado más grave de nuestros días sea la pasividad y el conformismo con el cual nos cobijamos y nos escudamos para no actuar y no atrevernos a construir el Reino. Es cierto son grandes empresas, pero para eso nos ha llamado el Señor y para eso está presente en medio de nosotros. ¿Podremos atrevernos en la búsqueda o seguiremos quejándonos de todos nuestros problemas con los brazos cruzados y con la fe y la esperanza tibias?
¿Qué hay de fondo tras esta narración? Está toda la ideología del tiempo de Jesús donde Israel se autonombraba como el único portador de las esperanzas de salvación y llamaba infieles a los otros pueblos. Adoptaba una postura intransigente ante los pueblos paganos llamándolos incluso “perros” como sinónimo de incrédulo y en contraposición de la “oveja”, el arquetipo de la docilidad y pertenencia del pueblo. Por otro lado, está toda la discriminación y desprecio que la mujer israelita sufría considerada con frecuencia impura y ocasión de pecado. Xenofobia y discriminación a la mujer, dos lacras presentes también en nuestros ambientes. Jesús, a instancias de la mujer, rompe este muro discriminatorio y termina ofreciendo salvación y alabando la fe de aquella mujer extranjera. Precisamente de aquello de lo que más se enorgullecía Israel, su credo, ahora escucha una alabanza de fe, pero dicha en favor de una mujer, una mujer pagana, cananea. ¿Qué estamos haciendo nosotros frente a estos dos graves problemas?
Enciende, Señor, nuestros corazones con el fuego de tu amor a fin de que, amándote en todo y sobre todo difundamos tu amor entre todos los hombres, respetemos la dignidad de cada uno, en especial de la mujer y los extranjeros, y hagamos vida el Evangelio de tu Hijo, Jesús. Amén.