11/11/20

San Martín de Tours, patrón de la Guardia Suiza

CARLOS GÓMEZ RUIZ


Primer santo no mártir

***

San Martín de Tours, apóstol de la Galia, influyó grandemente en la espiritualidad de toda Europa. Primer santo no mártir después de la paz de Constantino, habiendo sido forzado a ser soldado y teniendo vocación de monje, sería después obligado a ser obispo, presentando a la Iglesia universal un nuevo modelo de santidad.

San Martín nació alrededor del año 316 en Savaria (Szombathely, en húngaro), en la antigua provincia romana de Panonia (hoy entre el oriente de Austria y Hungría). Su familia se trasladó a Pavía (en la región de Lombardía), donde vivió sus primeros años hasta los quince años de edad cuando se enroló en la guardia imperial romana en la cual permanecerá por veinticinco años, pudiendo servir a los emperadores Constancio II y Juliano II “el Apóstata”. Recibió el Bautismo con 18 ó 22 años de edad, siendo trasladado a la Galia hacia el año 337.

Partición del manto

El pasaje más famoso de su vida acaece en Amiens, ciudad capital de la Picardía (norte de Francia). Durante una ronda nocturna, a un mendigo que se helaba de frío, Martín da de limosna la mitad de su capa (paludamentum, en latín). Solo la mitad, porque la otra mitad era propiedad de la milicia de la que formaba parte.

Narra la crónica de Sulpicio Severo el efecto que causó esto: “Entre los que asistían al hecho, algunos se pusieron a reír al ver el aspecto ridículo que tenía con su capa partida, pero muchos en cambio, con mejor juicio, se dolieron profundamente de no haber hecho otro tanto, pues teniendo más hubieran podido vestir al pobre sin sufrir ellos la desnudez”.

Se le apareció Cristo en sueños, esa misma noche, acompañado de dos ángeles. San Martín escuchó cómo Cristo les explicaba: “Martín, siendo todavía catecúmeno, me ha cubierto con este vestido” (“Martinus adhuc catechumenus hac me ueste contexit”, como dice la crónica en latín). A esta aparición en sueños, Martín reaccionó con la voluntad de abandonar sus tareas militares y convirtiéndose. Aunque no se le otorgó la licencia para desertar, recibió el Bautismo y aprovechó sus siguientes veinte años en la milicia para propagar la fe cristiana por el Imperio.

Luego de una campaña contra los bárbaros, concluyó su carrera militar en Worms para integrarse a los discípulos de san Hilario de Poitiers, obispo asceta de la Galia occidental, martillo de los arrianos en Occidente, hacia el año 356. Pese a los intentos de este obispo, se rehusó a ser ordenado diácono porque se consideraba indigno. Hilario, al entender esto, lo comprometió con otro ministerio, confiriéndole el grado de exorcista, que sí aceptó, porque lo consideraba “más humilde”.

Desafortunadamente los herejes arrianos desterraron a Hilario, por lo que Martín tuvo que regresar a su tierra natal, donde lleva a convertirse a su madre. Desde allí emprendió algunos viajes misioneros a la provincia de Ilírico y a la Galia.

Monje

En las afueras de Milán Martín fundó un monasterio, del cual terminó expulsado porque el obispo Auxencio, hereje arriano, exaltó los ánimos en su contra, debiendo huir y refugiarse en la isla Gallinara también conocida como de Albenga. Allí, viviendo como eremita, encontró la posibilidad de llevar una vida de silencio, de recogimiento, de profundización de las Sagradas Escrituras, de reflexión y de mortificación, hasta que terminó el exilio de san Hilario y fue de nuevo llamado por él.

El más antiguo monasterio de Occidente todavía hoy en actividad lo fundó precisamente san Martín en Ligugé, cerca de Poitiers, aproximadamente el año 360, y allí atrajo nuevos adeptos gracias a su fama de santidad y su vida eremítica.

Obispo

El pueblo lo enalteció al episcopado, a pesar de que parte del clero veía en él solo a un monje desaliñado. Se logró de la siguiente manera: con el pretexto de curar a un enfermo, san Martín fue llamado a la ciudad de Tours, sede episcopal que estaba vacante. Allí recibió su ordenación como obispo el 4 de julio de 371.

De hecho, Martín siguió llevando una vida humilde y vistiendo ropa sencilla. Hasta mandó construir una austera celda junto a la catedral, llevando su tarea episcopal sin dejar le género de vida y virtud que había aprendido en el monacato. Fue, como dice la tradición, “soldado por fuerza, obispo por obligación, monje por elección”.

Llegó a contar con ochenta monjes el monasterio que instituyó al otro lado del río de la ciudad en uno de sus primeros actos, en cuanto pudo, en Marmoutier, del cual algunos monjes después serían también obispos. Trasladando su residencia a dicha comunidad monástica, Martín fue padre espiritual del eremitorio, donde acudía a la oración, al refectorio, a las comidas que eran muy sobrias, y en el que compartía sus bienes con la comunidad. Evitaba comer carne en Cuaresma, y en signo de penitencia llevaba cilicio y dormía en el suelo.

Famoso hombre de Dios, en los relatos de su vida concurren los rasgos que distinguían los tres tipos de santidad según la tradición: 1) asceta, porque su austeridad y penitencia le situaban al extremo del límite de lo humano, acercándolo a Dios; 2) pastor, como obispo de Tours; y 3) misionero, de actividad extraordinaria. Aunque su modelo monástico, tan centrado en el mismo Santo como padre espiritual, no fue fácilmente replicado y tuvo más éxito el camino monacal que se basaba en reglas.

Tránsito al cielo

Tras haber combatido espiritualmente, habiendo conseguido paz a para su Iglesia, intuyó que se su misión llegaba a su fin. Por lo que se retiró al monasterio de Candes, que había sido fundado por él en la confluencia de los ríos Viena y Loira. Con sus discípulos reunidos en torno a él, advirtió que el punto culminante de su vida se acercaba. Viendo a sus discípulos y escuchando sus súplicas, expresó una plegaria que sería recogida por la tradición y el canto gregoriano y que liturgia presenta entre los textos del oficio del Santo: “Domine, si adhuc populo tuo sum necessarius, non recuso laborem: fiat voluntas tua” “Señor, si aún soy necesario a tu pueblo, no rehúyo el trabajo; hágase tu voluntad”. Sus discípulos le habían ofrecido una cama, un poco más cómoda, pero él prefirió continuar acostado sobre ceniza, portando su cilicio: “No conviene a un cristiano morir de otra suerte”, les instruía.

Transitó al cielo el 8 de noviembre de 397, en Candes, desde donde trasladaron sus restos mortales a Tours el 11 del mismo mes. Existe una capilla que señala el lugar exacto en que falleció el santo. Desde los primeros días su tumba se volvió lugar de peregrinación. Sobre todo, en la época merovingia. Los reyes capetos siempre se sintieron honrados de llevar también el título de abades de San Martín de Tours.

Primer santo no mártir

Los primeros santos que hubo en la Iglesia fueron siempre los mártires, abundantes a causa de la persecución romana que golpeó en varias oleadas. Tras la el edicto constantiniano, del año 313, se comenzó a venerar a confesores, o sea, a los grandes obispos y a los ascetas. Sus sepulcros se convirtieron en lugares de culto, celebrándose, sobre todo, el aniversario de su fallecimiento, calificándolo de dies natalis, el día de su nacimiento (al cielo). Sin investigación, sin doctos tribunales, sin sentencia oficial, sino en espontáneas canonizaciones populares que respondían a su fama de santidad en la Iglesia.

Santo porque en su propia persona enfrenta las herejías del momento (priscilianismo y arrianismo). Santo porque su culto surgió temprano, semejante al de los mártires y los apóstoles. Pero santo activo, inserto en el mundo, involucrado en la paz política, la fraternidad, la caridad y la justicia. Haber alcanzado la santidad sin sufrir el martirio supuso una gran novedad en la Iglesia, razón que le convirtió en un santo muy venerado en toda Europa.

A la tumba de san Martín de Tours las peregrinaciones iniciaron inmediatamente después de sus funerales. A su popularidad misionera se agregó entonces la fama de los milagros: un santo taumaturgo del que su sucesor, san Gregorio, se dedicó incansablemente a recopilar cuantos relatos milagrosos pudo, hasta reunir cuatro libros cuyos relatos difundirían y arraigarían más y más su devoción por toda Europa.

Fue el obispo Bricio quien le edificó su primer santuario entre los años 397 y 444, que poco después sería sustituido por una gran basílica consagrada por el obispo Perpetuo el año 471.

Iconografía

De múltiples maneras se ha representado el episodio del santo y el pobre: San Martín en actitud de partir su capa se puede encontrar tanto en la decoración arquitectónica de iglesias como en edificios civiles: en relieves (de bronce, mármol, granito y otros materiales), en vitrales, tapices y dípticos, en fachadas, retablos y naves. Es muy reconocida la estatua de la fachada de la catedral románica de Lucca, en la Toscana.

Pero de todas, la escena de la partición del manto en Amiens ha ido teniendo la fortuna de ser la más famosa de toda su iconografía: El contraste entre el joven militar romano y un pobre necesitado, la generosidad del oficial cortando a filo de espada su espléndida capa han atraído la imaginación del pueblo y de los artistas. El episodio ha sido reproducido en innumerables ocasiones, incluso a pequeña escala en miniaturas de libros incunables, grabados, monedas, sellos, marcas de libreros, camafeos, esmaltes, en insignias de peregrinos, en cálices, patenas y también ha sido usada para marcar hostias. La tradicional fecha en que aconteció la partición del manto se plasma cada año en el cirio pascual de la catedral de Amiens.

Fecha de su memoria

Básicamente san Martín junto a Silvestre y Ambrosio, fueron los primeros obispos que con los mártires y los ascetas entraron a formar parte del culto litúrgico.

La fiesta de san Martín se celebró, desde el comienzo, el día 11 de noviembre. El Breviario Gótico inscribe esta fiesta en la liturgia mozárabe, también la recogerá el Oracional Visigótico. El Liber Ordinum silense presenta tres fiestas en honor de san Martín: la translatio (11 de agosto) que conmemora la traslación de las reliquias a la basílica de Perpetuo, la sacratio domini Martini (4 de julio) que conmemora su elección y ordenación episcopal y el obitus (11 de noviembre) por su dies natalis.

 Patronazgo de la Guardia Suiza

En los cuarteles de la Guardia Suiza, existe una Iglesia dedicada a san Martín de Tours y a san Sebastián, construida en 1568 por mandato del Papa Pío V y que se considera la iglesia nacional suiza en Roma.

En efecto, san Martín es uno de sus protectores y no lo es por casualidad. Es su patrón, primero porque fue soldado y como tal es considerado patrono de todos los soldados del mundo, pero sobre todo porque los Pontífices siempre quisieron que fuese modelo para su fe, pues, así como san Martín se esforzó en servir a Cristo y a la Iglesia.

El servicio de medio milenio que realiza la Guardia Suiza a la persona del sucesor de Pedro es también un servicio a la Iglesia, al custodiar el misterio de la confianza que Cristo puso en Pedro y en sus sucesores.

Los guardias suizos, así como todos los cristianos, podríamos aprender de Martín en el momento de su muerte a decir: “Señor, si aún soy necesario a tu pueblo, no rehúyo el trabajo; hágase tu voluntad”.