Pregunta Jorge Mario, estudiante de medicina, “¿es lícito moralmente usar la vacuna contra el COVID-19, sabiendo que se obtuvo gracias a tejido proveniente de un aborto?”. La elaborada por la Universidad de Oxford con Astra/Zeneca tiene ese origen. Si hemos de atender a la premisa moral básica de que “el fin no justifica los medios”, y a que de ninguna manera es correcto colaborar con el aborto, podríamos adelantar una respuesta. Además, ¿no sería poco coherente protestar en contra del aborto, pero beneficiarse de él, sirviéndonos de sus frutos?
Dos acotaciones preliminares son pertinentes. Primero que, para una mentalidad pragmática y utilitarista, ningún inconveniente tiene utilizar una vacuna para hacer frente al coronavirus, provenga de donde provenga. La cantidad de muertes que está causando la pandemia, así como el colapso económico, junto con el social que este último lleva aparejado, lo justificaría. No importa que a tal efecto se sacrifique la vida de un ser humano inocente. Sería, en efecto, como negociar con el terrorista, solo que en este caso es un terrorista biológico. Sería equivalente al sacrificio humano, donde entrego a la doncella para garantizar una buena cosecha, en beneficio de toda la comunidad. Su vida estaría, finalmente, bien empleada, serviría para algo.
La segunda precisión es que, del lado inverso, ni siquiera los “moralistas expertos” parecen aclararse suficientemente respecto a esta delicada cuestión. En efecto, no es la primera vez que se plantea el problema, pues son muchas las vacunas desarrolladas a partir de células obtenidas a partir de abortos. Así, la Pontificia Academia para la Vida, elaboró un dictamen restrictivo al respecto en: “Reflexiones morales acerca de las vacunas preparadas a partir de células provenientes de fetos humanos abortados”, del 5 de junio de 2005. En cambio, en su “Nota acerca del uso de las vacunas”, del 31 de julio de 2017, matiza bastante sus afirmaciones, concluyendo que no hay inconveniente en recurrir a ellas. ¿A qué se debe ese cambio de línea?
La argumentación ética descansa en dos reflexiones. Primero que “las líneas celulares actualmente utilizadas son muy lejanas de los abortos originales, y no implican más aquella relación de cooperación moral indispensable para la valoración éticamente negativa en su utilización”. Los abortos que están en la base de los diferentes proyectos de vacunas contra el COVID-19 se produjeron en 1972 y en 1985. Pero, más allá del tiempo –el trascurrir temporal no convierte en buena una acción mala-, está el hecho de que no son necesarios más abortos, no se fomenta su práctica porque las líneas celulares que ahora se tienen están suficientemente probadas. No habrá una nueva “demanda” de abortos. En segundo lugar, la nota de 2017 explica que “el mal, en sentido moral, está en las acciones, no en las cosas o en la materia en cuanto tal”. En ese sentido, todo hay que decirlo, el aborto original fue lamentable, pero las líneas celulares obtenidas a partir de él, no puede decirse que “estén malditas”.
Los dos documentos, el de 2005 y el 2017 insisten, sin embargo, en la necesidad de promover que ninguna vacuna en uso tenga como origen un aborto provocado, es decir, una “limpieza ética de origen”. No es una quimera, de hecho, algunos de los protocolos de investigación actuales contra el COVID-19, se sirven de diagnósticos por amniocentesis, o utilizan ARN Mitocondrial, es decir, no implican un aborto. Ambos coinciden en que sería inaceptable recurrir a nuevos abortos para conseguir desarrollar la vacuna, y en la importancia de presentar una oportuna petición o reclamación a las autoridades, para no acostumbrarnos a utilizar los abortos, es decir, ver a la vida humana como un insumo, como “material genético” desprovisto de dignidad.
En esa última línea insiste más el documento del 2005, pero recientemente la Conferencia Episcopal Norteamericana, ha pedido a la FDA de los Estados Unidos, “incentivar a las compañías farmacéuticas a usar sólo líneas celulares o procedimientos morales para producir vacunas”. Se trata de no conformarse o acostumbrarse a servirse de abortos. En resumen, sería claramente inmoral utilizar la vacuna si su elaboración supusiera nuevos abortos; no lo es si proviene de un aborto lejano.