11/30/20

¿Dónde están los intelectuales cristianos?

Escrito por:

conlospiesenelaguablog.wordpress.com


Como cristianos debemos decidir si pelear, cierto, pero puede que sean maneras distintas de batallar. Mi pregunta es, ¿buscáis un cristiano solo, que los hay, o sólo queréis un general?

Una reflexión desde el pozo de Samaria

Acabo de leer el artículo del filósofo Miguel Ángel Quintana Paz en The Objetive, en el que reflexiona sobre la tribuna escrita en El Mundo, por el también filósofo, Diego S. Garrocho, textos en los que ambos se preguntan, cada uno en su espacio, dónde están los intelectuales cristianos porque no los ven. Y no los ven, no por ser intelectuales discretos sino porque las ideas y batallas cristianas no están en el debate público, que es lo peor. Garrocho se pregunta por las ideas que no están y Quintana Paz por qué no están las ideas, teniendo medios.

Miguel Ángel Quintana termina su incitante artículo en la conversación de Jesús en el pozo de Samaria, y al borde de ese pozo me voy a sentar a pegar la hebra yo ahora, que también me ronda la sed.

La primera percepción, común a los dos autores, es la manifestación de la no presencia de voces cristianas en nuestros debates públicos. No hay ninguna que se manifieste, así reclaman, con «el vigor filosófico del Evangelio de San Juan… o la revolución moral de las epístolas de San Pablo». Casi me entran ganas de abrazarlos a cada uno y darles la bienvenida a mi mundo. No lo hago porque mantengo la distancia de seguridad en esta situación especial que vivimos, que si no fuera por la pandemia, no se libraban.

No hay, efectivamente, voces cristianas en los debates públicos. Fueron anuladas hace mucho tiempo por los mismos que dijeron defenderlas. Y estos fueron tres grupos principales, a saber: los políticos que pescaban votos en la charca conservadora sin defender de manera efectiva, esto es, en su labor legislativa y de gobernanza, ninguno de estos valores; los cristianos opinadores oficiales, que optaron por la oficialidad con el nihil obstat episcopal para poder participar en las tertulias como cuota autorizada; y la Conferencia Episcopal, que primó sus acuerdos con los distintos gobiernos a la defensa de los valores cristianos en sus medios y en sus centros de formación. Estos son los tres grandes grupos que han sumido a muchos cristianos españoles en el oscurantismo y la sombra.

Algunos podrán pensar que su medio es aplaudido y su discurso sostenido por quienes deben (sus guías espirituales o sus jefes laborales) y, por tanto, es correcto. Lamento decir que hace mucho tiempo que según qué apoyos no hacen prueba de argumento correcto. Ahí tenemos la triste historia de la iglesia vasca, que hoy parece estar cambiando, por ejemplo, o la iglesia oficial catalana, entregada al proceso independentista sin reclamo de ninguna voz autorizada.

Es curioso cómo afloran comentarios a las leyes aprobadas pero ni una sola batalla prestada con anterioridad si no viene un general al frente.

Sobre la labor de algunos políticos que se han erigido como defensores de algunos intereses en campaña electoral podríamos analizar serenamente, sólo a la luz del diario de sesiones, lo sucedido hasta ahora, viendo lo votado y lo promovido. Se preguntaba Garrocho por las ideas cristianas en el debate público, qué idea más básica para el cristianismo que el aborto y políticas provida, por citar un bloque. ¿Cuántas veces no se han apropiado de tales ideas algunos políticos con el único resultado real de la supresión del debate? Llevo más de una década escuchando que el aborto no es tema a debatir, que me expliquen por qué, habiendo personas para hacerlo. Y justo en años donde se ha legislado al respecto, además. Un asunto, por cierto, del que han expulsado a cualquier provida no cristiano, que los hay y muchos. Puedo entender que España sea en su mayoría, hoy por hoy, abortista, pero no aceptar que sea sólo abortista. Llegó un partido que defendía la vida en todos sus estadios, nunca se identificó como católico, pero los medios oficiales católicos lo menospreciaron porque no eran perfectos (Un tema interesante del que hablar otro día es por qué algunas ideas son aceptables en algunos políticos durante la campaña pero se exige no mantenerlas en el ejercicio de la labor para la que fueron elegidos).

Resulta llamativo que unas autoridades eclesiásticas que no han querido llevar al límite la doctrina para condenar a los políticos a los que apoyan, hayan querido estirar el Evangelio, prescindiendo de los doctores de la iglesia en temas sociales, para condenar a otros. Esto puede no ser visto por el común, pero el cristiano que se levanta por la mañana y ante el espejo tiene que elegir entre ponerse la camiseta de cristiano y la aceptada por todos, ese que no es importante, lo ve.

En cuanto al grupo de opinadores oficialmente católicos encontramos a muchos para los que todo vale porque «el consenso». Cierto es que muchos han sido criados así, en el mantra del “no te señales”, “no des ruido”, apoya a una causa mayor. Cuando uno ha crecido en un ambiente así, cuando ha sido educado espiritualmente por personas a las que se les ha dado el trabajo más por pertenencia a un grupo que por su vocación para la enseñanza, el alumno aprende. Aprende que la lealtad al grupo sitúa una carrera profesional más rápidamente que el talento. Y si, además, tiene talento, puede despegar muy rápido. El método lo aprendió antes de empezar bachillerato. Ahora sólo le queda elegir grupo al que ser leal, y a opinar y a influir.

Este inmenso número de alumnos deriva en dos grupos generales, los que honestamente apreciaron la formación y siguieron su propio camino ideológico, chapó, y los que aprendieron el método de moverse de perfil dentro de las instituciones y sus favores. Una lacra formada generalmente por la misma universidad que pare activistas comunistas y promotores de la pobreza de otros con titulaciones cum laude en cátedras católicas, modernas, cuquis y fratellis. Esta situación nunca generó un problema real en la iglesia española, siempre y cuando no tocara sus colegios y sus acuerdos. Y así llevamos décadas, vendiendo valores por derechos, perdiendo razones por tantos por ciento y aceptando culpas por dispensas laicas. Ay, pero ahora, ahora sus abonos son nuestro problema.

Habla Quintana Paz de los medios de comunicación propios de la institución, la Cope y La Trece. Es curioso porque hoy he leído en Twitter, de personas oficialmente “autorizadas”, que el Espíritu Santo inspira a los obispos sobre los medios de comunicación que gestionan. Tened todos tranquilidad. Es falso. El Espíritu Santo inspira a obispos y cardenales en elección colegiada del Papa y en asuntos de doctrina, siempre y cuando señalen a la doctrina. La gestión empresarial va por otro carril.

Es interesante la diferencia de programación entre tv2000, La Trece italiana, para entendernos, y la de aquí. Nada que ver. Empieza con la misa del Papa a en Santa Marta, tres rosarios durante el día, generalmente desde Lourdes, audiencia, cuando la hay, corona de la divina misericordia, misa por la tarde las siete o siete y media, desde diferentes lugares de Italia, telediarios, programas de entrevistas, educación y actualidad, series y películas clásicas de la bbc, por ejemplo. Sus programas son programas en relación al cristianismo hoy, o la dureza de hoy, y cómo puede ayudar un cristiano hoy. Sus celebraciones eucarísticas durante la pandemia han conectado con el fiel más que cualquier pelea sobre católicos españoles buenos o malos ante tal angustia mundial.

La pregunta original del artículo es dónde están (escondidos) los intelectuales cristianos. En España, los cristianos que no se ciñen a la corriente principal de pensamiento eclesial están aguantando la pelea y siendo humillados por otros en las sacristías y en las redes. Y luego están los elegidos que decidieron hace tiempo, como Enrique García Máiquez y José María Nieto, que revalidan su cristianismo cada día en su trabajo.

¿Se buscan pensadores o generales?

Muchas veces, muchos cristianos están ahí, donde no les quieren. La pregunta es, si hay un cristiano, ¿se le oye? Quizá buscáis cristianos pero sólo esperáis generales, y ahí radica parte del problema. Porque como cristianos debemos decidir si pelear, cierto, pero puede que sean maneras distintas de batallar. Mi pregunta es, ¿buscáis un cristiano solo, que los hay, o sólo queréis un general?

Una parte de la riqueza del pensamiento es dar cabida a aires menos académicos que también trabajan con honestidad desde la Tradición en el mundo de hoy. Pero como grupo compacto, reconocido y respetado que esté desarrollando una línea de pensamiento enriquecedora y crítica dentro de la Doctrina, lamentablemente, y sólo hoy por hoy, grupo de intelectuales cristianos no parece que haya. Precisamente porque por la naturaleza de lo que se necesita, no puede ser autorizado a priori. El pensamiento se ha de desarrollar, asumir el riesgo de algunas contradicciones para mejorarlo, hay que formular una idea para poderla reformular más perfecta y completa después. Y da la sensación de que los académicos que tratan estos temas no quieren correr el riesgo de no contar con el beneplácito siempre y en todo momento. Quizá sea este justo el punto de encuentro adecuado, un pozo en el camino de Samaria.


Fuente: conlospiesenelaguablog.wordpress.com

Teología para Millennials: “Pandemia y porno”

Padre Mario Arroyo Martínez

Crecimiento de la adicción

De acuerdo con Statista, en México el consumo de porno se ha incrementado durante la pandemia, según Pornhub ha crecido en todo el mundo, ¿simple casualidad?, ¿menos tiempo de traslados y más tiempo de ocio? Hay estudios que muestran cómo el subconsciente encuentra en el sexo una forma de gestionar el miedo.

La tendencia erótica sería una forma de lidiar con la pandemia. Ahora bien, ¿es solo eso? ¿Por qué el 36.8 % de hombres y el 25.5 % de mujeres han consumido más pornografía durante la pandemia? ¿No nos revela ese dato una radiografía espiritual de la sociedad? ¿No manifiesta una carencia afectiva, cuando no un gran vacío en lo profundo del corazón? ¿Por qué se forma ese vacío que el consumo de pornografía inútilmente intenta llenar?

Es interesante contrastarlo con otro tipo de actividades. En Estados Unidos se ha incrementado la dedicación a la lectura un 33%, llegando a un 40% por parte de los Millennials. En Finlandia tiene un incremento semejante, ocupando el cuarto lugar de las actividades realizadas durante el tiempo libre en la pandemia.

El empleo del tiempo libre, en qué ocupamos la forzosa inactividad o encerramiento, nos avoca a enfrentarnos a nosotros mismos. ¿En qué empleamos el tiempo en el que estamos solos? La pornografía pareciera ser una triste manera de huir de nosotros mismos, un vano intento de no mirar el abismo de nuestra soledad.

El ocio, el encerramiento, el cambio de rutina, la incertidumbre, son realidades que nos enfrentan con quienes somos realmente. Es muestra de una inmensa pobreza espiritual encauzar esas experiencias hacia el porno.

No solo por la oscura industria que lo respalda, ni por la dolorosa servidumbre que supone el vicio, verdadera cadena forjada por uno mismo. Manifiesta una evidente carencia de creatividad, verdadera miseria espiritual.

Puede afirmarse, sin temor a exagerar, que la persona esclavizada por el porno tiene un espíritu caído. Si esa experiencia se replica hasta el punto de representar una tendencia nacional, un marcador social consistente, podemos reconocer la presencia de una enfermedad espiritual en la sociedad.

Más que lamentos estériles, serían útiles alternativas creativas para el ocio, para esos momentos en los que estamos solos, con nosotros mismos. Lo primero sería reconocer la enfermedad, sea en ámbito personal como social y darle la relevancia que merece.

No es inocuo que una persona no encuentre mejor manera de “matar el tiempo”, no es banal que en la sociedad funcione como una especie de sedante moral. La inmensa cantidad de energía, creatividad e iniciativas que se empantanan dentro del marasmo del sexo no son irrelevantes.

La dimensión de ese negocio turbio, las vidas convertidas en objetos, las mujeres usadas y explotadas por esa industria claman al cielo. No es solo cuestión de interés personal, por el contrario, supone una lacra social que debemos primero encarar, para después gestionar y resolver.

No podemos permanecer inactivos. Es doloroso contemplar cómo las mejores energías de la juventud y la madurez fenecen en la nada, anegadas por los lazos del porno. Es preciso anticiparse, pues esa industria funciona a base de una férrea esclavitud espiritual de los que la producen, pero también en los consumidores, pues genera la dependencia propia de una droga dura. Entre más esclavos y más profunda sea la cadena, más negocio genera. Para ello, el modelo del negocio debe enganchar a los consumidores desde la infancia.

La propuesta a este desafío es triple. Fomentar una educación integral para el amor. Una educación que vaya más allá de técnicas para evitar embarazos y ETS, mostrando la dimensión afectiva y espiritual de la persona humana. En segundo lugar, fomentar un ocio creativo y atractivo, que ayude a eludir la tentación de caer en la barata y fácil respuesta del porno.

Generar aficiones, de preferencia culturales, artísticas, deportivas, creativas, como herramienta educativa fundamental. De esta manera, cuando tenga un momento de ocio, cuando me encuentre solo, conmigo mismo, tendré alternativas. En tercer lugar, insistir en el carácter espiritual de la persona, no callarlo como si fuera un tabú. Tener en forma el alma es el mejor remedio, pues lleva a estar en paz y a gusto con uno mismo, sin necesidad de recurrir al porno.

11/29/20

Nuestro Dios es el Dios-que-viene

El Papa  antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, primer domingo de Adviento, empieza un nuevo año litúrgico. En él la Iglesia marca el curso del tiempo con la celebración de los principales acontecimientos de la vida de Jesús y de la historia de la salvación. Al hacerlo, como Madre, ilumina el camino de nuestra existencia, nos sostiene en las ocupaciones cotidianas y nos orienta hacia el encuentro final con Cristo. La liturgia de hoy nos invita a vivir el primer “tiempo fuerte” que es este del Adviento, el primero del año litúrgico, el Adviento, que nos prepara a la Navidad, y para esta preparación es un tiempo de espera, es un tiempo de esperanza. Espera y esperanza.

San Pablo (cfr. 1 Cor 1,3-9) indica el objeto de la espera. ¿Cuál es? La “Revelación de nuestro Señor” (v. 7). El Apóstol invita a los cristianos de Corinto, y también a nosotros, a concentrar la atención en el encuentro con la persona de Jesús. Para un cristiano lo más importante es el encuentro continuo con el Señor, estar con el Señor. Y así, acostumbrados a estar con el Señor de la vida, nos preparamos al encuentro, a estar con el Señor en la eternidad. Y este encuentro definitivo vendrá al final del mundo. Pero el Señor viene cada día, para que, con su gracia, podamos cumplir el bien en nuestra vida y en la de los otros. Nuestro Dios es un Dios-que-viene —no os olvidéis esto: Dios es un Dios que viene, viene continuamente— : ¡Él no decepciona nuestra espera! El Señor no decepciona nunca. Nos hará esperar quizá, nos hará esperar algún momento en la oscuridad para hacer madurar nuestra esperanza, pero nunca decepciona. El Señor siempre viene, siempre está junto a nosotros. A veces no se deja ver, pero siempre viene. Ha venido en un preciso momento histórico y se ha hecho hombre para tomar sobre sí nuestros pecados —la festividad de Navidad conmemora esta primera venida de Jesús en el momento histórico—; vendrá al final de los tiempos como juez universal; y viene también una tercera vez, en una tercera modalidad: viene cada día a visitar a su pueblo, a visitar a cada hombre y mujer que lo acoge en la Palabra, en los Sacramentos, en los hermanos y en las hermanas. Jesús, nos dice la Biblia, está a la puerta y llama. Cada día. Está a la puerta de nuestro corazón. Llama. ¿Tú sabes escuchar al Señor que llama, que ha venido hoy para visitarte, que llama a tu corazón con una inquietud, con una idea, con una inspiración? Vino a Belén, vendrá al final del mundo, pero cada día viene a nosotros. Estad atentos, mirad qué sentís en el corazón cuando el Señor llama.

Sabemos bien que la vida está hecha de altos y bajos, de luces y sombras. Cada uno de nosotros experimenta momentos de desilusión, de fracaso y de pérdida. Además, la situación que estamos viviendo, marcada por la pandemia, en muchos genera preocupaciones, miedo y malestar; se corre el riesgo de caer en el pesimismo, el riesgo de caer en ese cierre y en la apatía. ¿Cómo debemos reaccionar frente a todo esto? Nos lo sugiere el Salmo de hoy: “Nuestra alma en Yahveh espera, él es nuestro socorro y nuestro escudo; en él se alegra nuestro corazón, y en su santo nombre confiamos” (Sal 32, 20-21). Es decir, el alma en espera, una espera confiada del Señor hace encontrar consuelo y valentía en los momentos oscuros de la existencia. ¿Y de qué nace esta valentía y esta apuesta confiada? ¿De dónde nace? Nace de la esperanza. Y la esperanza no decepciona, esa virtud que nos lleva adelante mirando al encuentro con el Señor.

El Adviento es una llamada incesante a la esperanza: nos recuerda que Dios está presente en la historia para conducirla a su fin último para conducirla a su plenitud, que es el Señor, el Señor Jesucristo. Dios está presente en la historia de la humanidad, es el “Dios con nosotros”, Dios no está lejos, siempre está con nosotros, hasta el punto que muchas veces llama a las puertas de nuestro corazón. Dios camina a nuestro lado para sostenernos. El Señor no nos abandona; nos acompaña en nuestros eventos existenciales para ayudarnos a descubrir el sentido del camino, el significado del cotidiano, para infundirnos valentía en las pruebas y en el dolor. En medio de las tempestades de la vida, Dios siempre nos tiende la mano y nos libra de las amenazas. ¡Esto es bonito! En el libro del Deuteronomio hay un pasaje muy bonito, que el profeta dice al pueblo: “Pensad, ¿qué pueblo tiene a sus dioses cerca de sí como tú me tienes a mí cerca?”. Ninguno, solamente nosotros tenemos esta gracia de tener a Dios cerca de nosotros. Nosotros esperamos a Dios, esperamos que se manifieste, ¡pero también Él espera que nosotros nos manifestemos a Él!

María Santísima, mujer de la espera, acompañe nuestros pasos en este nuevo año litúrgico que empezamos, y nos ayude a realizar la tarea de los discípulos de Jesús, indicada por el apóstol Pedro. ¿Y cuál es esta tarea? Dar razones de la esperanza que hay en nosotros (cfr. 1 P 3,15).

espués del Ángelus

 ¡Queridos hermanos y hermanas!

Deseo expresar nuevamente mi cercanía a las poblaciones de América Central golpeadas por fuertes huracanes, en particular recuerdo a las Islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, como también la costa pacífica del norte de Colombia. Rezo por todos los países que sufren a causa de estas calamidades.

Dirijo mi cordial saludo a vosotros, fieles de Roma y peregrinos de diferentes países. Saludo en particular a los que —lamentablemente en número muy limitado— han venido con ocasión de la creación de los nuevos cardenales, que tuvo lugar ayer por la tarde. Rezamos por los trece nuevos miembros del Colegio Cardenalicio.

Os deseo a todos vosotros un buen domingo y un buen camino de Adviento. Tratamos de sacar el bien también en la difícil situación que la pandemia nos impone: mayor sobriedad, atención discreta y respetuosa a quienes estén cerca que pueden tener necesidad, algún momento de oración hecho en familia con sencillez. Estas tres cosas nos ayudarán mucho: mayor sobriedad, atención discreta y respetuosa a quienes estén cerca que puedan tener necesidad y después, muy importante, algún momento de oración hecho en familia con sencillez. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto.


"Estad atentos, velad"

1° domingo de Adviento (Ciclo B)


Evangelio (Mc 13,33-37)

Estad atentos, velad: porque no sabéis cuándo será el momento. Es como un hombre que al marcharse de su tierra, y al dejar su casa y dar atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, ordenó también al portero que velase. Por eso: velad, porque no sabéis a qué hora volverá el señor de la casa, si por la tarde, o a la medianoche, o al canto del gallo, o de madrugada; no sea que, viniendo de repente, os encuentre dormidos. Lo que a vosotros os digo, a todos lo digo: ¡velad!

Comentario

Hemos entrado en el tiempo de Adviento, tiempo de conversión y preparación para la venida del Señor. Y en el evangelio de este domingo resuena la exhortación de Jesús dirigida a todos: “Estad atentos. ¡Velad!” (v. 33).

Para subrayar sus palabras, Jesús pone el ejemplo del señor de unas tierras que marcha a otro lugar y deja todo al cuidado de sus siervos. En especial, le encarga al portero que se quede velando y cuidando la casa hasta que su señor vuelva.

El papel del portero es importante porque si él se durmiera o despistara, podrían entrar ladrones en la casa y también en las tierras de su señor e incluso atacar a los siervos que han quedado a su cuidado. O podría volver su señor y no enterarse de ello.

San Agustín traducía la vigilancia del buen portero de la casa con estos consejos concretos referidos directamente a nuestra capacidad de amar: “Vela con el corazón, vela con la fe, con la caridad, con las buenas obras”[1].

Velar significa primordialmente querer a los demás, mirar a todos con cariño y comprensión, detectando las necesidades de los que nos rodean, y en las que podemos reconocer la venida de Jesús sin encontrarnos desprevenidos.

El papa Francisco explicaba este aspecto importante de nuestra vigilancia diciendo que “la persona que está atenta es la que, en el ruido del mundo, no se deja llevar por la distracción o la superficialidad, sino que vive de modo pleno y consciente, con una preocupación dirigida en primer lugar a los demás. Con esta actitud nos damos cuenta de las lágrimas y las necesidades del prójimo, y podemos percibir también sus capacidades y sus cualidades humanas y espirituales. La persona mira después al mundo, tratando de contrarrestar la indiferencia y la crueldad que hay en él y alegrándose de los tesoros de belleza que también existen y que deben ser custodiados. Se trata de tener una mirada de comprensión para reconocer tanto las miserias y las pobrezas de los individuos y de la sociedad, como para reconocer la riqueza escondida en las pequeñas cosas de cada día, precisamente allí donde el Señor nos ha colocado”[2].

Lo contrario de esta disposición atenta hacia los demás y de la vigilancia es el mal sueño y la negligencia. Es, en palabras de san Josemaría, “el sueño del egoísmo, de la superficialidad, desperdigando el corazón en mil experiencias pasajeras, evitando profundizar en el verdadero sentido de las realidades terrenas. ¡Mala cosa ese sueño, que sofoca la dignidad del hombre y le hace esclavo de la tristeza!”[3].

Dormirse mientras se vigila significa por tanto centrarse en el propio yo y sus apetencias y preocupaciones, sin percibir a los demás. Ese sueño siempre entristece y hace daño a los que queremos.

En cambio, concluía el Papa Francisco, “la persona vigilante es la que acoge la invitación a no dejarse abrumar por el sueño del desánimo, la falta de esperanza, la desilusión; y al mismo tiempo rechaza la llamada de tantas vanidades de las que está el mundo lleno y detrás de las cuales, a veces, se sacrifican tiempo y serenidad personal y familiar”[4].

La advertencia de Jesús a la vigilancia se traduce con la liturgia de hoy en un ejercicio habitual de la caridad con los demás, como preparación eficaz para su llegada. Sabiendo que Jesús no viene como un juez severo que nos quiera castigar, que vino al mundo como un niño indefenso y pobre, que pide ser acogido, que se conforma con un pesebre para animales y que viene para colmarnos de bendiciones y de gracia en brazos de su Madre y de san José.


Fuente: opusdei.org.

Permanecer en el camino de Jesús

 El Papa ayer en el Consistorio de Cardenales 


Jesús y los discípulos estaban en el camino, iban de camino. El camino. El camino es el lugar donde se realiza la escena que describe el evangelista Marcos (cf. 10, 32-45). Y es el lugar donde se desarrolla siempre la trayectoria de la Iglesia: el camino de la vida, de la historia, que es historia de salvación en la medida en que se hace con Cristo, orientado a su Misterio pascual. Jerusalén siempre está ante nosotros. La cruz y la resurrección pertenecen a nuestra historia, son nuestro presente, pero también son la meta de nuestro camino.

Este relato evangélico ha estado presente con frecuencia en los consistorios para la creación de nuevos cardenales. No es sólo un “trasfondo”, sino la “hoja de ruta” para nosotros que estamos hoy en camino con Jesús, que va delante de nosotros. Él es la fuerza y el sentido de nuestra vida y de nuestro ministerio.

Por tanto, queridos hermanos, hoy nos toca a nosotros confrontarnos con esta Palabra.

Marcos subraya que, en el camino, los discípulos “estaban asombrados […] tenían miedo” (v. 32). Pero ¿por qué? Porque sabían lo que les esperaba en Jerusalén; lo intuían, es más, lo sabían, porque Jesús ya les había hablado abiertamente en otras ocasiones. El Señor conoce el estado de ánimo de los que lo siguen, y esto no lo deja indiferente. Jesús no abandona jamás a sus amigos; no los olvida nunca. Aun cuando parece que vaya derecho por su camino, Él siempre lo hace por nosotros. Y todo lo que hace, lo hace por nosotros, por nuestra salvación. Y, en el caso específico de los Doce, lo hace para prepararlos a la prueba, para que puedan estar con Él, ahora, y sobre todo después, cuando Él no esté más con ellos. Para que estén siempre con Él en su camino.

Sabiendo que el corazón de los discípulos estaba turbado, Jesús llamó aparte a los Doce y, “otra vez”, les dijo “lo que le iba a suceder” (v. 32). Lo hemos escuchado: es el tercer anuncio de su pasión, muerte y resurrección. Este es el camino del Hijo de Dios. El camino del Siervo del Señor. Jesús se identifica con este camino, hasta el punto de que Él mismo es este camino. “Yo soy el camino” (Jn 14,6). Este camino, y ningún otro.

Y en este momento sucedió un “golpe de efecto” que trastocó e hizo posible que Jesús pudiera revelarles a Santiago y a Juan —pero en realidad a todos los Apóstoles y a todos nosotros— el destino que les esperaba. Imaginemos la escena: Jesús, después de haberles explicado nuevamente lo que le iba a suceder en Jerusalén, miró a los Doce, fijó en ellos sus ojos, como diciendo: “¿Está claro?”. Después retomó el camino, a la cabeza del grupo, y del grupo se separaron dos: Santiago y Juan. Se acercaron a Jesús y le expresaron su deseo: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda” (v. 37). Y este es otro camino. No es el camino de Jesús, es otro. Es el camino de quien, quizás, sin ni siquiera darse cuenta, “usa” al Señor para promoverse a sí mismo; de quien —como dice san Pablo— busca su propio interés, no el de Cristo (cf. Flp 2,21). Sobre esto, san Agustín tiene un estupendo Sermón sobre los pastores (n. 46), que siempre nos hace bien releer en el Oficio de Lecturas.

Jesús, después de haber escuchado a Santiago y Juan, no se alteró, no se enojó. Su paciencia fue verdaderamente infinita. También con nosotros tuvo, tiene y tendrá paciencia. Y les respondió: “No sabéis lo que pedís” (v. 38). Los disculpó, en cierto sentido, pero al mismo tiempo también los acusó: “Ustedes no se dan cuenta de que se salieron del camino”. En efecto, inmediatamente después fueron los otros diez apóstoles los que demostraron, con su actitud de indignación hacia los hijos de Zebedeo, que todos estaban tentados de salirse del camino.

Queridos hermanos: Todos nosotros queremos a Jesús, todos deseamos seguirlo, pero tenemos que estar siempre vigilantes para permanecer en su camino. Porque con los pies, con el cuerpo podemos estar con Él, pero nuestro corazón puede estar lejos y llevarnos fuera del camino. Pensemos en los muchos tipos de corrupción en la vida sacerdotal. Así, por ejemplo, el rojo púrpura del hábito cardenalicio, que es el color de la sangre, se puede convertir, por el espíritu mundano, en el de una distinción eminente. Y tú ya no serás el pastor cercano al pueblo, sentirás que eres sólo “la eminencia”. Cuando sientas esto, estarás fuera del camino.

En este relato evangélico, lo que siempre sorprende es el claro contraste entre Jesús y los discípulos. Jesús lo sabe, lo conoce, y lo soporta. Pero el contraste permanece: Él en el camino, ellos fuera del camino. Dos recorridos opuestos. Sólo el Señor, en realidad, puede salvar a sus amigos desorientados y con el riesgo de perderse; sólo su cruz y su resurrección. Por ellos y por todos, Él subió a Jerusalén. Por ellos y por todos, entregó su cuerpo y derramó su sangre. Por ellos y por todos, resucitó de entre los muertos, y con el don del Espíritu los perdonó y los transformó. Finalmente, los orientó para que lo siguieran en su camino.

San Marcos —como también Mateo y Lucas— agregó este relato en su Evangelio porque es una Palabra que salva, una Palabra necesaria para la Iglesia de todos los tiempos. Aun cuando los Doce hacen un mal papel, este texto entró en el Canon porque muestra la verdad sobre Jesús y sobre nosotros. Es una Palabra beneficiosa también para nosotros hoy. También nosotros, Papa y cardenales, tenemos que reflejarnos siempre en esta Palabra de verdad. Es una espada afilada, nos corta, es dolorosa, pero al mismo tiempo nos cura, nos libera, nos convierte. Conversión es justamente esto: desde fuera del camino, volver al camino de Dios.

Que el Espíritu Santo nos conceda, hoy y siempre, esta gracia.

11/28/20

Tiempo de Adviento, preparación para la llegada de Jesús

PADRE RAFAEL MOSTEYRÍN

 

Comienza el Año Litúrgico

La palabra Adviento quiere decir venida. Es el tiempo en que los cristianos nos preparamos para celebrar la llegada de Jesucristo. Abarca las cuatro semanas antes de Navidad. Una costumbre muy bonita, y de gran ayuda para vivir este tiempo, es la Corona de Adviento, que es como el primer anuncio de la Navidad.

Esta Corona se hace con ramitas entrelazadas con hojas de pino, verdes, sobre las que se colocan cuatro velas. El primer domingo de Adviento se enciende la primera vela, y cada domingo siguiente de Adviento, se enciende una vela más, hasta llegar a la Navidad.

Mientras se encienden las velas se dice una oración, utilizando algún pasaje de la Biblia, y se recita algún canto apropiado. Es muy recomendable vivir esta costumbre en cada casa, por ejemplo, antes o después de la cena.

Lo más importante es el significado: la Luz, que va aumentando con la proximidad del nacimiento de Jesús, pues Él es la “Luz del Mundo”.

Lo fundamental del Adviento es que recordemos quién es Jesucristo. Se trata del Hijo de Dios hecho hombre, que nació de la Virgen María, por obra y gracia del Espíritu Santo. Es verdadero Dios y verdadero hombre. Igualmente celebramos también a la Virgen María. Ella es la Madre de Jesús y Madre nuestra, concebida sin pecado original, que está en el Cielo en cuerpo y alma.

Son el motivo de nuestra esperanza. Pero, ¿por qué debemos tener esperanza? ¿A quién debemos esperar? Porque todos tenemos, al menos a veces, momentos de desánimo y desesperanza. Lo que de nosotros se espera es que aportemos lo poquito que podamos para transmitir el bien a nuestro alrededor, como manifestación de que es lo que quiere Jesús para nosotros, y para todos los hombres de buena voluntad.

El día que nos muramos, tal vez el mundo siga siendo tan malo, pero lo será, gracias a nosotros, un poco menos. Contra la desesperanza no hay más que un tratamiento: hacerse menos preguntas y trabajar más.

Un claro ejemplo de esperanza ocurrió después del incendio que dejó en cenizas  el laboratorio de Thomas Alva Edison. El inventor tenía ya 67 años y al día siguiente, observando las ruinas, dijo estas palabras: “El desastre tiene un gran valor porque quema todos nuestros errores. Gracias a Dios siempre podemos empezar de nuevo”.

Edison era un luchador optimista y volvió a empezar, sin quejas, a hacer lo que tenía que hacer.

El Adviento son cuatro semanas al año que nos ayudan a preparar nuestra vida, por dentro, para recibir bien a Jesús. La mayor alegría que le podemos dar es arrepentirnos de nuestros pecados, con la Confesión, y recibirle en nuestra alma en gracia, con la Comunión. Al prepararnos para celebrar que Jesús nace necesitamos una buena puesta a punto.

11/27/20

Festival de la Doctrina Social de la Iglesia

 Mensaje del Papa a los participantes


Un cordial saludo al obispo y a todos vosotros los que participáis, en Verona y en las diversas ciudades italianas conectadas por internet, en el Festival de la Doctrina Social de la Iglesia que, con su metodología creativa, quiere iniciar una confrontación entre sujetos diferentes por sensibilidad y por acción, pero convergentes en la construcción del bien común.

Es una edición diferente a la habitual, porque estamos enfrentándonos a la pandemia todavía presente, un escenario que comporta dificultades y graves heridas personales y sociales.

Y es una edición algo diferente también porque, por primera vez, Don Adriano Vincenzi no está con vosotros para respaldar este evento formativo que ahora llega a su décima edición. Queremos recordarlo en el rasgo distintivo de su servicio, con palabras que están en sintonía con lo que escribí en la última Encíclica Fratelli tutti: «Una gran nobleza es ser capaz de desatar procesos cuyos frutos serán recogidos por otros, con la esperanza puesta en las fuerzas secretas del bien que se siembra (n. 196).

Este año el tema que habéis elegido es Memoria del Futuro. Suena un poco extraño pero es creativo: “Memoria del Futuro”. Nos invita a esa actitud creativa que podemos decir que es “frecuentar el futuro”.  Para nosotros los cristianos, el futuro tiene un nombre y este nombre es esperanza. La esperanza es la virtud de un corazón que no se cierra en la oscuridad, no se detiene en el pasado, no “se apaña” en el presente, sino que sabe ver el mañana. Para nosotros los cristianos, ¿qué significa el mañana? Es la vida redimida, la alegría del don del encuentro con el Amor trinitario. En este sentido, ser Iglesia significa tener la mirada y el corazón creativos y escatológicos sin ceder a la tentación de la nostalgia, que es una verdadera y propia patología espiritual.

Un pensador ruso, Ivanovic Ivanov, afirma que sólo existe lo que Dios recuerda. Por eso la dinámica de los cristianos no es retener con nostalgia el pasado, sino acceder a la memoria eterna del Padre; y esto es posible viviendo una vida de caridad. Por lo tanto, no la nostalgia, que bloquea la creatividad y nos convierte en personas rígidas e ideológicas incluso en el ámbito social, político y eclesial, sino la memoria, tan intrínsecamente ligada al amor y a la experiencia, que se convierte en una de las dimensiones más profundas de la persona humana.

Todos nosotros hemos sido generados a la Vida en el Bautismo. Hemos recibido el don de la vida que es la comunión con Dios, con los demás y con la creación. Así, pues, estamos llamados a realizar la vida en comunión con Dios, es decir, en la intimidad de la oración en la presencia del Señor, en el amor por las personas que encontramos, o sea, en la caridad, y finalmente por la madre tierra, lo que indica un proceso de transfiguración del mundo.

Y la Vida recibida en don es la misma vida de Cristo, y no podemos vivir como creyentes en el mundo sino manifestando su misma vida en nosotros. Injertados en la vida del Amor trinitario nos volvemos capaces de la memoria, de la memoria de Dios. Y sólo lo que es amor no cae en el olvido, precisamente porque encuentra su razón de ser en el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En este sentido, toda nuestra vida debe ser de alguna manera una liturgia, una anamnesis, una memoria eterna de la Pascua de Cristo.

He aquí, pues, el significado del Festival de este año: vivir la memoria del futuro significa comprometerse a hacer de la Iglesia, el gran pueblo de Dios (cf. Lumen Gentium, 6), el principio y la semilla del reino de Dios en la tierra. Vivir como creyentes inmersos en la sociedad manifestando la vida de Dios que recibimos como don en el Bautismo, para que ahora tengamos memoria de esa vida futura en la que estaremos juntos ante el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Esta actitud nos ayuda a superar la tentación de la utopía, de reducir el anuncio del Evangelio a un simple horizonte sociológico o de que nos embarquen en el “marketing” de las diversas teorías económicas o bandos políticos.

En el mundo con la fuerza y la creatividad de la vida de Dios en nosotros: así sabremos fascinar el corazón y la mirada de las personas con el Evangelio de Jesús, ayudaremos a que fecunden proyectos de nueva economía inclusiva y de política capaz de amor.

Quisiera dirigir unas palabras en particular a los diferentes actores de la vida social reunidos con ocasión del Festival: al mundo de los empresarios, de los profesionales, de los representantes del mundo institucional, de la cooperación, de la economía y de la cultura: seguid comprometiéndoos en el camino que Don Adriano Vincenzi trazó con vosotros para el conocimiento y la formación en la doctrina social de la Iglesia. Constructores de puentes: los que se reúnen aquí no encuentren muros sino rostros…

Y por favor no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.

11/26/20

“En manos del Alfarero”

Monseñor Enrique Díaz Díaz  


I Domingo de Adviento.

Isaías 63, 16-17.19; 64, 2-7: “Ojalá, Señor, rasgaras los cielos y bajaras”

Salmo 79: “Señor, muéstranos tu misericordia”

I Corintios 1, 3-9: “Esperamos la manifestación de nuestro Señor Jesucristo”

San Marcos 13, 33-37: “Velen, pues no saben a qué hora va a regresar el dueño de la casa”

Rescatando una obra

Con sumo cuidado, como si la acariciara con cariño, va limpiando la obra que tiene entre sus manos. Casi no se puede reconocer pero es una importante obra de arte, un óleo magnífico, que con el paso del tiempo, mucha humedad y un gran descuido, ha perdido su belleza y su nitidez.

El humo, la cera, el polvo y muchos problemas vividos la han tenido en un rincón, inadvertida, despreciada y sin posibilidades de reconocimiento. Ahora la vista penetrante de un conocedor y las manos diestras de un artista, la hacen recobrar poco a poco su belleza.

“Sólo los verdaderos conocedores pueden reconocerla a través de tanta suciedad, sólo los verdaderos artistas pueden rescatar su belleza y sólo quien tiene un gran amor por ella le puede dedicar tantas horas, quizás más que cuando fue originalmente hecha”, me comenta uno de los ayudantes. Restaurar una obra requiere conocimiento, perseverancia y amor.

Un pueblo en el abandono.

Quizás así se sentía Isaías juntamente con su pueblo, Israel: como una obra abandonada, como un jarro en el olvido, como una porquería que todos desechan. Las palabras de la primera lectura son un triste lamento de quien se encuentra en el abandono y sin salida pero por su propia culpa.

Si bien, hay un reclamo al alejamiento que siente de Dios, reconoce que es el pueblo quien se ha alejado de los mandamientos y quien ha endurecido el corazón hasta el punto de no temerlo, y en su mismo  reclamo al Señor expresa todo el dolor de experimentarse en el abandono.

Toda esta situación es clara: al olvidarse de Dios se encuentra perdido. No son ajenos estos sentimientos a los sentimientos de nuestro pueblo: nos reconocemos perdidos en un mundo sin sentido, nos angustia la violencia y los crímenes arteros, nos descontrolan los programas que ofrecen felicidad pero que nos dejan vacíos.

Emprendemos nuevas campañas ilusionados en nuestras propias fuerzas o en las palabras bonitas de un nuevo líder, para después descubrirnos más vacíos y más llenos de dudas y angustia. ¿Estaremos de verdad perdidos?

Nuestra justicia, un trapo asqueroso

¿Son palabras del tiempo de Isaías? ¿Son palabras de nuestro tiempo? Nosotros hemos manejado la justicia a nuestro propio gusto, ponemos las reglas y después las quebrantamos, dejamos en el olvido a la persona y el nombre de Dios y, entonces, la justicia en lugar de dar vida se convierte de verdad en un trapo asqueroso.

Así es nuestra justicia que se vende por unos cuantos pesos y se transforma por intereses y componendas, así es nuestra justicia que deja en la inopia a los débiles y defiende a los poderosos. ¿Cuántas personas hay en las cárceles porque el dinero no les alcanzó para la defensa? ¿Cuántas personas corren libremente por la vida protegidos por su dinero, por sus influencias y su poder, aunque hayan cometido verdaderos delitos? Y así en muchas otras situaciones.

Por ejemplo es injusto que no se pueda proclamar libremente el evangelio en los lugares públicos, en los medios de comunicación y hasta se tenga que pedir permiso para hacer celebraciones, pero que libremente se pueda manipular la verdad en esos mismos medios, que se presenten programas donde la violencia se vive hasta el hartazgo, donde se presentan a las personas como mercancía, donde se exalta la prepotencia y donde lo único que cuenta son los intereses económicos.

Se ha expulsado a Dios de nuestras vidas. Y si nos miramos cada uno de nosotros, nos descubriremos, como dice Isaías, “marchitos como las hojas, y nuestras culpas nos arrebatan como el viento”. Y la razón está en el interior de nuestro corazón: no invocamos el nombre de Dios, nos hemos alejado de sus mandamientos y así quedamos a merced de nuestras culpas. Si no tenemos la referencia de “Él, que nos ha creado”, toda nuestra vida pierde su sentido.

En manos del Alfarero

¿Está todo perdido? ¿No podemos hacer nada? Si bien, son duras las palabras de Isaías, es más reconfortante su experiencia de Dios. Parecería que es la primera vez que en todo el Antiguo Testamento se le llama a Dios literalmente Padre y lo hace con una ternura y con una seguridad que son capaces de levantar al más desanimado.

Es verdad que es difícil restaurar lo que se ha deformado, es cierto que quedarán huellas del dolor y las heridas, pero también es verdad que estamos en manos del mejor Alfarero, del que nos tiene más cariño, del que nunca desiste a pesar de nuestras obstinaciones, del que una y otra vez toma nuestra arcilla para restaurarnos y asemejarnos nuevamente a Él.

San Pablo insiste muchísimo en esta fidelidad de Dios que no cesa de buscarnos y que está a la puerta con cariño para rescatarnos. Nos envía a su Hijo para que pueda restaurar la imagen divina en cada uno de nosotros, para que podamos vivir con dignidad como verdaderas personas e hijos de Dios.

Tiempo de espera y esperanza

Adviento es el tiempo de la espera y de la esperanza. Si miramos solamente nuestras acciones y nuestras perspectivas, nos sentiremos perdidos, pero estamos en manos de nuestro Padre Dios que nos mira con mucho amor a pesar de nuestros pecados, que envía a su Hijo para salvarnos, que siempre es fiel.

¡No podemos vivir con pesimismo! El tiempo del adviento nos abre a la espera: ya está por venir nuevamente el Salvador; y nos abre también a la esperanza porque Él nos podrá restaurar como verdadera imagen de Dios.

Del trapo sucio e inmundo, Jesús rescata la imagen viva de la primera creación. Se hace carne de infante para rehacer en nosotros la imagen divina. Este es el primer domingo de Adviento: despertemos la esperanza y avivemos la espera: “Velen y estén preparados”.

Ya llega el Señor Jesús, el único Dueño de la casa, nuestro único Dueño.  Dispongámonos para este tiempo tan especial del Adviento, preparemos el corazón para recibir al Mesías. Desperecémonos de nuestras modorras, avivemos nuestra fe en el Dios que es Padre, que es fiel, que nos ama, nos toma en sus manos amorosas de Alfarero y nos restaura. Iniciemos el camino del Adviento, igual que Isaías gritemos: “Señor vuélvete por amor a tus siervos. Rasga los cielos y baja porque necesitamos tu presencia”.

Padre Dios, Padre Bueno, que con entrañable amor nos has formado, ven a rescatar a tus hijos que se pierden por los senderos de la injusticia y de la perversión. Envía a tu Hijo que, compartiendo nuestra vida, restaure en nosotros tu vida divina. Amén.

11/25/20

“Qué significa ser cardenal”


Monseñor Felipe Arizmendi Esquivel 

Obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas

“Todo se lo debo a Dios y a la Iglesia”

VER

Me tomó de sorpresa el anuncio que hizo el Papa Francisco, el domingo 25 de octubre, al terminar el Ángelus, de elegirnos como nuevos cardenales de la Iglesia a trece obispos y sacerdotes de varias partes del mundo: de Malta, Italia, Ruanda, Estados Unidos, Filipinas, Chile, Malasia y México. Ese domingo estaba en mi pueblo natal, Chiltepec, como todos los domingos, y hacía mi oración con el Oficio de Lecturas de la Liturgia de las Horas. Acostumbro, en la segunda lectura, abrir mi computadora y meditar lo que dice el Papa en el Ángelus dominical, pero empecé a ver varios mensajes de felicitación, que me inquietaron. Abrí la página del Vaticano y comprobé que yo estaba entre los elegidos. Fue una sorpresa, porque no se me había avisado previamente. Lo primero que hice fue decirle a Dios: ¿Por qué yo? Después, entre lágrimas, agradecí, pedí perdón por mis deficiencias y oré al Espíritu para que me ilumine en esta nueva etapa de mi vida. Pedí la intercesión de la Virgen María. Luego se enteraron mi familia y mi pueblo, y empezaron las felicitaciones.

No han faltado quienes me alaban y me dicen que es un reconocimiento a mi trabajo pastoral, sobre todo en Chiapas con los indígenas. Lo califican como un mérito personal, como un honor y un premio. Agradezco mucho sus expresiones, pero pido al Espíritu que me conceda no exaltarme ni engrandecerme, porque sería la ruina.

Lo que soy y he podido hacer, como dice San Pablo, “no soy yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Cor 15,10). Todo se lo debo a Dios y a la Iglesia: a mis raíces que son mi familia y mi pueblo natal, que hoy pertenece a la diócesis de Tenancingo, a mi ahora arquidiócesis y a mi amado seminario de Toluca. Se lo debo a la Iglesia universal; en particular, a la Iglesia en México y en América Latina, a las diócesis de Tapachula y San Cristóbal de Las Casas en Chiapas. Soy fruto de la Iglesia, sin desconocer mis limitaciones. Este título, pues, no es tanto personal, sino para la Iglesia, de la cual soy hijo.

Fui ordenado sacerdote cuando se estaba realizando el Concilio Vaticano II y me he esforzado por no olvidarlo y llevarlo a la práctica. Soy fruto también de las conferencias generales del episcopado latinoamericano en Medellín (1968) y Puebla (1979). Cuando fue la de Río de Janeiro, en 1955, apenas empezaba mi formación en el Seminario. Participé en Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007). Todo se lo debo también a la CEM (Conferencia del Episcopado en México), a la OSMEX (Organización de Seminarios en México), a la OSLAM (Organización de Seminarios Latinoamericanos) y al CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano), que han influido mucho en mi servicio pastoral. Por estas instituciones, el Espíritu Santo ha ido indicando a la Iglesia los caminos que debe recorrer. He procurado ser hijo de esta Iglesia.

Las exhortaciones, encíclicas y demás documentos de los Papas me han iluminado mucho, desde Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I y II, Benedicto XVI y Francisco. El Espíritu Santo, por mediación de los Papas, nos ha señalado cómo debe ser y servir la Iglesia.

En síntesis, es el Pueblo de Dios quien ha influido en mi vida: mi abuela Rosa, mis padres Coínta y Moisés, mis paisanos, mis familiares y amigos, mis enemigos, mis compañeros, los campesinos e indígenas, los fieles creyentes de las comunidades, los agentes de pastoral, los catequistas y diáconos permanentes indígenas, los sacerdotes, obispos y cardenales, los hermanos de otras religiones. Las críticas y observaciones que se me han hecho, me han ayudado a repensar mi vida, y las agradezco de corazón; es lo que nos ayuda a crecer.

PENSAR

El Papa Francisco, al anunciar nuestra elección, dijo: Recemos por los nuevos Cardenales, para que, confirmando su adhesión a Cristo, me ayuden en mi ministerio de Obispo de Roma, por el bien de todo el santo pueblo fiel de Dios”. Es muy claro lo que implica este nombramiento: en primer lugar, es un llamado a confirmar nuestra adhesión a Cristo.  Esto es lo primero y lo fundamental. Sin ese cimiento, todo flota en el aire y la mundanidad nos corrompe. El cardenalato es una invitación a tener a Cristo como único camino, como criterio definitivo en nuestro modo de ser y de pensar. Que El sea nuestra inspiración en lo que hacemos, decimos o queremos. Ni el Papa ni nosotros sustituimos a Cristo, no somos dueños de la lglesia, sino que él y nosotros somos sólo colaboradores del Señor.

Somos llamados también a colaborar con el Papa en su ministerio de Obispo de Roma, y por ello se nos asigna una parroquia en esta ciudad, como signo de comunión entre esa comunidad y quien preside esta Iglesia local, que es el Papa. Esto sin hacer a un lado al párroco del lugar y a su comunidad. Al mismo tiempo, el Papa nos pide ayudarle a procurar el bien de todo el pueblo fiel de Dios. Nos puede confiar alguna tarea especial, pero este servicio no implica vivir en Roma, sino seguir trabajando en lo que cada quien hacemos, procurando siempre la comunión afectiva y efectiva de nuestros pueblos con el Papa y, sobre todo, con Jesucristo.

En una carta que me envió, el Papa Francisco me dice: “Deseo que esta vocación a la que el Señor te llama te haga crecer en humildad y en espíritu de servicio. ´Somos siervos inútiles´ es lo que nos enseñó el Señor a decir después de haber hecho nuestro trabajo; y con esta palabra, también a no pretender otra paga: sólo ésta, y la gracia de ser elegido para servir. Rezo para que éste sea tu gozo en el día de hoy y a lo largo de toda tu vida y que, al final, le puedas decir al Señor: ´Nunca puse tu luz debajo de la cama´. Recibirás saludos y expresiones de cercanía de mucha gente que te quiere bien; acéptalos con sencillez y, en tu corazón, te hará bien recordar, en medio de esta alegría, la entrada de Jesús en Jerusalén… y el viernes subsiguiente. Te recomiendo cuidar que las celebraciones que los fieles te hagan sean sencillas y lejos de todo espíritu mundano. Rezo por ti; por favor hazlo por mí. Que Jesús te bendiga y la Virgen Santa te cuide”.

 ACTUAR

Ruego que oren al Espíritu Santo, a la Virgen María y a los santos de nuestra devoción, para que me ayuden a ser fiel a Cristo y a su Iglesia, sirviendo con todo mi ser al Pueblo de Dios.

“La oración de la Iglesia naciente”

 El Papa en la Audiencia General


Catequesis 16. 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Los primeros pasos de la Iglesia en el mundo estuvieron marcados por la oración. Los escritos apostólicos y la gran narración de los Hechos de los Apóstoles nos devuelven la imagen de una Iglesia en camino, una Iglesia trabajadora, pero que encuentra en las reuniones de oración la base y el impulso para la acción misionera.

La imagen de la comunidad primitiva de Jerusalén es punto de referencia para cualquier otra experiencia cristiana. Escribe Lucas en el Libro de los Hechos: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones” (2,42). La comunidad persevera en la oración.

Encontramos aquí cuatro características esenciales de la vida eclesial: la escucha de la enseñanza de los apóstoles, primero; segundo, la custodia de la comunión recíproca; tercero, la fracción del pan y, cuarto, la oración. Estas nos recuerdan que la existencia de la Iglesia tiene sentido si permanece firmemente unida a Cristo, es decir en la comunidad, en su Palabra, en la Eucaristía y en la oración.


Todo lo que en la Iglesia crece fuera de estas “coordenadas”, no tiene fundamento. Para discernir una situación tenemos que preguntarnos cómo, en esta situación, están estas cuatro coordenadas: la predicación, la búsqueda constante de la comunión fraterna —la caridad—, la fracción del pan —es decir la vida eucarística— y la oración.
Es el modo de unirnos, nosotros, a Cristo. La predicación y la catequesis testimonian las palabras y los gestos del Maestro; la búsqueda constante de la comunión fraterna preserva de egoísmos y particularismos; la fracción del pan realiza el sacramento de la presencia de Jesús en medio de nosotros: Él no estará nunca ausente, en la Eucaristía es Él. Él vive y camina con nosotros. Y finalmente la oración, que es el espacio del diálogo con el Padre, mediante Cristo en el Espíritu Santo.

Cualquier situación debe ser valorada a la luz de estas cuatro coordenadas. Lo que no entra en estas coordenadas está privado de eclesialidad, no es eclesial. Es Dios quien hace la Iglesia, no el clamor de las obras.

La Iglesia no es un mercado, la Iglesia no es un grupo de empresarios que van adelante con esta nueva empresa. La Iglesia es obra del Espíritu Santo, que Jesús nos ha enviado para reunirnos. La Iglesia es precisamente el trabajo del Espíritu en la comunidad cristiana, en la vida comunitaria, en la Eucaristía, en la oración, siempre.

Y todo lo que crece fuera de estas coordenadas no tiene fundamento, es como una casa construida sobre arena (cfr. Mt 7, 24-27).  Es Dios quien hace la Iglesia, no el clamor de las obras. Es la palabra de Jesús la que llena de sentido nuestros esfuerzos. Es en la humildad que se construye el futuro del mundo.


Yo me pregunto: ¿Dónde está el Espíritu Santo, ahí? ¿Dónde está la oración? ¿Dónde el amor comunitario? ¿Dónde la Eucaristía? Sin estas cuatro coordenadas, la Iglesia se convierte en una sociedad humana, un partido político —mayoría, minoría—, los cambios se hacen como si fuera una empresa, por mayoría o minoría… Pero no está el Espíritu Santo. Y la presencia del Espíritu Santo está precisamente garantizada por estas cuatro coordenadas.
A veces, siento una gran tristeza cuando veo alguna comunidad que, con buena voluntad, se equivoca de camino porque piensa que hace Iglesia en mítines, como si fuera un partido político: la mayoría, la minoría, qué piensa este, ese, el otro… “Esto es como un Sínodo, un camino sinodal que nosotros debemos hacer”.

Para valorar una situación, si es eclesial o no es eclesial, preguntémonos si están estas cuatro coordenadas: la vida comunitaria, la oración, la Eucaristía… [la predicación], cómo se desarrolla la vida en estas cuatro coordenadas. Si falta esto, falta el Espíritu, y si falta el Espíritu nosotros seremos una bonita asociación humanitaria, de beneficencia, bien, bien, también un partido, digamos así, eclesial, pero no está la Iglesia.

Y por esto la Iglesia no puede crecer por estas cosas: crece no por proselitismo, como cualquier empresa, crece por atracción. ¿Y quién mueve la atracción? El Espíritu Santo. No olvidemos nunca esta palabra de Benedicto XVI. “La Iglesia no crece por proselitismo, crece por atracción”. Si falta el Espíritu Santo, que es lo que atrae a Jesús, ahí no está la Iglesia. Hay un bonito club de amigos, bien, con buenas intenciones, pero no está la Iglesia, no hay sinodalidad.

Leyendo los Hechos de los Apóstoles descubrimos entonces cómo el poderoso motor de la evangelización son las reuniones de oración, donde quien participa experimenta en vivo la presencia de Jesús y es tocado por el Espíritu.


Al respecto, el 
Catecismo tiene una expresión muy profunda. Dice así: “El Espíritu Santo, que recuerda así a Cristo ante su Iglesia orante, conduce a ésta también hacia la Verdad plena, y suscita nuevas formulaciones que expresarán el insondable Misterio de Cristo que actúa en la vida, los sacramentos y la misión de su Iglesia” (n. 2625).Los miembros de la primera comunidad —pero esto vale siempre, también para nosotros hoy— perciben que la historia del encuentro con Jesús no se detuvo en el momento de la Ascensión, sino que continúa en su vida. Contando lo que ha dicho y hecho el Señor —la escucha de la Palabra—, rezando para entrar en comunión con Él, todo se vuelve vivo. La oración infunde luz y calor: el don del Espíritu hace nacer en ellos el fervor.

Esta es la obra del Espíritu en la Iglesia: recordar a Jesús. Jesús mismo lo ha dicho: Él os enseñará y os recordará. La misión es recordar a Jesús, pero no como un ejercicio mnemónico. Los cristianos, caminando por los senderos de la misión, recuerdan a Jesús haciéndolo presente nuevamente; y de Él, de su Espíritu, reciben el “impulso” para ir, para anunciar, para servir.

En la oración, el cristiano se sumerge en el misterio de Dios que ama a cada hombre, ese Dios que desea que el Evangelio sea predicado a todos. Dios es Dios para todos, y en Jesús todo muro de separación es definitivamente derrumbado: como dice San Pablo, Él es nuestra paz, es decir “el que de los dos pueblos hizo uno” (Ef 2,14). Jesús ha hecho la unidad.


Dios dona amor, Dios pide amor. Esta es la raíz mística de toda la vida creyente. Los primeros cristianos en oración, pero también nosotros que venimos varios siglos después, vivimos todos la misma experiencia.
Así la vida de la Iglesia primitiva está marcada por una sucesión continua de celebraciones, convocatorias, tiempos de oración tanto comunitaria como personal. Y es el Espíritu que concede fuerza a los predicadores que se ponen en viaje, y que por amor de Jesús surcan los mares, enfrentan peligros, se someten a humillaciones.

El Espíritu anima todo. Y todo cristiano que no tiene miedo de dedicar tiempo a la oración puede hacer propias las palabras del apóstol Pablo: “La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2, 20). La oración te hace consciente de esto.


La oración de la adoración es la oración que nos hace reconocer a Dios como principio y fin de toda la historia. Y esta oración es el fuego vivo del Espíritu que da fuerza al testimonio y a la misión. Gracias.
Solo en el silencio de la adoración se experimenta toda la verdad de estas palabras. Tenemos que retomar el sentido de la adoración. Adorar, adorar a Dios, adorar a Jesús, adorar al Espíritu. El Padre, el Hijo y el Espíritu: adorar. En silencio.

11/24/20

Leyes sociales

 Paco Sánchez

La ley Celaá o cómo una España somete a la otra mientras la acusa de polarizar

Supongo que, como en Estados Unidos ya tienen otro presidente, pronto quedará encauzado lo del virus con las consecuencias habituales: grandes ganancias de las tecnológicas y de las farmacéuticas y otro mordisco a nuestra libertad, que no se recuperará de las dentelladas que sufre desde hace nueve meses. Por lo menos, no se recuperará en España, donde mengua casi a diario ante la inacción de casi todos.

Han puesto en peligro la libertad de expresión con la excusa de las noticias falsas, siguen desguazando la independencia judicial, han limitado nuestros movimientos y controlan, si quieren, nuestros actos y contactos. El jueves, contra tantos derechos legítimos y perjudicando uno de nuestros mayores recursos económicos −la lengua española−, sin dialogar con los afectados, sin escucharlos siquiera, el jueves, digo, se dio un tajo más en la amputación de libertades, esas que, supuestamente, siempre amputa la derecha: la ley Celaá o cómo una España somete a la otra mientras la acusa de polarizar.

Quieren que los demás financiemos su desvarío ideológico. Nosotros, si ansiamos un desvarío propio, tenemos que pagar primero el suyo y, si queda algo, entonces también el nuestro. Solo los ricos podrán educarse libres. Los hijos de los demás estarán a lo que se les diga y donde se les diga, nada de elegir, porque les pertenecemos. Lo social, piensan, consiste en eso.

Las redes han recuperado esta semana un artículo que Julián Marías publicó en 1984. Decía: «Siempre he creído que si la democracia no está inspirada por la llamada a la libertad, por su constante estímulo, pierde su justificación y acaba por convertirse en un mecanismo −más poderoso que otros− de opresión».


Paco Sánchez, en lavozdegalicia.es