11/19/20

Fiesta de Cristo Rey

Monseñor Enrique Díaz Díaz

 

XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario 

Ezequiel 34, 11-12. 15-17: “Yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carneros y machos cabríos”

Salmo 22: “El Señor es mi pastor, nada me faltará”

I Corintios 15, 20-26. 28: “Cristo le entregará el Reino a su Padre para que Dios sea todo en todas las cosas”

San Mateo 25, 31-46: “Se sentará en su trono de gloria y apartará a los unos de los otros”

Lo más importante

Fuerte y cuestionador el Evangelio de este día. Pero, además, de una importancia capital: es el último domingo del año litúrgico, por tanto se le ha querido dar el sentido de plenitud, coronarlo con lo más importante y lo central de toda la enseñanza de Jesús, como para afinar bien nuestros objetivos y buscar con claridad una meta.

Por eso se culmina con esta fiesta de Cristo Rey que en las lecturas, pero sobre todo en el evangelio, precisa y destaca qué es lo más importante de su mensaje. Varias veces se le preguntó a Jesús qué era lo más importante para el Reino y siempre respondió con claridad, pero hoy lo resalta de un modo especial, no sea que nuestros sentidos nos engañen y nos distraigan, y acabemos entregándonos a sutilezas que no tienen importancia.

Cristo ya había afirmado cuál era el principal de los mandamientos, ya había remitido a la ley y los profetas, pero ahora, en una descripción del juicio final, viene a señalar que todos los demás mandamientos no tendrán ningún fundamento si no se descubre el amor a los más pequeños e insignificantes.

Tan grande es este mandamiento que Jesús no duda en identificarse y señalar que el amor o desprecio que se ha tenido con ellos, con Él mismo se ha tenido. La extrañeza y desconcierto de quienes han sido juzgados favorablemente o de quienes han sido condenados, puede darnos una idea de lo difícil  que es ser cumplir este mandamiento en aquel tiempo pero sobre todo en nuestro mundo actual.

Reyes y revoluciones

Situada este año en un contexto de discusiones, divisiones y luchas por el poder en México y en el mundo, esta celebración donde reconocemos a Jesús como rey parece desconcertar. Muy lejos está del concepto del Reino de Dios, quien pretenda comparar a Cristo con reyes o gobernantes que así pretendan dominar el mundo. De hecho la narración evangélica nos lleva a un constante intercambio entre la figura del rey y del pastor.

En determinados momentos no se sabe si el Hijo del Hombre es quien conduce y separa, o si es el pastor quien juzga, condena y premia. Y pastor entendido en el sentido pleno: el que va delante de las ovejas, el que da la vida por ellas, el que conoce a cada una por su nombre. Atrás tendríamos que dejar el falso concepto de rey aplicado a Jesús, a veces con buenas intenciones, y recordar cada una de sus palabras y de sus acciones para entender su verdadera realeza.

Las veces que aceptó ser rey o ser proclamado como rey, nunca tienen el sentido político de poder o riqueza que muchos quisieran darle. Habla de otro reinado, muy lejano del modo de obrar de los reyes y gobernantes que oprimen a los pueblos. Se manifiesta como el rey que da la vida, que se apresura para ser el primero en servir, que aparece como el más pequeño.

Descubrir lo esencial

Nuestros sentidos nos pueden deslumbrar y oscurecer el verdadero rostro de este Rey. Y Jesús nos lo recuerda de una manera dramática en esta narración. Sólo se puede llegar al Rey, a Dios, a través de los rostros concretos de los hermanos.

Los rostros de los pobres, – el pobre en pan, el pobre en salud, el pobre en amor – , son la manifestación más bella del rostro de Dios. Pero nosotros podríamos equivocarnos y dejarnos llevar por las apariencias que nos muestran los sentidos. Hoy debemos dejar que el Espíritu hable desde nuestro interior y nos ayude a descubrir este verdadero rostro de Jesús.

Aplicada la narración a nuestro mundo actual, es evidente que Jesús se refiere no sólo a las obras de caridad que apacigüen nuestra conciencia: un vaso de agua por aquí; un pan que nos sobra para el que tiene hambre; un pedazo de tela vieja para una obra caritativa.

El Espíritu nos ayudará a descubrir el rostro de Jesús-hermano en cada persona que sufre y nos impulsará a buscar no sólo mitigar momentáneamente una necesidad sino a involucrarnos en serio en la construcción de su reino.

El verdadero discípulo del Reino no se deslumbrará por las apariencias, sino que buscará la construcción de una sociedad libre, democrática, justa y fraternal. En el momento final y decisivo para saber si somos fieles al Evangelio de Jesús, son muy claros los parámetros sobre los cuales se nos juzgará.

Si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse.

 El rostro de un rey

El criterio que Jesús utiliza para distinguir quiénes son los suyos queda muy claro: es la actitud de amor o de indiferencia hacia los más necesitados. La Iglesia de los últimos tiempos ha percibido que será fiel a Jesús sólo cuando asuma con toda seriedad este compromiso.

Toda su acción y su misión se juegan en el amor a los pobres. La opción por los pobres brota de esta exigencia de Jesús y es la mejor manera de formular para nuestra sociedad y nuestro mundo las palabras de Jesús.

¿Es difícil descubrir a Jesús en los pobres, hambrientos y necesitados? ¿Los alejamos de nuestra vista para que no lastimen nuestros sentimientos? Hay quienes buscando aparentar una sociedad progresista, limpia y acogedora, los “esconden” y marginan, para no sean vistos ni reconocidos.

Me pongo a pensar si no estaremos escondiendo y marginando a Jesús para que no toque nuestro corazón. El mandamiento de Jesús y sus criterios de selección no son arbitrarios ni acomodaticios, brotan de lo profundo de su misión.

Si ha sido enviado a hablarnos de un Padre amoroso, si nos enseña que la vida de un pequeño vale su propia vida, si la señal será el amor, nosotros mismos nos estamos condenando por nuestra miopía que no nos deja descubrir en cada hermano el rostro de Dios.

Tendremos que acostumbrarnos pues a descubrir el rostro de un rey en cada hermano que sufre y tratarlo así como a rey,  pues en ese rostro se manifiesta Jesús.

Al final

Es el último día del año litúrgico y se nos invita a pensar en el día final. Ahora tenemos que revisar muy bien nuestras vidas, si tienen el sentido y la mirada que Jesús nos pide para ser verdaderamente sus discípulos.

¿Lo reconocemos en los hermanos? ¿Miramos su rostro en el rostro cansado y sin ilusión de los pobres? ¿Estamos construyendo el Reino con y desde los pobres? ¿Somos capaces de reconocer el rostro de Jesús en los más pequeños?

Sino, estaremos errando nuestro discipulado y seguimiento de Jesús. No basta gritar ¡Viva Cristo Rey! Tenemos que reconocerlo en donde Él nos dice que está más presente: en el pobre.

Padre bueno, que quisiste fundar todas las cosas en tu Hijo muy amado, Rey del universo, y nos has dejado en los pobres una presencia suya, haz que toda creatura, liberada de la esclavitud, sirva a tu majestad y te alabe eternamente.  Amén