12/31/21

Seres queridos

 ENRIQUE Gª-MÁIQUEZ

Incluso los recuerdos más tristes son una buena noticia en Navidad, que lo transforma todo.

Me pregunta un amigo si no me he dado cuenta de que cada vez hay más gente que asegura que no le gustan nada las navidades porque les recuerdan mucho a sus seres difuntos. Me he dado cuenta, y tanta, que ya escribí un artículo sobre eso. ¿O no? Mi amigo no lo recuerda. Yo tampoco. Lo que no quiere decir que no lo escribiese, pero sí que, de haberlo hecho, no resultó definitivo, porque la memoria es una crítica literaria infalible. Intentémoslo, por si acaso, otra vez.

La causa me parece bien. La Navidad es una ocasión extraordinaria para recordar a los seres queridos. Lo que no comparto es la consecuencia. ¿Qué tiene de malo ese recuerdo? Serían unos seres queridos muy extraños si preferimos que se nos pierdan cuanto antes en la somnolencia de la amnesia.

Cuando alguien se muere, decimos solemnemente eso tan consolador (y manriqueño) de que siempre vivirá en nuestra memoria. ¿Es posible que en navidades ya estemos quejándonos de que los villancicos y las reuniones familiares nos lo recuerdan demasiado? Tener presentes a nuestros muertos es un privilegio y más aún dejar que se alegren con nuestra felicidad y nuestra fidelidad, en la medida de nuestras posibilidades, a sus enseñanzas y a su ejemplo.

Verdad que la memoria se nos puede ir de madre. En La viudita naviera, Pemán (con perdón) advierte que «los difuntos engordan si se les riega con demasiado llanto. Se ponen inmensos. Tapan la vida». Es innecesario. Uno puede emocionarse recordándoles y reírse incluso con ellos. Esta observación de Mario Quintana podría ayudar: "¿Por qué será que la gente vive llorando a los amigos muertos y no aguanta a los que continúan vivos?" Una manera activa de recordar a los difuntos es volcar el cariño que quisiéramos darles con los vivos y coleantes.

En Rompimiento de gloria, la indispensable novela del marqués de Tamarón, la hermosa Elena Cienfuegos da un consejo de oro a su amigo-alumno Saturnino Prieto: "Sátur, cuando algo te dé mucha pena no intentes olvidarlo. Recuérdalo con todo detalle. Es el único exorcismo que vale". De manera que, si usted estuviese tentado a protestar de las navidades porque les traen recuerdos dolorosos, no olvide nada. La memoriosa Navidad viene también a sanar esa pena noble, que nace del amor. Brindemos por los que están, por los que ya no y por los que aún habrán de venir. Aquí no sobra nadie. Que el año que viene tampoco falten ni los que faltan.

Fuente: diariodecadiz.es

12/30/21

La Palingenesia

Redacción de infovaticana

 La Palingenesia, heredera de la antropología de Viktor Frankl, es un método que cura a personas con enfermedades crónicas


Viktor Frankl, psiquiatra y fundador de la Tercera Escuela Vienesa de psicología, es mundialmente conocido por su libro “El hombre en busca del sentido” en dónde narra su estancia en un campo de concentración nazi, así como de su método de curación: la Logoterapia. Cincuenta años después nace en España otro método de curación que se llama la Palingenesia o volver a nacer, y ha sido creado por el Dr. Francisco Moya tras muchos años de vivir en medio de la enfermedad.

Rafael de los Ríos, autor del libro señala que “ al Dr. Moya, en definitiva, le agrada seguir a Frankl en esta línea: que se yerra cuando no se busca el sentido de la propia vida, que el hombre que se vuelve sobre sí mismo, ha fallado su misión, y trunca su trascendencia”.

“La experiencia del El Dr. Moya con sus pacientes muestra con mucha claridad que, para encontrar el sentido de Frankl, hay que bajar al llamado mundo Zeta; porque así se llega con facilidad a esa parte íntima de la persona. Así se acompaña al paciente. Por eso, la palingenesia o “volver a nacer”, es como la logoterapia; pero va más allá, porque se apoya en la Antropología trascendental del Prof. Polo”.

Para De los Ríos, “si Viktor Frankl llega al sentido de la vida, el Dr. Moya llega al corazón, al fondo de la persona. Y así, médico y enfermo ─ojo: o madre e hijo─ alcanzan también el corazón de la persona que sufre. Esa conexión auténtica es muy eficaz: dos personas coexistiendo, dos personas que se relacionan profundamente, donde el cazamariposas acierta y el boomerang no vuelve de vacío, porque antes han encontrado la persona a quien amar o esa tarea llena de sentido”.


“Esquizofrenia en remisión completa”

El libro escrito por Rafael de los Ríos narra curaciones que sorprenden al lector, como, por ejemplo, la esquizofrenia de una mujer argentina. Tras veinte años de sufrir esa enfermedad, su hermana oye hablar de un médico español, residente en Sevilla, que podría curarla. Se trata de un especialista en radiología, pionero en la introducción de las nuevas tecnologías en el ámbito del diagnóstico por la imagen, y cuyo espíritu innovador e inquieto le ha hecho evolucionar: desde analizar los últimos detalles del cuerpo hasta ver qué hay en el interior de la persona. Y entonces buscar ahí las raíces del sufrimiento.

Viajan las dos hermanas a España. Y la mujer enferma resulta curada, una mujer a quien los psiquiatras la habían diagnosticado, por activa y por pasiva, que su enfermedad era incurable. “Esquizofrenia en remisión completa”, es lo que escribe después su médico argentino.


El síndrome de Tourette…

Otro ejemplo de curación paradigmática. Llega el Dr. Moya a Cáceres. Le han llamado para curar al muchacho de 12 años que padece el llamado síndrome de Tourette, un trastorno neuro-psiquiátrico, para el que no existe cura, aunque muchos pacientes mejoran con el tiempo. Este síndrome se dio a conocer entre el gran público gracias a la exitosa obra de teatro, y ahora también película, “Toc toc”. Esta enfermedad se caracteriza por múltiples tics físicos y vocales, asociados con la exclamación de palabras obscenas o comentarios socialmente inapropiados y despectivos.

Aparece ante el Dr. Moya un joven de pelo entre moreno y castaño oscuro. Junto a él, su madre. Al ver al médico inicia una serie de parpadeos, muecas, gruñidos, insultos y pataleos, que resulta interminable. Un corazón tan sensible como el del doctor apenas puede soportar el sufrimiento interior de ese muchacho, en quien ve al mismo homo patiens que le pide ayuda a gritos. Se traga sus propias lágrimas y pregunta a su madre:

─ Oye, María, ¿cuántos tics tiene mi amigo Jorge?

─ En la clínica le han contado hasta veinte tics, Paco. Veinte. Y también, como ves, esta “necesidad de decir tacos”. Y tiene mucho “déficit de atención”. Me dicen que no hay cura para el síndrome de Tourette, que este trastorno es crónico.

Emplea Paco tres sesiones, también para que Jorge elimine su veintena de tics y su necesidad de decir tacos. Como le ocurre con frecuencia en tantos casos, al acabar ve que el muchacho estalla en un llanto de desahogo. No quiere frenarlo. Sabe que lo necesita. Como su madre. Como él mismo.


No es un método infalible… no acierta siempre…

El cuerpo y también la psique son la pizarra donde escribe el corazón, insiste el Dr. Moya, y ese centro lanza “un mensaje de cambio”. La persona puede querer cambiar o no quererlo. Por eso, el método empleado por el Dr. Moya ayuda mucho, pero no es infalible: llega a la persona, pero no acierta siempre. No son matemáticas. Además, el varón o la mujer deben querer cambiar. Si no se desea un cambio, se sigue viviendo como antes. Y no todo el mundo quiere seguir su camino en la vida.

En estas páginas, el lector conocerá en qué consiste ese viaje al interior de la persona y sus posibles aplicaciones en distintos campos. Porque no se reduce a lo estrictamente médico: va más allá. Se aplica en la familia, en la educación, en el trabajo, en las relaciones humanas y en otros muchos campos.

Y es que el método del Dr. Moya no se dirige a las curaciones simplemente. Su palingenesia apunta a la mejora de la persona, al desarrollo en todos sus aspectos: físico, psíquico, personal, social y espiritual. O sea, al progreso de la persona.


Fuente: infovaticana.com/

12/29/21

San José, emigrante perseguido y valiente

 El Papa en la Audiencia General


Catequesis sobre san José 5.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quiero presentarles a san José como un migrante perseguido y valiente. Así lo describe el evangelista Mateo. Este acontecimiento concreto de la vida de Jesús, en el que también están implicados José y María, se conoce tradicionalmente como “la huida a Egipto” (cf. Mt 2,13-23). La familia de Nazaret sufrió tal humillación y experimentó en primera persona la precariedad, el miedo y el dolor de tener que abandonar su tierra natal. Aún hoy en día muchos de nuestros hermanos y hermanas se ven obligados a experimentar la misma injusticia y sufrimiento. El motivo es casi siempre la prepotencia y la violencia de los poderosos. También para Jesús ocurrió así.

El rey Herodes se entera por los Reyes Magos del nacimiento del "rey de los Judíos", y la noticia lo trastorna. Se siente inseguro, se siente amenazado en su poder. Así que reúne a todas las autoridades de Jerusalén para averiguar el lugar del nacimiento, y ruega a los Reyes Magos que se lo comuniquen con precisión, para que ―dice falsamente― él también pueda ir a adorarle. Pero cuando se dio cuenta de que los Reyes Magos se habían ido en otra dirección, concibió un malvado plan: matar a todos los niños de Belén de dos años para abajo, que era el tiempo en que, según el cálculo de los Reyes Magos, Jesús había nacido.

Mientras tanto, un ángel ordena a José: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; allí estarás hasta que te avise. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle» (Mt 2,13). Pensemos hoy en tantas personas que sienten esta inspiración en su interior: “Huyamos, huyamos, porque aquí hay peligro”. El plan de Herodes recuerda al del faraón de arrojar al Nilo a todos los hijos varones del pueblo de Israel (cf. Ex 1,22). Y la huida a Egipto evoca toda la historia de Israel, desde Abraham, que también estuvo allí (cf. Gn 12,10), hasta José, hijo de Jacob, vendido por sus hermanos (cf. Gn 37,36) y luego convertido en “líder del país” (cf. Gn 41,37-57); y a Moisés, que liberó a su pueblo de la esclavitud de los egipcios (cf. Ex 1,18).

La huida de la Sagrada Familia a Egipto salva a Jesús, pero desgraciadamente no impide que Herodes lleve a cabo su masacre. Nos encontramos así con dos personalidades opuestas: por un lado, Herodes con su ferocidad, y, por otro lado, José con su premura y valentía. Herodes quiere defender su poder, su propia “piel”, con una crueldad despiadada, como atestiguan las ejecuciones de una de sus esposas, de algunos de sus hijos y de cientos de opositores. Era un hombre cruel: para resolver los problemas, sólo tenía una receta: matar. Es el símbolo de muchos tiranos de ayer y de hoy. Y para ellos, para estos tiranos, las personas no cuentan, cuenta el poder, y si necesitan un espacio de poder, eliminan a las personas. Y esto ocurre hoy: no tenemos que ir a la historia antigua, ocurre hoy. Es el hombre que se convierte en “lobo” para los otros hombres. La historia está llena de personalidades que, viviendo a merced de sus miedos, intentan vencerlos ejerciendo el poder de manera despótica y realizando actos de violencia inhumanos. Pero no debemos pensar que sólo vivimos en la perspectiva de Herodes si nos convertimos en tiranos, no. De hecho, todos nosotros podemos caer en esta actitud, cada vez que tratamos de disipar nuestros miedos con la prepotencia, aunque sea sólo verbal o hecha a base de pequeños abusos realizados para mortificar a los que nos rodean. También nosotros tenemos en nuestro corazón la posibilidad de ser pequeños Herodes.

José es todo lo contrario a Herodes: en primer lugar, es «un hombre justo» (Mt 1,19), mientras que Herodes es un dictador; además, muestra valor al cumplir la orden del Ángel. Cabe imaginar las vicisitudes que tuvo que afrontar durante el largo y peligroso viaje y las dificultades de su permanencia en un país extranjero, con otra lengua: muchas dificultades. Su valentía surge también en el momento de su regreso, cuando, tranquilizado por el Ángel, supera sus comprensibles temores y se instala con María y Jesús en Nazaret (cf. Mt 2,19-23). Herodes y José son dos personajes opuestos, que reflejan las dos caras de la humanidad de siempre. Es un error común considerar la valentía como la virtud exclusiva del héroe. En realidad, la vida cotidiana de cada persona requiere valor. Nuestra vida ―la tuya, la mía, la de todos nosotros― requiere valentía: ¡no se puede vivir sin valentía! La valentía para afrontar las dificultades de cada día. En todas las épocas y culturas encontramos hombres y mujeres valientes que, por ser coherentes con sus creencias, han superado todo tipo de dificultades, soportado injusticias, condenas e incluso la muerte. La valentía es sinónimo de fortaleza, que, junto con la justicia, la prudencia y la templanza forma parte del grupo de virtudes humanas conocidas como “cardinales”.

 

La lección que hoy nos deja José es la siguiente: la vida siempre nos depara adversidades, esto es verdad, y ante ellas también podemos sentirnos amenazados, con miedo, pero sacar lo peor de nosotros, como hace Herodes, no es el modo para superar ciertos momentos, sino actuando como José, que reacciona ante el miedo con la valentía de confiar en la Providencia de Dios. Hoy creo que es necesaria una oración por todos los migrantes, todos los perseguidos y por todos aquellos que son víctimas de circunstancias adversas: ya sea por circunstancias políticas, históricas o personales. Pero, pensemos en tantas personas, víctimas de las guerras, que quieren huir de su patria y no pueden; pensemos en los migrantes que inician ese camino para ser libres y muchos acaban en la calle o en el mar; pensemos en Jesús en brazos de José y María, huyendo, y veamos en él a cada uno de los migrantes de hoy. La migración actual es una realidad ante la que no podemos cerrar los ojos. Es un escándalo social de la humanidad.

San José,
tú que has experimentado el sufrimiento de los que deben huir
tú que te has visto obligado a huir
para salvar la vida de los seres queridos,
protege a todos los que huyen a causa de la guerra,
el odio, el hambre.
Sostenlos en sus dificultades,
fortalécelos en la esperanza y haz que encuentren acogida y solidaridad.
Guía sus pasos y abre los corazones de quienes pueden ayudarles. Amén.


Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. En este tiempo de Navidad, imploremos al Señor Jesús, por intercesión de la Virgen y de san José, que nos conceda la gracia de fiarnos de la Providencia divina en todo momento, y también la valentía de acoger con espíritu cristiano de caridad y solidaridad a todos nuestros hermanos y hermanas que han tenido que huir de su tierra y abandonar sus hogares. Que el Señor nos conceda un año nuevo lleno de sus dones y sus bendiciones. Muchas gracias.


 

Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

Reflexionamos hoy, en este fin de año, sobre san José como emigrante perseguido y valiente, según lo que nos refiere san Mateo en el pasaje de la Huida a Egipto que hoy hemos escuchado. La Sagrada Familia, como tantos de nuestros hermanos y hermanas en la actualidad, experimentó también la injusticia y el sufrimiento de tener que dejar la propia patria debido a la prepotencia y violencia del poderoso de turno.

En este escenario se contraponen dos personajes. Por una parte, Herodes, que sintiéndose amenazado por el nacimiento del “rey de los judíos” y, defender su propio poder, decide asesinar a todos los niños de Belén menores de dos años. Él es símbolo de muchos tiranos de ayer y de hoy que quieren vencer sus miedos ejerciendo el poder de manera despótica y violenta. Por otra parte, san José, hombre justo y valiente, que para salvar la vida del niño y de la Virgen, se fía de la indicación del ángel y afronta todas las dificultades y peligros del viaje.

Fuente: vatican.va

Es Navidad

Pedro López

El cristiano sabe -en palabras de la santa de Ávila- cuán poco lo de acá, cuán mucho lo de allá.

Hablar de Navidad es remontarse a una tradición multisecular que, a lo largo de la historia, se va consolidando con múltiples adquisiciones, algunas de ellas, abandonadas por el tiempo; otras, reforzadas. Y así podemos decir que la costumbre del belén se remonta al siglo XIII; y los adornos en las casas, con su multiforme variedad, también tienen su origen en el bajo Medioevo. El árbol de navidad, por ejemplo, se remonta al siglo VIII. Y así podríamos continuar. Son costumbres del hecho cristiano, un hecho prodigioso que, para la mente racionalista y analítica de la modernidad, constituye un escándalo; y para la postmodernidad, nuestra época, es una excusa de consumo y, en el mejor de los casos, una exaltación emotivista.

 Pero el hecho en sí mismo considerado, que divide la historia en un antes y un después, es la encarnación y nacimiento del Hijo de Dios. Sin esta consideración, la Navidad no es nada y, en todo caso, no sería más que unas fiestas invernales sin más contenido. En el período grecorromano eran las saturnales: un momento de disfraces y de ruptura con las normas sociales y morales, una bacanal.

 Comprendo que para algunos que no tienen fe, no represente nada especial; pero, de hecho, todos vivimos en una sociedad cristiana, con valores cristianos, con raíces cristianas, aunque ni tan siquiera lo sepan.

 El hecho, en sí mismo considerado, es, como decía, prodigioso: el Dios que no se conforma con ver los toros desde la barrera –permítaseme este símil taurino-, sino que se abaja a la arena y se arriesga, desde la condición humana, a ser uno de nosotros, con todo lo que ello comporta de limitación, vulnerabilidad y mortalidad. Se pone a nuestro nivel, como un padre en cuclillas se abaja hasta su hijo, mirándole a los ojos, para darle confianza, paz, sosiego, después de un tropezón. De ahí que Isaías, en el siglo VIII antes de Cristo, profetizara que el Enmanuel, que significa “Dios con nosotros”, nacería de una doncella virgen.

 Su misión es indicarnos que no hemos de sufrir indebidamente, tontamente, gratuitamente. Porque Él lo va a hacer por nosotros, para que seamos felices, tengamos confianza, y gocemos también en esta vida, dentro de los límites de nuestra condición mortal. Que se nos haga fácil lo que es difícil, porque su venida nos abre las puertas a la eterna felicidad que Dios desea para todos. El cristiano no es indiferente o estoico: trasciende. Sabe, en palabras de la santa de Ávila, cuán poco lo de acá, cuán mucho lo de allá.

 Es tiempo para reposar, para no dejarse llevar por las añagazas de los que nos quieren birlar la dicha e inventan señuelos para distraernos, y para que la vida no se nos pase sin ton ni son.

Fuente: levante-emv.com

12/28/21

El Papa convoca Año Santo para 2025

2º Jubileo del Pontificado del Santo Padre


 “El Santo Padre Francisco ha confiado al Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización la coordinación, por parte de la Santa Sede, de la preparación del Año Santo 2025”, así ha informado un comunicado de prensa de la Santa Sede el 26 de diciembre del 2021.

“En este sentido, monseñor Rino Fisichella, presidente del mencionado Consejo se reunió con los Superiores de la Secretaría de Estado, de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica y de la Secretaría para la Economía”, se lee en el texto.

De acuerdo a Vatican New, se trata del segundo Jubileo del Pontificado del Papa Francisco: el primero fue el Año Santo de la Misericordia proclamado mediante la Bula “Misericordiae Vultus” y se llevó a cabo del 29 de noviembre de 2015 al 20 de noviembre de 2016. También en este caso, la coordinación había sido encomendada a monseñor Rino Fisichella.

El Jubileo ofrece a los fieles la posibilidad de obtener la indulgencia plenaria para ellos mismos o para los difuntos. Es un año de reconciliación y conversión, de solidaridad y de compromiso con la justicia al servicio de Dios y de los hermanos.

Fuente: exaudi.org

¡Dios te salve llena de gracia¡: ¿Por qué María es mediadora de todas las gracias?

José Miguel Arráiz

Comparto esta traducción de un artículo de Peter Kwasniewski, doctor en Filosofía de la Universidad Católica de América en Washington

Vamos a explicar y defender su privilegio único de ser «la mediadora de todas las gracias», un título que aún hoy es incomprendido por muchos cristianos, principalmente protestantes. Mostraremos cómo este papel dado por Dios a ella no solo no entra en conflicto con la única mediación salvífica de su Hijo único Jesucristo, sino que lo presupone y refuerza enfáticamente.

Comencemos con la siguiente objeción: «Hay un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús» (1Tm 2, 5). Como lo explica Santo Tomás de Aquino:

«La misión propia del mediador es unir a aquellos entre los que ejerce la mediación, porque los extremos se juntan en el medio. Pero unir a los hombres con Dios de manera perfecta compete en verdad a Cristo, por medio del cual los hombres son reconciliados con Dios, según estas palabras de 2Co 5, 19: Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo. Y, por tanto, solo Cristo es el perfecto mediador entre Dios y los hombres, en cuanto que por medio de su muerte reconcilió al género humano con Dios. Por eso, habiendo dicho el Apóstol que el hombre Cristo Jesús es el mediador entre Dios y los hombres, añade en el v.6: que se entregó a sí mismo para redención de todos» (1Tm 2, 5-6).

Sin embargo, nada impide que se llame también mediadores entre Dios y los hombres a algunas personas, aunque lo sean de modo relativo, esto es, en cuanto que cooperan de modo dispositivo y ministerial a la unión de los hombres con Dios. (Summa theologiae 3.26.1)

Por su vida, muerte y resurrección, Cristo ganó para nosotros todas las gracias y los méritos necesarios para nuestra salvación. La obtención y distribución de estos méritos es la mediación que Jesucristo realiza entre la Santísima Trinidad y la humanidad.

Jesús obtuvo estos méritos durante su misión terrenal y es digno de distribuirlos desde su trono celestial. Todos los méritos que ganó son del tipo que pertenece a un acto digno de una recompensa en estricta justicia, ya que un salario se debe a un trabajador que hace su trabajo. Ganar tal mérito es exclusivo de Cristo, ya que, siendo divino, Sus actos fueron infinitamente dignos. El acto más pequeño de Jesús fue perfectamente agradable al Padre, porque procedió de un amor perfecto. Mucho más, entonces, fue el acto más grandioso de Jesús, Su muerte en la Cruz, agradable y capaz de ganar todas las gracias para todos los tiempos. Como Cabeza de toda la raza humana, nuestro Señor puede distribuir Sus méritos a todos los hombres y mujeres que Él quiera unir a Sí mismo. La singularidad de la mediación de Cristo, en este sentido, siempre ha sido afirmada por los teólogos cristianos: «no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres por el cual debemos ser salvos» (Hch 4, 12).

Hay otro tipo de mérito que pertenece a una persona en estado de gracia, mérito de condigno (de valía), que no es una cuestión de justicia estricta, sino de justicia relativa. Los actos de una persona en estado de gracia son dignos de recompensa no porque puedan igualar tal recompensa, sino porque proceden de la gracia habitual, la semilla de la vida divina plantada dentro de nosotros en el Bautismo. Lo que hacemos es digno de la bendición del Padre porque es el trabajo del Hijo en nosotros, Su fruto.

Hay un tercer tipo de mérito que no es una cuestión de justicia sino de amistad con Dios. Esto se llama mérito de congruo, porque es apropiado que Dios, por causa de la amistad con un alma, ayude a alguien que esté unido a esa alma.

«Dado que un hombre en estado de gracia hace la voluntad de Dios, está de acuerdo con las características de la amistad que Dios haga su voluntad de salvar a otra persona por su causa» ( Summa theologiae 1-2.114.6).

Por ejemplo, Santa Mónica obtuvo la conversión de su hijo Agustín mediante oraciones incesantes. Mónica mereció la conversión de su hijo, no como si fuera su redentora, ni como si pudiera, por la gracia de su alma, salvar a otra alma, sino porque Dios eligió tener piedad de su hijo debido a sus méritos y oraciones, y esto, debido a la amistad existente entre Dios y ella. El mérito de congruo presupone el estado de gracia y, por lo tanto, depende por completo de Cristo. Este es el tercer tipo de mérito que la Santísima Virgen María adquirió para sus hijos espirituales a lo largo de su vida; y siendo santa más allá de cualquier otro santo, ella mereció más que cualquier otro santo.

Habiendo aclarado los tipos de mérito y la singularidad de Cristo, ahora es apropiado examinar cómo es posible la mediación secundaria. En el Antiguo Testamento, Dios elige desde el principio a ciertas personas para que actúen como intercesores, como los profetas y sacerdotes de la Antigua Ley. Un ejemplo especialmente claro es el de Moisés que, solo en el Monte Sinaí, recibió la ley para el pueblo de Israel, y luego le suplicó a Dios por su salvación de la destrucción que se les debía por su rebelión pecaminosa. En el Nuevo Testamento, Jesucristo instituye el sacerdocio de la Nueva Ley para darle a la Iglesia mayor acceso a sí mismo y a sus méritos.

«Así como el sacerdocio de Cristo es compartido de diversas maneras tanto por sus ministros como por los fieles», declara el Concilio Vaticano II, « así también la mediación única del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas diversas clases de cooperación, participada de la única fuente »(Lumen Gentium 62).

De esta manera subordinada, María también es mediadora entre su Hijo y la raza humana. De hecho, se cree que media todas las gracias. ¿En qué se basa su función única? Su maternidad única. Todos los cristianos que conservan el patrimonio de los primeros concilios ecuménicos, ya sean católicos, ortodoxos o protestantes, veneran correctamente a María como la Theotokos, la madre o portadora de un hijo que es verdaderamente el Hijo de Dios, la segunda Persona de la Trinidad. Cuando el antiguo obispo Nestorio afirmó que María es la «Madre de Cristo», no de Dios, la Iglesia en todo el mundo rechazó este error porque bifurca a Cristo en un ser humano del que María es la madre, y un ser divino, con quien Mary no tiene ninguna relación. En resumen, niega el misterio de la Encarnación, del que depende nuestra redención. Debido a que Jesús es Dios, y María es la madre de esta persona singular, debe ser llamada Madre de Dios.

Además, siempre se ha entendido que el papel de María exigió mucho más que una mera maternidad «física». Como dice San Agustín, «Ella lo concibió espiritualmente, antes de concebirlo físicamente». Muy unida a Dios mediante la caridad y la obediencia, dio libremente su consentimiento en nombre de toda la raza humana. A lo largo de toda su vida, en sus acciones y sufrimientos, ella cooperó con su hijo. En el cielo, su mediación continúa para nosotros como intercesora (Juan Pablo II, Redemptoris Mater 21). Para probar esta contribución real y eficaz, los Padres comparan a María con Eva. Así como la muerte vino al mundo a través de Eva, entonces, en contraste, la vida que trae el nuevo Adán llega a través de la nueva Eva, quien merece ser llamada «madre de los vivientes» (Gn 3, 20). Este mérito y mediación es en y a través de Cristo. Un hermoso ejemplo de esta mediación ocurre en Cana, el «primer anuncio» de su mediación materna (Redemptoris Mater 22). A petición suya, Jesús realiza el milagro de convertir el agua en vino. Este milagro no solo obtuvo un buen vino para la fiesta, sino también fe: «Sus discípulos vieron su gloria y creyeron en él» (Jn 2, 11). La fe de María se convierte en una ocasión para la fe de los demás, mostrando que su mediación se extiende al orden espiritual (véase Pío XII, Mystici Corporis 110).

Esta ampliación de su maternidad a toda la humanidad es evidente en el momento supremo de la salvación, cuando Nuestro Señor confía a su Madre al discípulo amado, y él a ella (Jn 19, 26-27). De pie al pie de la Cruz, haciendo el acto supremo de fe, María, «siempre más íntimamente unida a su Hijo, se lo ofreció en el Gólgota al Padre Eterno por todos los hijos de Adán. y los derechos de su madre y el amor de su madre fueron incluidos en el holocausto. Así, la que, según la carne, era la madre de nuestra Cabeza, a través del título añadido de dolor y gloria se convirtió, según el Espíritu, en la madre de todos Sus miembros» (Mystici Corporis 110). Las palabras de Jesús a María, «¡Mujer, he ahí tu hijo!», Y a Juan, «¡He aquí, tu madre!», confirman su maternidad sobre todos los hombres en el orden de la gracia e imponen esa dulce obligación de todos los que desean ser «discípulos amados» para mirarla como a su madre. «Y continúa teniendo para el Cuerpo Místico de Cristo, nacido del Corazón traspasado del Salvador, el mismo cuidado maternal y amor ardiente con el que ella amaba y alimentaba al Niño Jesús en la cuna» (MC, n. ° 110). En este amor insondable encontramos la universalidad de la mediación de María.

En la Anunciación, María se convirtió en la madre del Redentor, por quien todas las gracias llegan a los hombres. Como dice San Luis de Montfort: «Al darle a su Hijo, Dios Padre, de quien descienden todos los bienes, le dio todas las gracias». María es mediadora de todas las gracias porque portó, en cuerpo y en alma, el Único a través de quien vienen todas las gracias. Ella recibió el papel de entregar al mundo al autor de la gracia, y en Su naturaleza humana Él permanece, por toda la eternidad, como su Hijo, e igualmente ella sigue siendo Su Madre. Cuando le plació a Dios entrar y redimir el mundo a través de ella, como le agradaba darle un vino nuevo y un primer atisbo de gloria por su intervención, así también le complace salvar al mundo por su intercesión en nombre de todos los hombres. Debido a que María estaba «unida más íntimamente» a las intenciones de su Hijo, que se extendía a todos los hombres y todas sus necesidades, se sigue que sus intenciones, sus méritos y sus satisfacciones poseen el mismo carácter de universalidad que los de su Hijo. Esta doctrina, lejos de poner en peligro la singularidad de la mediación de nuestro Señor, la acentúa, porque la mediación de María «no fue parcial ni coordinada -como lo son tres hombres que arrastran la misma carga- sino más bien total y subordinada» (Garrigou-Lagrange, La madre del Salvador y nuestra vida interior, 204). Esto es indicado por su título «Espejo de justicia». Su Inmaculado Corazón refleja perfectamente el amor divino del Sagrado Corazón de Jesús.

Cristo, entonces, es el único Mediador entre Dios y el hombre como Cabeza de la raza humana. Cualquier mediación secundaria depende completamente de su mediación y fluye de su superabundancia divina. Como dice el Concilio Vaticano II con hermosa claridad:

«La misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder. Pues todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre los hombres no dimana de una necesidad ineludible, sino del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo; se apoya en la mediación de éste, depende totalmente de ella y de la misma saca todo su poder. Y, lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta». (Lumen gentium 60).

Honremos dignamente a nuestra Madre celestial, porque nada podría agradar más a su Hijo. En su santidad, en su fidelidad, en su belleza, Él se encuentra más perfectamente reflejado; en su alma como en su cuerpo, Él hizo su morada; en ella, su redención ha dado su fruto más noble. Qué correcto es, por tanto, que San Efrén el sirio clame:

«Oh bendita señora, santísima Madre de Dios, llena de gracia, inagotable océano de la íntima liberalidad divina y dones de Dios, después del Señor de todos, la Santísima Trinidad, eres la Señora de todos; después del Paráclito, eres el nuevo consolador de todos; y después del Mediador, ¡eres la Mediatriz para todo el mundo!»

Fuente: es.catholic.net/

12/27/21

El orgullo, un arma letal

Walkidia Batista de Marte


… aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. (Mt 11, 29)

En cierta ocasión, hablaba con un amigo psicólogo acerca del miedo escénico. Me preguntaba por qué algunas personas se avergonzaban de pararse delante de la congregación. Su respuesta me dejó con muchos signos de interrogación en la cabeza. Él dijo: “Eso también es orgullo”. Fue como dejar caer un alfiler en un salón y escuchar el más grande estruendo. ¿Cómo puede ser eso orgullo? Pensé que él diría simplemente “baja estima” o que es “una persona muy humilde de corazón que reconoce de dónde Dios lo sacó y que no se siente digna de hablar o simplemente estar delante de un público”. No sé, algo así esperaba escuchar.

Al ver mi cara de asombro, él dijo: “Ese temor no es más que miedo a cometer algún error y que su reputación quede mal parada”. Ahí sí quedé en shock. Ya hasta me parecía un análisis exagerado, pero me movió a investigar más sobre el tema. Para mi sorpresa, fuentes no cristianas detallan bastante bien las características del orgulloso, corroborando con esto.

Leyendo la definición en el Diccionario de la Real Academia Española, encontramos esto:

Orgullo: Arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que a veces es disimulable por nacer de causas nobles y virtuosas.

¿Exceso de estimación propia? Quiere decir que cuando obramos guiados por el veneno de este gran mal, estamos teniendo un más alto concepto del que debemos tener acerca de nosotros mismos.

Basado en el privilegio y la autoridad que Dios me ha dado, le advierto a cada uno de ustedes lo siguiente: ninguno se crea mejor de lo que realmente es. Sean realistas al evaluarse a ustedes mismos, háganlo según la medida de fe que Dios les haya dado. Rm 12, 3.

Inmediatamente me dije (pensando en episodios claros de orgullo que había presenciado en otros, pero también en mí misma): El orgullo es una hierba mala y crece sigilosamente, y ahoga las virtudes que pudiéramos tener, impidiendo que demos el fruto de arrepentimiento que Dios espera de nosotras.

Según Jerry Bridges en su libro Pecados Respetables (uno de mis libros favoritos), el orgullo es una forma sutil de pecar, y lo peor de todo es que muchas veces no lo consideramos un pecado.

¿Quiénes somos?

Pecadores, quienes necesitamos siempre y a cada instante de la gracia y la obra constante de Dios en nosotros. Dios nos hizo nación santa, es cierto. Somos pueblo privilegiado y adquirido por Dios, tenemos al más Grande, al Todopoderoso, por tanto, eso no nos debe llevar a creer que podemos usar esa gracia para enorgullecernos y accionar conforme a ese sentimiento pecaminoso. No hay forma de que el orgullo reine en nosotros, si constantemente meditamos en nuestra condición ante Dios, de dónde Él nos ha sacado y de nuestro propósito en la tierra que El mismo nos ha entregado. 

Reflexionando con una amiga, le comentaba que creo que la raíz de todo pecado es el orgullo. Ella no pudo traer mejor ejemplo a la conversación que el de Satanás. Él quiso igualarse a Dios. Su orgullo lo hizo perder todo el esplendor del que gozaba y quedar arrastrándose por el suelo hasta ser totalmente destruido. En Is 14 y Ez 28 podemos ver esto claramente. La razón de la caída de Satanás fue su orgullo. El ángel, al parecer el más hermoso de todos, no se sentía satisfecho de servir a Dios, sino que quería ser como El. Esto hizo que Dios lo echara de Su presencia, no porque temía por Su trono, sino porque el Santo, Santo, Santo, no convive con el pecado.

Sí, el orgullo es un pecado y El mismo en sí se hace acompañar de la murmuración, chisme, enojo, ira, envidia, celo, egoísmo, pleitos, divisiones, falta de perdón, jactancia, etc. Si seguimos, la lista es bastante larga. Si analizamos un poco esto, confirmaremos que nunca encontraremos a alguien orgulloso que no actúe con algunas de estas obras de la carne mencionadas, aunque sea en su mente, aunque no lo exprese. ¿Te identificas? Yo sí. Por eso me gustaría que viéramos juntas que dice la palabra de Dios de esto.

  1. 1. El orgullo entorpece nuestra relación con Dios, pues Dios mira de lejos al altivo. ¿Has reflexionado en lo que dice el Sal 138, 6? Aunque el Señor es grande, se ocupa de los humildes, pero se mantiene distante de los orgullosos. ¿Te imaginas que el Creador de todo (el Rey de reyes, Dios, más grande de lo que podemos pensar o entender, el Señor de señores) no nos atienda cuando le llamemos o busquemos? Solo de pensarlo, tiemblo; pero aún más cuando recuerdo las veces en que he dejado que el orgullo controle mi vida en determinado momento. Seamos honestas: responderle groseramente al que está detrás tocando bocina cuando apenas ha cambiado la luz verde del semáforo y tienes 5 carros delante de ti, da cierto placer momentáneo, ¿verdad? Pero al final, ¿Qué es? Léelo conmigo en St 1, 13-18
  2. 2. Sentimos orgullo por tantas cosas y ante diferentes situaciones de la vida cotidiana. Debo aclarar que hay un tipo de orgullo que se siente por la satisfacción de haber completado algo, haber hecho el bien, esa alegría de ver a otros (sobre todo seres queridos), lograr algo importante para ellos; esa satisfacción no maliciosa, no es el tema que estamos tocando en este articulo; no. Me refiero al orgullo que nos lleva a la autojustificación, a las excusas (que al final son mentiras) que siempre decimos interna o externamente para “aprobar x ó y” pecado en nosotros.

Nosotros como cristianos pecamos. Aclarando que un verdadero cristiano no practica el pecado, sino que sostiene una lucha constante con el mal, con la ayuda del Espíritu Santo.

La Palabra de Dios nos aconseja: … vestíos de humildad (St 4, 6; 1P 5, 5). La humildad nos ayuda a descansar y a vivir la vida abundante que Dios ha preparado para nosotros Sus hijos, pues solo siendo humildes podemos confiar en Dios. Veremos la bondad de Dios en esta tierra, sí, abrazados de la humildad.

  1. 3. Hay una forma de combatir el orgullo y cualquier otro pecado y es postrándonos a los pies de Cristo, reconociendo nuestra falta y aceptando que necesitamos Su intervención divina específica. El orgullo es una mochila demasiado pesada de cargar. Claro, lo sabemos cuándo nos vamos a la cama y recordamos nuestro día y reflexionamos en el estrés que generó el mantenernos cada segundo alerta y pendiente de nuestra reputación, y de asegurarnos que con cada persona que nos encontramos o interactuamos, le dejamos saber claro “quienes somos”.

Por eso debemos rogarle a Él para que ponga en nosotras un espíritu manso y humilde, como El mismo dijo: … aprended de mí… y hallareis descanso (Mt 11, 29). En Él hallaremos descanso de esa carga pesada.

  1. 4. Dios nos ha hecho libres. Libres para ahora poder tomar el manubrio de la puerta de salida que nos brinda el Espíritu Santo ante cada tentación o prueba, abrir esa puerta y salir por ella para dar gloria al nombre de Dios, y no por la puerta que nuestra propia concupiscencia nos muestra. Nuestra puerta produce una satisfacción pasajera, más Dios, a través de Su Espíritu obrando en nosotros, produce una satisfacción eterna. ¿Cuál puerta tomarás?

Es mi oración que este artículo te ayude a entender el significado del orgullo, qué tanto desagrada a Dios y cuánto daño nos hace como humanos, como cristianos, entorpeciendo nuestras relaciones, sobre todo nuestra relación con Dios. El orgullo nos impide glorificar a Dios, pues el orgulloso pretende quitarle la gloria al Señor en todo lo que hace.

Fuente: elatelierfb.com

12/26/21

AÑO “FAMILIA AMORIS LAETITIA”


CARTA DEL PAPA A LOS MATRIMONIOS

Queridos esposos y esposas de todo el mundo:

Con ocasión del Año “Familia Amoris laetitia”, me acerco a ustedes para expresarles todo mi afecto y cercanía en este tiempo tan especial que estamos viviendo. Siempre he tenido presente a las familias en mis oraciones, pero más aún durante la pandemia, que ha probado duramente a todos, especialmente a los más vulnerables. El momento que estamos pasando me lleva a acercarme con humildad, cariño y acogida a cada persona, a cada matrimonio y a cada familia en las situaciones que estén experimentando.

Este contexto particular nos invita a hacer vida las palabras con las que el Señor llama a Abrahán a salir de su patria y de la casa de su padre hacia una tierra desconocida que Él mismo le mostrará (cf. Gn 12,1). También nosotros hemos vivido más que nunca la incertidumbre, la soledad, la pérdida de seres queridos y nos hemos visto impulsados a salir de nuestras seguridades, de nuestros espacios de “control”, de nuestras propias maneras de hacer las cosas, de nuestras apetencias, para atender no sólo al bien de la propia familia, sino además al de la sociedad, que también depende de nuestros comportamientos personales.

La relación con Dios nos moldea, nos acompaña y nos moviliza como personas y, en última instancia, nos ayuda a “salir de nuestra tierra”, en muchas ocasiones con cierto respeto e incluso miedo a lo desconocido, pero desde nuestra fe cristiana sabemos que no estamos solos ya que Dios está en nosotros, con nosotros y entre nosotros: en la familia, en el barrio, en el lugar de trabajo o estudio, en la ciudad que habitamos.

Como Abrahán, cada uno de los esposos sale de su tierra desde el momento en que, sintiendo la llamada al amor conyugal, decide entregarse al otro sin reservas. Así, ya el noviazgo implica salir de la propia tierra, porque supone transitar juntos el camino que conduce al matrimonio. Las distintas situaciones de la vida: el paso de los días, la llegada de los hijos, el trabajo, las enfermedades son circunstancias en las que el compromiso que adquirieron el uno con el otro hace que cada uno tenga que abandonar las propias inercias, certidumbres, zonas de confort y salir hacia la tierra que Dios les promete: ser dos en Cristo, dos en uno. Una única vida, un “nosotros” en la comunión del amor con Jesús, vivo y presente en cada momento de su existencia. Dios los acompaña, los ama incondicionalmente. ¡No están solos!

Queridos esposos, sepan que sus hijos —y especialmente los jóvenes— los observan con atención y buscan en ustedes el testimonio de un amor fuerte y confiable. «¡Qué importante es que los jóvenes vean con sus propios ojos el amor de Cristo vivo y presente en el amor de los matrimonios, que testimonian con su vida concreta que el amor para siempre es posible!». Los hijos son un regalo, siempre, cambian la historia de cada familia. Están sedientos de amor, de reconocimiento, de estima y de confianza. La paternidad y la maternidad los llaman a ser generativos para dar a sus hijos el gozo de descubrirse hijos de Dios, hijos de un Padre que ya desde el primer instante los ha amado tiernamente y los lleva de la mano cada día. Este descubrimiento puede dar a sus hijos la fe y la capacidad de confiar en Dios.

Ciertamente, educar a los hijos no es nada fácil. Pero no olvidemos que ellos también nos educan. El primer ámbito de la educación sigue siendo la familia, en los pequeños gestos que son más elocuentes que las palabras. Educar es ante todo acompañar los procesos de crecimiento, es estar presentes de muchas maneras, de tal modo que los hijos puedan contar con sus padres en todo momento. El educador es una persona que “genera” en sentido espiritual y, sobre todo, que “se juega” poniéndose en relación. Como padre y madre es importante relacionarse con sus hijos a partir de una autoridad ganada día tras día. Ellos necesitan una seguridad que los ayude a experimentar la confianza en ustedes, en la belleza de sus vidas, en la certeza de no estar nunca solos, pase lo que pase.

Por otra parte, y como ya he señalado, la conciencia de la identidad y la misión de los laicos en la Iglesia y en la sociedad ha aumentado. Ustedes tienen la misión de transformar la sociedad con su presencia en el mundo del trabajo y hacer que se tengan en cuenta las necesidades de las familias.

También los matrimonios deben “primerear” dentro de la comunidad parroquial y diocesana con sus iniciativas y su creatividad, buscando la complementariedad de los carismas y vocaciones como expresión de la comunión eclesial; en particular, los «cónyuges junto a los pastores, para caminar con otras familias, para ayudar a los más débiles, para anunciar que, también en las dificultades, Cristo se hace presente».

Por tanto, los exhorto, queridos esposos, a participar en la Iglesia, especialmente en la pastoral familiar. Porque «la corresponsabilidad en la misión llama […] a los matrimonios y a los ministros ordenados, especialmente a los obispos, a cooperar de manera fecunda en el cuidado y la custodia de las Iglesias domésticas». Recuerden que la familia es la «célula básica de la sociedad» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 66). El matrimonio es realmente un proyecto de construcción de la «cultura del encuentro» (Carta enc. Fratelli tutti, 216). Es por ello que las familias tienen el desafío de tender puentes entre las generaciones para la transmisión de los valores que conforman la humanidad. Se necesita una nueva creatividad para expresar en los desafíos actuales los valores que nos constituyen como pueblo en nuestras sociedades y en la Iglesia, Pueblo de Dios.

La vocación al matrimonio es una llamada a conducir un barco incierto —pero seguro por la realidad del sacramento— en un mar a veces agitado. Cuántas veces, como los apóstoles, sienten ganas de decir o, mejor dicho, de gritar: «¡Maestro! ¿No te importa que perezcamos?» (Mc 4,38). No olvidemos que a través del sacramento del matrimonio Jesús está presente en esa barca. Él se preocupa por ustedes, permanece con ustedes en todo momento en el vaivén de la barca agitada por el mar. En otro pasaje del Evangelio, en medio de las dificultades, los discípulos ven que Jesús se acerca en medio de la tormenta y lo reciben en la barca; así también ustedes, cuando la tormenta arrecia, dejen subir a Jesús en su barca, porque cuando subió «donde estaban ellos, […] cesó el viento» (Mc 6,51). Es importante que juntos mantengan la mirada fija en Jesús. Sólo así encontrarán la paz, superarán los conflictos y encontrarán soluciones a muchos de sus problemas. No porque estos vayan a desaparecer, sino porque podrán verlos desde otra perspectiva.

Sólo abandonándose en las manos del Señor podrán vivir lo que parece imposible. El camino es reconocer la propia fragilidad y la impotencia que experimentan ante tantas situaciones que los rodean, pero al mismo tiempo tener la certeza de que de ese modo la fuerza de Cristo se manifiesta en su debilidad (cf. 2 Co 12,9). Fue justo en medio de una tormenta que los apóstoles llegaron a conocer la realeza y divinidad de Jesús, y aprendieron a confiar en Él.

A la luz de estos pasajes bíblicos, quisiera aprovechar para reflexionar sobre algunas dificultades y oportunidades que han vivido las familias en este tiempo de pandemia. Por ejemplo, aumentó el tiempo de estar juntos, y esto ha sido una oportunidad única para cultivar el diálogo en familia. Claro que esto requiere un especial ejercicio de paciencia, no es fácil estar juntos toda la jornada cuando en la misma casa se tiene que trabajar, estudiar, recrearse y descansar. Que el cansancio no les gane, que la fuerza del amor los anime para mirar más al otro —al cónyuge, a los hijos— que a la propia fatiga. Recuerden lo que les escribí en Amoris laetitia retomando el himno paulino de la caridad (cf. nn. 90-119). Pidan este don con insistencia a la Sagrada Familia, vuelvan a leer el elogio de la caridad para que sea ella la que inspire sus decisiones y acciones (cf. Rm 8,15; Ga 4,6).

De este modo, estar juntos no será una penitencia sino un refugio en medio de las tormentas. Que el hogar sea un lugar de acogida y de comprensión. Guarden en su corazón el consejo a los novios que expresé con las tres palabras: «permiso, gracias, perdón». Y cuando surja algún conflicto, «nunca terminar el día en familia sin hacer las paces». No se avergüencen de arrodillarse juntos ante Jesús en la Eucaristía para encontrar momentos de paz y una mirada mutua hecha de ternura y bondad. O de tomar la mano del otro, cuando esté un poco enojado, para arrancarle una sonrisa cómplice. Hacer quizás una breve oración, recitada en voz alta juntos, antes de dormirse por la noche, con Jesús presente entre ustedes.

Sin embargo, para algunos matrimonios la convivencia a la que se han visto forzados durante la cuarentena ha sido especialmente difícil. Los problemas que ya existían se agravaron, generando conflictos que muchas veces se han vuelto casi insoportables. Muchos han vivido incluso la ruptura de un matrimonio que venía sobrellevando una crisis que no se supo o no se pudo superar. A estas personas también quiero expresarles mi cercanía y mi afecto.

La ruptura de una relación conyugal genera mucho sufrimiento debido a la decepción de tantas ilusiones; la falta de entendimiento provoca discusiones y heridas no fáciles de reparar. Tampoco a los hijos es posible ahorrarles el sufrimiento de ver que sus padres ya no están juntos. Aun así, no dejen de buscar ayuda para que los conflictos puedan superarse de alguna manera y no causen aún más dolor entre ustedes y a sus hijos. El Señor Jesús, en su misericordia infinita, les inspirará el modo de seguir adelante en medio de tantas dificultades y aflicciones. No dejen de invocarlo y de buscar en Él un refugio, una luz para el camino, y en la comunidad eclesial una «casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 47).

Recuerden que el perdón sana toda herida. Perdonarse mutuamente es el resultado de una decisión interior que madura en la oración, en la relación con Dios, como don que brota de la gracia con la que Cristo llena a la pareja cuando lo dejan actuar, cuando se dirigen a Él. Cristo “habita” en su matrimonio y espera que le abran sus corazones para sostenerlos con el poder de su amor, como a los discípulos en la barca. Nuestro amor humano es débil, necesita de la fuerza del amor fiel de Jesús. Con Él pueden de veras construir la «casa sobre roca» (Mt 7,24).

A este propósito, permítanme que dirija una palabra a los jóvenes que se preparan al matrimonio. Si antes de la pandemia para los novios era difícil proyectar un futuro cuando era arduo encontrar un trabajo estable, ahora aumenta aún más la situación de incerteza laboral. Por ello invito a los novios a no desanimarse, a tener la “valentía creativa” que tuvo san José, cuya memoria he querido honrar en este Año dedicado a él. Así también ustedes, cuando se trate de afrontar el camino del matrimonio, aun teniendo pocos medios, confíen siempre en la Providencia, ya que «a veces las dificultades son precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener» (Carta ap. Patris corde, 5).No duden en apoyarse en sus propias familias y en sus amistades, en la comunidad eclesial, en la parroquia, para vivir la vida conyugal y familiar aprendiendo de aquellos que ya han transitado el camino que ustedes están comenzando.

Antes de despedirme, quiero enviar un saludo especial a los abuelos y las abuelas que durante el tiempo de aislamiento se vieron privados de ver y estar con sus nietos, a las personas mayores que sufrieron de manera aún más radical la soledad. La familia no puede prescindir de los abuelos, ellos son la memoria viviente de la humanidad, «esta memoria puede ayudar a construir un mundo más humano, más acogedor» .

Que san José inspire en todas las familias la valentía creativa, tan necesaria en este cambio de época que estamos viviendo, y Nuestra Señora acompañe en sus matrimonios la gestación de la “cultura del encuentro”, tan urgente para superar las adversidades y oposiciones que oscurecen nuestro tiempo. Los numerosos desafíos no pueden robar el gozo de quienes saben que están caminando con el Señor. Vivan intensamente su vocación. No dejen que un semblante triste transforme sus rostros. Su cónyuge necesita de su sonrisa. Sus hijos necesitan de sus miradas que los alienten. Los pastores y las otras familias necesitan de su presencia y alegría: ¡la alegría que viene del Señor!

Me despido con cariño animándolos a seguir viviendo la misión que Jesús nos ha encomendado, perseverando en la oración y «en la fracción del pan» (Hch 2,42).

Y por favor, no se olviden de rezar por mí, yo lo hago todos los días por ustedes.

Fraternalmente,

Francisco

 Fuente: vatican.va

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET


El PAPA en el ÁNGELUS


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy celebramos la Sagrada Familia de Nazaret. Dios eligió a una familia humilde y sencilla para venir entre nosotros. Contemplemos la belleza de este misterio, destacando también dos aspectos concretos para nuestras familias.

El primero: la familia es la historia de la que provenimos. Cada uno de nosotros tiene su propia historia, nadie nació mágicamente, con una varita mágica, cada uno de nosotros tiene una historia y la familia es la historia de la que venimos. El Evangelio de la liturgia de hoy nos recuerda que Jesús es también hijo de una historia familiar. Lo vemos viajar a Jerusalén con María y José para la Pascua; luego hace preocupar a su madre y a su padre, que no lo encuentran; una vez encontrado, vuelve a casa con ellos (cf. Lc 2,41-52). Es hermoso ver a Jesús insertado en la red de afectos familiares, naciendo y creciendo en el abrazo y la preocupación de los suyos. Esto es importante también para nosotros: venimos de una historia entretejida de lazos de amor y la persona que somos hoy nace, no tanto de los bienes materiales que hemos gozado, sino del amor que hemos recibido, del amor en el seno de la familia. Puede que no hayamos nacido en una familia excepcional y sin problemas, pero es nuestra historia ―cada uno debe pensar: es mi historia―, son nuestras raíces: ¡si las cortamos, la vida se seca! Dios no nos creó para ser caballeros solitarios, sino para caminar juntos. Démosle las gracias y recemos por nuestras familias. Dios piensa en nosotros y quiere que estemos juntos: agradecidos, unidos, capaces de proteger nuestras raíces. Y tenemos que pensar en esto, en la propia historia.

El segundo aspecto: aprendemos a ser una familia cada día. En el Evangelio vemos que incluso en la Sagrada Familia no todo va bien: hay problemas inesperados, angustia, sufrimiento. No existe la Sagrada Familia de las estampitas. María y José pierden a Jesús y lo buscan angustiados, luego lo encuentran después de tres días. Y cuando, sentado entre los maestros del Templo, responde que debe atender los asuntos de su Padre, no lo entienden. Necesitan tiempo para aprender a conocer a su hijo. Así es también para nosotros: cada día, en la familia, hay que aprender a escucharnos y comprendernos, a caminar juntos, a afrontar los conflictos y las dificultades. Es el reto diario, y se gana con la actitud adecuada, con pequeñas atenciones, con gestos sencillos, cuidando los detalles de nuestras relaciones. Y también esto, nos ayuda mucho hablar en familia, hablar en la mesa, el diálogo entre padres e hijos, el diálogo entre hermanos, nos ayuda a vivir esta raíz familiar que viene de los abuelos, el diálogo con los abuelos.

¿Y cómo se hace esto? Fijémonos en María, que en el Evangelio de hoy dice a Jesús: «Tu padre y yo te estábamos buscando» (v. 48). Tu padre y yo; no dice yo y tu padre: ¡antes del “yo” está el “tú”! Aprendamos esto: antes del yo está el tú. En mi idioma hay un adjetivo para las personas que dicen primero “yo” y luego “tú”: “yo, me, conmigo, para mí y en mi beneficio”. Gente que es así, primero yo y luego tú. No, en la Sagrada Familia, primero el tú y luego el yo. Para preservar la armonía en la familia, hay que luchar contra la dictadura del “yo”.  Cuando el “yo” se infla. Es peligroso cuando, en lugar de escucharnos, nos reprochamos nuestros errores; cuando, en lugar de preocuparnos por los demás, nos centramos en nuestras propias necesidades; cuando, en lugar de hablar, nos aislamos con nuestros teléfonos móviles; es triste ver a una familia en la comida, cada uno con su teléfono móvil sin hablar con los demás; cada uno habla con su teléfono; cuando nos acusamos unos a otros, repitiendo siempre las mismas frases, escenificando una comedia ya vista en la que cada uno quiere tener razón y al final hay un frío silencio. Ese silencio cortante y frío después de una discusión familiar. ¡Eso es feo, feísimo! Repito un consejo: por la noche, después de todo, hagan las paces. Siempre. No vayan a dormir sin hacer las paces. Nunca vayan a dormir sin haber hecho las paces, porque si no, al día siguiente habrá una “guerra fría·. Y esta es peligrosa porque comenzará una historia de reproches, una historia de resentimientos. ¡Cuántas veces, por desgracia, nacen conflictos dentro de las paredes del hogar como resultado de silencios demasiado largos y egoísmos no curados! A veces incluso se llega a la violencia física y moral. Esto rompe la armonía y mata a la familia. Pasemos del “yo” al “tú”. Lo que debe importar más en la familia es el “tú”. Y cada día, por favor, recen un poco juntos, si pueden hacer el esfuerzo, para pedir a Dios el don de la paz en familia. ¡Y comprometámonos todos ―padres, hijos, Iglesia, sociedad civil― a apoyar, defender y proteger la familia que es nuestro tesoro!

Que la Virgen María, esposa de José y madre de Jesús, proteja a nuestras familias.


 

Después del Ángelus

Me dirijo ahora a los matrimonios de todo el mundo:

Hoy, en la fiesta de la Sagrada Familia, se publica una Carta que escribí pensando en ustedes. Quiere ser mi regalo de Navidad para ustedes, los esposos: un estímulo, una señal de cercanía y también una oportunidad para meditar. Es importante reflexionar y experimentar la bondad y la ternura de Dios, que con mano paternal guía los pasos de los matrimonios por el camino del bien.  Que el Señor dé a todos los matrimonios la fuerza y la alegría de continuar el camino que han emprendido. También quiero recordarles que nos acercamos al Encuentro Mundial de las Familias: los invito a preparar este acontecimiento, especialmente con la oración, y a vivirlo en sus diócesis, junto con otras familias.

Y hablando de la familia, me viene a la mente una preocupación, una verdadera preocupación, al menos aquí en Italia: el invierno demográfico. Parece que muchos han perdido la aspiración de seguir adelante con los hijos y muchas parejas prefieren quedarse sin hijos, o con uno solo. Piensen en esto, es una tragedia. Hace unos minutos he visto en el programa “A Sua immagine” cómo hablaban de este grave problema, el invierno demográfico. Hagamos todo lo posible para recuperar nuestra conciencia, para superar este invierno demográfico que va contra nuestras familias, contra nuestra patria, incluso contra nuestro futuro.

Saludo ahora a todos ustedes, peregrinos que han venido de Italia y de diferentes países: ―Veo aquí polacos, brasileños, y también veo allí colombianos― familias, grupos parroquiales, asociaciones. Renuevo mi deseo de que la contemplación del Niño Jesús, corazón y centro de las fiestas de Navidad, suscite actitudes de fraternidad y de compartir en las familias y en las comunidades. Y para celebrar un poco la Navidad, será bueno visitar el pesebre aquí en la plaza y los 100 pesebres que están bajo la columnata, también esto nos ayudará.

En estos días he recibido muchos mensajes de felicitaciones desde Roma y desde otras partes del mundo. Lamentablemente, no me es posible responder a todos, pero rezo por cada uno y agradezco especialmente las oraciones que tantos de ustedes han prometido hacer. Por favor, recen por mí, no se olviden. Muchas gracias y feliz día de la Sagrada Familia. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

Jesús, María y José

La Sagrada Familia


Evangelio (Lc 2, 41-52)

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.

Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo.

Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.

Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».

Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.

Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.


Comentario

Hoy celebramos en la Iglesia la fiesta de la Sagrada Familia. Qué maravilla que Dios haya querido encarnarse en una familia.

Jesús nos enseñó que Dios es familia. No es que sea como una familia, sino que Dios es una familia en sí mismo. Son las familias en la tierra las que imitan el modo de ser de Dios. Dios es uno y es trino. Dios Padre engendra al Hijo. Y fruto de este Amor entre el Padre y el Hijo, surge el Espíritu Santo. Este es el misterio de la Santísima Trinidad, revelado por Cristo a los hombres. Por tanto, en Dios está la paternidad, la filiación y el amor incondicional. Todos los elementos de una familia.

Nosotros hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. No es casualidad que Dios haya querido darnos una naturaleza humana, y que seamos semejantes a Él. No es casualidad que el hombre necesite una familia.

Chesterton decía que, cuando ingresamos en una familia, entramos en un mundo incalculable, que no hicimos nosotros, un auténtico cuento de hadas donde la aventura suprema es nacer. La familia es el lugar en el que eres amado sólo por el hecho de formar parte de ella, no depende ni de lo que haces, ni de lo que produces ni de una determinada cualidad. Los padres quieren a los hijos por el hecho de ser sus hijos. Una madre o un padre hacen lo que sea por sus hijos, son amados incondicionalmente.

Y si esto es verdad para cada familia, cuánto más lo es para la Sagrada Familia de Nazaret. Meditemos un momento sobre cómo es la familia de Jesús.

Miremos la docilidad de María a los planes de Dios. El Espíritu Santo le pide que se convierta en la Madre del Mesías, y cuándo es llamada por Dios para esta misión, no duda en proclamarse su "sierva". El Papa Francisco señaló en una audiencia que Jesús exalta la grandeza de Su madre, y lo hace “no tanto por su papel de madre, sino por su obediencia a Dios” María siempre se pone a disposición de Dios, siempre reza, reflexiona y da gloria a Dios.

También José destaca por su obediencia a los planes de Dios. Es sorprendente que José no dice ni una palabra en el Evangelio. En cambio, no para de hacer aquello que le pide Dios. Se fía totalmente de Dios. No habla, sino que actúa poniendo a salvo a su familia. Tuvieron que exiliar a un país extranjero, abandonar su propia tierra.

¿Y qué decir de la obediencia de Jesús? “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió” (Jn 4, 34) O en el huerto de los olivos "Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, que se cumpla tu voluntad" (Mt 26,42). Jesús es el ejemplo de una vida entregada por Amor, de una obediencia absoluta a los planes de Dios.

La Sagrada Familia de Nazaret representa “una respuesta coral a la voluntad del Padre”, dice el Papa Francisco. Y esta es una de las grandes enseñanzas de este Evangelio: la felicidad del hombre viene de cumplir la voluntad de Dios. No viene de hacer un plan propio, por muy grande que sea. Dios tiene planes mucho más grandes. Nos enseña que cumpliendo esos planes, podemos ser completamente felices. Y eso, a pesar de las dificultades. Cada día se nos presenta la oportunidad de cumplir los planes de Dios para nuestra vida.

Hoy es un buen día para rezar por nuestra familia y por todas las familias que padecen sufrimientos, dificultades o persecución. Imploramos la protección divina. No se trata de no sufrir o no tener dificultades en esta vida, sino aceptar la voluntad de Dios para nosotros y para nuestra familia. El ejemplo de la docilidad de la Sagrada Familia de Nazaret nos ayudará en esta tarea.

Fuente: opusdei.org