12/13/21

Jóvenes con discapacidades, “sonrisa de Dios”

El Papa a la comunidad del Instituto Seráfico


Queridos hermanos y hermanas!

Gracias por esta visita, con la que habéis querido corresponder a la que os hice en 2013 con motivo de mi primera peregrinación a Asís. Y habéis elegido venir en este 150 aniversario de la fundación del Instituto Seráfico por San Ludovico de Casoria. Me uno a vuestra alegría y a vuestra fiesta.

Abrazo en primer lugar a los niños: a los que pudieron hacer el viaje y a los que se quedaron en casa. Son el centro de su misión. Junto a ellos, saludo a todos los que los acompañan en sus diversas tareas, pero también a todos los que ofrecen un cálido apoyo a esta gran labor, desde las propias familias de los niños hasta las instituciones. Saludo al obispo Domenico Sorrentino, incansable, va a todas partes: ¡sigue así Domenico! Agradezco a la presidenta Francesca Di Maolo sus palabras. Saludo a los representantes del Instituto Casoria confiados a las hijas espirituales de San Ludovico, las hermanas franciscanas Elisabettine Bigie. Es bello que los dos Institutos, aunque distintos, se guíen por la misma inspiración ideal.

Recuerdo bien el tiempo que pasé con vosotros en Asís. Fui a seguir las huellas del Santo cuyo nombre he tomado. El encuentro con sus jóvenes, a los que saludé uno por uno, me hizo revivir, en cierto modo, aquel abrazo de los últimos que caracterizó la vida de san Francisco. Se hizo pobre, siguiendo el ejemplo de Jesús, para estar plenamente del lado de los últimos. Su abrazo a un leproso resume el sentido de toda su vida. En el Testamento dice que fue con ese abrazo que comenzó su conversión. Vio a Jesús en aquellos enfermos y marginados. Se inclinó sobre sus heridas. Los situó en el centro de la atención de la sociedad, tentada ya entonces por esa “cultura del descarte” que concentra la riqueza en manos de unos pocos, mientras tantos permanecen en los márgenes, percibidos como una carga, apenas dignos de una limosna.

San Ludovico da Casoria, como verdadero franciscano, había asimilado el mensaje del Seráfico Padre. En su caridad creativa y generosa, no se lo pensó dos veces cuando, durante una peregrinación a Asís, rezando ante el Crucifijo, escuchó la voz que, con un triple “sí”, le confirmó la inspiración de fundar un instituto dedicado a los ciegos y sordomudos, categorías que en aquel momento carecían del apoyo social necesario. Desde entonces, el Instituto Seráfico ha dado grandes pasos, creciendo en la gama de servicios que ofrece para acoger a niños con discapacidades severas y múltiples, y se ha distinguido por la profesionalidad con la que lleva a cabo su misión, ganándose los merecidos elogios de la propia comunidad científica.

Lo más importante es el espíritu con el que todos os dedicáis a esta misión. Está claro para vosotros, como debería estarlo para todos, que toda persona humana es preciosa, tiene un valor que no depende de lo que tenga o de sus capacidades, sino del simple hecho de ser persona, imagen de Dios. Si la discapacidad o la enfermedad hacen que la vida sea más difícil, no es menos digna de ser vivida, y vivida plenamente. Al fin y al cabo, ¿quién de nosotros no tiene limitaciones y no se encuentra tarde o temprano con limitaciones, incluso graves? Es importante considerar a la persona discapacitada como uno de nosotros, que debe estar en el centro de nuestra atención y preocupación, y también en el centro de la atención de todos y de la política. Es un objetivo de la civilización. Al adoptar este principio, nos damos cuenta de que la persona con discapacidad no sólo recibe, sino que también da. Cuidar de ellos no es un gesto unidireccional, sino un intercambio de regalos. Los cristianos encontramos en el Evangelio del amor -pienso en la parábola del buen samaritano- una razón adicional para ello. Pero el principio se aplica a todos, inscrito como está en la conciencia, que nos hace sentir nuestra unidad entre todos los seres humanos. Estamos verdaderamente unidos por un vínculo de fraternidad, como he reafirmado en la Encíclica Fratelli tutti, que he querido firmar en Asís.

Por lo tanto, es necesario ser plenamente consciente de este principio y desarrollar las consecuencias, incluso a la hora de distribuir la riqueza común, para que no ocurra que los que más necesitan ayuda se queden sin ella.

Pienso en tantas estructuras que, como ustedes, prestan este servicio, y a veces luchan por sobrevivir o rendir al máximo. Ciertamente, no podemos esperar todo de los organismos públicos. Se necesita la solidaridad de muchas personas, como es el caso de sus benefactores. Que el Señor los bendiga por su buen corazón. Pero el Estado y la administración pública deben hacer su parte. No podemos dejar solas a tantas familias que se ven obligadas a luchar para mantener a los niños con dificultades, con la gran preocupación del futuro que les espera cuando ya no puedan seguir.

Muchos padres encuentran en su organización una nueva familia para sus hijos. ¡Esto es bello! Algunos de ellos están presentes aquí. El “Seráfico” se siente parte integrante de su comunidad, y se alegra de experimentar que los servicios del Instituto no se limitan a la asistencia profesional, sino que proporcionan a cada uno una atención personalizada, atenta y cuidadosa. La lógica del Instituto “Seráfico” es el amor, el que se aprende del Evangelio en la escuela de san Francisco y san Ludovico; el amor que sabe leer en los ojos o en los gestos, anticipa los deseos, no se rinde ante las dificultades, encuentra la fuerza cada día para volver a empezar y se alegra de cada mínimo progreso de la persona asistida. La vida siempre es bella, incluso con pocos recursos. A veces puede sorprender. Sé que sus hijos saben hacer muchas cosas, convirtiéndose en pequeños artistas del teatro, la radio o la pintura. Una sonrisa de ellos vale todo el esfuerzo.

En este periodo de pandemia habéis tenido algunos momentos difíciles. Pero el mero hecho de que hayáis organizado un viaje a Roma con un buen grupo de vuestros jóvenes -y me imagino la dificultad- me da una medida de vuestro compromiso y entusiasmo.

Me he enterado de que en los últimos años la iniciativa que me anunciasteis en su momento, de hacer de vuestra Capilla un lugar de adoración eucarística permanente, siguió adelante hasta que la emergencia de la COVID puso fin a la misma. Adorar a Jesús en la Eucaristía y “escuchar” sus heridas en los más débiles, como os dije en 2013, se ha convertido en vuestro programa. Gracias.

En vuestro Instituto también ha desarrollado una escuela sociopolítica para animar a la sociedad a repensarse a partir de los último. Esta escuela encaja bien en el marco de la iniciativa de Economía de Francisco, ayudando a renovar la economía en justicia y solidaridad.

Queridos hermanos y hermanas, seguid las huellas de los santos. Que vuestro trabajo tenga siempre el sabor y la alegría de la misión. Cada sonrisa de vuestros hijos será para vosotros la sonrisa de Dios. Os bendigo de todo corazón y os pido que recéis por mí. Gracias.

Fuente: exaudi.org